Mensaje 32
Lectura bíblica: 1 Co. 3:10-23; 2 Co. 3:18; Ro. 12:2
Pablo, hablando de Cristo como único fundamento, dice en 3:10: “Pero cada uno mire cómo sobreedifica”. En el versículo 12, añade: “Y si sobre este fundamento alguno edifica oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca”. Este versículo enseña que los materiales ideales para edificar son el oro, la plata y las piedras preciosas. ¿Por qué menciona Pablo solamente tres materiales de esta categoría y no dos o cuatro? Son tres porque se refieren a los tres de la Trinidad, es decir, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Las piedras preciosas están relacionadas con la obra transformadora del Espíritu Santo. Toda piedra preciosa es una substancia transformada. Anteriormente, era otro material, quizás arcilla o carbón. Luego, como resultado del intenso calor y presión, este material se transforma en piedra preciosa. Así que, las piedras preciosas hacen alusión a la transformación. En 2 Corintios 3:18 vemos que somos transformados por el Señor Espíritu, lo cual revela claramente que la obra del Espíritu consiste en transformarnos. Por consiguiente, el tercer material que se menciona en 3:12 se refiere al tercero de la Trinidad, el Espíritu.
En Exodo 30, la plata se usaba para redimir la vida del pueblo de Dios, por eso representa la redención efectuada por Cristo el Hijo, el segundo de la Trinidad. De ahí que la plata mencionada en 3:12 se refiere a la redención.
El oro, el primero de los materiales preciosos que menciona Pablo, se refiere al primero de la Trinidad, Dios el Padre. El oro no representa ni la redención ni la transformación, sino que, como elemento precioso, representa algo cuya naturaleza no cambia ni se corrompe. El oro siempre permanece igual, y en la Biblia se usa para representar la naturaleza de Dios el Padre. Al igual que el oro, la naturaleza divina nunca cambia.
Ya vimos que el oro, la plata y las piedras preciosas se refieren a Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu. Ahora debemos ver lo que significa edificar con estos materiales. Si queremos edificar con ellos, primero nosotros mismos debemos asimilarlos, o sea, debemos permitir que la naturaleza del Padre, la redención del Hijo y la obra transformadora del Espíritu se infundan en nosotros, que el Dios Triuno se forje en nuestro ser. Cuando lo recibimos bebiéndolo y comiéndolo, cuando somos infundidos con El y por El, el Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu, entra en nosotros para ser nuestro elemento y substancia. Esto produce en nosotros un proceso metabólico por el cual se nos añade un nuevo elemento y se elimina el viejo elemento. A este proceso también se le llama transformación.
La transformación no se produce de la noche a la mañana. Por el contrario, es una obra que se prolonga continuamente día tras día. Cuando invocamos al Señor Jesús, alabamos al Padre, oramos y leemos la Palabra, oramos, cantamos, adoramos, asistimos a las reuniones de la iglesia y tenemos comunión con los santos, ingerimos al Dios Triuno. Cuanto más recibimos de El, más Su elemento nos transforma metabólicamente y más se forja El en nosotros. Entonces tenemos el oro, la plata y las piedras preciosas.
Tener oro equivale a tener la naturaleza incorruptible del Padre. Ser redimido equivale a ser aniquilado, reemplazado y devuelto a Dios por medio de Cristo. Aunque somos salvos, todavía estamos muy lejos del Dios Triuno en muchas cosas. Cuando Cristo llega a ser nuestra redención, El nos devuelve a Dios, le pone fin a nuestra vida natural y nos reemplaza consigo mismo. Esto es experimentar la plata. Después, el tercero del Dios Triuno, el Espíritu, obra en nuestro interior y por medio de nuestras circunstancias para transformarnos en piedras preciosas.
La transformación comprende la obra del Espíritu en nuestro interior y también por medio de nuestro entorno. El Espíritu obra exteriormente en nuestras circunstancias a fin de obrar interiormente en nosotros. Por ejemplo, el Espíritu puede usar a nuestros hijos para transformarnos. Nosotros esperamos que ellos serán sumisos y obedientes, pero tal vez uno salga terco o hasta rebelde. Este niño hará que seamos presionados por el bien de nuestra transformación. Soy una persona mayor con muchos hijos y nietos, y puedo testificar que el Espíritu a menudo usa a nuestros hijos para presionarnos y consumirnos como parte de Su obra transformadora. Cuando empecé a experimentarlo en mi vida familiar, me turbé y no le hallaba explicación a lo que estaba sucediendo. Poco a poco me di cuenta de que necesitaba el calor y la presión que me provocaban mis hijos. Llegué a entender también que necesitaba otras presiones. La arcilla necesita un calor y una presión intensificados para convertirse en piedra preciosa. Según Romanos 8:28, Dios hace que todas las cosas cooperen para nuestro bien. Esto es lo que necesitamos. Así que, no nos debe sorprender cuando aun nuestros hijos sean usados para presionarnos y consumirnos a fin de convertirnos en piedras preciosas.
Muchos cristianos están influenciados por la enseñanza que dice que si creemos en el Señor Jesús y nos comportamos debidamente para la gloria de Dios, seremos bendecidos y prosperados en todos los aspectos. Según esta enseñanza, nos espera el éxito y la prosperidad. Además, se supone que nuestros hijos tendrán éxito en sus carreras predilectas. Si esta enseñanza fuese correcta, Pablo sería el creyente más desdichado que haya existido jamás. Escuche lo que dice en 4:11-13: “Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados y andamos sin dónde morar. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. Nos difaman, y exhortamos; hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todas las cosas”. ¿Es ésta la descripción de una persona exitosa y próspera? La situación de Pablo era muy diferente de la que se promete en la enseñanza que dice que los que creen en el Señor y viven correctamente recibirán bendiciones materiales. No obstante, Pablo era el más dichoso de los cristianos, pues en él verdaderamente se forjó el Dios Triuno.
En el recobro del Señor no debemos tenerle miedo a la transformación. No debemos contemplar la idea de dejar el recobro para ir en busca de un camino más fácil, de una reunión religiosa donde podamos ser consolados psicológicamente. Alabamos al Señor porque estamos recibiendo Su suministro y pasando también por el proceso de transformación. El oro divino se está añadiendo a nuestro ser. Puedo testificar firmemente que no lamento haber tomado la senda del recobro del Señor. Sí, he perdido mucho, pero he ganado mucho más. Si no hay pérdida, no puede haber ganancia. Lo que he perdido son cosas materiales, pero he ganado la naturaleza de mi Padre Dios, el oro de la naturaleza divina, algo que jamás cambia ni se descompone. ¡Aleluya por la naturaleza divina que ha sido añadida a nosotros! Además, alabamos al Señor por la maravillosa redención que estamos experimentando cada día, por la cual se nos da fin, somos devueltos a Dios y se nos reemplaza con Cristo. También estamos agradecidos por el calor y la presión que nos transforma de arcilla a piedras preciosas.
A medida que nos convertimos en oro, plata y piedras preciosas, somos edificados. La edificación depende del crecimiento y la transformación. Cuanto más crecemos, más somos rescatados de nuestro ser natural. Entonces, dondequiera que estemos, podemos fácilmente ser uno con los santos. Esta es la edificación.
Si verdaderamente hemos sido edificados, no tendremos ninguna opinión, disputa, contienda, preferencia, elección ni haremos comparaciones. Sencillamente nos daremos al Cuerpo del Señor y desearemos formar parte de él. Seremos uno con todos los santos sin importar a dónde vayamos. Esto es lo que significa ser edificado con oro, plata y piedras preciosas.
La mayoría de los cristianos de hoy están divididos. Es difícil encontrar a dos creyentes que hayan sido debidamente edificados. La división y la falta de edificación se deben al hecho de que los creyentes permanecen en su vida natural, en su ser natural y en sus aspiraciones mundanas. Son muchos los que todavía tienen sus propias preferencias, deseos y predilecciones, lo cual hace imposible que sean verdaderamente uno. Por lo tanto, entre ellos no se produce la vida práctica del Cuerpo.
No podemos tener la vida del Cuerpo hasta que tengamos cierta medida de crecimiento al ser transformados. Alabamos al Señor porque por lo menos en cierta medida, las iglesias del recobro del Señor se están edificando de esta manera. Los santos están llegando a la unidad y no tienen tantas opiniones, preferencias ni elecciones. Además, tenemos una sola meta: la visión central del propósito eterno de Dios, que consiste en ministrar a Cristo en los santos para que se forje en ellos y así lleguen a ser un solo Cuerpo. Aunque tal vez no somos totalmente uno en esta meta, estamos en el proceso de llegar a la unidad. La situación actual ha mejorado considerablemente en comparación con lo que existía hace diez años. Alabamos al Señor por lo que ha hecho en los pasados diez años. No obstante, queremos experimentar más transformación para que haya más edificación.
Primero, nosotros mismos debemos convertirnos en oro, plata y piedras preciosas. Entonces seremos edificados espontáneamente y así llegará a existir el Cuerpo. De esta manera, somos edificados sobre Cristo como único fundamento. Cuanto más somos transformados, más edificamos sobre Cristo como fundamento. Además, a medida que ministramos en los demás al Dios Triuno, al Padre como el elemento de oro, al Hijo con Su redención práctica y al Espíritu con la obra de transformación, más serán infundidos y alimentados. Entonces, cada uno se convertirá gradualmente en la misma clase de materiales preciosos. Se encontrarán en la misma condición, recibirán la misma alimentación y tendrán el mismo destino. Finalmente, el Señor obtendrá la iglesia que El desea, es decir, el Cuerpo como expresión corporativa de Cristo.
No esperen que muchos cristianos experimentarán esta obra de transformación y edificación. Por el contrario, en conformidad con el principio de los vencedores, el número será limitado. El Señor dirigió las siete epístolas en Apocalipsis a todas las iglesias y a todos los santos. No obstante, El no esperaba que en las iglesias todos serían como El. Por esta razón, al final de cada epístola, El se dirige a los vencedores. Finalmente, el Señor obtendrá un pequeño número de creyentes, los vencedores, que satisfarán el deseo de Su corazón y cumplirán Su propósito eterno.
¿Sabe usted de qué manera obtendrá el Señor a los creyentes que vencen? Lo hará por el nutrir, beber, comer, plantar, regar y crecer; mediante la labranza y el edificio, cuyo único fundamento es Cristo y cuya edificación se lleva a cabo con materiales preciosos: el oro, la plata y las piedras preciosas. Finalmente, este edificio llegará a ser el templo de Dios.
En 3:16-17 Pablo dice: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios es santo, y eso es lo que sois vosotros”. Pablo nos advierte que no destruyamos el templo de Dios. Cuando era un cristiano joven, yo pensaba que el templo mencionado en los versículos 16 y 17 se refería simplemente a la iglesia en el sentido amplio y general. Más tarde, y como resultado de mucho estudio y de mucha experiencia, entendí que en el versículo 17, el templo se refiere a todos los creyentes en el sentido universal, mientras que en el versículo 16, a los creyentes colectivamente en cierta localidad, como por ejemplo Corinto. El templo de Dios, el cual es único, espiritual y universal tiene su expresión en muchas localidades en la tierra. Cada expresión es el templo de Dios en esa localidad. Por consiguiente, el templo debe referirse a la iglesia edificada en cierta localidad. El templo se edifica con los creyentes de manera práctica. En cuanto al edificio, primero se debe reunir los materiales; luego, éstos llegan a formar parte del edificio.
En el capítulo 3 Pablo advierte a los corintios que miren cómo edifican. Por el lado positivo, les indica que sobre el fundamento deberían edificar con oro, plata y piedras preciosas. Por el lado negativo, les advierte que no destruyan el templo de Dios. La palabra griega que se traduce destruir significa también arruinar, corromper, profanar, estropear. Edificar con madera, heno y hojarasca equivale a arruinar, estropear, el edificio de Dios. Según el contexto del capítulo 3, se puede destruir el templo al poner un fundamento que no sea Cristo o al edificar sobre el fundamento con madera, heno y hojarasca. El hecho de que los corintios decían que eran de Pablo, Apolos, o Cefas equivalía a poner otro fundamento, y por ende, a estropear el templo. Además, edificar con cosas naturales equivalía también a arruinar el templo de Dios.
El problema de los corintios consistía en que tenían otros fundamentos, los cuales eran sus preferencias y predilecciones. El contexto nos enseña que cuando nos gloriamos en los hombres y decimos que somos de cierta persona, profanamos el templo de Dios. Los que tienen sus propias preferencias tal vez se consideren sabios, pero en realidad son insensatos. Como veremos, al final del capítulo tres Pablo hace notar que todas las cosas y todos los siervos del Señor son nuestros. No es necesario tener preferencias ni predilecciones. Así que, no debemos decir que somos de alguien ni que estamos en pro de algo. Todo es nuestro, nosotros somos de Cristo, y Cristo es de Dios.
Si examinamos los últimos versículos del capítulo tres conforme al contexto de los tres primeros capítulos de esta epístola, descubriremos que el concepto de Pablo era que si decimos que somos de alguien, destruimos la iglesia. Pablo parecía decir: “La iglesia está en el proceso de ser edificada, pero algunas partes ya fueron edificadas. Así que, no destruyan la iglesia. No la estropeen, no la arruinen ni la profanen. Si edifican la iglesia con lo que ustedes son por naturaleza, profanan la iglesia. Además, la arruinan cuando dicen ser de Apolos, de Cefas o de Pablo. Si destruyen la iglesia de esta manera, Dios los destruirá a ustedes”. Por una parte, ser destruidos por Dios significa ser privados de la bendición, carecer de la experiencia de alimentar, beber, comer, plantar, regar y crecer, y perder la oportunidad de obtener el oro, la plata y las piedras preciosas. Por otra parte, ser destruido significa que somos juzgados con fuego, y que nuestras obras son quemadas. Pero si edificamos con oro, plata y piedras preciosas, nuestra obra permanecerá y recibiremos una recompensa (v. 14).
Les aliento a orar y leer estos versículos a la luz de lo que hemos visto en este mensaje. Si lo hacen, serán alimentados y les será infundido el elemento divino. Entonces experimentarán más transformación, y la iglesia tendrá más edificación.