Mensaje 69
Lectura bíblica: 1 Co. 16:1-24
En este mensaje examinaremos 1 Corintios 16:1-24, la sección final de esta epístola. En los versículos 1-9 Pablo habla de la colecta del donativo, mientras que los versículos 10-24 concluyen la epístola.
En el versículo 1 Pablo dice: “En cuanto a la colecta para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené a las iglesias de Galacia”. Este es el undécimo tema tratado por el apóstol en esta epístola, un asunto relacionado con el dinero, las riquezas y las posesiones materiales. Toda la humanidad caída se halla bajo el dominio de las riquezas y de las posesiones materiales (Mt. 6:19-21, 24-25, 30; 19:21-22; Lc. 12:13-19). En el día de Pentecostés, bajo el poder del Espíritu Santo, todos los creyentes derrocaron este dominio y tenían en común todas sus posesiones de manera que las distribuían a los necesitados (Hch. 2:44-45; 4:32, 34-37). Por causa de la naturaleza débil y caída de los creyentes (cfr. Hch. 5:1-11; 6:1), esa práctica no duró mucho tiempo; para la época del apóstol Pablo, ya había cesado. Por consiguiente, los creyentes requerían gracia para vencer el poder de las riquezas y de las cosas materiales, y para arrebatar estas cosas del dominio de Satanás y ofrecerlas al Señor para el cumplimiento de Su propósito. La vida de resurrección es el suministro que habilita a los creyentes a llevar tal vida, una vida que confía en Dios y no en las posesiones materiales, es decir, una vida no para el presente sino para el futuro, no para esta edad sino para la venidera (Lc. 12:16-21; 1 Ti. 6:17-19); una vida que derriba la usurpación de las riquezas temporales e inciertas. Tal vez ésta sea la razón por la que Pablo trató este asunto después de hablar de la realidad de la vida de resurrección. En todo caso, esto se relaciona con la administración de Dios entre las iglesias.
El hecho de que este tema se presente después de un capítulo que habla de la realidad de la vida de resurrección es muy significativo. La resurrección es el poder que vence no sólo el pecado y la muerte, sino también sobre las posesiones materiales. Por lo tanto, inmediatamente después del capítulo que trata de la resurrección, Pablo aborda el tema de las posesiones materiales.
En el versículo 1 vemos que Pablo dio la misma dirección a la iglesia de Corinto que a las de Galacia. Esto indica claramente que todas las iglesias locales deben ser iguales en sus prácticas (7:17; 11:16; 14:33).
En el versículo 2 Pablo añade: “Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado, guardándolo, para que no se hagan las colectas cuando yo llegue”. El séptimo día de la semana, el sábado, se apartaba para conmemorar la obra creadora de Dios (Gn. 2:1-3 Ex. 20:8, 11). El primer día de la semana es un símbolo de la resurrección del Señor; pues ese día resucitó El de entre los muertos (Jn. 20:1 y la nota 1) y es llamado “el día del Señor” (Ap. 1:10). Los santos neotestamentarios se reúnen y ofrecen sus bienes en este día (Hch. 20:7), el día de la resurrección del Señor, lo cual significa que ellos han sido resucitados juntamente con el Señor (Ef. 2:6) en Su resurrección (1 P. 1:3), y que en resurrección, ellos se reúnen, no por su vida natural sino por la vida de resurrección, con el fin de recordar al Señor y adorar a Dios con sus ofrendas.
Debemos ofrendar en la vida de resurrección y no en nuestra vida natural. Sin embargo, la mayoría de los cristianos de hoy ofrendan conforme a su vida natural. Se levantan ofrendas valiéndose de la vida natural y en una manera que corresponde totalmente a la vieja creación. Además, los que ofrendan grandes sumas a menudo reciben un reconocimiento público, mientras que a los que dan pequeñas cantidades, no se les toma en cuanta. La manera en que nosotros damos debe ser completamente diferente. Debemos presentar nuestras ofrendas en resurrección y por medio de ella.
En el versículo 3 Pablo escribe: “Y cuando haya llegado, a quienes hubiereis aprobado, a éstos enviaré con cartas para que lleven vuestro donativo a Jerusalén”. La palabra griega traducida “donativo” también puede traducirse gracia. Esta era una clase de comunión llevada a cabo bajo la dirección del apóstol, entre las iglesias del mundo gentil y la iglesia en Jerusalén (2 Co. 8:1-2; Ro. 15:25-27).
Hemos dicho reiteradas veces que en la segunda sección de 1 Corintios, en los capítulos del once al dieciséis, Pablo aborda temas relacionados con la esfera de la administración divina. Esta sección empieza con el orden que Dios estableció en el universo, y concluye con un tema aparentemente insignificante: los donativos materiales que se dan a los santos. Lo que pone a prueba si estamos o no en la administración divina, si estamos entregados a ella y si estamos contribuyendo a su cumplimiento, es la manera en que nos relacionamos con las cosas materiales y cómo manejamos nuestro dinero. Si usamos nuestro dinero de manera mundana, por más que hablemos de la resurrección, no estamos verdaderamente en la administración de Dios. El grado en que participemos en la administración divina y nos dediquemos a ella, lo determina cuánto nos interese el dinero y las posesiones materiales.
Al paso de los años, en el recobro del Señor hemos escuchado Su Palabra y hemos sido edificados con las riquezas de Cristo. Ciertamente nos hemos alimentado de la Palabra divina. Ahora, si todos somos fieles y vivimos para la administración de Dios con relación al dinero y las cosas materiales, no habrá ninguna necesidad económica en el recobro. Por ejemplo, seguramente podemos ejercitar nuestro espíritu y nuestra voluntad y ahorrar una pequeña cantidad de dinero cada semana, quizás dos dólares con cincuenta centavos, y darlo al Señor para Su mover en la tierra. Un día, en lugar de salir a un restaurante, podemos comer un platillo sencillo preparado en casa, y dar al Señor lo que ahorremos. ¡Imagínense cuánto se lograría si todos fuésemos fieles e hiciésemos algo así semana tras semana!
En una epístola tan elevada que aborda temas espirituales y celestiales, Pablo aborda por último un asunto tan práctico como el de las finanzas. Es fácil hablar de la autoridad, y decir: “¡Alabado sea el Señor que estoy bajo la autoridad de Cristo! El es mi Cabeza, y con respecto a esto, no tengo ningún problema”. Pero ¿podría decir que no tiene ningún problema con el tema que Pablo trata en el capítulo dieciséis? Podemos hablar de la victoria de la resurrección sobre el pecado y la muerte, pero ¿qué pasa con la victoria sobre la manera en que usamos el dinero y las posesiones materiales? Es fácil que cuando hablamos de la autoridad de Dios, de discernir el Cuerpo, de los dones, y de la resurrección, lo hagamos de una manera abstracta y poco práctica. Por esta razón, Pablo, en la sabiduría de Dios, aborda el tema de ofrendar, inmediatamente después de hablar de la resurrección. Si vivimos verdaderamente en resurrección, no tendremos ningún problema con el dinero ni con las cosas materiales.
En el versículo 2 Pablo específicamente menciona el “primer día de la semana”. Hemos visto que este día, el día del Señor, representa la resurrección de Cristo. Nosotros no vivimos ni actuamos en el séptimo día de la semana, porque ese día se usaba para conmemorar la vieja creación. Más bien, debemos vivir en resurrección en el primer día de la semana. Esto significa que no debemos ser personas del séptimo día, sino del primer día. Si vivimos en resurrección, en el primer día de la semana, el recobro no experimentará ningún problema relacionado con las necesidades económicas.
En 16:4-9 se aprecia la disposición del apóstol. Leamos el versículo 4, que dice: “Y si es propio que yo también vaya, irán conmigo”. En el versículo 6, él añade: “Y podrá ser que me quede con vosotros, o aun pase el invierno, para que vosotros me encaminéis a donde haya de ir”. En el versículo 8 Pablo dice que se quedaría en Efeso hasta Pentecostés. Esta epístola fue escrita en Efeso, donde el apóstol permaneció tres años, durante su tercer viaje ministerial (Hch. 19:21-22; 20:1, 31).
Leamos el versículo 10: “Y si llega Timoteo, mirad que esté con vosotros sin temor, porque él hace la obra del Señor así como yo”. Si Timoteo había de estar con los corintios sin temor, ellos tenían que ser obedientes y sumisos a la palabra de Pablo. En este versículo, Pablo parecía decir: “Ustedes deben estar en el primer día de la semana, es decir, deben vivir en resurrección. Además, deben someterse a la autoridad de Cristo y de Dios, deben discernir el Cuerpo, desear los mejores dones, ejercerlos en amor, y permanecer en resurrección. Si hacen esto, entonces mi joven colaborador no tendrá ningún temor cuando esté con ustedes. Miren que Timoteo esté con ustedes sin temor, porque él hace la obra del Señor así como yo”.
En el versículo 11 Pablo añade: “Por tanto, nadie le menosprecie, sino encaminadle en paz, para que venga a mí, porque le espero con los hermanos”. Pablo exhorta a los creyentes filosóficos de Grecia a que no menosprecien a su joven colaborador. ¿Cómo podrían los corintios encaminar a Timoteo en paz si no viviesen en resurrección? Esto habría sido imposible. En este versículo vemos un cuadro realmente agradable. Pablo esperaba a Timoteo con los hermanos, confiando en que los corintios lo encaminarían en paz.
En el versículo 12 Pablo dice: “Acerca de nuestro hermano Apolos, mucho le rogué que fuese a vosotros con los hermanos, mas de ninguna manera quiso ir por ahora; pero irá cuando tenga oportunidad”. Con esta palabra los corintios debieron de haberse dado cuenta cuál era la actitud de Pablo para con Apolos, y que la relación que mantenía con él contrastaba radicalmente con las preferencias de ellos (1:11-12). La actitud de Pablo y la relación que tenía con Apolos mantenían la unidad; en cambio, las preferencias de ellos causaban división.
Tanto Pablo como Apolos eran personas que vivían en el Espíritu. Aún así, uno instó al otro a que visitara esa iglesia, pero el otro no quiso hacerlo. Esto muestra que ambos tenían libertad en el Espíritu, y que el Espíritu tenía libertad en ellos. Esto también demuestra que nadie ejercía ningún control sobre la obra del Señor.
Cuando Pablo habla de Timoteo en el versículo 10, él sencillamente le llama Timoteo. Pero cuando habla de Apolos en el versículo 12, él usa la expresión “nuestro hermano”. Esta expresión es dulce e íntima. Los primeros capítulos de esta epístola muestran que algunos corintios preferían a Apolos sobre Pablo. Sus preferencias eran causa de división. Ahora, al decir Pablo: “Nuestro hermano Apolos”, indica que no existía ningún problema entre ellos. Pablo parecía decir: “Ustedes corintios hacen diferencia entre Apolos y yo. Pero quiero que sepan que no hay barreras ente nosotros. Apolos es mi hermano; él es nuestro hermano. Le exhorté mucho que fuese a visitarles”. Aunque Pablo sabía que algunos corintios preferían a Apolos, de todos modos lo alentó a ir a Corinto. De hecho, le rogó mucho que fuera. Hoy son pocos los obreros cristianos que le pedirían a otros obreros que fueran a determinado lugar, sabiendo que las personas de ese lugar los prefieren más que a ellos.
Hemos dicho que a pesar de la exhortación de Pablo, Apolos no sentía el deseo de ir a Corinto en aquel momento. Entonces, ¿quién vivía en el Espíritu, Pablo o Apolos? La respuesta es que ambos estaban en el Espíritu. Esto no les impedía tener un sentir diferente en cuanto a la visita de Apolos a Corinto.
Algunos me han censurado acusándome de ser un dictador; han afirmado que poseo una autoridad autónoma con la cual controlo a todas las iglesias y a los santos. Sin embargo, es un hecho patente que no ejerzo ningún control sobre las iglesias ni sobre los santos. Muchos santos pueden testificar de que cuando las personas vienen a consultarme para recibir algún consejo, les aliento a acudir al Señor y orar. Les digo que no me corresponde a mí decidir lo que deben hacer. Pablo no ejercía ningún control, y nosotros tampoco lo hacemos.
En el versículo 13 Pablo dice: “¡Velad, estad firmes en la fe; sed hombres maduros, y esforzaos!” Pablo exhorta a los corintios a no dejarse sacudir por ninguna herejía, especialmente por la que dice que no hay resurrección. En este versículo, la fe es objetiva; se refiere a aquello que creemos. Ser hombres maduros, significa ser fuertes en la fe y firmes en su postura, no ser como niños en el entendimiento (14:20), ni como niños sacudidos por las olas y zarandeados por todo viento de enseñanza (Ef. 4:14). A fin de ser tales hombres, se requiere el crecimiento en vida (1 Co. 3:1, 6).
Leamos el versículo 14: “Todas vuestras cosas sean hechas con amor”. Este es el amor que se define en el capítulo trece.
En los versículos 17-18 Pablo dice, refiriéndose a Estéfanas, Fortunato y Acaico: “confortaron mi espíritu y el vuestro”. Esto debe de haber obedecido a las riquezas de Cristo ministradas por el espíritu de unos, el cual puede tocar el espíritu de otros. Esto indica que nuestro contacto y relación con los santos debe llevarse a cabo en nuestro espíritu y por medio del mismo, y no con la emoción de nuestra alma. Si estos hermanos hubiesen contado a Pablo muchos chismes, no habrían confortado su espíritu. El hecho de que confortaron el espíritu del apóstol y de todos los corintios indica que ellos vivían y actuaban en el espíritu.
Leamos el versículo 19: “Las iglesias de Asia os saludan. Aquila y Prisca, con la iglesia que está en su casa, os saludan mucho en el Señor”. Esto significa que cuando Aquila y Prisca vivían en Efeso, la iglesia allí se reunía en su hogar (Hch. 18:18-19, 26). Cuando vivían en Roma, la iglesia en Roma se reunía en la casa de ellos (Ro. 16:5; cfr. Col. 4:15-16; Flm. 1:2).
Los versículos 10-21 describen la verdadera práctica de la vida del Cuerpo en una armonía hermosa, no solamente entre el apóstol y sus colaboradores, sino también entre ellos y las iglesias, con miras a la edificación del Cuerpo, a la cual se da especial énfasis en los capítulos del doce al catorce.
En el versículo 22 Pablo dice: “El que no ame al Señor, quede bajo maldición. ¡El Señor viene!” La palabra griega anatema significa una cosa o una persona maldita, es decir, apartada, dedicada, a la desgracia. Al amar a Dios quedamos bajo Su bendición y participamos de las bendiciones divinas que El ha dispuesto y preparado para nosotros, las cuales van más allá de nuestra comprensión (2:9). Pero si no amamos al Señor, quedamos bajo maldición, apartados para maldición. ¡Qué advertencia!
La frase “¡El Señor viene!” es una traducción de la palabra griega maranata, la cual proviene del arameo. Es una exclamación que nos recuerda que la segunda venida del Señor trae consigo juicio.
Leamos el versículo 23: “La gracia del Señor Jesús esté con vosotros.” Como señalamos en un mensaje anterior, esta gracia es el Cristo resucitado que fue hecho el Espíritu vivificante para introducir al Dios procesado en resurrección dentro de nosotros, a fin de que sea nuestra vida y suministro de vida.
Pablo siempre concluye sus epístolas hablando acerca de la gracia. Pero en ésta, él termina con una palabra de amor: “Mi amor en Cristo Jesús esté con todos vosotros” (v.24). No se trata de un amor natural, sino de amar en Cristo, de amar en resurrección (4:21), del amor de Dios que llega a ser nuestro por medio de la gracia de Cristo y la comunión del Espíritu (2 Co. 13:14). De las catorce epístolas de Pablo, sólo ésta termina con una palabra que les certifica su amor. Esto se debe a que el apóstol los había tratado con reprimendas fuertes (1:13; 3:3; 4:7-8; 5:2, 5; 6:5-8; 11:17). El fue fiel, abierto y franco para con ellos en el amor de Dios en Cristo (2 Co. 2:4), sin recurrir jamás a la diplomacia. Por eso, el Señor honró lo que él hizo, y los corintios aceptaron sus reprensiones y se arrepintieron, lo cual les trajo beneficio (2 Co. 7:8-13).
La primera epístola a los corintios concluye en un espíritu agradable y con un hermoso marco de comunión. Aunque incluye correcciones y reprimendas, esta epístola termina de manera agradable. Muestra que en aquel tiempo existía una dulce comunión entre los colaboradores, entre éstos y las iglesias, y entre todas las iglesias. Los colaboradores y las iglesias disfrutaban de una comunión placentera.
Como vimos, la segunda sección de esta epístola abarca cinco temas relacionados con la administración de Dios: la autoridad divina, el Cuerpo, los dones, la resurrección y las posesiones materiales. La administración de Dios depende de la autoridad. Luego, para llevar a cabo la administración divina bajo la autoridad de Dios, se necesita el Cuerpo. Si el Cuerpo ha de llevar a cabo la administración de Dios, todos los miembros del Cuerpo necesitan dones para funcionar. Así que, tenemos la autoridad, el Cuerpo y los dones, esto es, las aptitudes. Además, se necesita poder, fuerza; esto alude a la vida de resurrección. La vida de resurrección capacita a los miembros para que ejerciten sus dones, lo cual propicia la operación del Cuerpo a fin de que se lleve a cabo la administración de Dios bajo Su autoridad. El último tema que abarca esta sección, a saber, el dinero y las posesiones materiales, es una prueba que demuestra en qué medida vivimos en la vida de resurrección.
Esta prueba tan práctica en cuanto a las posesiones materiales tiene que ver con el primer día de la semana. Un día se refiere a nuestra vida. La clase de vida que llevamos depende de la clase de día que tenemos. Si somos derrotados en determinado día, esto significa que tenemos un día de derrota. Además, vivir en la vieja creación equivale a vivir en el séptimo día. Pero si nos conducimos en la vida de resurrección, esto indica que vivimos en el primer día de la semana. Si no estamos en resurrección, no tendremos nada que ver con los dones, el Cuerpo ni con la autoridad divina. No obstante, si vivimos en el primer día de la semana, es decir, en la vida de resurrección, seguramente estaremos sometidos a la autoridad de Dios, permaneceremos en el Cuerpo y ejerceremos nuestros dones de manera provechosa. Entonces llevaremos una vida cotidiana que dé testimonio a todo el universo de que somos personas que viven completamente en resurrección.
En cuanto a Cristo, el último enemigo es la muerte, mientras que para nosotros el enemigo final es las posesiones materiales. La vida de resurrección nos capacita para vencer el poder del pecado, y mediante ésta, Cristo triunfa sobre todos los que se oponen a El, y subyuga a Sus enemigos. El enemigo final que El someterá es la muerte. El capítulo dieciséis es la continuación del capítulo anterior, e indica que la vida de resurrección vence a nuestro postrer enemigo: las posesiones materiales.
Al analizar la vida de otros y mi propia experiencia, puedo testificar que lo último que vencen las personas espirituales son las posesiones materiales. Algunos cristianos vencen su mal genio, sus debilidades y sus pecados, pero no triunfan en el área de las posesiones materiales.
Desde que recibí al Señor, El empezó a disciplinarme en lo referente al dinero y las posesiones materiales. El Señor me adiestró a usar el dinero para El. Aun cuando era joven, usaba mi dinero para imprimir folletos evangélicos que yo mismo escribía. Después de cierto grado de experiencia, puedo testificar que las posesiones materiales son realmente el último enemigo. Por consiguiente, la experiencia me enseña que la victoria sobre las cosas materiales, de la que se habla en el capítulo dieciséis, es una continuación y a la vez la conclusión del tema de la resurrección, del cual trata el capítulo quince.
¡Alabado sea el Señor que tenemos la autoridad, el Cuerpo, los dones, la resurrección y la victoria sobre las posesiones materiales! Esta victoria demuestra que vivimos en el primer día de la semana. No vivimos en el día sábado, es decir, en la antigua creación. Antes bien, somos el pueblo del día del Señor, el pueblo que vive en resurrección. Por medio de la resurrección lo vencemos todo, y todas las cosas están bajo nuestros pies.