Mensaje 23
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Lectura bíblica: 1 Jn. 2:20-27
En el mensaje anterior señalamos que según 2:20-27 el Padre y el Hijo son uno. Es absolutamente correcto decir que el Hijo no está separado del Padre, ni el Padre del Hijo. Con todo, existe una distinción entre los tres de la Deidad, una distinción entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
El Señor es Jesús y es Cristo. Si bien no hay separación alguna entre Jesús y Cristo, sí hay distinción entre los dos títulos: Jesús y Cristo. El nombre Jesús significa “Jehová nuestro Salvador” o “Jehová nuestra salvación”, y el título Cristo significa “el Ungido”. El nombre Jesús denota principalmente al Señor en Su humanidad, encarnación, vivir humano y crucifixión, y el título Cristo denota al Señor como el Ungido de Dios y especialmente lo que Él es en resurrección y ascensión. Jesús y Cristo se refieren ambos a la misma persona. Aunque esta persona no puede dividirse, con todo, existe una distinción entre los títulos Jesús y Cristo.
Aunque el Hijo y el Padre son uno, no debemos decir que no hay distinción alguna entre el Padre y el Hijo. Ciertamente hay una distinción entre el Padre y el Hijo, mas no hay ninguna separación. Cuando el Padre está presente, el Hijo también está presente. Asimismo, donde el Hijo está, allí también está el Padre. Al Padre y al Hijo no se les puede separar. Por esta razón, en el versículo 23 Juan dice que cualquiera que niegue al Hijo, tampoco tiene al Padre, y que el que confiese al Hijo también tiene al Padre.
Siempre que hablemos de la Trinidad, debemos ser sobrios y cuidadosos con las definiciones y ejemplos que demos. Hemos visto en 2:20-27 que Jesús, Cristo, el Padre, el Hijo, el Verbo de vida y la vida eterna son uno. Sin embargo, existe una distinción entre ellos. Ya hicimos notar que Jesús y Cristo se refieren a la misma persona. No obstante, existe una distinción entre el nombre Jesús y el título Cristo. No debemos decir que ellos denotan lo mismo, pues sus connotaciones son muy diferentes. Puesto que nuestro Señor es rico y todo-inclusivo, Él necesita diferentes nombres y títulos que lo describan. Así que, Él es Jesús y también Cristo. Como Jesús, Él es Jehová nuestro Salvador, y como Cristo, Él es el Ungido de Dios.
No debe haber ninguna duda en nosotros de que el Padre, el Hijo y el Espíritu son verdaderamente uno y que son un solo Dios. Aunque creemos en la Trinidad, definitivamente no creemos en tres Dioses. El triteísmo, la creencia de que existen tres Dioses, es una herejía, y debemos condenarla. Sin embargo, aunque Dios es uno, existe una clara distinción entre el Padre, el Hijo y el Espíritu en la Deidad.
La verdad acerca del Dios Triuno tiene dos aspectos o dos facetas, el aspecto de que es uno y el aspecto de que es tres. Estos dos aspectos de la verdad tocante a la Trinidad están implícitos en la palabra triuno. Este adjetivo de hecho es de derivación latina y está compuesta de dos partes: tri-, que significa tres, y -unum, que significa uno. La palabra triuno, por consiguiente, significa “tres y uno”. Por una parte, nuestro Dios es uno solo, y, por otra, es tres. Según el aspecto que nos muestra que Dios es uno, no hay separación alguna entre el Padre, el Hijo y el Espíritu; pero según el aspecto que nos muestra que Dios es tres, hay una distinción entre el Padre, el Hijo y el Espíritu. El Señor Jesús dijo: “Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí” (Jn. 14:10). Debido a que el Padre y el Hijo moran recíprocamente el uno en el otro, no se les puede separar; con todo, permanece una distinción entre el Padre y el Hijo.
Con respecto a la Trinidad, no debemos irnos a ninguno de los dos extremos, al extremo de recalcar que son tres o al extremo de enfatizar que son uno. Algunos cristianos se han ido al extremo de enfatizar el hecho de que son tres al punto que descuidan que son uno; mientras que otros se van al extremo de recalcar demasiado que son uno, al punto que descuidan que son tres. Por tanto, debemos ser equilibrados, y para ello, es necesario recalcar ambos aspectos de la Trinidad, es decir, el aspecto de que son tres y el aspecto de que son uno. Debido a que en los mensajes anteriores señalamos que el Padre y el Hijo son uno, en este mensaje quisiera complementar lo dicho anteriormente y decir que si bien el Padre y el Hijo ciertamente son uno, hay una clara distinción entre ellos. En este sentido, el Padre es el Padre, el Hijo es el Hijo, y el Espíritu es el Espíritu. Asimismo, aunque hay una clara distinción entre los tres de la Deidad, los tres siguen siendo uno.
En The Principles of Theology [Principios de Teología] W. H. Griffith Thomas dice lo siguiente:
Algunas veces también se objeta al término persona. Como en todo lenguaje humano, esta palabra está sujeta a que se le tache de inadecuada e incluso de errónea. Ciertamente no se debe insistir demasiado en ella, pues de lo contrario esto nos inducirá al triteísmo. Así que, si bien usamos este término para denotar las distinciones que existen en la Deidad, no lo usamos para referirnos a una distinción que sea equivalente a una separación, sino más bien a una distinción asociada con una unidad esencial en la que los tres moran el uno en el otro en una relación de coinherencia...
Por consiguiente, aunque nos vemos obligados a usar términos como sustancia y persona, no debemos pensar que son equivalentes a lo que entendemos como sustancia o personalidad humana. Estos términos no son explicativos, sino aproximadamente correctos, como debe suceder con cualquier otro esfuerzo que se haga por definir la naturaleza de Dios”.
Aprecio mucho lo que dice Thomas Griffith con respecto a que no debemos insistir demasiado en el término persona, pues de lo contrario esto nos inducirá al triteísmo, a la creencia de que existen tres Dioses. Aplicando el mismo principio, cuando digamos que el Padre, el Hijo y el Espíritu son uno, no debemos insistir demasiado en ello, pues de lo contrario caeremos en otra clase de error. Algunos han usado la luz del sol como ejemplo: el sol es el Padre, los rayos son el Hijo y el resplandor es el Espíritu. Otro ejemplo es el de cómo el hielo, el agua y el vapor representan respectivamente al Padre, al Hijo y al Espíritu. Estos ejemplos pueden usarse como ayuda provisional, pero no se debe insistir demasiado en ellos, pues esto nos podría inducir al error.
Examinemos de nuevo 2:20-27. Los versículos 20 y 21 dicen: “Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y todos vosotros tenéis conocimiento. No os he escrito porque ignoréis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira procede de la verdad”. En el versículo 20 Juan habla de la unción, y en el versículo 21, de la verdad. Sin duda, la verdad del versículo 21 está relacionada con la unción, y la unción se refiere a la verdad.
En el versículo 22 Juan continúa diciendo: “¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Éste es anticristo, el que niega al Padre y al Hijo”. Esto indica claramente que si negamos que Jesús es el Cristo, estaremos negando al Padre y al Hijo. También indica que Cristo es tanto el Padre como el Hijo.
Los versículos 23 y 24 dicen: “Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre. En cuanto a vosotros, lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros. Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre”. Los que no están de acuerdo con nuestro entendimiento de estos versículos dirían: “Lo que estos versículos nos dicen es que el Hijo es el camino. En Juan 14:6 Jesús dijo que Él era el camino y que nadie podía venir al Padre sino por Él. Así que estos versículos de 1 Juan nos dicen que si no tenemos al Hijo como el camino, no podremos llegar al Padre, nuestro destino. Por consiguiente, negar al Hijo es negar el camino, lo cual trae como consecuencia que no podamos tener al Padre como nuestro destino”. Sin embargo, según el versículo 24, si tomamos al Hijo como el camino que nos lleva al Padre, finalmente llegaremos tanto al Hijo como al Padre. En este versículo Juan nos habla de permanecer en el Hijo y en el Padre. Tal vez nos parezca lógico decir que Cristo, quien es el Hijo, es el único camino que conduce al Padre, quien es nuestro destino, y que, por tanto, si no tomamos este camino, no llegaremos a nuestro destino, mientras que si lo tomamos, sí llegaremos a dicho destino. No obstante, lo que aquí se nos dice es que si tomamos el camino, no solamente tendremos el lugar de destino, sino ambos, el lugar de destino y el camino. Aquí Juan nos dice que permaneceremos no solamente en el lugar de destino, sino también en el camino, es decir, permaneceremos en ambos, en el Hijo y en el Padre. Esto prueba que ambos, tanto el Hijo como el Padre, son el destino. El lugar donde permanecemos, nuestra morada, no solamente es el Padre, sino también el Hijo. Eso significa que el Hijo es tanto el camino como el destino, tanto el camino que nos conduce a la morada, como la morada misma.
En el versículo 25 Juan dice además: “Y ésta es la promesa que Él mismo nos hizo, la vida eterna”. En este versículo Juan no dice: “Que ellos mismos nos hicieron”, sino que dice: “Que Él mismo nos hizo”. En este versículo, el pronombre singular Él se refiere al Hijo y al Padre mencionados en el versículo anterior. Esto indica que el Hijo y el Padre son uno. En lo que a nuestra experiencia de la vida divina se refiere, el Hijo, el Padre, Jesús y Cristo son uno. No es que solamente el Hijo, y no el Padre, sea vida eterna para nosotros; más bien, Jesús, quien es el Cristo como el Hijo y como el Padre, es la vida divina y eterna dada a nosotros como nuestra porción. Lo que queremos recalcar aquí es que el antecedente del pronombre Él es el Hijo y el Padre, y que esto indica que el Hijo y el Padre son uno.
El versículo 26 dice: “Os he escrito esto sobre los que os desvían”. Este versículo indica que esta sección de la Palabra fue escrita con el fin de vacunar a los creyentes con la verdad de la Trinidad Divina en contra de las herejías en cuanto a la persona de Cristo. Las palabras griegas traducidas “os desvían” pueden también traducirse “os engañan”. Desviar a los creyentes es distraerlos de la verdad relacionada con la deidad y humanidad de Cristo engañándolos con enseñanzas heréticas acerca de los misterios de lo que Cristo es.
En el versículo 27 Juan dice: “Y en cuanto a vosotros, la unción que vosotros recibisteis de Él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; pero como Su unción os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, así como ella os ha enseñado, permaneced en Él”. Quisiera dirigir su atención a los pronombres Él (el cual se usa dos veces) y Su. Al igual que en el versículo 25, estos pronombres se refieren al Hijo y al Padre. El hecho de que [en el griego] se usen estos pronombres en singular comprueba categóricamente que el Hijo y el Padre son uno.
Es muy significativo que en estos versículos no se use el pronombre ellos para referirse al Padre y al Hijo. En vez de ello, Juan usa pronombres en singular para referirse tanto al Hijo como al Padre. Sin embargo, la expresión en el Hijo y en el Padre (v. 24) alude a una distinción entre el Hijo y el Padre. Si no hubiese ninguna distinción entre los dos, no habría sido necesario que Juan dijera a los creyentes: “permaneceréis en el Hijo y en el Padre”. No obstante, si bien existe una distinción entre el Hijo y el Padre, no hay separación entre ellos porque el Padre y el Hijo son uno. Por consiguiente, el Padre y el Hijo son distintos pero inseparables.
En el versículo 27 Juan dice: “No tenéis necesidad de que nadie os enseñe”. Con respecto al hecho de que la Trinidad Divina mora en nosotros (Jn. 14:17, 23), no necesitamos que nadie nos enseñe; por la unción del Espíritu compuesto y todo-inclusivo, quien está compuesto de la Trinidad Divina, nosotros conocemos y disfrutamos al Padre, al Hijo y al Espíritu como nuestra vida y suministro de vida.
Según el versículo 27, la unción del Espíritu vivificante, compuesto y todo-inclusivo nos enseña todas las cosas. Ésta no es una enseñanza externa dada con palabras, sino una enseñanza interna que nos da la unción mediante nuestra percepción espiritual. Esta enseñanza que nos da la unción imparte a nuestro ser interior los elementos divinos de la Trinidad, los cuales son los elementos del Espíritu compuesto que nos unge. Esto es como pintar un artículo varias veces: la pintura no solamente le da el color al artículo, sino que además, con cada capa que se aplica, los elementos de la pintura son añadidos al artículo. De este modo el Dios Triuno se imparte, se infunde y se añade a todas las partes internas de nuestro ser para que nuestro hombre interior crezca en la vida divina con los elementos divinos.
Conforme al contexto, la frase todas las cosas se refiere a todo lo que tiene que ver con la persona de Cristo y a la relación que ésta tiene con la Trinidad Divina. La enseñanza que la unción nos da con respecto a estas cosas, nos guarda para que permanezcamos en Él (la Trinidad Divina), es decir, en el Hijo y en el Padre (v. 24).
En este versículo Juan también nos dice que la unción es verdadera. La unción que está en nosotros, la unción del Espíritu compuesto, quien está compuesto y constituido del Dios Triuno, quien es verdadero (5:20), es una realidad, y no una falsedad. Esto es algo que podemos comprobar por lo que experimentamos de manera práctica y concreta en nuestra vida cristiana.
Juan concluye el versículo 27 exhortándonos a permanecer en el Dios Triuno. La palabra griega traducida “permaneced” es méno, que significa “quedarse” (en un determinado lugar, estado, relación o expectativa), y por tanto, significa “permanecer y morar”. Permanecer en Él es permanecer en el Hijo y en el Padre. Esto equivale a permanecer y morar en el Señor (Jn. 15:4-5). También es permanecer en la comunión de la vida divina y andar en la luz divina (1 Jn. 1:2-3, 6-7), es decir, permanecer en la luz divina (1:10). Debemos ejercitarnos para permanecer conforme a la enseñanza de la unción todo-inclusiva a fin de mantener activa nuestra comunión con Dios (1:3, 6).