Mensaje 31
Lectura bíblica: 1 Co. 3:10-17; 2 Co. 3:17-18; Ro. 12:2
En 1 Corintios 3 Pablo habla de alimentar, beber, comer, plantar, regar y crecer, los cuales son actividades orgánicas. En 3:9 habla de la iglesia y se refiere a ella como labranza de Dios y edificio de Dios. La labranza es algo de vida, y la vida produce el edificio. No existe ningún edificio material que sea orgánico. Pero el edificio espiritual que se menciona en este capítulo tiene mucho que ver con la vida. Pablo habla de este edificio no solamente en 1 Corintios, sino también en Efesios, Colosenses y Romanos. No obstante, los puntos fundamentales acerca de la edificación se abarcan en 1 Corintios. El edificio de Dios es un edificio en vida y de vida, pues se trata de la edificación del Cuerpo de Cristo.
Aparentemente no existe ninguna relación entre la labranza y el edificio. Según nuestro concepto natural, la labranza es algo orgánico, pero el edificio se compone de materiales inanimados. Así que, no parece haber una continuidad lógica entre las dos expresiones. Pero si comprendemos que el edificio al que nos referimos es orgánico, un edificio que se produce en vida, veremos que existe una clara relación, una excelente secuencia, entre la labranza y el edificio. El fin de todo lo que produce la labranza no es la labranza misma, sino el edificio. Lo que cultiva la labranza produce el edificio.
Aunque el producto que se cultiva en la labranza está destinado para el edificio, no se utiliza en el edificio directamente. Más bien, por así decirlo, pasa al restaurante, o sea, a la iglesia, para que los santos lo coman, lo digieran y lo asimilen. Por medio de este proceso, lo que cultiva la labranza es consumido por los santos y finalmente llega a ser ellos mismos.
En la labranza no sólo se producen legumbres, lo cual pertenece a la vida vegetal, sino también ganado, algo de la vida animal, y ambas vidas se consumen en el restaurante, en la iglesia. En 3:2, Pablo dice: “Os di a beber leche”. La leche es producto de la vida vegetal y de la vida animal. Las vacas se alimentan del pasto y la producen. Así que, la leche es producto de la mezcla de dos vidas: la animal y la vegetal. Esta mezcla produce también la carne. Sin la vida animal, no puede haber carne, y puesto que el ganado depende del pasto para su alimentación, sin la vida vegetal, tampoco puede haber carne. El ganado primero come de la vida vegetal y luego produce leche y carne para nosotros.
Menciono esto porque tanto la leche como la carne representan a Cristo como provisión de vida para nosotros. En Juan 6:48, el Señor Jesús dice: “Yo soy el pan de vida”. El pan está hecho principalmente de harina, la cual proviene de la vida vegetal. No obstante, el Señor añade que el pan es Su carne: “Y el pan que Yo daré es Mi carne, la cual Yo daré por la vida del mundo” (Jn. 6:51). Esto indica que el pan no se compone solamente de la vida vegetal, sino también de la vida animal; es pan de carne. Por consiguiente, es difícil determinar si Cristo, nuestra provisión de vida, proviene de la vida vegetal o de la vida animal. Este pan es un producto, una mezcla, de dos vidas.
Cuanto más comamos de Cristo como nuestra provisión de vida, más seremos trasladados al edificio de Dios. Primero somos la labranza que produce algo comestible. Al ingerir el producto de la labranza, somos llevados al edificio.
El alimento que comemos debe llegar a formar parte de nuestra constitución. Esto requiere de un metabolismo. En la Biblia, a este proceso se le llama transformación. La transformación consiste de un cambio metabólico, un proceso orgánico. Primero, ingerimos el alimento. Después de cierto tiempo, éste es digerido y asimilado. Finalmente, lo que digerimos y asimilamos se convierte en las fibras de nuestro ser. En esto consiste el metabolismo, la transformación.
Para que un niño que pesa siete libras crezca y llegue a ser un hombre maduro de ciento setenta libras de peso, se necesita que él coma regularmente y que experimente un proceso de metabolismo normal. La comida que ingiere el niño lo hará crecer gradualmente. Finalmente, como resultado del proceso metabólico que se habrá producido durante muchos años, él llegará a la estatura de un hombre maduro. Como hombre maduro, él es el producto, la composición, de todos los alimentos que ha ingerido, digerido y asimilado. Esto ejemplifica el proceso del metabolismo espiritual. Nosotros comemos y digerimos el producto que crece en la labranza. Finalmente, el proceso de metabolismo hace que este suministro alimenticio se convierta en nosotros y nos transforme en material útil para la edificación del Cuerpo de Cristo.
La iglesia es una labranza que cultiva a Cristo. Todos los ingredientes del producto cultivado en la labranza son Cristo. El producto incluye diferentes aspectos de Cristo. El es la leche, las legumbres y la carne. La iglesia cultiva a Cristo, y todos los santos lo comen. Finalmente, por medio de la digestión, la asimilación y el metabolismo, Cristo se convierte en nosotros, y nosotros en El. Entonces somos los materiales aptos para el edificio.
Todos los puntos que Pablo menciona en 1 Corintios 3 están relacionados. Primero, habla de alimentar, beber y comer; luego, de plantar y de regar. Más adelante nos dice que solamente Dios da el crecimiento. En el versículo 9 dice que somos la labranza y el edificio de Dios. Así que, existe una estrecha relación entre todos estos asuntos. Como hemos visto, la labranza se transforma en el edificio.
En los versículos 10 y 11 Pablo dice directa y explícitamente que Cristo es el fundamento: “Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como sabio arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica. Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo”. Pablo afirma que ya puso a Cristo como el único fundamento. En el universo existe un solo fundamento y no debemos poner otro. No debemos decir que somos de alguna persona, que estamos en pro de esto, que preferimos aquello ni que nos gusta cierta localidad para llevar la vida de iglesia. Hablar así equivale a poner otro fundamento aparte de Cristo. En lugar de poner otros fundamentos, debemos edificar sobre el fundamento que ya se puso.
En el cristianismo actual abundan los diversos fundamentos, pero la edificación sobre el fundamento que ya fue puesto no existe casi en absoluto. El recobro del Señor debe ser completamente diferente. En el recobro, jamás debemos poner otros fundamentos; sencillamente debemos edificar sobre el que fue puesto hace más de mil novecientos años. Le damos gracias al Señor de que, en Su misericordia, El ha recobrado este único fundamento. Hace muchos años, en China, tomamos una firme decisión de poner a Cristo como fundamento único. Le declaramos a los que estaban en las denominaciones que no tendríamos ningún otro fundamento que no fuera Cristo. Como resultado, tuvimos que desechar muchas cosas para que solamente Cristo fuese exaltado. Ya que el único fundamento ha sido puesto, debemos edificar sobre él.
En 3:10 Pablo escribe: “Pero cada uno mire cómo sobreedifica”. Cuando hablamos de “cómo” hacer cierta cosa, por lo general nos referimos al método, no a los materiales que se usarán. Cuando queremos referirnos a los materiales, decimos: “¿Con qué va usted a edificar?” Por lo general no preguntamos: “¿Cómo va a edificar?” Pero en la Biblia estos dos aspectos son la misma cosa. Cómo edificamos sobre el fundamento equivale a con qué materiales edificamos. En otras palabras, conforme a la Biblia, el material que usamos al edificar constituye la manera en que edificamos. Según nuestro concepto natural, el material es una cosa y la manera es otra. El material se refiere a una substancia, y la manera, a la destreza o técnica. Pero en la Biblia, la substancia es la técnica; el material constituye la manera. De hecho, la Biblia da muy poca importancia a la destreza o técnica, pero si pone mucho énfasis en el material. Para Pablo lo importante no era la manera o el método que usamos para edificar la iglesia, sino la clase de materiales que utilizamos al hacerlo.
En el versículo 12 Pablo habla de dos maneras de edificar: “Y si sobre este fundamento alguno edifica oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca”. La primera consiste en edificar con oro, plata y piedras preciosas; la segunda, con madera, heno y hojarasca. En este mensaje se aprecian dos categorías de materiales. El oro, la plata y las piedras preciosas son minerales, mientras que la madera, el heno y la hojarasca se relacionan con la vida vegetal. En el recobro del Señor todos estamos llevando a cabo la obra de edificación. Por consiguiente, debemos mirar cómo edificamos. ¿Estamos edificando con oro, plata y piedras preciosas, o con madera, heno y hojarasca?
Lo que Pablo dice en 3:12 no está dirigido solamente a ancianos o a colaboradores, sino a todos los creyentes. Este versículo forma parte de una epístola dirigida a la iglesia de Corinto, con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Así que, este versículo se escribió para todos nosotros. Le aplica a usted y también a mí.
En la edificación de la iglesia, nosotros mismos somos los materiales. Siendo así, debemos preguntarnos qué clase de materiales somos. ¿Somos madera u oro, plata o heno, piedras preciosas u hojarasca? Tal vez la respuesta de muchos de nosotros sea que estamos en el proceso de transformación y, por consiguiente, en cierto sentido, somos madera y oro, heno y plata, hojarasca y piedras preciosas. Usando un ejemplo del mundo de los insectos, podemos compararnos a una oruga que está en su capullo, la cual está en el proceso de transformarse en mariposa. Por una parte, somos todavía una oruga; por otra parte, hay signos de que nos estamos convirtiendo en mariposa. El proceso de transformación ha empezado, pero todavía no se ha completado. Todos estamos en el camino de la transformación; en el proceso de ser transformados.
En 2 Corintios 3:18 Pablo dice: “Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. Mirar al Señor y ser transformados requiere que nuestra cara esté descubierta. No debe haber ningún velo entre nosotros y el Señor. En nuestra experiencia, un velo se refiere a algún aislamiento. Por más cerca que podamos estar del Señor, El no podrá infundirse en nosotros si existe un velo que nos aísle de El. La palabra aislamiento es un término que se usa mucho en la electricidad. Aislar algo es cubrirlo para que no reciba una descarga eléctrica. Hasta un pedazo de papel puede ser un aislante. Es posible que un aparato eléctrico funcione, y que haya electricidad en el cuarto, pero si existe un aislante que impida la conexión directa, la energía eléctrica no será trasmitida al aparato.
Esto muestra lo que sucede en las vidas de muchos cristianos actualmente. Los creyentes piensan que si aman al Señor, están cerca de El y caminan con El, todo estará bien. Pero quizás no se den cuenta de que aún tienen velos que los cubren e impiden que el Señor se infunda en ellos.
Pablo dice que debemos mirar al Señor a cara descubierta. No debería haber ningún velo entre nosotros y El. Si no nos cubre ningún velo, seremos un espejo que mira y refleja la imagen gloriosa del Señor. Cada vez que lo miramos directamente sin tener ningún velo, sin ningún aislante, El se infunde en nosotros. Recibimos la infusión de la electricidad divina.
Recibir la infusión de parte del Señor depende mucho de que lo comamos. De hecho, comer al Señor Jesús es permitir que El entre en nosotros mediante una transfusión. El Nuevo Testamento revela esto claramente. En él vemos que nuestra relación con el Señor se basa por completo en la vida espiritual. Y puesto que es algo espiritual, el idioma humano no puede describirlo correctamente. Por esta razón Pablo usa metáforas. En 1 Corintios 3, las palabras alimentar, leche, beber y alimento sólido son metáforas. El Señor Jesús también empleó metáforas y parábolas en Sus enseñanzas. Por ejemplo, El dijo: “Yo soy el pan de vida” (Jn. 6:35). El Señor añadió que el pan que El da es Su carne. Los judíos “contendían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede este hombre darnos a comer Su carne?” (v. 52). Comer al Señor Jesús es recibirle en nosotros y permitir que se añada a nosotros.
Uno no come de una vez por todas; se debe repetir día tras día. Aunque hemos comido diversos alimentos por muchos años, necesitamos seguir comiendo. Cada vez que ingerimos algún alimento, se produce la transfusión en nosotros, y por esta transfusión, Cristo se añade a nuestro ser.
La alimentación está relacionada con la transformación. Al ingerir alimentos, digerirlos y asimilarlos, se añade a nosotros una nueva substancia que reemplaza y elimina la vieja substancia. Este es el proceso metabólico de transformación. La alimentación implica que una nueva substancia se añade a nosotros para eliminar la vieja substancia con el fin de producir una transformación metabólica. Hoy los cristianos descuidan mucho este asunto tan importante.
Supongamos que la cara de una persona es muy pálida. Es muy diferente cambiar el color de su tez aplicándole maquillaje a que su rostro cambie como resultado de una alimentación y un metabolismo normales. Aplicar maquillaje es lo que hacen los agentes funerarios. Ellos aplican maquillaje sobre la cara del difunto porque es imposible que éste cambie metabólicamente. En nuestra vida cristiana, no debemos aplicarnos colores de maquillaje espiritual. Más bien, debemos comer al Señor. Pablo no llevaba una obra como la que realizan los empleados de pompas fúnebres. El no le aplicaba maquillaje a los corintios; más bien, los alimentaba. El sabía que si comían y bebían bien, serían transformados y su tez espiritual estaría sana.
La obra que Pablo realizó fue muy diferente de la que realizan muchos obreros cristianos hoy. Muchos llevan a cabo la obra de “pompas fúnebres”, pero Pablo alimentaba a los santos con Cristo. Del mismo modo, la iglesia no debe ser un lugar donde la gente compra cosméticos; antes bien, debe ser el restaurante del Señor, donde Su pueblo come. Cuanto más comamos a Cristo, más seremos transformados, y esta transformación nos hará gloriosos, hará posible que llevemos la imagen del Señor, Su apariencia, Su expresión gloriosa.
La transfusión que recibimos de parte del Señor se puede comparar con la electricidad que se transmite a un juguete eléctrico. Algunos juguetes se mueven, brincan y aun bailan cuando funcionan con electricidad. Nosotros somos semejantes al juguete electrónico. Cuando Cristo se nos infunde, empezamos a movernos. Hasta tenemos la sensación de que podríamos brincar o volar. Nuestra vida cristiana es una vida de transfusión; una vida en la que el Señor se nos infunde continuamente.
La transformación y la transfusión hacen de nosotros materiales vitales para el edificio de Dios. Como tales, estamos creciendo y cambiando. Puedo observar un cambio, una transformación, en las vidas de muchos santos, y particularmente en aquellos que no he visto por algún tiempo. ¡Alabado sea el Señor porque nos está transformando! Nos estamos convirtiendo en oro, plata y piedras preciosas para el edificio de Dios.
La iglesia no es una organización ni una sociedad, sino una entidad orgánica: el Cuerpo de Cristo. Sólo personas transformadas pueden formar parte del Cuerpo. Puesto que el Cuerpo de Cristo es orgánico, cuanto más crecemos y somos transformados, más somos edificados como el Cuerpo. Lo que el Señor anhela hoy es que Su Cuerpo sea edificado orgánicamente.