Mensaje 8
Lectura bíblica: 2 Cr. 3:1; 11:5, 13-16; 15:9-10; 2 Co. 3:17-18; Ro. 8:29; Fil. 3:13-14; Ro. 5:17, 21b
Oración: Señor, cuánto te agradecemos por esta ocasión, en la que podemos reunirnos contigo y con los santos de todas partes del mundo. ¡Gracias por la oportunidad de compenetrarnos, no sólo unos con otros, sino también contigo! ¡Aleluya, qué compenetración tan hermosa, que nosotros los hombres tripartitos podamos mezclarnos con el Dios Triuno! Señor, danos un corazón que valore esta ocasión. No permitas que salgamos de este lugar sin habernos compenetrado contigo. Creemos que estamos bajo Tu unción, la unción del Espíritu compuesto, vivificante, que lo es todo, el cual es la consumación del Dios Triuno que mora en nosotros. Señor, te alabamos por concedernos la dicha de vivir en los días que consumarán esta era y Tú volverás. Señor, gracias por Tu presencia. Gracias por abrirnos Tu Palabra. Nos sentimos agradecidos de que no sólo tenemos la Palabra impresa, sino también la Palabra abierta e interpretada. Tú nos has abierto Tu Palabra, y ahora esperas que la tomemos. Ayúdanos, Señor. Somos débiles; no somos nada; te necesitamos. Amén.
El suplemento de la historia de los reyes de Judá narrado en 2 Crónicas, muestra que estos reyes se mantuvieron en la base de unidad apropiada, a saber, Jerusalén, el lugar que Dios había escogido y establecido (Dt. 12:5-18). Deuteronomio 12 muestra claramente que ese lugar fue la base de unidad que Dios eligió conforme a Su deseo. Debemos estudiar este capítulo con detenimiento.
Jerusalén fue el lugar que Dios escogió como centro de adoración para toda la tierra. Hoy los gobernantes y los líderes del mundo debaten sobre quién debe ser el dueño de Jerusalén. Este debate es una insensatez, y los involucrados no saben lo que dicen, pues no se dan cuenta de que Dios es el dueño de Jerusalén. Jerusalén, el centro donde se adora a Dios, pertenece al Dios Triuno.
Podemos afirmar que el hecho de que Dios escogiera a Jerusalén como centro de adoración se revela por primera vez en las palabras que El dirigió a Abraham en Génesis 22:2. El le pidió a Abraham que fuera a la tierra de Moriah y ofreciera a Isaac (que tipificaba a Cristo) sobre uno de los montes que Dios le mostraría. Este lugar, el monte Moriah, donde Abraham ofreció a Isaac, fue el mismo sitio, el monte de Sion, que Dios escogió para edificar el templo (2 Cr. 3:1; 2 S. 24:25). En realidad, Sion es la cima del monte Moriah. Cuando Salomón se preparaba para construir el templo, no fue necesario que él escogiera el lugar, pues Dios ya lo había escogido y ya se lo había dado a conocer a David. Ese sitio fue el lugar mismo donde Abraham ofreció a Isaac en sacrificio a Dios. Este lugar se escogió por disposición divina.
Los reyes de Judá permanecieron en Jerusalén, la base de unidad que Dios había escogido, mientras que los reyes de Israel abandonaron dicha base. Jeroboam incluso estableció otros centros de adoración en Bet-el y en Dan (1 R. 12:29-30). A los ojos del Señor eso fue una abominación. Los reyes de Judá honraron la base de unidad. La base correcta y única que Dios escogió, ordenó y estableció, representa la base sobre la cual se debe poner en práctica hoy la vida de iglesia.
Los reyes de Judá también mantuvieron su fe en la Palabra que Dios les había dado por conducto de Moisés. En cuanto a la fe, ellos se apegaron a la verdad. Así que, los reyes de Judá hicieron dos cosas buenas: permanecieron en la base de unidad apropiada y guardaron la fe en la Palabra de Dios.
La base de unidad y la fe fundamental atrajeron a Jerusalén a muchas personas del pueblo de Dios, particularmente a los sacerdotes y los levitas. Durante el reino de Roboam, los levitas dejaron sus ejidos y sus posesiones y fueron a Jerusalén (2 Cr. 11:13-14). Además, “acudieron también de todas las tribus de Israel los que habían puesto su corazón en buscar a Jehová Dios de Israel; y vinieron a Jerusalén para ofrecer sacrificios a Jehová, el Dios de sus padres” (v. 16). Los sacerdotes y los levitas, y también aquéllos de otras tribus que habían puesto su corazón en buscar a Jehová, dejaron sus posesiones y vinieron al centro de adoración en Jerusalén. Más adelante, durante el reino de Asa, “muchos de Israel se habían pasado a él, viendo que Jehová su Dios estaba con él” (15:9). Todos ellos fueron atraídos a Jerusalén porque los reyes de Judá se mantuvieron firmes en la base de unidad apropiada y guardaron la fe fundamental.
Sin embargo, debemos considerar algo más. Ya vimos que los reyes de Judá se mantuvieron en la base de unidad apropiada, en Jerusalén, y que guardaron la fe fundamental, pero ahora debemos examinar la manera en que se comportaron.
En los libros históricos del Antiguo Testamento vemos muchos cuadros diferentes, pero es posible que no tengamos una interpretación exacta de éstos. En la historia de los reyes de Judá, narrada en los libros de Crónicas, encontramos la interpretación correcta de dichos cuadros, que consisten en que estos reyes son ejemplos que muestran claramente que nosotros, los que amamos a Dios y buscamos a Cristo, no debemos limitarnos a honrar la base de unidad apropiada y a guardar la verdad fundamental, sino que también debemos darle importancia a lo que somos y a la manera en que nos comportamos. Además, debemos prestar atención a nuestros intereses, intenciones, objetivos, meta, actitud, y a la manera en que hablamos. Por ejemplo, debemos darle importancia al tono de nuestra voz. A veces nuestro tono de voz se parece al rugido de un león, y no al tono de voz de un Dios-hombre.
Los libros de 1 y 2 Crónicas nos proporcionan muchos ejemplos de cómo los reyes de Judá se condujeron en la buena tierra. Estos ejemplos muestran cómo eran ellos, cómo se comportaban, cómo hacían las cosas, cómo encaraban las diversas situaciones, qué intenciones tenían, cuáles eran sus intereses y sus metas al fungir como reyes en la buena tierra. Estos ejemplos reflejan la manera en que debemos comportarnos en nuestra vida diaria.
Pensemos por un momento en la vida matrimonial que llevamos diariamente. Tal vez honramos la base de unidad de la iglesia y guardamos la fe, pero, ¿cómo le hablamos a nuestro cónyuge? ¿Cómo lo tratamos? ¿Cuál es nuestra actitud hacia él? ¿Andamos conforme al espíritu en nuestra vida matrimonial? ¿Llevamos la vida de un Dios-hombre ante nuestro cónyuge?
Si hemos de vivir como Dios-hombres, tenemos que ser crucificados. Debemos morir para vivir. Si llevamos una vida crucificada en nuestra vida matrimonial, entonces viviremos como Dios-hombres.
Muchos santos se conducen correctamente en las reuniones de la iglesia y en el servicio de la misma, pero es posible que en su casa no lleven la vida de un Dios-hombre, sino la de un “hombre-escorpión”, intercambiando palabras o discutiendo con el cónyuge. Tal vez haya una pareja que ama al Señor y Su recobro, pero durante la comida, el marido critica a la mujer por su actitud, y ella lo condena por la manera en que le habla. Después, ellos asisten a la reunión de grupo vital, pero ¿cómo estos dos “escorpiones” pueden ser vitales? Esta es la situación que prevalece entre nosotros, y debido a esto es difícil encontrar un grupo vital genuino. En los grupos vitales lo único que he visto es muerte, no vitalidad. Todos los miembros vitales deben ser Dios-hombres, personas cuya vida natural sea crucificada a fin de llevar una vida de Dios-hombre mediante la vida divina que está en ellos.
En estos mensajes, no siento la carga de enseñar historia bíblica; antes bien, quiero expresar lo que el Señor desea hoy. El desea que muchos de Sus creyentes sean gradualmente transformados en Dios-hombres. En 2 Corintios 3:17 dice que el Señor es el Espíritu. El versículo 18 añade: “Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. Esto significa que debemos mantener nuestra cara descubierta y mirar al Señor para ser transformados a Su imagen. La transformación requiere de un proceso; no sucede de un día para otro. Además, Romanos 8:29 declara que Dios no nos ha predestinado solamente para ser transformados, sino también para ser hechos conformes a la imagen de Su Hijo, para que El sea el Primogénito entre muchos hermanos. Mi carga es que nosotros, los que creemos en Cristo, seamos transformados y conformados gradualmente para que seamos Dios-hombres.
En el primer mensaje dijimos que el disfrute que tenemos de Cristo tiene varios grados, dependiendo de cuánto seguimos a Cristo y cuán fiel le somos. El logro más elevado que se obtiene por seguir a Cristo es reinar con El en Su vida divina y por medio de Su abundante gracia (Fil. 3:13-14; Ro. 5:17, 21b). La intensidad con que lo busquemos y el nivel de nuestra fidelidad hacia El, determina cuánto lo disfrutaremos. Repito, el mayor logro que podemos alcanzar al seguir a Cristo es reinar con El en Su vida divina.
Los reyes de Judá alcanzaron una posición en la que pudieron disfrutar, en su reinado, la buena tierra de Canaán. Ellos fueron reyes que disfrutaron de la buena tierra. La proporción de su disfrute fue determinada por lo que ellos eran, por la conducta que llevaban, y por las metas, intereses e intenciones que tenían. Debemos aprender de ellos a llevar una vida de Dios-hombre en todos los detalles de nuestra vida.