Mensaje 48
Lectura bíblica: He. 5:11-14; 3:6-19; 6:1; 1 Co. 3:1-3, 6-7; 2:14
En este mensaje veremos que tanto Hebreos como 1 Corintios muestran que necesitamos crecer en vida para poseer y disfrutar plenamente al Cristo que lo es todo.
Pablo compara la historia de los hijos de Israel con la vida de iglesia neotestamentaria. Tanto en Hebreos como en 1 Corintios él hace notar claramente que lo que aconteció a los hijos de Israel sucedió como ejemplos para nosotros. La historia de Israel es la historia de la iglesia. Como vimos anteriormente, Pablo se refiere a los hijos de Israel cuando dice en 10:6: “Estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros”.
Los creyentes a los que se dirige 1 Corintios estaban en una condición diferente a la de los destinatarios de la epístola a los Hebreos. Los creyentes hebreos eran niños en la doctrina de Cristo, y por su falta de fe, no podían entrar en el reposo completo que brinda la tierra prometida (He. 5:11-14; 3:6-19; 6:1). Ellos necesitaban crecer en la fe. Carecían de la fe adecuada y del conocimiento exacto de la verdad, a la que Pablo llama “la palabra de justicia”, “el alimento sólido” (He. 5:12-14).
Los creyentes corintios, por su parte, eran niños en la experiencia de Cristo, y por ser anímicos y carnales, no lo pudieron disfrutar plenamente. Ellos necesitaban crecer en vida (1 Co. 3:1-3, 6-7; 2:14). A los hebreos les faltaba fe, y a los corintios, el crecimiento en vida. Tanto en Hebreos como en 1 Corintios, Pablo alienta a los creyentes a proseguir adelante, a seguir progresando. El primer grupo, el de los creyentes hebreos, necesitaba crecer en la fe y en las verdades más profundas; mientras que el segundo, el de los creyentes corintios, necesitaba crecer en vida.
Los creyentes corintios tenían a Cristo como porción (1:2), pues habían sido llamados a Su comunión (1:9). Cristo les había sido hecho de parte de Dios sabiduría: justicia y santificación y redención (1:30). Además, ellos habían experimentado y disfrutado a Cristo como la Pascua (5:7), como la santidad que los santificaba (6:11), como la justicia que los justificaba (6:11), como la fiesta de los panes sin levadura que los suministraba en su vida cristiana (5:8), como el alimento espiritual (10:3), como la bebida espiritual (10:4a), y como la roca espiritual (10:4b). Experimentaban todo esto por medio del espíritu regenerado, que estaba mezclado con el Espíritu, el cual es el Cristo resucitado (2:14; 6:17; 15:45). En el futuro, disfrutarán a Cristo como la gloria que los glorificará (2:7-8), esto será la redención de su cuerpo (1:30). Ellos participaban de la sangre y del cuerpo de Cristo (10:16). No obstante, se les amonestó que no cayeran mientras corrían la carrera cristiana, como cayeron los más de los hijos de Israel en el desierto, sino que crecieran hasta poseer y disfrutar plenamente al Cristo que lo es todo, la tierra que Dios prometió.
La historia de Israel se puede dividir en tres secciones. Podemos llamar a la primera de ellas, la sección de la salvación. Según el libro de Exodo, pese a que los hijos de Israel eran el pueblo escogido de Dios, ellos se encontraban en una condición caída y estaban bajo la tiranía de los egipcios. No obstante, fueron rescatados y llevados al monte de Dios y a Su morada. También recibieron las provisiones divinas que abastecieron sus necesidades. Cuando necesitaron alimento, llegó el maná de los cielos; cuando les faltó la bebida, les llegó el agua viva de la roca hendida. Dios satisfizo todas sus necesidades. Así que, ellos recibieron las provisiones divinas que les capacitaron para entrar en la buena tierra, y habiendo entrado en ella, disfrutaron sus riquezas. Deuteronomio 8:7-9 presenta una excelente descripción de dichas riquezas, cada una de las cuales representa un aspecto de las riquezas de Cristo.
En el mensaje anterior, más que expresar palabras de aliento, pronunciamos una advertencia. En este mensaje examinaremos algo muy alentador. En realidad, la historia o el tipo que Israel representa no es desalentador. Sí, es verdad que de todos los que salieron de Egipto solamente dos entraron en la buena tierra. De los más de dos millones de israelitas que participaron en el éxodo, solamente Josué y Caleb, junto con los cuerpos de Jacob y José, entraron en la buena tierra. No obstante, juntamente con ellos entró la nueva generación. Por el lado humano, vemos fracaso, pero por el de Dios vemos victoria. Lo que debe importarnos es que al final, el pueblo de Dios entró en la buena tierra: conquistó, subyugó y expulsó a los usurpadores, obtuvo la tierra, disfrutó de todas sus riquezas y estableció el reino, en el cual se construyó el templo. De esta manera, Dios obtuvo Su expresión entre Su pueblo en la buena tierra, donde estaban el reino y el templo. Esto marca el término de la primera sección de la historia de Israel, la sección de la salvación.
La Biblia muestra que la salvación completa que Dios efectúa incluye la Pascua, el éxodo de Egipto, la travesía por el mar Rojo, el viaje por el desierto, el suministro de las provisiones divinas, la comunión con Dios en el monte, el recibimiento de la revelación divina y la edificación de la morada de Dios.
Cuando examinamos todo lo que abarca la salvación completa, debemos darnos cuenta de que Dios jamás será derrotado. Tal vez pensemos que es imposible que Dios produzca ciento cuarenta y cuatro mil vencedores (Ap. 14:1). Quizás nos parezca imposible, pero lo que es imposible para el hombre es posible para Dios. Nuestro Dios es un Dios victorioso y nada puede derrotarlo ni entorpecer Su propósito, Su plan. El es magnífico, y Su visión, amplia. El sacó a Su pueblo de Egipto, lo llevó por el desierto y lo introdujo en la buena tierra.
Los hijos de Israel, ¿fueron derrotados o vencieron? La respuesta correcta es que fueron derrotados momentáneamente, pero al final, vencieron. Obtuvieron la buena tierra y recibieron la salvación completa.
Algunos cristianos, afectados por la teología tradicional, suelen preguntar a otros si son salvos. Para poder dar una respuesta correcta debemos mirar el panorama completo de la salvación y darnos cuenta de que ésta incluye la experiencia completa de los hijos de Israel, desde la Pascua hasta la edificación del templo en la buena tierra. No hay duda de que el disfrute que ellos tuvieron de la Pascua constituía un aspecto de la salvación, pero éste era solamente el principio y no la salvación completa. No fue sino hasta que los hijos de Israel hubieron cruzado el mar Rojo, viajado a través del desierto, tomado posesión de la buena tierra y edificado el templo, el cual fue lleno de la gloria de Dios, que ellos experimentaron la salvación en plenitud.
La próxima vez que alguien le pregunte si usted es salvo, debe contestar con sabiduría. Pregúntele qué entiende por salvación y qué es lo que ésta incluye. Podría decirle: “Usted me pregunta si soy salvo. Antes de contestarle, me gustaría que me dijera en qué consiste la plena salvación, qué abarca”. Los hijos de Israel experimentaron la salvación cuando participaron de la Pascua. Es posible que algún miembro de la tribu de Benjamín pudiera haber testificado con osadía que él era salvo porque había disfrutado de ella. No obstante, la salvación que Dios nos otorga incluye mucho más que la Pascua. Como mencionamos anteriormente, también abarca la habitación de Dios, Su morada. Dicha habitación no sólo es la meta de la salvación, sino que también forma parte de ella. Si todavía no hemos experimentado la casa de Dios, nuestra salvación no es completa. Experimentar la salvación de una manera plena significa disfrutar la Pascua, experimentar el éxodo y la travesía por el mar Rojo, recibir las provisiones divinas, tomar posesión de la buena tierra y ser edificados como templo de Dios (Su habitación en la tierra) para que la gloria de Dios lo llene. Esta es la salvación completa. La historia de los hijos de Israel, desde que celebraron la Pascua en Exodo 12 hasta que dedicaron el templo en 1 Reyes 8, constituye un tipo completo de la iglesia. Pero son muchos los maestros bíblicos que toman como tipos únicamente algunos aspectos, y no la historia completa.
En este mensaje, no es nuestra intención hablar de la segunda ni de la tercera sección de la historia de Israel. Así que, basta con decir que la segunda sección abarca desde la degradación que ocurrió después de que el templo fue edificado hasta que Jerusalén fue restaurada en 1967. La tercera sección es el milenio y empezará después de que el Señor regrese. La primera y segunda secciones de la historia de Israel constituyen un tipo de la iglesia. A los ojos de Dios, Israel y la iglesia siguen una carrera paralela.
Quisiera recalcar el hecho de que los hijos de Israel no fueron derrotados al obtener la buena tierra; entraron en ella, la conquistaron, la poseyeron totalmente y disfrutaron de su rico producto. En este mensaje, deseo aplicar esta sección de la historia de Israel a nosotros. Por ello hemos titulado este mensaje: Crecer para poseer y disfrutar plenamente a Cristo.
En la primera sección de la historia de Israel, cada cosa positiva tipifica a Cristo o algo relacionado con El. La Pascua, los panes sin levadura y las hierbas amargas representan a Cristo; el mar Rojo representa la muerte de Cristo; y la nube, al Espíritu de Cristo. Asimismo, el maná, la roca hendida, el agua viva y el tabernáculo con sus utensilios y su mobiliario también son tipos. Pero el tipo de Cristo por excelencia, el tipo de mayor importancia que todo lo abarca, es la buena tierra. Los hijos de Israel entraron en ella, la poseyeron y la disfrutaron. Debemos aplicar esta parte de su historia a nuestra experiencia actual.
Al examinar esta parte de la historia de los israelitas, nos daremos cuenta de que ellos no fueron derrotados, sino que vencieron: obtuvieron la tierra, entraron en ella, la poseyeron y la disfrutaron. Esto nos ayuda a no desanimarnos debido a la situación que prevalece entre los cristianos actualmente. Debemos creer que nuestro Dios sigue siendo un Dios victorioso y que sabe cómo cumplir Su propósito. Además, creemos también que Dios necesita Su recobro para cumplir lo tipificado por la parte de la historia de Israel que se relaciona con la tierra, a saber, entrar en ella, poseerla y disfrutarla.
En la historia de los israelitas, desde que celebraron la Pascua hasta que entraron en la buena tierra, existieron dos generaciones. La primera la constituyeron los hijos de Israel que salieron de Egipto, y la segunda, los que entraron en la buena tierra. Esto indica que los creyentes tenemos dos generaciones. Fuimos salvos con la primera generación, pero entraremos en la buena tierra con la segunda. La primera es nuestro viejo hombre, mientras que la segunda, el nuevo.
La primera generación sucumbió por completo, con excepción de Josué y Caleb, quienes tenían otro espíritu. Ellos pertenecían a la nueva generación, por lo cual experimentaron un doble bautismo: el primero de ellos, cuando cruzaron el mar Rojo, y el segundo, cuando cruzaron el río Jordán. La vieja generación pasó por el mar Rojo, pero fue la nueva generación la que cruzó el Jordán.
Cuando los hijos de Israel atravesaron el mar Rojo, no creo que estuvieran conscientes de que experimentaban un bautismo. Pero pese a que les faltaba entendimiento, a los ojos de Dios ellos fueron bautizados. No obstante, después de ser bautizados, su condición seguía siendo lamentable. En principio, puede pasar lo mismo con los creyentes de hoy. Después de nuestro bautismo, es posible que nuestra vida de iglesia siga siendo confusa. Por consiguiente, debemos cruzar el río Jordán. En realidad, el primer bautismo no le puso fin a los hijos de Israel; sólo sepultó a Faraón y al ejército egipcio. El bautismo en el río Jordán fue lo que sepultó a las doce tribus de los hijos de Israel, representadas por las doce piedras sumergidas en el fondo del río (Jos. 4:9).
Entre el primer bautismo, en el mar Rojo, y el segundo, en el río Jordán, los hijos de Israel experimentaban la transformación. Si usted les hubiera visitado después que cruzaron el mar Rojo, quizás se habría preguntado cómo podían ser ellos el pueblo de Dios. Tal vez habría pensado que Moisés se había equivocado al ayudarles a disfrutar la Pascua. Ellos peleaban, murmuraban y criticaban. No obstante, durante los cuarenta años que transcurrieron desde que atravesaron el mar Rojo hasta que cruzaron el río Jordán, Dios los disciplinó muchas veces con el fin de transformarlos. Esto significa que en términos espirituales, los hijos de Israel fueron transformados durante ese tiempo. Sí, la vieja generación quedó postrada en el desierto, lo cual es una advertencia para nosotros, pero surgió una nueva. Esto es la transformación. Después de cruzar el Jordán, ellos llegaron a ser un ejército poderoso.
Si tomamos en cuenta la historia de los hijos de Israel, no estaremos desilusionados con nosotros mismos, sino que comprenderemos que somos como orugas que están pasando por el proceso de transformación en el capullo. No se desanime, antes bien, adore al Señor en el “capullo”. Todos somos “orugas” que experimentan la obra divina de transformación. Cuanto más progresa esta obra, más salimos del capullo. En cuanto a los jóvenes, es posible que hayan salido sólo un poco, mientras que otros santos quizás hayan salido un poco más. ¡Alabado sea el Señor porque las “orugas” están siendo transformadas y los “capullos” están desapareciendo paulatinamente! Esta es la verdadera situación de la vida de iglesia en el recobro del Señor.
Puesto que estamos parcialmente dentro del “capullo” y parcialmente fuera de él, a veces nos sentimos desalentados, y otras veces, alentados. Cuando pensamos en el “capullo” o en la “oruga” que está dentro de éste, nos desanimamos. Pero cuando vemos que la “mariposa” está surgiendo del “capullo”, nos sentimos alentados y felices. En el recobro del Señor, estamos emergiendo paulatinamente de nuestros “capullos”. Muchos podemos testificar que cuando estábamos en la religión, no sabíamos nada acerca de la transformación, ni tampoco teníamos el concepto de que las “orugas” que están en los “capullos” se están convirtiendo en hermosas “mariposas”. No hay duda que es necesario el recobro para introducir a los santos en la verdadera experiencia de la transformación.
Si somos fieles al Señor, el recobro prevalecerá cada vez más. Hace poco, presenté algunos mensajes sobre la situación mundial. Si tenemos la percepción correcta de ésta, comprenderemos que ha llegado la hora de que el recobro del Señor se extienda por toda la tierra. El Señor puede usar hasta los medios modernos de transporte y de comunicación para Su recobro. Así que, ha llegado el momento de que todos nosotros, especialmente los jóvenes, propaguemos el recobro del Señor. En la actualidad, ¿dónde pueden los cristianos oír la palabra de gracia así como la palabra de justicia? La gente practica la idolatría en muchos lugares; comen, beben y se levantan a jugar. Pero en el recobro, tenemos el oráculo de Dios. Estoy seguro de que en los años venideros, el recobro, es decir, el último mover del Señor en la tierra, prevalecerá sobremanera. El Señor desea reunir a los que le aman y le buscan, y hacer de ellos Su testimonio vivo.
Nosotros los que estamos en el recobro del Señor necesitamos crecer en vida. Crecer significa salir del “capullo”, eliminar la vieja generación y ser renovados en nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Esto requiere transformación, lo cual consiste en eliminar la vieja generación, el viejo hombre, y vestirse de la nueva generación, el nuevo hombre. Esto equivale a salir completamente del “capullo” y ser liberados como “mariposas”.
Hoy disfrutamos a Cristo, pero todavía no le poseemos como la tierra que lo abarca todo. Si queremos poseerlo de esta manera, nuestro viejo hombre debe sucumbir, y el nuevo debe surgir. ¡Alabado sea el Señor porque día tras día el viejo hombre está muriendo! Muchos podemos testificar que desde el día que llegamos al recobro se produjo un cambio en nosotros. Este cambio es la muerte del viejo hombre y el crecimiento del nuevo. Esta es la transformación, el crecimiento en vida.
Pablo escribió esta epístola a los corintios con la intención de ayudarles a experimentar la aniquilación del viejo hombre y el crecimiento del nuevo. El emplea la palabra crecer en el capítulo tres, donde dice que él plantó, Apolos regó y Dios da el crecimiento.
Cuando algunos santos oyen hablar del crecimiento en vida, quizás digan: “Llevo muchos años en el recobro del Señor, pero no he notado ningún crecimiento en mí”. Si usted se siente así, le animo a que compare su condición actual con la de hace algunos años. Si hace esto, creo que adorará al Señor y le agradecerá por lo que ha hecho en usted. Le alabará porque la “mariposa”, es decir, su nuevo ser, ha estado emergiendo progresivamente del capullo. ¡Alabado sea el Señor porque estamos creciendo! Mediante el crecimiento y la transformación nos estamos despojando del viejo hombre y vistiendo del nuevo.
Debemos tener mucho cuidado, sin embargo, de no tratar de quitarnos el “capullo” nosotros mismos; esto nos dañaría. El “capullo” nos protege mientras se produce el crecimiento en vida. Jamás intente quitárselo sin el debido crecimiento en vida. Esto es un principio que se ve en Exodo 23:27-30, donde se habla de ocupar la buena tierra y de expulsar los habitantes de Canaán. Dios le dijo a los hijos de Israel que no expulsaría a todos los canaanitas al mismo tiempo para que no se aumentaran las fieras del campo y los destruyeran. Dios usó incluso a los canaanitas para proteger a los hijos de Israel. Esto indica que no debemos tratar de eliminar nuestro viejo hombre sin tener el debido crecimiento en vida. Reitero: no traten de quitarse el “capullo”, sino sencillamente lleven una vida de iglesia normal en el recobro del Señor. Si hacen esto, pueden estar seguros de que crecerán en vida.