Mensaje 43
(3)
Lectura bíblica: 1 Co. 7:6, 10, 12, 25, 29, 35, 40
En los mensajes anteriores abarcamos los principios básicos revelados en el capítulo siete respecto a la vida matrimonial. En este mensaje examinaremos un tema muy importante: la enseñanza del apóstol.
La manera en que el apóstol Pablo enseñaba difiere totalmente de cómo enseñaban los profetas en el Antiguo Testamento. Cuando éstos hablaban por Dios, la palabra del Señor venía a ellos y les capacitaba para hablar en nombre de El. Los profetas solían decir: “Así dice el Señor”. Esta costumbre antiguotestamentaria la siguen muchos de los que integran el actual movimiento pentecostal. El catolicismo hace que las personas vuelvan a los ritos del Antiguo Testamento, pero dicho movimiento las hace volver al método profético de éste. Además, según mi experiencia, los creyentes pentecostales cantan más pasajes del Antiguo Testamento que del Nuevo; específicamente versículos de Salmos y de Isaías. Aunque son creyentes neotestamentarios, tienen algunas prácticas que concuerdan más con el Antiguo Testamento. El método antiguotestamentario según el cual se afirma: “Así dice el Señor”, es muy superficial. En el Nuevo Testamento, la manera de hablar por el Señor es muy diferente.
El Nuevo Testamento tiene dos características extraordinarias: es misterioso y profundo, o sea, es un libro de misterios y profundidades. Profetizar según el método del Antiguo Testamento es superficial, pero hacerlo de manera que edifique la iglesia es profundo. Del mismo modo, cantar versículos de Salmos o de Isaías puede ser superficial, pero cantar el tercer capítulo de Efesios, especialmente los versículos que hablan de que Cristo hace Su hogar en nuestros corazones para que seamos llenos de toda la plenitud de Dios, es cantar cosas profundas y misteriosas. ¿Conoce usted cristianos que canten del hecho de que somos un solo espíritu con el Señor, o de que sus cuerpos son miembros de Cristo? Como hemos visto, Pablo expone estos temas en 1 Corintios 6. No obstante, a muchos creyentes les es un idioma extraño. Ellos llevan una vida superficial y nunca han tocado las profundidades de la revelación divina contenida en el Nuevo Testamento.
El capítulo siete de 1 Corintios es misterioso y profundo. En él Pablo nunca expresa: “Así dice el Señor”. Esto se debe a que en el Nuevo Testamento, la enseñanza de los apóstoles se basa en su totalidad en el principio de encarnación, según el cual Dios habla en las palabras del hombre. Cuando el Señor Jesús se expresaba, a las personas les era difícil discernir quién era el que hablaba. Obviamente, el que les hablaba era un hombre, pero éste no les dijo: “Soy un profeta de Nazaret. Anoche, la palabra de Dios vino a mí, y ahora quiero comunicárselas. Así dice el Señor”. Cuando el Señor Jesús hablaba a los fariseos, tenía la apariencia de una persona común de Nazaret. Nada indicaba que El fuera diferente, y los fariseos lo tenían como un hombre inculto. Pero el Señor Jesús es el Dios encarnado, en quien se ve la realidad de la encarnación. Así que, mientras hablaba, Dios hablaba también. En realidad, Sus palabras eran las palabras de Dios. Dios y El hablaban en uno. Esto significa que en el Señor Jesús, Dios y el hombre hablaban juntamente como una sola persona. Este es el principio de encarnación.
El día de Pentecostés, los apóstoles y los discípulos empezaron también a hablar según el principio de encarnación. De ahí que los escritos de Pedro, Juan y Pablo, contenidos en la Biblia, se convirtieron en las palabras de Dios. Además, dichas palabras forman parte del Nuevo Testamento. Aunque en 1 Corintios 7 Pablo dice que algunas de las cosas que expresa no las dijo ni las mandó el Señor, todo lo que habló en ese capítulo llegó a formar parte de la revelación divina del Nuevo Testamento. Esto se debe a que Pablo era absolutamente uno con Dios. Inclusive cuando dice que no tiene palabra del Señor, el Señor habla en las palabras de él. Puesto que Pablo era uno con el Señor, cuando él hablaba, el Señor hablaba junto con él. Así que, en 1 Corintios 7 vemos en Pablo un ejemplo del principio de encarnación. Es muy importante que entendamos este principio.
En 7:6 Pablo escribe: “Mas esto digo por vía de concesión, no por mandamiento”. Esto implica que el apóstol en su enseñanza tenía autoridad para dar mandamientos a los creyentes. No obstante, lo que él dice en 7:1-5, lo dice por vía de concesión, no por mandamiento.
Leamos el versículo 10: “A los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor: que la mujer no se separe del marido”. Hemos visto que el principio antiguotestamentario con respecto a hablar por Dios (profetizar) consiste en decir: “Así dice Jehová” (Is. 10:24; 50:1; Jer. 2:2; Ez. 2:4). Pero el principio neotestamentario de encarnación consiste en decir: “Yo mando”; refiriéndose al que habla. El que habla y el Señor son uno. Así que, Pablo dijo: “No yo, sino el Señor”. La palabra griega que se traduce mando puede traducirse doy un mandato u ordeno.
Las palabras: “mando, no yo, sino el Señor” indican dos cosas: (1) que el apóstol era uno con el Señor; por consiguiente, lo que él mandó, lo mandó el Señor; y (2) que sus mandamientos eran los del Señor. Lo que el apóstol mandó, el Señor ya lo había mandado en Mateo 5:31-32 y 19:3-9. El Señor no permite el divorcio.
En 7:10 vemos el mismo principio que en Gálatas 2:20, donde Pablo escribe: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. En ambos versículos se ve el principio de encarnación; dos personas viven como una sola. En 7:10 vemos que el Señor y Pablo hablan como una sola persona. A esto se debe que Pablo dijera: “Mando, no yo, sino el Señor”. ¿Por qué no dice Pablo en este versículo: “A los que están unidos en matrimonio, el Señor manda?” ¿Por qué dice que él manda, pero no él, sino el Señor? La respuesta es que Pablo comprendía que estaba unido al Señor y que lo que él hablaba era lo que el Señor hablaba. Puesto que era uno con el Señor, hasta cuando no había recibido ninguna palabra del Señor, todo lo que decía era palabra del Señor.
Pablo deja bien claro que en algunos asuntos él es quien habla, y no el Señor. Por ejemplo, en el versículo 12 dice: “Y a los demás, yo digo, no el Señor: si algún hermano tiene mujer que no sea creyente, y ella consiente en vivir con él, no la abandone”. Una vez más, esto se basa en el principio neotestamentario de encarnación. Aunque él añadió: “Yo digo, no el Señor”, todo lo que dijo el apóstol en los versículos siguientes forma parte de la revelación divina del Nuevo Testamento. Aunque expresó su opinión en el Señor y no el mandamiento de éste, lo que dijo fue el pensamiento del Señor.
¿Puede usted percibir el espíritu de Pablo en estos versículos? El parece decir: “Me doy cuenta que ésta es mi palabra, y no la del Señor, pero pienso que esto le agrada a El. El se complace cuando permanecemos en paz. Aunque el Señor no dijo esto, tengo la certeza de que le agrada. Así que, yo digo que un hermano no debería abandonar a su mujer incrédula, si ella consiente en vivir con él. Del mismo modo, una hermana no debe abandonar a su marido incrédulo si éste consiente en vivir con ella. Pero si el marido incrédulo desea separarse de la esposa creyente o viceversa, ninguno de los dos debe oponerse. Por el contrario, deben permitir que el cónyuge se vaya, porque Dios nos ha llamado en paz. Yo digo esto, no el Señor, pero creo que le agrada”.
En esto vemos a una persona que por estar unida al Señor conoce el corazón, la mente y el beneplácito de El, y por ende, tiene la osadía de expresar algo que el Señor no dijo.
En los versículos 29 y 35 Pablo deja bien claro que él habla, y no el Señor. En el versículo 29 escribe: “Pero esto digo, hermanos: que el tiempo se ha acortado; en adelante, los que tienen esposa sean como si no la tuviesen”. En el versículo 35 añade: “Esto lo digo para vuestro provecho; no para tenderos lazo, sino para lo decoroso, y para que sin distracción atendáis al Señor”. Es evidente que es Pablo quien habla en ambos versículos, pero el Señor habla en sus palabras.
Leamos el versículo 25: “En cuanto a las vírgenes, no tengo mandamiento del Señor; mas doy mi parecer, como uno a quien el Señor ha concedido misericordia para ser fiel”. La mujer no debe separarse de su marido. Esto, dijo el apóstol, es mandamiento del Señor (v. 10). En cuanto a que no se casen las vírgenes, dijo que no tenía mandamiento del Señor, pero dio su opinión en los versículos subsecuentes. Se atrevió a hacer esto porque el Señor le había concedido misericordia para ser fiel en los intereses del Señor, y porque era verdaderamente uno con El. Su opinión expresó el deseo del Señor. Otra vez, esto se basa en el principio neotestamentario de encarnación.
Es posible que entre los que leen 1 Corintios algunos piensen que Pablo fue demasiado osado al dar su parecer aun cuando no tenía mandamiento del Señor. ¿Quién de nosotros se atrevería a decir que en cuanto a cierto asunto no tiene mandamiento del Señor, pero que da su parecer? Esto es precisamente lo que hace Pablo en el versículo 25. En ello vemos la espiritualidad más elevada, la espiritualidad de una persona que está unida al Señor de tal manera que aun su opinión expresa el pensamiento del Señor. Pablo era uno con el Señor y estaba completamente impregnado de El. Su ser estaba tan lleno del Señor que incluso su parecer expresaba el pensamiento del Señor. Con base en esto decimos que en el versículo 25 se manifiesta la espiritualidad más elevada.
En el versículo 26 Pablo da su parecer: “Tengo, pues, esto por bueno a causa de la necesidad presente; que hará bien el hombre en quedarse como está”. Ya dijimos que la palabra griega traducida presente puede también significar que la presencia de algo prefigura y da comienzo a otra cosa que está por venir. La palabra griega traducida necesidad se refiere a las necesidades vitales de la era actual, la exigencia de las cuales limita y oprime a la gente, y llega a ser una aflicción y una angustia para ellos. Pablo se daba cuenta de que la era actual era una era de presión y de muchas necesidades. A los que están casados y tienen hijos los presionan las necesidades en un mayor grado que a los que no están casados. Indudablemente, en la vida matrimonial se disfruta de muchas bendiciones. Pero si somos sinceros, reconoceremos que en ella somos presionados continuamente. Los padres y abuelos son testigos de esto. Por una parte, nuestros hijos nos hacen felices; por otra, nos traen sufrimiento.
A causa de la necesidad presente, Pablo tenía por bueno que los demás se quedasen como él. Se daba cuenta de que si un hermano o una hermana no se casaba, se evitaría las presiones que causa la necesidad presente.
Leamos lo que dice Pablo en el versículo 40: “Pero a mi juicio, más dichosa será si se queda así; y pienso que también yo tengo el Espíritu de Dios”. En el versículo 10 el apóstol dice: “Mando, no yo, sino el Señor”; en el 12 expresa: “Yo digo, no el Señor”; en el 25 afirma: “No tengo mandamiento del Señor; mas doy mi parecer”. Todas estas palabras hacen alusión al principio neotestamentario de encarnación, es decir, que Dios y el hombre, el hombre y Dios, llegan a ser uno. Esto difiere totalmente del principio antiguotestamentario con respecto a la profecía, o sea, hablar por Dios. En el Antiguo Testamento, la palabra de Jehová venía sobre el profeta (Jer. 1:2; Ez. 1:3), siendo éste sencillamente el portavoz de Dios. Pero en el Nuevo Testamento el Señor llega a ser uno con Sus apóstoles, y ellos llegan a ser uno con El; de esta manera, los dos hablan juntamente. La palabra del Señor viene a ser la palabra de ellos, y lo que ellos dicen es la palabra de El. Por esto, el mandato del apóstol era el mandato del Señor (v. 10). Lo que él dijo, aunque no fue hablado por el Señor, llegó a formar parte de la revelación divina del Nuevo Testamento (v. 12). El era uno con el Señor a tal punto que incluso cuando dio su opinión, y no el mandamiento del Señor (v. 25), pensó que también tenía el Espíritu de Dios. No afirmó categóricamente que tenía el Espíritu de Dios, sino que pensó que también tenía el Espíritu de Dios. Esta es la espiritualidad más alta, y se basa en el principio de encarnación.
Es preciso que veamos el principio de encarnación que se ejemplifica en estos versículos, y que recibamos misericordia y gracia del Señor para hablar de una manera sincera, franca y sin aparentar. Para esto debemos ser llenados del Espíritu. Entonces, lo que expresemos será nuestro pensamiento, nuestro parecer, pero al mismo tiempo será algo del Señor ya que somos uno con El.
Todo lo que enseña el apóstol, sin importar cómo, se convierte en la palabra de Dios del Nuevo Testamento.
Quisiera reiterar la importancia de tocar el espíritu de Pablo en 1 Corintios 7. Pablo manifestó su espíritu al dar contestación a las preguntas que le hicieron los creyentes corintios. En sus respuestas se puede percibir su espíritu. No hay duda de que Pablo estaba dado incondicionalmente al Señor y era uno con El. Incluso cuando expresaba su parecer, tenía la sensación de que también él poseía el Espíritu de Dios. Esta es la manera en que se enseña en el Nuevo Testamento, y la manera que debemos seguir hoy. No imiten la manera superficial del movimiento pentecostal, la cual se conforma al método antiguotestamentario de hablar por Dios. Más bien, sigan el método de Pablo, el cual consiste en tocar las profundidades del misterio del Nuevo Testamento. Este misterio consiste en que el Señor y nosotros, nosotros y el Señor, hemos llegado a ser un solo espíritu.