Mostrar cabecera
Ocultar сabecera
+
!
NT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Nuevo Testamento
AT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Antiguo Testamento
С
-
Mensajes del libro «Estudio-Vida de 1 Corintios»
Чтения
Marcadores
Mis lecturas


Mensaje 37

LO TOCANTE A LITIGIOS ENTRE CREYENTES

  Lectura bíblica: 1 Co. 6:1-11

  En 6:1-11 Pablo habla de los litigios que se dan entre creyentes. Al leer estos versículos, no sólo debemos ocuparnos de las letras impresas, sino que debemos profundizar en ellos y tocar el anhelo que había en Pablo mientras los escribía.

  El tercer problema que se afronta en esta epístola es el de un hermano que va a juicio contra otro (vs. 1-11). Este pecado no es como la división, la cual se origina en el alma, ni es tan horrible como el incesto, el cual es llevado a cabo mediante el cuerpo lujurioso. Se trata de un hermano que reclama sus derechos legales, no estando dispuesto a sufrir agravio, ni a aprender la lección de la cruz.

  Hemos dicho que en esta epístola Pablo abarca por lo menos diez problemas diferentes. El primero es la división; el segundo, el pecado abominable de incesto; el tercero tiene que ver con un hermano que llevó a juicio a otro hermano. ¿Por qué Pablo toca este asunto en tercer lugar y no en segundo ni en cuarto? Para contestar esta pregunta es necesario entrar a las profundidades de esta epístola.

  Cuando Pablo escribe 1 Corintios, su objetivo era eliminar todo aquello que reemplaza a Cristo. En el caso de los creyentes corintios, se trataba de la cultura, la filosofía y la sabiduría griegas, las cuales son positivas, pues constituyen el mejor producto de la sociedad. Sin la cultura, no habría nada que nos restringiera, y sin la filosofía ni la sabiduría, seríamos insensatos. Toda persona necesita la cultura, la sabiduría y la filosofía. El problema era que estas cosas positivas reemplazaban a Cristo en la vida de los creyentes corintios. Así que, el anhelo que había en el espíritu de Pablo era hacer que los creyentes volvieran a Cristo, el centro único de Dios.

  Dios desea forjar a Cristo en Su pueblo escogido para que El sea la vida y el todo para ellos, y que ellos le vivan y así lleguen a ser Sus miembros de manera práctica. De esta manera Cristo obtiene Su Cuerpo, la iglesia. Pablo tenía esta visión en su espíritu mientras escribía 1 Corintios. En esta epístola, el primer problema al que él hace frente es la división. La división se origina en el alma, particularmente en la mente. A esto se debe que Pablo hablara de la mente filosófica de los creyentes corintios. Posteriormente, él afronta el problema del pecado abominable. La secuencia que él usa indica que si los cristianos viven por el alma y por la cultura en lugar de vivir a Cristo, darán lugar a que se introduzcan las concupiscencias de la carne.

  Hoy es muy común que los cristianos substituyan a Cristo usando una variedad de cosas anímicas. Esto abre el camino para que se introduzcan las concupiscencias de la carne. Así que, entre el pueblo redimido de Dios vemos los problemas del alma y de las concupiscencias de la carne.

  Lo anímico es algo fino, a diferencia de las concupiscencias de la carne. La cultura, por ejemplo, pule a la gente. Ser culto es sencillamente ser pulido. Por el contrario, las concupiscencias de la carne son ásperas y abominables. No obstante, siempre y cuando la gente viva en el alma, se dará lugar a las lujurias de la carne. De hecho, a menudo los actos más pecaminosos y lujuriosos los comenten las personas más cultas. En muchos casos, ni las personas poco cultas llevan una vida tan pecaminosa. Se ha comprobado que en muchas instancias los que ejercitan mucho su alma son muy pecaminosos. Por una parte, llevan una vida anímica; por otra parte, son dados a las concupiscencias de la carne. Hoy muchos cristianos siguen esta corriente.

  Ya vimos que después de hablar acerca del alma y de las concupiscencias de la carne, Pablo aborda el tema de recurrir a la ley secular, lo cual tiene que ver con el reclamo de derechos y con no estar dispuestos a sufrir el agravio. Mientras seamos anímicos y carnales, siempre reclamaremos nuestros derechos y no estaremos dispuestos a sufrir ningún agravio. A esto se debe que, al mencionar los problemas a los que se afronta en esta epístola, Pablo ubica el de reclamar los derechos en tercer lugar. Este problema existía entre los creyentes de Corinto.

  Reclamar los derechos de uno es un problema que no sólo existe en la sociedad y en la iglesia, sino también en la vida matrimonial. Si la pareja vive en el alma y según las concupiscencias, ambos reclamarán sus derechos y ninguno estará dispuesto a ceder. Sólo viviendo en el espíritu estaremos dispuestos a ceder y a no insistir en nuestros derechos. Cuando nuestra vida sea regida por el espíritu mezclado, no reclamaremos ningún derecho; nos parecerá que no tenemos nada que reclamar. El hecho de que reclamamos nuestros derechos se debe a que en lugar de vivir por el espíritu mezclado, vivimos en el alma y en la carne. En el caso de los creyentes corintios, debido a que prevalecía la vida del alma y a que le dieron lugar a las concupiscencias de la carne, se dieran litigios entre ellos. La secuencia que hemos visto hasta ahora es que primeramente está la vida anímica, luego las concupiscencias de la carne y posteriormente, el reclamo de derechos.

I. LOS CREYENTES DEBEN SER JUZGADOS POR LA IGLESIA

A. Los santos han de juzgar al mundo

  En 6:1 Pablo pregunta: “¿Osa alguno de vosotros, cuando tiene pleito contra otro, someterse más bien al juicio de los injustos que al de los santos?” Los injustos son los incrédulos, los cuales son injustos delante de Dios.

  En el versículo 2 Pablo añade: “¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo? Y si el mundo ha de ser juzgado por vosotros, ¿sois indignos de juzgar las cosas más pequeñas?” En la era venidera, la del reino, los santos que venzan regirán las naciones del mundo (He. 2:5-6; Ap. 2:26-27). En calidad de correyes de Cristo, ellos juzgarán al mundo en el siglo venidero. Puesto que esto es así, ellos ciertamente son dignos de juzgar las cosas más pequeñas. Estos juicios son llevados a cabo por varios santos que juzgan casos entre sí. Juzgar tales casos es insignificante en comparación con regir el mundo. Pablo parecía decirles: “Ustedes juzgarán casos grandes, y ¿no pueden juzgar las cosas triviales de hoy? ¿Por qué no permiten que los santos juzguen sus casos? ¿Por qué tienen que someterse al juicio de los incrédulos?”

B. Los santos han de juzgar a los ángeles

  Leamos el versículo 3: “¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? ¿Cuánto más las cosas de esta vida?” La expresión las cosas de esta vida indica que el juicio sobre los ángeles ocurrirá en el futuro, y no en esta era. Esto se refiere probablemente al juicio que se revela en 2 Pedro 2:4 y Judas 6. Los ángeles mencionados en estos versículos y a los que se hace referencia en Efesios 2:2; 6:12, y Mateo 25:41 deben de ser los ángeles malignos. Así que, en el futuro nosotros los que creemos en Cristo juzgaremos no solamente el mundo humano, sino también el mundo angelical.

C. Se condena el hecho de ir a juicio ante los incrédulos

  En el versículo 4 Pablo escribe: “Si, pues, tenéis juicios sobre cosas de esta vida, ¿ponéis para juzgar a los que nada significan para la iglesia?” Pablo se refiere a los incrédulos como personas que no significan nada para la iglesia. Por consiguiente, condena el hecho de ir a juicio ante los incrédulos.

D. Los santos deben juzgar los casos entre hermanos

  En el versículo 5 Pablo añade: “Para avergonzaros lo digo. ¿Pues qué, no hay entre vosotros sabio, ni aun uno, que pueda juzgar entre sus hermanos?” En el capítulo 4 Pablo dijo que su intención no era avergonzar a los santos, pero aquí dice que lo que escribe lo hace para avergonzarlos. El desaprueba rotundamente el que un hermano vaya a juicio contra otro, y esto ante los incrédulos (v. 6).

E. Tener litigios entre hermanos es un fracaso

  En los versículos 7-8 Pablo dice: “Así que, por cierto es ya un fracaso para vosotros que tengáis litigios entre vosotros. ¿Por qué no sufrís más bien el agravio? ¿Por qué no sufrís más bien el ser defraudados? Pero vosotros cometéis el agravio, y defraudáis, y esto a vuestros hermanos”. Lo que Pablo dice en cuanto a que es ya un fracaso tener litigios entre hermanos implica que es un defecto, una falta, una pérdida, quedarse corto (de heredar el reino de Dios, v. 9). Estar dispuesto a ser agraviados o defraudados es estar dispuestos a sufrir pérdida, aprender la lección de la cruz, a guardar la virtud de Cristo a cierto costo. Así que, Pablo pregunta a los creyentes por qué no estaban dispuestos a ser agraviados y aprender la lección de la cruz. En lugar de sufrir pérdida, agraviaban a los demás y los defraudaban. No hay duda de que las palabras de Pablo son fuertes.

  Quisiera decir una vez más que el problema aquí consiste en reclamar nuestros derechos, lo cual procede de las concupiscencias de la carne, las cuales a su vez resultan de vivir en el alma. Así que, cuando vivimos en el alma, se introducen las concupiscencias, y éstas nos llevan a insistir en nuestros derechos y reclamarlos. No hay duda de que Pablo intencionalmente afrontó los tres primeros problemas en una secuencia particular. Primero le hizo frente a la división, la cual proviene de la vida del alma; segundo, al pecado abominable, el cual proviene de las concupiscencias de la carne; y tercero, al reclamo de derechos.

  El problema de reclamo de derechos está presente tanto en la vida de iglesia como en la vida familiar. Es posible que dos hermanos tengan problemas entre ellos, y cada uno reclame sus derechos. En 6:1-11, a Pablo le preocupaba el asunto de reclamar nuestros derechos personales. Esto es algo que está escondido en todos nosotros. Todos tenemos la tendencia a reclamar nuestros derechos en ciertos asuntos. Tal vez algunos dirán que nunca han llevado a nadie al tribunal ni tampoco ante los ancianos de la iglesia. Quizás no lo hayan hecho, pero en su interior tienen la intención de reclamar sus derechos. Por ejemplo, tal vez digan para sí: “¿Por qué este hermano me trató de esa manera?” El simple hecho de decir esto demuestra que estamos reclamando nuestros derechos. A los ojos de Dios, reclamar nuestros derechos en nuestro corazón equivale a llevar a un hermano al tribunal. Esto debe ser erradicado y totalmente eliminado de nosotros. Con este objetivo escribió Pablo estos versículos.

II. LOS CREYENTES PECAMINOSOS NO CALIFICAN PARA HEREDAR EL REINO DE DIOS

  En el versículo 9 Pablo hace una pregunta relacionada con el reino de Dios: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios?” Heredar el reino de Dios en la era venidera es una recompensa para los santos que buscan justicia (Mt. 5:10, 20; 6:33).

  Cuando Pablo habla de los injustos, ¿a quién se refiere, al que agravia a otros o al agraviado? Me parece que se refiere al que agravia a otros. Si perjudicamos a un hermano, somos injustos, y los creyentes injustos no heredarán el reino de Dios. Según lo dicho por el Señor en Mateo, debemos ser absolutamente justos si queremos heredar el reino venidero como recompensa. El Señor dice incluso que nuestra justicia debe superar la de los fariseos. El reino de Dios está establecido sobre la justicia; por esta razón, debemos ser justos para heredarlo. Así que, no debemos agraviar ni defraudar a nuestros hermanos. Hacer esto es ser injustos, y si somos injustos no heredaremos el reino.

  Leamos lo que dice Pablo en los versículos 9-10: “No os desviéis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los que viven de rapiña, heredarán el reino de Dios”. Ninguna persona pecaminosa o injusta tiene parte en el reino venidero.

  En el versículo 9 Pablo habla de heredar el reino. Esto es muy significativo. La palabra heredar implica disfrute. Heredar algo significa disfrutar aquello. Así que, heredar el reino venidero significa disfrutarlo. Dicho reino será una herencia de gozo para los vencedores. Como dice Mateo, la manifestación del reino será una recompensa para los santos que venzan, la cual disfrutarán con el Señor. Heredar el reino no es simplemente entrar en él, sino recibirlo como recompensa y disfrutarlo. Esto debe servirnos como incentivo para que llevemos una vida vencedora, una vida sin pecado y justa. Si queremos vivir así, debemos celebrar la fiesta de los panes sin levadura. Entonces llevaremos una vida sin levadura, sin pecado. Al llevar una vida justa, seremos aptos para heredar el reino que viene.

  En el versículo 11 Pablo añade: “Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo, y en el Espíritu de nuestro Dios”. En contraste con el lavamiento, la santificación y la justificación mencionados en 1 Juan 1:7, Hebreos 10:29 y Romanos 3:24-25, el lavamiento, la santificación y la justificación del versículo 11 no se efectúan por medio de la sangre de modo objetivo. Son el lavamiento subjetivo de la regeneración conforme a Tito 3:5, la santificación subjetiva efectuada por el Espíritu mencionada en 1 Pedro 1:2 y la justificación subjetiva en el Espíritu como se ve en este versículo. Todos estos elementos de la salvación se llevaron a cabo en nosotros en el nombre del Señor Jesucristo (es decir, en la persona del Señor, en una unión orgánica con el Señor por fe) y en el Espíritu de Dios (es decir, en el poder y la realidad del Espíritu Santo). Primero, fuimos lavados de las cosas pecaminosas; segundo, fuimos santificados, apartados para Dios; y tercero, fuimos justificados, aceptados por El.

  No es fácil entender cómo somos lavados en el nombre del Señor. Si Pablo hubiera dicho que somos lavados, santificados y justificados en la preciosa sangre de Cristo, eso habría sido mucho más fácil de captar. Pero ¿qué significa ser lavado en el nombre del Señor y en el Espíritu? Además, Pablo usa el pretérito y dice que los corintios ya fueron lavados, santificados y justificados. Tal vez nos resulte difícil de creer que algunos corintios habían sido realmente lavados, santificados y justificados.

  Cuando una persona cree en el Señor Jesús y le recibe, ella es lavada en la sangre y también santificada y justificada por ésta. Sin embargo, el lavamiento, la santificación y la justificación por medio de la sangre constituyen una experiencia objetiva. Pero esta experiencia también tiene un aspecto subjetivo, el cual debemos experimentar. Y puede ser que lo hayamos experimentado inmediatamente después de ser salvos, pero solamente por un corto período. Por lo menos durante unos días llevamos una vida limpia, pura, santificada y justificada. El aspecto objetivo de esta experiencia se lleva a cabo en la sangre de Cristo. Pero al mismo tiempo que vivimos de manera limpia, santificada y justificada, experimentamos algo subjetivo. Esta experiencia subjetiva no se tiene en la sangre, sino en el nombre del Señor Jesús y en el Espíritu.

  Tengo la certeza de que cada persona salva ha experimentado en alguna medida el ser lavado, santificado y justificado de manera subjetiva. Después de que usted fue salvo, ¿acaso no experimentó un vivir limpio y puro, por lo menos durante cierto tiempo? ¿Acaso no tuvo la sensación de que era santo, santificado, separado para el Señor? ¿Acaso no vivió en justicia de manera que nada injusto podía afectarle? Sin embargo, en la mayoría de los casos, los creyentes no viven así por mucho tiempo. Por lo general, sólo dura unos pocos días. Si usted recuerda cuál fue su experiencia después de ser salvo, se dará cuenta que efectivamente experimentó un lavamiento, una santificación y una justificación subjetivos en el nombre del Señor y en el Espíritu.

  Según el Nuevo Testamento, la expresión en el nombre del Señor significa en el Señor mismo, porque el nombre denota la persona. Si una persona que lleva un determinado nombre no existe, dicho nombre es vano. Pero cuando llamamos por nombre a una persona viva, ella contesta. Del mismo modo, cuando decimos: “Señor Jesús”, experimentamos la persona del Señor. El Señor es una persona viva, y no un simple nombre. Por lo tanto, cada vez que invocamos el nombre del Señor Jesús, invocamos la persona del Señor. El es real, vivo, está presente y disponible. Cada vez que lo invocamos, El contesta. Damos testimonio de que el Señor Jesús es real, está vivo y está presente. Siempre que lo invocamos, El viene a nosotros.

  Cuando fuimos salvos, posiblemente invocamos el nombre del Señor de manera espontánea y sin darnos cuenta; no tuvimos necesidad de que nadie nos enseñara a hacerlo. En este nombre, el cual es la realidad de la persona viviente de Cristo, fuimos lavados, santificados y justificados. No obstante, cuando dejamos de invocar al Señor, perdemos la experiencia subjetiva del lavamiento, la santificación y la justificación.

  El versículo 11 nos enseña que somos lavados, santificados y justificados no solamente en el nombre del Señor Jesucristo, sino también en el Espíritu de nuestro Dios. El nombre es la persona y la persona es el Espíritu. No se puede separar el nombre del Señor de Su Espíritu, pues el Espíritu es Su persona. Según Juan 14, 15 y 16, el nombre no está separado del Espíritu. Esto se debe a que el nombre es la persona, y la persona es el Espíritu. Cuando invocamos: “Oh Señor Jesús”, el Señor viene. Pero al venir a nosotros, viene como Espíritu. No hay duda que Pablo experimentó esto. El sabía que cuando invocaba el nombre del Señor, el Señor venía a él como Espíritu. Fue en el nombre y en el Espíritu que él tuvo la experiencia subjetiva del lavamiento, la santificación y la justificación. Esta es también nuestra experiencia cuando invocamos el nombre del Señor y tenemos contacto con el Espíritu, quien es la persona a quien este nombre denota.

  Para entender lo que dice Pablo en el versículo 11 se necesita mucha experiencia. Hace muchos años, no sabía cómo aplicar estas palabras, porque no había sido iluminado respecto a lo que significa invocar el nombre del Señor Jesús. No veía la relación entre el nombre del Señor, o sea, Su persona, y el Espíritu. Tampoco me daba cuenta de que cuando uno invoca el nombre del Señor, viene la persona, y que esta persona es el Espíritu. Sin embargo, la experiencia nos enseña que cuando invocamos el nombre del Señor, recibimos la persona del Señor, y que la persona del Señor es el Espíritu. Además, si seguimos invocando el nombre del Señor, y así disfrutamos Su nombre y Su Espíritu, seremos lavados, santificados y justificados cada día. Entonces seremos aptos y estaremos preparados para heredar el reino venidero.

  Hasta ahora hemos visto que estos capítulos abordan los temas del alma, las concupiscencias de la carne y el reclamo de derechos. Ahora debemos ser los santos que son lavados, santificados y justificados de manera subjetiva y que están preparados para heredar el reino venidero.

Biblia aplicación de android
Reproducir audio
Búsqueda del alfabeto
Rellena el formulario
Rápida transición
a los libros y capítulos de la Biblia
Haga clic en los enlaces o haga clic en ellos
Los enlaces se pueden ocultar en Configuración