Mensaje 2
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En este mensaje continuaremos nuestra introducción a los escritos de Juan. En el mensaje anterior vimos que los escritos de Juan son una revelación de asuntos divinos y que dichos escritos complementan las revelaciones de las otras escrituras santas y completan toda la revelación divina. A medida que avancemos, veremos que los escritos de Juan son misteriosos para el entendimiento humano, y que son todo-inclusivos en lo que se refiere a la persona de Cristo.
Los escritos de Juan son misteriosos. Asuntos tales como la vida divina y la comunión divina (1 Jn. 1:2-3), la unción (1 Jn. 2:27), y el nacimiento divino (1 Jn. 3:9) ciertamente son misteriosos. Tales asuntos son misteriosos porque son divinos.
¿Se había dado usted cuenta de que desde el día en que recibió al Señor Jesús, usted ha sido una persona misteriosa? Si usted no es una persona misteriosa, dudo que haya sido salvo. En lugar de preguntarles a otros si son salvos o no, sería mejor fijarnos en si son personas misteriosas.
Nosotros los cristianos somos personas misteriosas porque poseemos la vida y la naturaleza divinas, las cuales son misteriosas. La vida y la naturaleza divinas hacen de nosotros seres misteriosos. ¿Sabe usted qué es un cristiano? Un cristiano es una persona misteriosa. Debido a que somos personas misteriosas, no le resulta fácil a la gente entendernos. Asimismo, debido a que somos personas misteriosas, a veces somos malentendidos. En la vida de iglesia, y en nuestra vida familiar, debe haber también cierto elemento de misterio. Somos personas misteriosas y, como tales, poseemos la misteriosa vida de Dios.
Para fines del primer siglo, cuando el apóstol Juan escribía su evangelio, sus epístolas y el Apocalipsis, ya circulaban herejías acerca de la persona de Cristo. Una de estas enseñanzas heréticas afirmaba que Cristo era Dios pero que no era hombre, mientras que otra decía que Cristo era hombre, mas no Dios. Otros herejes negaban que Jesús era el Cristo. Fue por este motivo que Juan sintió la carga de escribir acerca de la persona de Cristo de una manera todo-inclusiva.
En los escritos de Juan vemos que Jesús es el Cristo y que el Señor Jesucristo es tanto Dios como hombre. Como veremos, en el capítulo 2 de 1 Juan, el apóstol Juan hace frente a la herejía de los cerintianos, quienes separaban a Cristo de Jesús y así negaban que Jesús era el Cristo. Cuando lleguemos al capítulo 4, veremos que Juan también hace frente a la herejía de los docetas, quienes negaban que Jesucristo había venido en la carne. Los escritos de Juan, por tanto, revelan que Cristo es todo-inclusivo, que Jesús es el Cristo y que Él es Dios y hombre.
En sus escritos, el apóstol Juan era polémico, no en contra de la ley, la circuncisión o el judaísmo, sino en contra de las herejías de los gnósticos, cerintianos y docetas. Al usar la palabra polémico, nos referimos al hecho de contender por la verdad debatiendo o disputando por ella. Una persona que sostenga una polémica en favor de la verdad, debatirá enérgica y rigurosamente por ella. Dicha persona peleará por la verdad y librará una batalla por ella. Debemos seguir el ejemplo de Juan y ser polémicos en contra de las herejías.
Hemos señalado que Juan sostuvo una polémica en contra de las herejías de los gnósticos, de los cerintianos y de los docetas. Una de las fuentes de donde provenían estas herejías era la filosofía griega. Así como Pablo en sus escritos era polémico en contra de asuntos tales como la ley, la circuncisión y el judaísmo, Juan era polémico en contra de los conceptos filosóficos que conducían a las herejías.
Los escritos de Juan no sólo son todo-inclusivos con respecto a la persona de Cristo y entablan una polémica en contra de las herejías, sino que además vacunan a los creyentes en contra de todas las doctrinas heréticas (las filosofías) relacionadas con Dios y Cristo. Tales escritos no sólo fueron necesarios durante el primer siglo, sino que siguieron siendo necesarios a través de todos los siglos. Incluso hoy en el siglo XX, seguimos necesitándolos. Y creemos que en los días venideros seguirán siendo de gran ayuda para proteger la verdad concerniente a la persona de Cristo y hacer que los creyentes permanezcan en todas las realidades divinas. Esperamos que estos estudios-vida puedan servir al mismo propósito.
Si no recibimos la revelación de los asuntos divinos contenidos en los escritos de Juan, no podremos ser personas cabales, misteriosas ni polémicas en contra de las herejías. Asimismo, tampoco estaremos debidamente vacunados en contra de las herejías. Pero si recibimos esta revelación, seremos personas misteriosas, todo-inclusivo y polémicas en contra de las herejías, y también estaremos vacunados en contra de todas ellas.
Ahora quisiera señalar que la Trinidad de la Deidad se revela de manera más completa en el Evangelio de Juan que en ningún otro libro de la Biblia. Por el Evangelio de Juan sabemos que Cristo era el propio Dios en la eternidad (Jn. 1:1) y que en el tiempo se hizo hombre (v. 14). Su deidad es completa, y Su humanidad es perfecta. Por tanto, Él es tanto Dios como hombre (20:28; 19:5), y posee tanto divinidad como humanidad.
Como hombre, Él fue ungido por Dios con el Espíritu (1:32-33; Mt. 3:16) para llevar a cabo el propósito eterno de Dios. Por consiguiente, Él es el Cristo, el Ungido (Jn. 20:31).
Cristo es el Hijo de Dios (v. 31) y, como tal, es la imagen de Dios (Col. 1:15), el resplandor de la gloria de Dios y la impronta de Su sustancia (He. 1:3), Aquel que subsiste en forma de Dios y es igual a Dios (Fil. 2:6; Jn. 5:18). Como Hijo de Dios, Él vino en la carne con (gr., pará, “de con”) el Padre (6:46) y en el nombre del Padre (5:43). Por consiguiente, Él es llamado el Padre (Is. 9:6). En la eternidad pasada Él estaba con Dios y era Dios mismo (Jn. 1:1-2), Aquel que no solamente coexistía con el Padre, sino que también vivía en coinherencia con Él en todo momento (14:10a, 11a; 17:21). Aun mientras estaba en la carne en la tierra, el Padre estaba con Él (16:32). Por tanto, Cristo era uno con el Padre (10:30) y, como tal, trabajaba en el nombre del Padre y juntamente con el Padre (v. 25; 14:10b), hacía la voluntad del Padre (6:38; 5:30), hablaba las palabras del Padre (Jn. 3:34a; 14:24), buscaba la gloria del Padre (7:18) y expresaba al Padre (14:7-9).
Cristo es el Dios eterno y, como tal, es el Creador de todas las cosas (1:3); también es hombre que vino en carne (1 Jn. 4:2), el que posee sangre y carne (He. 2:14); como tal, Él es una criatura, el Primogénito de toda creación (Col. 1:15b). Por tanto, Él es tanto el Creador como la criatura.
Como Aquel que envía y da el Espíritu (Jn. 15:26; 16:7; 3:34b), a quien el Padre envió en Su nombre (el nombre del Hijo, 14:26), el Hijo, quien es el postrer Adán en la carne, llegó a ser el Espíritu vivificante mediante Su muerte y Su resurrección (1 Co. 15:45; Jn. 14:16-20), Aquel que recibió todo lo que es del Hijo (16:14-15) con el propósito de dar testimonio del Hijo y glorificar al Hijo (15:26; 16:14), y quien es el aliento del Hijo (20:22). De ahí que Él sea también el Espíritu (2 Co. 3:17) que permanece en los creyentes de modo coexistente y coinherente con el Hijo y con el Padre (Jn. 14:17, 23). De este modo, el Dios Triuno, quien es Espíritu (4:24), puede mezclarse con los creyentes como un solo espíritu (1 Co. 6:17) en el espíritu de ellos (Ro. 8:16 Ti. 4:22). Finalmente, este Espíritu llega a ser los siete Espíritus de Dios (Ap. 1:4; 4:5), los cuales son los siete ojos del Hijo, el Cordero (5:6).
Yo creo que muchas de estas frases dejarán perplejos a los que siguen la teología sistemática tradicional. Por ejemplo, ¿cómo pueden los siete Espíritus, los cuales son el Espíritu de Dios, ser los siete ojos del Hijo, el segundo de la Deidad? Si se les considera al Padre, al Hijo y al Espíritu como personas separadas, ¿cómo puede el tercero de la Deidad ser los ojos del segundo?
Además, en el Evangelio de Juan el Señor Jesús dijo que Él vino en el nombre del Padre. Ésta es la razón por la cual, en Isaías 9:6 se nos dice que Su nombre es llamado Padre. Cuando el Señor Jesús vino, vino también con el Padre. ¿Había pensado usted alguna vez que cuando el Señor Jesús descendió de los cielos, vino con el Padre? Tal vez algunos cristianos tengan el concepto de que cuando Él vino, dejó al Padre. Pero cuando el Señor Jesús vino, también vino el Padre.
Más aún, el Señor dijo que Él vino a trabajar en el nombre del Padre. ¿Quién, entonces, era el que trabajaba, el Hijo o el Padre? Conforme al Evangelio de Juan, el Hijo vino en el nombre del Padre y con el Padre, y a trabajar en el nombre del Padre y con el Padre. El Hijo no hizo nada por Su propia voluntad; antes bien, hizo la voluntad del Padre. Asimismo, no dijo nada por Sí mismo, sino que habló las palabras del Padre, y, por otra parte, buscó la gloria del Padre y expresó al Padre.
En el Evangelio de Juan, el Hijo es quien envía y quien da el Espíritu. Sin embargo, finalmente, Él mismo llegó a ser el Espíritu. Este Espíritu es los siete Espíritus de Dios, los siete ojos del Cordero, el Hijo.
Ciertamente fue una necedad que Felipe dijera: “Señor, muéstranos al Padre, y nos basta” (Jn. 14:8). A esta petición, el Señor Jesús le contestó: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre” (v. 9). Ya que el Señor Jesús vino en el nombre del Padre y con el Padre, trabajó en el nombre del Padre y con el Padre, hizo la voluntad del Padre, habló las palabras del Padre, buscó la gloria del Padre y expresó al Padre, ver al Hijo equivalía a ver al Padre.
Si recibimos la revelación de la Trinidad contenida en los escritos de Juan, ciertamente llegaremos a ser personas que contienden por la verdad. Los que contienden así son incapaces de conducirse de manera diplomática. De todos modos, si bien debemos mantener un espíritu de combate al defender la verdad, tenemos que hablarles a las personas de una manera apropiada.
El enfoque de los escritos de Juan es los misterios de la vida divina. Su Evangelio se centra en el misterio de la manifestación de la vida divina en la persona de Jesús. Si bien la vida es invisible, el Evangelio de Juan nos muestra que la vida divina se manifestó de forma concreta, de forma corporal, en la persona de Jesús. Esto es un misterio.
En las epístolas escritas por Juan, especialmente en la primera, el enfoque es el misterio de la comunión de la vida divina que fue manifestada entre los creyentes, comunión que ellos tienen con Dios y unos con otros. Esta comunión es misteriosa. Aunque somos de diferentes razas, colores y nacionalidades, disfrutamos de la única comunión en la vida divina que fue manifestada, y por tanto, gozamos de una maravillosa unidad entre nosotros. Éste es el misterio de la comunión de la vida divina.
En el libro de Apocalipsis el enfoque es el Cristo que es tanto el suministro de vida para los hijos de Dios a fin de que ellos expresen a Dios como el centro de la administración universal del Dios Triuno. En el capítulo 2 de Apocalipsis vemos que podemos comer de Cristo, quien es el árbol de la vida que está en el paraíso de Dios, y también el maná escondido (vs. 7, 17). Asimismo, en Apocalipsis 3:20 vemos que podemos cenar con Él. El árbol de la vida, el maná escondido y el cenar con el Señor nos muestran que Cristo es nuestro suministro de vida. Sin embargo, no muchos cristianos se dan cuenta de que Cristo es nuestro árbol de la vida, nuestro maná escondido y nuestro banquete. Pero nosotros hemos recibido esta revelación, pues hemos visto en el libro de Apocalipsis que Cristo es nuestro suministro de vida y que podemos alimentarnos de Él como el maná escondido y como el árbol de la vida, y disfrutarle como nuestro banquete.
Ahora bien, el propósito de disfrutar a Cristo como nuestro suministro de vida es que seamos un candelero que lo irradia. Nosotros, quienes estamos en las iglesias, somos un candelero cuyo elemento constitutivo es el suministro de vida del Señor Jesús, quien es el árbol de la vida, el maná escondido y el banquete. Esto es misterioso y hace que seamos personas misteriosas.
Otro misterio hallado en el libro de Apocalipsis es Cristo como el centro de la administración universal del Dios Triuno. Las personas del mundo tal vez piensen que el mundo está bajo el gobierno de los reyes, los presidentes y los primeros ministros. Pero en realidad Cristo es el Rey de reyes, y todo el universo está bajo Su administración. Él es el verdadero Administrador, y todos los administradores terrenales están bajo Su gobierno. El destino del mundo no depende de los gobernantes humanos, sino que está en las manos de Jesucristo, el Rey de reyes.
Los escritos de Juan abarcan un período muy extenso que va desde la eternidad pasada hasta la eternidad futura e incluye al cielo nuevo, a la tierra nueva y a la Nueva Jerusalén. En el primer versículo de su Evangelio, Juan escribe acerca de la eternidad pasada, y en el último capítulo de Apocalipsis, habla del cielo nuevo y la tierra nueva, lo cual se refiere a la eternidad futura. Con esto vemos que los escritos de Juan abarcan un período que va desde la eternidad pasada hasta la eternidad futura. Actualmente nos encontramos en el puente del tiempo que nos conduce a nuestro destino eterno. Esto también es divino y misterioso.
Espero que en los próximos mensajes recibamos una clara visión acerca de la vida eterna, un tema extraordinario. Ni siquiera el Evangelio de Juan nos da una visión tan completa de la vida eterna como lo hace la Epístola de 1 Juan.
En 1 Juan 1:1-2 leemos: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (y la vida fue manifestada, y hemos visto y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre y se nos manifestó)”. Aquí se nos habla claramente acerca de la vida eterna. Los siguientes capítulos de esta epístola definen lo que es esta vida eterna. Como veremos, en 5:20 se afirma: “Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer a Aquel que es verdadero; y estamos en el verdadero, en Su Hijo Jesucristo. Éste es el verdadero Dios, y la vida eterna”. Cuando examinemos este versículo en detalle, veremos que “éste” se refiere tanto al verdadero Dios como a Jesucristo, en quien nosotros estamos. Esta palabra incluye el hecho de que estamos en esta persona, en el verdadero, lo cual implica que, en un sentido práctico, la vida eterna es el propio Dios en quien nosotros estamos en nuestra experiencia. Esto ciertamente es algo relacionado con nuestra experiencia, y no una cuestión de doctrina o teología.
Entre 1:1-2 y 5:20 tenemos la comunión de la vida divina, la enseñanza de la unción con respecto al Dios Triuno y el nacimiento divino junto con la simiente divina, en la cual están incluidas todas las virtudes divinas. Todos debemos ver claramente que la vida eterna es el Dios Triuno, a quien experimentamos en la comunión de la vida divina, conforme a la unción y por medio de las virtudes del nacimiento divino contenidas en la simiente divina. Siento la carga de que todos veamos esta visión. Si no tenemos esta visión básica y central, tal vez podamos ver muchos otros asuntos en las Epístolas de Juan, pero erraremos al blanco. Por consiguiente, es crucial que en estos mensajes veamos lo que realmente es la vida eterna según las Epístolas de Juan.