Mensaje 65
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Lectura bíblica: 1 Co. 15:1-11
En 1 Corintios 15:1-58 Pablo aborda el tema de la resurrección. En este mensaje estudiaremos los versículos 1-11.
La resurrección es la vitalidad del evangelio. Existen muchas filosofías y religiones en la tierra. Pero ninguna de ellas tiene un carácter vital, generalmente carecen de vida. En una filosofía o religión podemos encontrar muchas enseñanzas y doctrinas, pero no contienen vida. A todas las religiones les falta la vida; ninguna tiene vitalidad. Pero el evangelio del Señor sí contiene vida, la vida de resurrección.
La vida de resurrección es la vida que conquistó la muerte; entró en ella, permaneció allí durante cierto tiempo y después salió. Así que, esta vida conquista la muerte y la somete. Es por ello que se le llama la vida de resurrección.
El evangelio de Cristo no sólo contiene vida, sino también el poder de vida capaz de subyugar, conquistar y anular la muerte. Esta vida, la cual sometió, conquistó y anuló la muerte, es la resurrección. ¿Sabe usted qué es la vida de resurrección? Es la vida que vence la muerte.
Hemos dicho que 1 Corintios puede dividirse en dos secciones importantes: la primera sección comprende los capítulos del uno al diez, y la segunda, del once al dieciséis. En la primera sección, Pablo habla de la vida cotidiana del cristiano, la cual depende de Cristo. El es el único factor capaz de solucionar todos los problemas que se afrontan en la vida cristiana diaria. Este Cristo es la sabiduría y el poder de Dios. El se encarnó, vivió en la tierra como hombre, murió en la cruz y resucitó de los muertos.
Algunas religiones hablan acerca de Jesús, pero no conforme a la Biblia. Por ejemplo, la religión del Islam enseña que a pesar de haber sido puesto en la cruz, Jesús no murió allí, sino que fue llevado por los ángeles. Conforme a los musulmanes y al Corán, Jesús, a quien consideran el mayor de los profetas, está en los cielos. Esto deja en claro que los musulmanes no creen en el Cristo crucificado y resucitado. Sin embargo, nosotros creemos, conforme a la Biblia, que Cristo fue crucificado, sepultado y resucitado. Así que, el Cristo en quien creemos es el Cristo que está en resurrección, y quien El mismo es la resurrección (Jn. 11:25). El es la vida que conquista y somete la muerte. ¡Aleluya, nuestro Cristo es la vida que vence la muerte! ¡El es la resurrección!
Si Cristo ha de ser la sabiduría y el poder de Dios para nosotros, que soluciona los problemas en nuestra vida diaria, El tiene que ser un Cristo resucitado. Hoy le poseemos en resurrección. El Cristo que vive en nosotros como nuestra vida es el Cristo resucitado.
Como vimos en la segunda sección de esta epístola, que comprende los capítulos del once al dieciséis, Pablo afronta cinco problemas que tienen que ver con la administración de Dios. Si hemos de relacionarnos con la administración divina, debemos estar conscientes de que hubo una rebelión en el universo. Bajo el liderato del arcángel Satanás, muchos ángeles se rebelaron contra Dios. Este asunto sucedió en la esfera de la creación de Dios. Se produjo una gran rebelión en la creación original. Por consiguiente, más tarde Dios tuvo que producir una segunda creación, en la que específicamente creó al hombre. En Génesis 1 Dios creó principalmente al hombre, y no los cielos y la tierra. En Génesis 1:1 dice: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Si leemos el resto de este capítulo, veremos que habla de la restauración de los cielos y de la tierra y de la creación del linaje humano. Después de que el hombre fue creado, Satanás, quien se había revelado, sedujo al hombre para que éste lo siguiera, y como resultado de ello, el hombre se rebeló contra Dios. Por lo tanto, hubo una rebelión entre el linaje angélico y otra entre el linaje humano. Así que, a causa de las rebeliones de los ángeles y del hombre, Dios no pudo llevar a cabo Su administración.
Un día, el propio Dios vino en el Hijo como hombre. Isaías 9:6 manifiesta que Su nombre fue llamado Admirable. El es tan admirable que nadie puede comprenderlo cabalmente. El es Dios y a la vez hombre. El versículo citado también dice que aunque El era un niño, se le llamó Dios fuerte, y aunque El era el Hijo, Su nombre fue Padre eterno. El era un Dios-hombre maravilloso que vivió en la tierra durante treinta y tres años y medio. El pasó la mayor parte de su vida en la casa de un carpintero, en la pequeña ciudad de Nazaret. ¡Imagínese, Aquel a quien se le llamó el Dios fuerte y el Padre eterno, vivió de esta manera durante más de treinta años! Finalmente, Salió a ministrar, y llevó a cabo Su ministerio por más de tres años y medio. Al final de este tiempo, fue llevado a la cruz. En realidad, no es tan exacto decir que Cristo fue llevado a la cruz, porque en Juan 10, El dice que estuvo dispuesto a entregar Su vida por Sí mismo. Esto significa que El consintió en caminar hacia el Gólgota, hacia el Calvario. Estuvo dispuesto a ser puesto en la cruz.
El Señor fue crucificado literalmente. Sus manos y Sus pies fueron clavados en la cruz y permaneció allí durante aproximadamente seis horas, desde las nueve de la mañana hasta las tres de la tarde. Durante las tres primeras horas, los hombres le hicieron cuanto pudieron con el afán de burlarse de El. Luego, en las tres últimas horas, Dios vino para juzgarlo como nuestro substituto. A la vez que Dios lo juzgaba, Cristo derramaba Su sangre para redimirnos. De Su costado fluyeron sangre y agua; la sangre redime y el agua imparte la vida. Por lo tanto, en Su crucifixión, Cristo efectuó la redención y liberó la vida divina.
Inmediatamente después de morir, se le dio debida sepultura en una tumba perteneciente a un hombre rico. Luego, al tercer día, fue resucitado. La Biblia dice claramente que Cristo fue resucitado. Pero por otra parte, también dice que Cristo mismo se levantó, o sea, que no necesitó que alguien lo resucitara. ¿Cómo pudo Cristo levantarse de los muertos? Esto fue posible porque El mismo es la resurrección.
Cristo estuvo dispuesto a ser sepultado, es decir, a entrar en la muerte, la tumba y el Hades. Mientras se hallaba en el Hades, puso a prueba la muerte, la avergonzó, la derrotó y la sujetó. El entró en la esfera de la muerte y dio un recorrido por esa región para ver qué podía hacer la muerte con El. Finalmente, comprobó que la muerte no tenía poder sobre El, pues no pudo retenerlo (Hch. 2:24). Cuando llegó el momento de levantarse, simplemente se despidió de la muerte y partió de allí. De esta manera, Cristo conquistó la muerte, la sometió y salió de ella. Esta es la resurrección.
No alcanzamos a entender cabalmente la Trinidad, la encarnación, la crucifixión ni la resurrección. De hecho, ni siquiera entendemos apropiadamente nuestro cuerpo físico. ¿Podrá usted explicar lo que es su vida? Entiende usted perfectamente su espíritu y su corazón psicológico? Es evidente que tenemos un espíritu y un corazón psicológico, pero no podemos entenderlos a la perfección. Ciertamente, sería insensato rehusarse a creer en estas entidades de nuestro ser por el simple hecho de que no las entendemos cabalmente. Pasa lo mismo con respecto a la Trinidad, la encarnación, la crucifixión y la resurrección.
La Palabra de Dios es fidedigna, y ella declara que Dios es triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Un día, este Dios se hizo hombre; esto fue la encarnación. Luego, el Dios encarnado, quien es la corporificación del Dios Triuno, vivió en la tierra y fue crucificado. Esto es un misterio, pues el que murió en la cruz no era solamente un hombre, sino también Dios. Pero ¿cómo podía morir Dios? Esto es un misterio. Carlos Wesley, en uno de sus himnos, escribe: “¿Cómo será, que por mí mueras Tú mi Dios?” En otra estrofa de este mismo himno (Himnos #141), leemos: “¿Será que muere el Inmortal?” Esto es verdaderamente un misterio, y no lo podemos entender cabalmente. Después de que Cristo murió, El fue sepultado y resucitado. Podemos también decir que El mismo se levantó. Por una parte, El fue levantado; por otra, El mismo se levantó. La encarnación, la crucifixión y la resurrección son hechos concretos.
En este mensaje, sin embargo, mi carga no consiste en hablar simplemente de estos hechos, sino examinar su significado espiritual y su realidad. ¿Cuál es el significado de la encarnación? La encarnación de Cristo significa que el propio Dios entró en el hombre y se hizo uno con él. Sin embargo, muchos cristianos de hoy tienen una comprensión muy superficial acerca de la encarnación, pues piensan que su propósito fue simplemente producir al Salvador. Por supuesto, el evangelio de Lucas afirma que nos ha nacido un Salvador en Belén (2:11). Pero el evangelio de Juan revela algo más profundo, y lo presenta de esta manera: el Verbo, que estaba en el principio con Dios y que era Dios, se hizo carne (1:1, 14). Esto no habla simplemente de producir un Salvador, sino de introducir a Dios en el hombre y hacerlo uno con él; e incluso de que Dios se une a la carne, pues Juan 1:14 dice: “Y el Verbo se hizo carne”. En este versículo, “el Verbo” denota a Dios, y la “carne”, al hombre. Juntamente con el Verbo que se hizo carne, vinieron la gracia y la realidad. Como lo dice Juan 1:17: “La gracia y la realidad vinieron por medio de Jesucristo”. Por consiguiente, la encarnación consiste en introducir a Dios en el hombre, y en hacer que Dios y el hombre sean uno. ¡Qué maravilla más grande es ésta! Esta maravilla supera a la de la creación del universo, del hombre y de los millares de cosas. ¡Cuán maravilloso y cuán misterioso es, que por medio de la encarnación, Dios se hizo uno con el hombre!
Cuando Cristo, el Dios-hombre, murió en la cruz, El era el Cordero de Dios (Jn. 1:29). Mediante Su muerte en la cruz, El efectuó la redención. No obstante, el significado de la crucifixión implica más que la redención. La redención ciertamente es una parte esencial de la crucifixión. Pero Cristo no murió solamente para cumplir la redención por nosotros; El murió para aniquilar toda la vieja creación. ¿Conoce usted el significado completo de la crucifixión de Cristo? La cruz de Cristo le puso fin a la vieja creación, incluyendo a la familia angelical, los cielos y la tierra restaurados y caídos, y el linaje humano. Cuando Cristo estaba en la cruz, El no estaba colgado allí solo; la vieja creación estaba sobre El y fue crucificada con El. Por lo tanto, en la cruz, Cristo dio muerte al linaje angelical, a los cielos, la tierra, el género humano y a todo lo que pertenecía a la vieja creación. Aunque la Biblia revela esto claramente, esta palabra, la cual se clasifica como una palabra de justicia, no se predica entre los cristianos de hoy. No obstante, éste es el verdadero significado de la muerte de Cristo, y es por esto que decimos que la muerte de Cristo es todo inclusiva. En Hebreos 10, el velo del templo es un tipo de la muerte todo inclusiva de Cristo. Los versículos 19 y 20 dicen que el velo representa la carne de Cristo: “Así que, hermanos, teniendo firme confianza para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesús, entrada que El inauguró como camino nuevo y vivo a través del velo, esto es, de Su carne”. Sobre el velo del templo estaban bordados unos querubines, los cuales representaban las criaturas de Dios. Por tanto, cuando fue rasgado el velo del templo, las criaturas bordadas en él también fueron rasgadas. Esto indica que cuando Cristo fue crucificado, nosotros también fuimos crucificados, juntamente con toda la antigua creación. ¡Aleluya por la muerte que lo incluyó todo!
Reitero que cuando Cristo murió, El llevó a la cruz cada elemento de la vieja creación. ¡Todo fue aniquilado! ¿Cree usted esto? Yo sí lo creo, porque la Biblia lo dice. Además, no sólo se nos aniquiló, sino que también fuimos sepultados en la tumba de Jesús. Aunque esta tumba era pequeña, todo el universo fue sepultado en ella.
La resurrección anuncia que Cristo murió, fue sepultado y resucitó. Esta resurrección es la vitalidad del evangelio, y en esta vital resurrección, Dios puede tener una administración.
Ahora entendemos por qué el capítulo quince abarca el tema de la resurrección. En los capítulos del once al catorce se habla de la Cabeza, el Cuerpo, y los dones con sus funciones que llevan a cabo las operaciones que ejecutan la administración de Dios. Sin embargo, todo esto debe realizarse en resurrección. Dios no pudo llevar a cabo Su administración con la creación original, porque tanto los ángeles como la humanidad se rebelaron contra El. Pero en resurrección, Dios finalmente puede ejecutar Su administración. Como cristianos, debemos ser un pueblo resucitado; la iglesia debe subsistir en resurrección. Sólo estando en resurrección podemos someternos a la autoridad de Dios, discernir el Cuerpo y ser miembros de éste. Cristo puede obtener el Cuerpo únicamente en resurrección. Sin resurrección, la iglesia no podría existir. La iglesia existe en resurrección, y nosotros también.
La administración de Dios se lleva a cabo en resurrección. Esto lo indica 1 Corintios 15:27-28: “Porque todas las cosas las sujetó debajo de Sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a El, claramente se exceptúa Aquel que sujetó a El todas las cosas. Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará a Aquel que le sujetó a El todas las cosas, para que Dios sea todo en todo”. Conforme al versículo 27, Dios sujetó todas las cosas debajo de los pies de Cristo. Finalmente, cuando todas las cosas sean sujetadas a Cristo, Dios será el todo en todo. Entonces se cumplirá la administración de Dios. Debe impresionarnos el hecho de que estos versículos se hallen en un capítulo que habla de la resurrección. Ciertamente es insensato afirmar que no hay resurrección.
En 15:1-2, Pablo dice: “Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he anunciado, el cual también recibisteis, en el cual también estáis firmes; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he anunciado como evangelio, sois salvos, si no creísteis en vano”. El evangelio en este contexto es el evangelio completo, que incluye las enseñanzas acerca de Cristo y la iglesia, según se exponen en la epístola a los romanos (1:1; 16:25). Debemos poseer el evangelio completo, es decir, todo el Nuevo Testamento, y no solamente ciertas enseñanzas o doctrinas.
En el versículo 2, las palabras “sois salvos” significan literalmente en el camino a la salvación (Conybeare). Ya justificados en Cristo y regenerados por el Espíritu, nos encontramos en el proceso de ser salvos en la vida de Cristo (Ro. 5:10). Estaremos en este proceso hasta que alcancemos la madurez y seamos conformados a El (Ro. 8:29). Por una parte, ya fuimos salvos; por otra, estamos siendo salvos. Fuimos salvos por la muerte de Cristo, y ahora estamos siendo salvos en Su resurrección.
En los versículos 3-4, Pablo añade: “Porque primeramente os he trasmitido lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras: y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras”. La muerte de Cristo por nuestros pecados, Su sepultura para que se nos dé muerte, y Su resurrección para que la vida germine en nosotros, lo cual se llevó a cabo conforme a las profecías del Antiguo Testamento (Is. 53:5-8, 10-12; Sal. 22:14-18; Dn. 9:26; Is. 53:9; Sal. 16:9-10; Os. 6:2), son los elementos básicos e iniciales del evangelio. El último de estos elementos es el más vital, porque es el aspecto positivo del evangelio, por cuanto nos imparte vida para que la obtengamos y vivamos a Cristo. Otras verdades del evangelio completo incluyen a Cristo como misterio de Dios, la iglesia como misterio de Cristo, y la Nueva Jerusalén. De hecho, el evangelio completo comprende todo el Nuevo Testamento.
En los versículos 5-11, Pablo habla de los testigos de la resurrección de Cristo. Leamos el versículo 5: “Y que apareció a Cefas, y después a los doce”. Los primeros apóstoles y discípulos fueron testigos oculares de la resurrección de Cristo (Hch. 1:22), y su predicación se enfocaba en su testimonio acerca de esto (Hch. 2:32; 4:33). Ellos dieron testimonio del Cristo resucitado no sólo con su enseñanza sino también con su vida. Vivían con El, debido a que El vivía en ellos en resurrección (Jn. 14:19).
En los versículos 8-9, Pablo habla de sí mismo: “Y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí. Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios”. El que había perseguido a Cristo y la iglesia llegó a ser un apóstol.
En el versículo 10, Pablo añade: “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y Su gracia para conmigo no ha sido en vano, antes he trabajado mucho más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo”. La gracia, la cual se menciona tres veces en este versículo, es el Cristo resucitado, quien llegó a ser el Espíritu vivificante (v. 45) para así en resurrección, introducir al Dios Triuno procesado en nosotros, a fin de que El sea nuestra vida y suministro de vida con miras a que vivamos en resurrección. Así que, la gracia es el Dios Triuno que viene a ser nuestra vida y nuestro todo. (Véase las notas 171 de Jn. 1 y 211 de Gá. 2.) Fue por medio de esta gracia que Saulo de Tarso, el primero de los pecadores (1 Ti. 1:15-16), llegó a ser el apóstol principal, quien trabajó mucho más que todos los apóstoles. Su ministerio y su vida, conducidos por esta gracia, son un testimonio innegable de la resurrección de Cristo.
La frase “no yo, sino la gracia de Dios” es el equivalente de la expresión “ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” de Gálatas 2:20. La gracia que motivó al apóstol y operó en él no era ningún asunto ni cosa, sino una persona viva, el Cristo resucitado, la corporificación de Dios el Padre, quien se hizo el Espíritu vivificante que lo es todo, y quien moraba en el apóstol como el todo para él.
En el versículo 10, la gracia es el Cristo que está en resurrección y quien es la resurrección misma. Por esta gracia, Pablo pudo ser lo que era y laborar más que todos los demás apóstoles. Cuando comparamos 1 Corintios 15:10 con Gálatas 2:20, vemos que la gracia no es una cosa, sino una persona. Todos los discípulos y apóstoles que vieron al Cristo resucitado, no sólo lo vieron objetivamente, sino que lo experimentaron subjetivamente. Al ver a Cristo de esta manera, El entró en ellos y empezó a morar en ellos de una manera subjetiva. A esto se debió que cuando llegó el día de Pentecostés, ellos fueran tan vivientes, energéticos y activos. El Cristo resucitado estaba en ellos. Cristo no sólo resucitó objetivamente, sino que en resurrección, El vivía en Pedro, en Juan y en todos los demás apóstoles y discípulos.
En el transcurso de los siglos, el Cristo resucitado ha vivido en todos Sus siervos. Yo también puedo testificar que El vive en mí, y que me capacita para hacer lo que nunca podría hacer por mí mismo. ¡Aleluya, el Señor Jesús vive! ¿Cómo sabemos que vive? Como dice un himno, sabemos que El vive porque vive en nosotros (Himnos #217). Es posible que nos persigan, que recibamos oposición y que suframos. Pero el Cristo resucitado está en nosotros. Cuanto más oposición enfrentemos, más vivientes y activos seremos. Este es nuestro testimonio: No yo, sino la gracia de Dios con nosotros.