Mensaje 57
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Lectura bíblica: 1 Co. 12:1-11
¿Por qué Pablo habla de los dones inmediatamente después de hablar de la cena del Señor? Aparentemente, no existe ninguna relación entre ambos. A muchos de los que leen la Biblia les resulta difícil entender por qué Pablo aborda primero el tema de la cena del Señor y luego el de los dones. Si queremos entender la relación que existe entre los dos, debemos ver que ellos están relacionados con la administración de Dios. La administración divina constituye la clave que nos ayuda a entender la relación que existe entre los cinco problemas que abarcamos en los últimos seis capítulos de 1 Corintios. Así que, si vemos que esta sección de la epístola trata de temas que pertenecen a la esfera de la administración divina, tendremos la clave para entender estos capítulos.
El primer tema que se menciona en esta sección es el de cubrirse la cabeza, lo cual se relaciona con el orden de autoridad establecido por Dios. En la administración de Dios, la autoridad tiene la primacía. Cubrirse la cabeza está relacionado con el orden divino, mientras que la cena del Señor tiene que ver con el Cuerpo de Cristo. El Cuerpo es el medio por el cual Dios realiza Su administración, pues sin él, la Cabeza no podría hacer nada en la tierra para efectuarla.
Ahora debemos ver que el Cuerpo depende de las diversas funciones de sus miembros. Si mi cuerpo físico no tuviese ninguna función, no podría hacer nada. Sin embargo, cada miembro tiene su propia función, y la función proviene del don que tenga el miembro. El dedo, la mano, el brazo y el hombro, todos tienen su don. Cada miembro de nuestro cuerpo, por más pequeño o insignificante que parezca, tiene su don. Mientras sea un miembro del cuerpo, tiene un don, y el don viene acompañado de una función. El cuerpo puede moverse gracias a las funciones de todos los miembros. Los movimientos del cuerpo son realizados por el conjunto de las funciones de todos sus miembros según los dones que poseen. Cuando hablo, cada miembro de mi cuerpo participa; cada parte, cada músculo funciona, incluyendo la nariz y las orejas.
Dios administra todo el universo para cumplir Su propósito eterno, y lo hace por medio de Cristo. Sin embargo, Cristo, la Cabeza, necesita el Cuerpo, la iglesia. A esto se debe que Satanás la aborrezca. La oposición que afrontamos hoy se debe simplemente a que tomamos la posición de la iglesia. Hay librerías cristianas que están dispuestas a promover todos los libros del hermano Nee, excepto los que hablan de la iglesia. Algunos misioneros en Taiwán reconocieron que nuestra labor era excelente, pero consideraban que la manera en que llevamos la vida de iglesia era como una “mosca muerta en el perfume”.
Satanás aborrece el Cuerpo y se opone a él. Si la iglesia fuera solamente una asamblea de creyentes que se reúnen para tener comunión, él no la odiaría tanto. No obstante, para nosotros, la iglesia no es simplemente una asamblea, sino el Cuerpo que efectúa la administración de Dios. Si queremos ser dicha iglesia, todos debemos funcionar. Supongamos que hay una iglesia en la cual sólo unos miembros funcionan y los demás se quedan sentados en las reuniones, sin ejercer su función. El enemigo se opondría a dicha iglesia, pero no tanto como lo haría contra los que toman la postura del Cuerpo, el cual es el vehículo por el cual la Cabeza ejecuta la administración divina.
El Cuerpo tiene muchos miembros, y cada miembro tiene su don. De ahí que Pablo, después de hablar del orden que Dios estableció en el universo y del Cuerpo, aborda el tema de los dones espirituales. El objetivo de los dones es que los miembros del Cuerpo desarrollen su función. Por consiguiente, el capítulo doce da continuación directa al capítulo once. Después de discernir el Cuerpo, debemos ver la importancia que tienen todos los dones de los miembros del Cuerpo. En 12:4-11 Pablo menciona nueve dones espirituales. Esto no significa que existan solamente nueve, sino que él enumera estos dones como ejemplo.
En 12:1-3 se presenta el principio que rige los dones espirituales. En el versículo 1 Pablo escribe: “No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales”. En los capítulos del doce al catorce, Pablo afronta el noveno problema que tenían los corintios, el de los dones espirituales, el cual está relacionado con la administración de Dios y Su operación.
En los versículos 2-3 Pablo añade: “Sabéis que cuando erais gentiles, se os extraviaba llevándoos, como se os llevaba, a los ídolos mudos. Por tanto, os hago saber que nadie que hable en el Espíritu de Dios dice: Jesús es anatema; y nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, sino en el Espíritu Santo”. El pensamiento que Pablo comunica en estos versículos es que los ídolos mudos mencionados en el versículo 2 producen adoradores mudos, mientras que el Dios vivo lleva a Sus adoradores a hablar en Su Espíritu. Esta manera de hablar está relacionada con los dones espirituales. Nadie que hable en el Espíritu de Dios dirá: “Jesús es anatema”; antes bien, la persona querrá decir, y con gozo: “Señor Jesús”. Ninguno que adore a Dios debe quedarse callado, sino que debe usar su voz y proclamar al Señor Jesús en el Espíritu de Dios. La función principal de todos los dones espirituales es comunicar al Señor Jesús.
El principio que rige los dones espirituales es que hablemos ejercitando nuestro espíritu en unión con el Espíritu, es decir, que lo que expresemos sea motivado por el Espíritu, el cual está en el nuestro. Cuando hablamos de esta manera nuestras palabras se centran en el Señor Jesús. Todo lo que hablemos debe girar en torno a Cristo. El debe ser la substancia, el elemento, la esencia, el centro y la circunferencia de todo lo que hablemos.
Cuando Pablo habla de los dones de los miembros del Cuerpo, él empieza haciendo mención de los “ídolos mudos”. Por supuesto, los dones no tienen nada que ver con los ídolos. Sin embargo, él aborda el tema de los dones espirituales apoyándose en el trasfondo de los corintios, el cual estaba relacionado con la idolatría. En el versículo 2 Pablo les recuerda que cuando ellos eran gentiles, los extraviaban y los llevaban a los ídolos mudos. Pablo no les dice que los llevaban al pecado, a los apetitos carnales, o al mundo, sino que los llevaban a los ídolos mudos. Sin importar en qué dirección se les llevaba, eran conducidos a los ídolos mudos. Al usar el adjetivo mudos, Pablo implica que tanto los ídolos como los que los adoran son mudos, incapaces de hablar. Cuando los corintios eran gentiles, ellos también eran mudos; eran adoradores silenciosos de ídolos mudos. Esto significa que cuando adoraban a los ídolos, no hablaban. Eran mudos y silenciosos al igual que los ídolos. No obstante, habiendo creído en Cristo, ellos eran ahora adoradores del Dios vivo.
La manera de demostrar que estamos vivos es hablando. Nuestro Dios es un Dios vivo, y la Biblia revela que El es el Dios que habla. El ha hablado a lo largo de los siglos, especialmente en esta era, la del Nuevo Testamento. Si queremos demostrar que como miembros de Cristo estamos vivos, nosotros también debemos hablar. Por supuesto, no queremos decir que debemos hablar a la ligera o que debemos chismorrear. Antes bien, debemos hablar de parte del Señor y emitirlo a los demás. Todo lo que profiramos debe centrarse en Cristo. Además, El debe ser lo que hablamos, o sea, nuestras expresiones. El debe ser el centro y la circunferencia de lo que hablamos. Emitir a Cristo de esta manera es una prueba contundente de que estamos vivos. Ya que el Dios que adoramos es el Dios vivo y el Dios que habla, también nosotros debemos hablar y así demostrar que somos los miembros vivos del Cuerpo de Cristo.
Puedo testificar por experiencia que cuanto más hablo, más vida recibo. De hecho, hablar es respirar. Cuando hablo ejercitando mi espíritu, inhalo a Cristo. Debemos emitir a Cristo en nuestro cónyuge, en nuestros hijos y en nuestros vecinos. Debemos impartirlo a los demás, tomándolo como nuestro centro. Este es el principio que rige todos los dones espirituales.
El versículo 3 enseña que lo que hablamos debe estar circunscrito al Señor Jesús. En este versículo Pablo dice: “Por tanto, os hago saber que nadie que hable en el Espíritu de Dios dice: Jesús es anatema”. Según el griego, la palabra “anatema” denota una cosa o una persona maldita; separada, destinada a la maldición. Decir “Jesús es anatema” es hablar de Cristo de manera negativa. Cada vez que alguien habla de Cristo de forma negativa, eso es una maldición.
En el versículo 3 Pablo añade: “Nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, sino en el Espíritu Santo”. Según el idioma griego, las palabras “Jesús es Señor” también se pueden traducir: Señor Jesús. Este versículo indica que cuando decimos con un espíritu apropiado: “Señor Jesús”, estamos en el Espíritu Santo. De ahí que invocando al Señor Jesús participamos, disfrutamos y experimentamos al Espíritu Santo.
Acabamos de expresar que en el versículo 3, la expresión “Jesús es Señor” también se puede traducir: Señor Jesús. Cuando decimos: “Jesús es Señor”, reconocemos que Jesús es el Señor. Sin embargo, cuando decimos “Señor Jesús” no sólo lo reconocemos como Señor, sino que también lo invocamos. Decir “Señor Jesús” es más dulce que decir “Jesús es Señor”. Por ejemplo, al dirigirnos a nuestro padre, decir: “Este es mi padre”, no es tan dulce y tan tierno como decir: “¡Padre mío!” En su diario vivir, ¿dice usted más: “Jesús es Señor”, o invoca al Señor, diciendo: “Señor Jesús?” Creo que la mayoría de nosotros testificaríamos que decimos “Señor Jesús” con mucha más frecuencia que “Jesús es Señor”.
Indudablemente, la expresión “Señor Jesús” del versículo 3 (según el griego) alude a la invocación del nombre del Señor Jesús. Hoy hay personas que se oponen a que se invoque el nombre del Señor. Pero en 12:3 Pablo hace una clara alusión a la invocación del nombre del Señor en voz alta. La traducción: “Jesús es Señor” alude al reconocimiento de un hecho, mientras que la traducción literal: “Señor Jesús” habla de dirigirse al Señor invocando Su nombre.
Muchos de nosotros podemos testificar que invocar el nombre del Señor Jesús nos vivifica. Cuando nos sintámos deprimidos, simplemente debemos invocar: “Oh Señor Jesús”, y esto nos fortalecerá y nos levantará. Nos han informado que a muchos santos de cierta localidad les ha ayudado mucho invocar el nombre del Señor y orar-leer la Palabra. Un hermano testificó que el Señor nos dio Su Palabra, Su Espíritu y Su nombre. Disfrutamos Su Palabra orando-leyéndola; disfrutamos Su Espíritu siguiendo la unción; y disfrutamos Su nombre invocando al Señor.
Los que adoramos al Dios vivo, debemos ser personas que hablan. No obstante, muchos cristianos permanecen mudos. El movimiento pentecostal surgió como una reacción a este enmudecimiento. En diferentes épocas han surgido reacciones contra el enmudecimiento que caracteriza a la religión formal. Como ejemplo de esto, en la época de Juan Wesley sólo se predicaba en el santuario, y no se permitía que se predicase en lugares públicos. Pero Juan Wesley reaccionó en contra de esta restricción y predicó al aire libre, en las calles y aun a los mineros cuando salían de las minas de carbón después de su trabajo. Algunos, inspirados por su predicación, se arrepentían con lágrimas; otros, llenos de gozo, alzaban sus voces y alababan al Señor.
Cristo es la Palabra de Dios, lo que Dios habla. Por consiguiente, cuando disfrutemos a Cristo, nosotros también hablaremos; emitiremos a Cristo con palabras, y en ocasiones, aun gritaremos. Cuando vamos a las reuniones de la iglesia no debemos estar mudos. Mientras vamos a la reunión debemos proclamar a Cristo y luego presentarlo en la reunión al hablar.
Decir que Cristo es anatema equivale a declarar algo negativo acerca de El. Pero decir: “Señor Jesús” es hablar de El positivamente. Además, en 12:3 Pablo dice que nadie puede decir: “Señor Jesús”, si no en el Espíritu Santo. ¡Qué palabra más alentadora! Mientras que podamos decir con un espíritu apropiado: “Señor Jesús”, estamos en el Espíritu Santo. ¿Siente usted que está fuera de su espíritu? Invoque entonces el nombre del Señor Jesús. Al invocar Su nombre, respirará el aire celestial, el Espíritu Santo, y estará en el Espíritu. No obstante, si se queda callado y no invoca al Señor, no respirará el aire espiritual. Esto hará de usted una persona enferma y perderá el gozo. Pero cuanto más hable de parte de Cristo y emita a Cristo, más feliz se sentirá. En el recobro del Señor tenemos muchas cosas positivas de las cuales podemos hablar. Tenemos a Cristo, tenemos la vida de iglesia y tenemos el propósito eterno de Dios. Aprendamos todos a hablar de Cristo. Hablar así constituye el principio que rige los dones espirituales.
Cuando nos reuníamos en el local de la calle Elden en Los Angeles, en el año de 1970, las reuniones siempre empezaban mucho antes del horario previsto. Los santos se reunían para hablar, cantar, gritar y alabar, mucho antes de que empezara la reunión. Pero hoy, en algunas localidades vemos que los santos tienen la tendencia a quedarse callados. Parece que muchos han perdido su función y su don. Esto da lugar a que volvamos a la situación caída, la cual se caracteriza por el formalismo y el sistema de clérigos y laicos. En la iglesia, todos los miembros deben estar vivos y deben hablar. Entonces, se empleará todo el tiempo de la reunión para hablar de Cristo y de parte de El.
En el versículo 4 Pablo añade: “Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo”. La expresión “Ahora bien” indica un contraste entre los versículos 3 y 4. El versículo 3 dice que cuando ministramos hablando en el Espíritu de Dios, todos decimos: “Señor Jesús”, y exaltamos así a Jesús como Señor. “Ahora bien”, los dones por los cuales se manifiesta el Espíritu son diferentes; hay diversidad de dones.
En 12:4, la palabra “dones” se refiere a dones externos, a aquello que nos capacita para servir. Algunos dones son de carácter milagroso, mientras que otros se desarrollan a partir de los dones iniciales mencionados en 1:7. Todos estos dones difieren de los dones iniciales.
En el versículo 5 Pablo dice: “Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo”. Los ministerios son servicios. Los dones que menciona el versículo 4 sirven para realizar estos servicios y para efectuar las operaciones del versículo 6.
Leamos el versículo 6: “Y hay diversidad de operaciones, pero Dios que obra todas las cosas en todos, es el mismo”. Las operaciones son labores. Los ministerios o servicios del versículo 5 sirven para efectuar estas labores.
Los dones los da el Espíritu; los ministerios, los servicios, se efectúan para el Señor; y las operaciones son de Dios. En esto vemos que el Dios Triuno está relacionado con estos tres elementos: los dones, los ministerios y las operaciones. Los dones que otorga el Espíritu llevan a cabo los ministerios, los servicios, para el Señor, y a su vez éstos cumplen las operaciones, las labores, de Dios. Esta es la obra del Dios Triuno en los creyentes, que cumple el propósito eterno de edificar la iglesia, el Cuerpo de Cristo, el cual expresa a Dios.
En estos versículos Pablo alude a la Trinidad: en el versículo 4 menciona al Espíritu; en el versículo 5, al Señor; y en el versículo 6, al Padre. Los dones los da el Espíritu, los ministerios son para el Señor, y las operaciones provienen de Dios. Los dones definen la capacidad, y cuando los ejercitamos, se producen los ministerios. Por lo tanto, los ministerios son el objetivo por el cual se nos otorgan los dones.
En griego, la palabra traducida “ministerios” significa simplemente servicios. La palabra ministerios proviene de la misma raíz que la palabra que significa diáconos, o servidores. Los diáconos son los que sirven, y los ministerios son sus servicios. Cuando usamos nuestros dones para funcionar, esta función se convierte espontáneamente en un servicio.
Los servicios provienen del Señor, pero es el Espíritu quien distribuye los dones. Cuando los dones funcionan, tenemos los servicios (los cuales son iniciados por el Señor y son para el Señor), y los servicios realizan ciertas operaciones para Dios. Por lo tanto, el objetivo de los dones es los ministerios, y el fin de éstos son las operaciones.
Dios es el Administrador, y El administra por medio de las operaciones. Las operaciones son las obras que llevan a efecto la administración divina y son realizadas por los servicios, los ministerios. Jesucristo el Señor, el Ungido, tiene bajo su cargo todos estos ministerios. Por consiguiente, le pertenecen a El y son para El. Pero ¿cómo efectúa el Señor estos servicios? Por medio de los dones del Espíritu. Además, el uso de estos dones depende de nuestra cooperación. Si nosotros no hablamos, si no expresamos nada de parte del Señor y para El, el Espíritu no puede expresarse. El ejercicio de los dones lleva a cabo los ministerios, y éstos realizan las operaciones. Las operaciones llevan a cabo la administración de Dios, la cual cumple Su propósito eterno.
En el pasado señalamos que en el Nuevo Testamento existe un solo ministerio, mientras que ahora hablamos de ministerios. Cuando afirmamos que existe un solo ministerio, queremos decir que todos aquellos que posean un don deben hacer lo mismo, a saber, ministrar a Cristo y la iglesia. En esto consiste el único ministerio. No obstante, los ministerios de 12:5 se refieren a los servicios que desempeñan los diferentes miembros del Cuerpo. Los diversos miembros tienen diversos ministerios, o sea diferentes servicios.
En el versículo 7 Pablo dice: “Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho”. Los diferentes dones constituyen la manifestación del Espíritu; es decir, el Espíritu se manifiesta en los creyentes que han recibido los dones. Esta manifestación del Espíritu es para el provecho de la iglesia, el Cuerpo de Cristo. Las palabras “para provecho” quieren decir para que crezcan en vida los miembros del Cuerpo de Cristo y para que se edifique el mismo.
En el versículo 8 Pablo añade: “Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de conocimiento según el mismo Espíritu”. Conforme al contexto de esta epístola, la palabra de sabiduría es la palabra acerca del Cristo que es lo profundo de Dios, predestinado para ser nuestra porción (1:24, 30; 2:6-10). La palabra de conocimiento es la palabra que imparte un conocimiento general en cuanto a Dios y al Señor (8:1-7). La palabra de sabiduría proviene principalmente de nuestro espíritu y se recibe por revelación; la palabra de conocimiento se deriva principalmente de nuestro entendimiento y se obtiene mediante la enseñanza. El primer don es más profundo que el segundo. No obstante, estos dos, y no el de hablar en lenguas ni ningún otro don milagroso, encabezan la lista de los dones y son la manifestación superior del Espíritu, ya que estos dos son los ministerios, o servicios, de más provecho para la edificación de los santos y de la iglesia, a fin de que se lleve a acabo la operación de Dios.
No es fácil establecer la diferencia entre la palabra de sabiduría y la palabra de conocimiento. Conforme a 1 Corintios, la palabra de sabiduría consiste en proclamar a Cristo. Si queremos hablar de El, necesitamos la palabra de sabiduría. En los capítulos uno y dos, Pablo subrayó el hecho de que Cristo es la sabiduría de Dios y que ésta es la sabiduría de la cual hablamos. Si vamos a emitir la palabra de sabiduría, necesitamos recibir revelación, la enseñanza simplemente no basta. Necesitamos que el Espíritu imparta una visión en nuestro espíritu, a saber, la visión de que Cristo es lo profundo de Dios. La palabra que emite a Cristo como lo profundo de Dios es la palabra de sabiduría, la cual comunican principalmente los apóstoles y profetas. Ellos reciben una visión, una revelación de Cristo, y todo lo que hablan acerca de El, es la palabra de sabiduría.
La palabra de conocimiento es la que trasmite cosas espirituales, en particular con respecto a lo que Dios es y hace. Esta palabra es dada principalmente por los maestros.
En el versículo 9 Pablo dice: “A otro, fe en el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidad en el mismo Espíritu”. La fe que menciona este versículo es la que puede trasladar montes, según se menciona en 13:2 y en Marcos 11:22-24.
En el versículo 9 Pablo habla también de “dones de sanidad en el mismo Espíritu”. Estos dones son el poder milagroso que sana diversas enfermedades.
En el versículo 10 Pablo dice: “A otro, realizar obras de poder”. Estas obras son milagros diferentes a la sanidad; como por ejemplo el que se efectuó cuando se levantó de la muerte a Dorcas (Hch. 9:36-42).
En el versículo 10 Pablo menciona también la profecía. Profetizar es hablar de parte de Dios y emitir a Dios, lo cual incluye predecir y vaticinar. Sin embargo, en este contexto no debemos entender la palabra profecía en el sentido de predecir simplemente, puesto que su principal significado es hablar por el Señor y proclamarlo. Por supuesto, también puede incluir el elemento de predecir, de hablar, de declarar, o de anunciar algo de antemano.
En el versículo 10 Pablo añade que a otro le es dado el discernimiento de espíritus. El discernimiento se refiere a distinguir el Espíritu que procede de Dios de aquellos espíritus que no son de Dios (1 Ti. 4:1; 1 Jn. 4:1-3). Esto requiere madurez en vida.
Pablo concluye el versículo 10 diciendo: “A otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas”. Estas lenguas deben ser un idioma o un dialecto (Hch. 2:4, 6, 8, 11) ya sea de los hombres o de los ángeles (13:1), y no simplemente voces o sonidos sin significado. El hablar en lenguas genuino y verdadero forma parte de los muchos dones del Espíritu (v. 4); es uno de los muchos aspectos de la manifestación del Espíritu (v. 7). Algunos aseveran que el hablar en lenguas es la evidencia inicial del bautismo en el Espíritu, y que más tarde se convierte en un don del Espíritu. Afirman que como evidencia inicial, cada creyente debe experimentarlo, pero que en calidad de don, no todos los creyentes lo tienen. No obstante, esta enseñanza no tiene ningún fundamento en el Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento muestra claramente que hablar en lenguas es solamente uno de los muchos dones del Espíritu, y que no todos los creyentes lo tienen.
La interpretación de lenguas consiste en traducir lenguas desconocidas a un idioma inteligible (14:13). Esta es la novena manifestación del Espíritu enumerada en este contexto. No obstante, la manifestación del Espíritu mediante los creyentes comprende más de nueve dones. Este pasaje omite el apostolado, las ayudas y las administraciones por el Espíritu enumerados en el versículo 28, el ver visiones y el soñar sueños dados por el Espíritu como se ve en Hechos 2:17, las señales y prodigios mencionados en Hebreos 2:4, y tres de los cinco hechos milagrosos profetizados en Marcos 16:17-18. En este caso el apóstol enumeró como ejemplo solamente nueve aspectos de la manifestación del Espíritu. Entre estos nueve dones, hablar en lenguas y la interpretación de lenguas aparecen al final de la lista, porque no son tan provechosos para la edificación de la iglesia (14:2-6, 18-19). De entre estos nueve dones y los mencionados en los versículos 28-30, la profecía como predicción, la fe, los dones de sanidad, las obras poderosas, el hablar en lenguas y la interpretación de lenguas, son milagrosos. Los demás son dones que se desarrollan con el crecimiento en vida (3:6-7), tales como los dones enumerados en Romanos 12:6-8, los cuales provienen de los dones iniciales e internos que se mencionan en 1 Corintios 1:7. Dichos dones son la palabra de sabiduría (como por ejemplo la palabra de los apóstoles), la palabra de conocimiento (como por ejemplo la palabra de los maestros), y el hablar por Dios y el proclamar a Dios en profecía, como lo hacen los profetas, el discernimiento de espíritus, las ayudas y las administraciones. Los dones milagrosos, especialmente el hablar en lenguas y la interpretación de lenguas, no exigen ningún crecimiento en vida. Los corintios hablaban mucho en lenguas, y sin embargo, seguían siendo niños en Cristo (3:1-3). En cambio, los dones que se desarrollan en vida requieren crecimiento e incluso madurez, para la edificación de la iglesia. Precisamente con este propósito fue escrita esta epístola a los corintios.
A veces, los que están en el movimiento pentecostal nos preguntan si en nuestras reuniones se manifiestan los dones del Espíritu. Algunos santos, pensando que no tenemos estos dones, quizás no sepan cómo contestar esta pregunta. En realidad, nosotros tenemos los dones superiores, los dones sobresalientes. Tenemos la palabra de sabiduría y la palabra de conocimiento. Estos son dones que encabezan la lista, mientras que el hablar en lenguas y la interpretación de las lenguas se enumeran de último. Como veremos, Pablo menciona estos dones al final de la lista por lo menos en tres ocasiones.
Como dijimos, en estos versículos Pablo presenta nueve ejemplos de la manifestación del Espíritu. Sin embargo, los dones del Espíritu son ilimitados. Cuando tenemos los dones, tenemos las manifestaciones; cuando ejercitamos los dones, tenemos los ministerios del Señor; finalmente estos ministerios cumplirán la obra de Dios que lleva a cabo Su administración.