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Mensajes del libro «Estudio-Vida de 1 Juan»
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Mensaje 12

LOS REQUISITOS CORRESPONDIENTES A LA COMUNIÓN DIVINA

(4)

  Lectura bíblica: 1 Jn. 1:8-10

  En este mensaje continuaremos hablando sobre los requisitos correspondientes a la comunión divina.

DESCARRIARNOS

  En 1:8 Juan dice: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros”. Decir que no tenemos pecado es decir que no tenemos el pecado que mora en nosotros (Ro. 7:17), en nuestra naturaleza. Esto era lo que enseñaba la herejía gnóstica. Con esto, el apóstol vacunaba a los creyentes contra esta falsa enseñanza. Esta sección, 1:7—2:2, trata de los pecados cometidos por los creyentes después de que ellos son regenerados. Tales pecados interrumpen su comunión con Dios. Si los creyentes, después de haber sido regenerados, no tuvieran pecado en su naturaleza, ¿cómo podría ser que pequen en su conducta? Aunque sólo pequen ocasionalmente, y no habitualmente, el hecho de que aún pequen es suficiente prueba de que el pecado todavía opera dentro de ellos. De no ser así, su comunión con Dios nunca se vería interrumpida. La enseñanza del apóstol aquí condena también la enseñanza actual acerca del perfeccionismo, según la cual en esta vida terrenal es posible llegar a un estado en el cual uno es completamente libre del pecado. Asimismo, la enseñanza del apóstol anula la actual errónea enseñanza sobre la erradicación de la naturaleza pecaminosa, la cual, interpretando incorrectamente lo dicho en 3:9 y 5:18, afirma que los que han sido regenerados no pecan debido a que su naturaleza pecaminosa ya fue totalmente erradicada.

  La palabra griega traducida “nos engañamos a nosotros mismos” puede también traducirse “nos descarriamos”. Decir que no tenemos pecado porque fuimos regenerados, es engañarnos a nosotros mismos, lo cual hace que no reconozcamos nuestra propia experiencia y que nos descarriemos.

  La palabra “verdad” del versículo 8 denota la realidad de Dios revelada, los hechos que nos son transmitidos en el evangelio, tales como la realidad de Dios y de todas las cosas divinas, las cuales son Cristo (Jn. 1:14, 17; 14:6); la realidad de Cristo y de todas las cosas espirituales, las cuales son el Espíritu (v. 17; 15:26; 16:13; 1 Jn. 5:6); y la realidad de la condición del hombre (Jn. 16:8-11). Aquí denota especialmente la realidad de nuestra condición pecaminosa después de la regeneración, como nos es mostrada bajo la iluminación de la luz divina en nuestra comunión con Dios. Si decimos que después de haber sido regenerados no tenemos pecado, la realidad, la verdad, no permanece en nosotros, pues no reconocemos nuestra verdadera condición después de la regeneración.

CONFESAR NUESTROS PECADOS

  En el versículo 9 Juan añade: “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia”. Esto se refiere a la confesión de nuestros pecados, de nuestros fracasos, después de ser regenerados, y no a la confesión de nuestros pecados antes de nuestra regeneración.

  Dios es fiel a Su palabra (v. 10) y justo con relación a la sangre de Jesús Su Hijo (v. 7). Su palabra es la palabra de la verdad de Su evangelio (Ef. 1:13), la cual nos dice que Él nos perdonará nuestros pecados por causa de Cristo (Hch. 10:43); y la sangre de Cristo ha satisfecho Sus justos requisitos para que Él pueda perdonar nuestros pecados (Mt. 26:28). Si confesamos nuestros pecados, Dios, conforme a Su palabra y con base en la redención efectuada mediante la sangre de Jesús, nos perdona porque Él tiene que ser fiel a Su palabra y justo con relación a la sangre de Jesús; de otro modo, Él sería infiel e injusto. Debemos confesar nuestros pecados para que Él nos pueda perdonar. Tal perdón, cuyo fin es restaurar nuestra comunión con Dios, es condicional, pues depende de nuestra confesión.

  En el versículo 9 Juan nos dice que Dios nos perdona y nos limpia. Al perdonarnos, Dios nos libera de la culpa de nuestros pecados, y al limpiarnos, Él nos lava de la mancha de nuestra injusticia.

  Las palabras injusticia y pecados son sinónimas, pues toda injusticia es pecado (1 Jn. 5:17). Así que ambas se refieren a nuestras malos actos. La palabra pecados se refiere a la transgresión cometida contra Dios y los hombres a causa de nuestros malos actos, y la palabra injusticia denota la mancha causada por nuestros malos actos, la cual hace que no estemos bien ni con Dios ni con los hombres. Con respecto a la transgresión, lo que se necesita es el perdón; pero con respecto a la mancha, lo que se requiere es que Él nos limpie. Así que, necesitamos tanto del perdón de Dios como de Su limpieza para que nuestra comunión con Él sea restaurada, de modo que podamos disfrutarle en una comunión ininterrumpida con una buena conciencia, una conciencia sin ofensa (1 Ti. 1:5; Hch. 24:16).

NUESTRA CONDICIÓN PECAMINOSA AUN DESPUÉS DE LA REGENERACIÓN

  El versículo 10 dice: “Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a Él mentiroso, y Su palabra no está en nosotros”. Si bien el versículo 8 comprueba que después de haber sido regenerados todavía tenemos el pecado internamente, el versículo 10 comprueba además que todavía pecamos externamente, aunque no habitualmente. La razón por la cual todavía pecamos externamente en nuestra conducta es que todavía tenemos el pecado internamente en nuestra naturaleza. Ambos versículos confirman que nuestra condición es pecaminosa aún después de haber sido regenerados. Al referirse a tal condición, el apóstol usó el pronombre nosotros, no excluyéndose a sí mismo.

  La “palabra” del versículo 10 es la palabra de la revelación que Dios trae, la palabra de la realidad (Ef. 1:13; Jn. 17:17), la cual transmite el contenido de la economía neotestamentaria de Dios. Es sinónima de la palabra verdad mencionada en el versículo 8. Por medio de esta palabra, Dios expone nuestra verdadera condición, la cual es pecaminosa tanto antes como después de nuestra regeneración. Si decimos que después de haber sido regenerados no hemos pecado, hacemos a Dios mentiroso y negamos la palabra de Su revelación.

  Ya vimos que el versículo 8 se refiere al pecado que mora en nosotros y que el versículo 10 se refiere a la acción de pecar. El pecado que mora en nosotros es el pecado que heredamos por medio de nuestro nacimiento natural. Este pecado entró al linaje humano por medio de Adán, y ahora mora en nuestra naturaleza. Aun después de que hemos sido salvos y regenerados, el pecado permanece en nuestra carne caída. Ésta es la razón por la cual nuestro cuerpo necesita ser redimido cuando el Señor Jesús regrese. Cuando el Señor Jesús regrese, nuestro cuerpo será redimido, transfigurado, por el poder del Señor (Fil. 3:21). Esto significa que el poder del Señor transformará nuestro cuerpo en un cuerpo glorioso. Entonces el pecado que mora en nosotros dejará de ser parte nuestra, pues ya no estará presente en nuestro cuerpo transfigurado. En el versículo 8 Juan dice que si nosotros, después de haber sido regenerados, decimos que ya no tenemos pecado, esto es, el pecado que mora en nosotros, nos engañamos.

  En el versículo 10 Juan nos dice que si nosotros, después de que hemos sido regenerados, decimos que no hemos pecado, hacemos a Dios mentiroso. La razón por la cual hacemos a Dios mentiroso es que en Su palabra de revelación, la Biblia, Él nos dice claramente que todavía es posible que nosotros pequemos después de haber sido regenerados. Así que, si nosotros, después de haber sido regenerados, decimos que no hemos pecado, hacemos a Dios mentiroso. Esto significa que la palabra de Su revelación no está en nosotros.

  Estos versículos dan a entender claramente que después que somos regenerados, todavía mora en nosotros el pecado y todavía nos es posible pecar. Debemos reconocer estos dos hechos. En primer lugar, debemos admitir que, pese a que hemos sido regenerados, todavía mora el pecado en nuestra carne. Si no reconocemos este hecho, seremos desviados y descarriados, y, como resultado, podríamos caer en pecado.

  En el pasado oí hablar de ciertos cristianos que afirmaban que después de que ellos habían recibido el bautismo en el Espíritu y hablado en lenguas, dejó de morar el pecado en ellos. Sin embargo, conforme a la experiencia que tuvieron después, ellos cayeron en situaciones muy pecaminosas. Se engañaron al pensar que, puesto que habían experimentado el bautismo del Espíritu, ya el pecado no moraba en ellos.

  Aun si usted experimenta el bautismo en el Espíritu Santo y habla en lenguas, la naturaleza pecaminosa todavía permanece en su interior. Nunca debemos creer que esta naturaleza ha sido erradicada. La naturaleza pecaminosa permanecerá en nuestra carne hasta que el Señor Jesús regrese y transfigure nuestro cuerpo caído con Su divino poder.

  Todos debemos reconocer que tenemos una naturaleza pecaminosa. Por mi parte, puedo testificar —como alguien que lleva más de cincuenta años de ser cristiano— que tengo la profunda convicción, un sentir profundo, de que la naturaleza pecaminosa todavía permanece en mí. Sin importar cuán espiritual pueda ser un creyente, el pecado sigue morando en su carne. Todos debemos tener presente este hecho y reconocerlo. Esto nos guardará de extraviarnos.

LA ENSEÑANZA EN CUANTO A LA PERFECCIÓN EN LA QUE SE ESTÁ EXENTO DE PECADO

  En el pasado algunos cristianos enseñaron que un creyente puede alcanzar un estado de perfección en el que se está exento de pecado. Yo no diría que esta enseñanza sea herética, pero definitivamente es errónea. Algunos de los que enseñan esta clase de perfeccionismo se apoyan en Mateo 5:48 donde el Señor dijo que debíamos ser perfectos como nuestro Padre celestial. Asimismo se equivocan en la manera en que aplican versículos tales como Hebreos 6:1 y 1 Corintios 2:6. En estos dos versículos la palabra perfecto en realidad significa maduro.

  Es erróneo enseñar que nosotros los cristianos podamos recibir la llamada “segunda bendición”, después de lo cual llegamos a ser personas perfectas que ya no pecan. Si es que pudiésemos alcanzar ese estado, solamente sería por cierto tiempo. Supongamos que un día usted experimenta ricamente al Señor en la madrugada. Como resultado, es posible que usted sea perfecto en el sentido de que deje de pecar por algunas horas, pero que después vuelva a conducirse descuidadamente y le falle al Señor.

  Hay ciertos versículos del Nuevo Testamento que nos dan a entender que podemos ser perfectos. Por ejemplo, lo que dice el Señor en Mateo 5:48 acerca de ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto nos da a entender que podemos ser perfectos de esta forma. Si no fuese así el Señor nunca habría dicho estas palabras. Sin embargo, es un error pensar que si alcanzamos un estado de perfección semejante, podremos permanecer siempre en ese estado. Algunos creyentes han exagerado su experiencia de perfección o se han excedido demasiado al describir lo que han experimentado. Lo que queremos decir es que no debemos pensar que podamos alcanzar un estado de perfección perdurable. Tal vez seamos perfectos hoy, y caigamos mañana. Antes de que el Señor Jesús regrese a transfigurar nuestro cuerpo, no podemos permanecer de forma permanente en una condición de perfección en la que se está completamente exento de pecado.

LA FIDELIDAD Y LA JUSTICIA DE DIOS

  Debemos reconocer que después de la regeneración todavía tenemos pecado, es decir, todavía mora el pecado en nuestra naturaleza pecaminosa. Puesto que el pecado mora en nosotros, aún existe la posibilidad de pecar. Por tanto, cada vez que pequemos, debemos confesar ese pecado. Entonces Dios será fiel a la palabra de Su nuevo pacto para perdonarnos nuestros pecados. En el evangelio, el cual es el nuevo pacto, Dios promete que Él perdonará nuestros pecados por causa de la redención de Cristo. Por lo tanto, si confesamos nuestros pecados, Dios tiene que ser fiel en guardar Su palabra. Si Dios no nos perdonara, estaría contradiciendo Su propia palabra y, en tal caso, Dios no sería fiel. Sin embargo, podemos tener la certeza de que siempre que confesemos nuestros pecados, Dios, basándose en la redención de Cristo, tiene que perdonarnos, pues tiene que ser fiel a Su palabra.

  En el versículo 9 Juan también nos dice que Dios es justo para limpiarnos de toda injusticia. ¿Por qué Dios tiene que ser justo para limpiarnos de esta forma? Porque Él ya juzgó al Señor Jesús en la cruz como nuestro Substituto, al cargar sobre Él todos nuestros pecados. Ya que Dios juzgó a Cristo en nuestro lugar, la sangre de Cristo es eficaz para limpiarnos. Por lo tanto, cuando confesamos nuestros pecados y apelamos a Su sangre, Dios no tiene otra alternativa que perdonarnos. Por ejemplo, supongamos que usted le debe a alguien cierta cantidad de dinero, y un amigo suyo paga esa cantidad por usted y la otra persona recibe el pago. Ahora esa persona no tiene una base justa para reclamarle a usted que le pague, pues ya la deuda quedó salda. De manera semejante, Dios ya recibió el pago por nuestros pecados, por medio de la muerte de Cristo en la cruz. Ahora, cada vez que confesamos nuestros pecados a Dios apelando a la sangre de la redención que Cristo efectuó en la cruz, Dios tiene que perdonarnos. Al respecto, Él no tiene otra alternativa. Él tiene que ser justo.

  Dios es fiel a Su palabra, y Él es justo en cuanto a Sus acciones. En cuanto a Su palabra, Dios tiene que ser fiel, y en cuanto a Sus acciones, Él tiene que ser justo. Esto nos muestra la diferencia entre la fidelidad y la justicia.

EL PERDÓN Y LA LIMPIEZA

  ¿Cuál es la diferencia entre perdonar y limpiar? Si queremos conocer la diferencia, es necesario conocer la diferencia que existe entre los pecados y la injusticia. Los pecados denotan las ofensas, mientras que la injusticia se refiere a la marca, a la mancha, que dejan en nuestro comportamiento las ofensas que hemos cometido. Cada vez que pecamos, cometemos una ofensa. Esta ofensa entonces deja una mancha en nuestro comportamiento, lo cual se denomina injusticia. Por ejemplo, supongamos que usted va a la tienda y en el momento de pagar por dos artículos, le cobran solamente por uno. Si usted paga solamente por un artículo, estaría cometiendo un pecado contra la tienda. Con respecto a la persona que le vendió los artículos, usted cometería una ofensa; pero, con respecto a su carácter, aquel acto constituiría una mancha de injusticia. Por consiguiente, aunque los demás no dirían que usted es pecaminoso, sí dirían que es injusto.

  De manera semejante, cuando cometemos pecados ante Dios, con respecto a Dios esos pecados son ofensas; pero, con respecto a nosotros, son manchas de injusticia. Así que si confesamos nuestros pecados, Dios, por una parte, nos perdona nuestros pecados, nuestras ofensas, y por otra, borra la marca o la mancha de nuestra injusticia. Ésta es la razón por la cual Juan en 1:9 habla del perdón de los pecados y de la limpieza de la injusticia. De hecho, ser perdonados de nuestros pecados equivale a ser limpiados, lavados, de las manchas de nuestra injusticia.

LA RESTAURACIÓN DE LA COMUNIÓN

  Lo que escribe el apóstol Juan en estos versículos es muy tierno y delicado. En el versículo 6 él dice: “Si decimos que tenemos comunión con Él y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad”. Luego, en el versículo 8, agrega: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros”, y en el versículo 10 dice: “Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a Él mentiroso, y Su palabra no está en nosotros”. Pero en el versículo 9 Juan nos dice: “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia”. Dios es fiel a Su palabra al perdonar nuestras ofensas, y Él es justo en Sus acciones al eliminar la mancha de la injusticia. Cuando Dios nos perdona y nos limpia, la ofensa es perdonada y la mancha es limpiada. De este modo, nuestra comunión con Dios es plenamente restaurada.

  El pecado y la injusticia interrumpen nuestra comunión con Dios. Pero cuando el pecado es perdonado y la mancha de injusticia es limpiada, nuestra comunión con Dios es restaurada. Entonces, una vez más, podemos disfrutar de la vida divina mediante nuestra comunión con el Padre y con el Hijo.

OFRECER A CRISTO COMO NUESTRA OFRENDA POR EL PECADO Y COMO NUESTRA OFRENDA POR LA TRANSGRESIÓN

  Según la tipología, los hijos de Israel debían ofrecer la ofrenda por el pecado y la ofrenda por la transgresión. De hecho, al presentar estas ofrendas a Dios, ellos estaban haciendo una confesión. El hecho de que ofrecieran la ofrenda por la transgresión y la ofrenda por el pecado indicaba que ellos reconocían que eran pecaminosos y que habían cometido pecados.

  Tal vez algunos argumenten que, puesto que el Señor Jesús ya vino para ser el cumplimiento de todas las ofrendas, los tipos de las ofrendas por el pecado y por la transgresión hallados en el Antiguo Testamento no tienen nada que ver con nosotros. Efectivamente, el Señor Jesús es el cumplimiento de las ofrendas, pero ¿qué de la situación y condición en que usted se encuentra como creyente de Cristo? ¿Acaso no mora el pecado en usted? ¿En ocasiones no comete pecados? ¿Qué, entonces, hará con el pecado que mora en usted y con los pecados que de vez en cuando comete? Usted debe confesar que el pecado todavía mora en su interior y que todavía comete pecados, aun cuando no peque de forma habitual. Hacer tal confesión al Señor equivale a ofrecer Cristo a Dios como su ofrenda por el pecado y como su ofrenda por la transgresión.

  Todos los días y aun durante el día, necesitamos que el Señor sea nuestra ofrenda por el pecado y nuestra ofrenda por la transgresión. Puedo testificar que en mi experiencia necesito que el Señor sea mi ofrenda por el pecado y mi ofrenda por la transgresión mañana, tarde y noche. Tal vez haya pasado un buen tiempo disfrutando al Señor, pero minutos después tropiece con algo o alguien.

LA PROMESA DE DIOS Y NUESTRA CONFESIÓN

  Ya que aún el pecado mora en nosotros y todavía pecamos ocasionalmente, debemos confesarnos ante el Señor. No podemos decir que no tenemos pecado o que no hemos pecado. Alabado sea el Señor por la firme promesa que encontramos en el versículo 9, según la cual si nosotros confesamos nuestros pecados, Dios es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda injusticia. Por lo tanto, no debemos dejarnos perturbar por el pecado que mora en nosotros; asimismo, una vez que hayamos confesado nuestros pecados y hayamos recibido el perdón del Señor y Su limpieza, tampoco debemos dejarnos perturbar por los pecados que hayamos cometido.

  La promesa descrita en 1:9 jamás debe usarse como ocasión para pecar, es decir, no debemos pensar que podemos pecar libremente, y después confesarnos ante el Señor y recibir Su limpieza. Este concepto conduce al concepto del antinomianismo, según el cual, por el hecho de estar bajo la gracia, estamos libres de toda regulación y podemos entregarnos al pecado. Como veremos más adelante, en 2:1 Juan dice: “Estas cosas os escribo para que no pequéis”. Juan escribió con la expectativa de que no pecáramos. Con todo, nos es dada la promesa de 1:9, de que aun si pecamos, podemos ser perdonados y lavados, siempre y cuando confesemos nuestro pecado ante Dios.

UNA PERSPECTIVA EQUILIBRADA

  Creo que se nos ha presentado una perspectiva equilibrada en cuanto al asunto de pecar después de haber sido regenerados. Considero que ahora todos debemos tener claro que después de nuestra regeneración, todavía mora el pecado en nuestra naturaleza y todavía nos es posible pecar. No debemos creer que porque fuimos regenerados ya no está más el pecado en nuestra naturaleza o que ya no nos es posible pecar. Esto es un engaño. Ya que el pecado todavía mora en nuestra naturaleza, es posible que pequemos. No obstante, si pecamos, debemos confesar nuestro pecado a Dios. Él prometió en Su evangelio perdonarnos, y Él será fiel a Su palabra. Además, cuando fue efectuada la redención, Dios juzgó a Cristo en nuestro lugar. Esto significa que Él no nos juzgará a nosotros por nuestros pecados si los confesamos apelando a la redención de Cristo. Puesto que Dios es justo, ciertamente Él nos limpiará de nuestras injusticias. De esta manera podremos mantenernos en comunión con Él y disfrutarle día tras día.

  Como ya mencionamos, no debemos creer que podamos ser perfectos de forma permanente antes de que el Señor venga a transfigurar nuestro cuerpo. Éste es el concepto equívoco del perfeccionismo. Nosotros creemos que por la gracia del Señor podemos vencer y ser perfectos; sin embargo, esa victoria y esa perfección no son perdurables, pues aún existe la posibilidad de que volvamos a pecar. Por lo tanto, debemos conducirnos en temor y temblor y estar alertas, no sea que seamos afectados por el pecado que mora en nuestra carne. Día tras día, debemos acudir al Señor, orar y ser vigilantes. Sin embargo, en caso de que fallemos y pequemos, debemos confesarle esto al Señor. Él entonces será fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos con la sangre de Su Hijo, Jesucristo.

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