Mensaje 24
Lectura bíblica: 1 Jn. 2:18-27
En este mensaje quisiera añadir algo acerca de la enseñanza de la unción divina. Ya vimos que la enseñanza de la unción en cuanto a la Trinidad Divina se da en el contexto del crecimiento en vida de los creyentes. También vimos que la enseñanza de la unción divina tiene como finalidad que nosotros permanezcamos en el Dios Triuno.
La comunión de la vida divina depende de la unción. Esto significa que si hemos de mantener activa la comunión de la vida divina, tenemos que permanecer en el Señor y en la luz. Permanecer en el Señor y en la luz equivale a permanecer en el Dios Triuno.
El Dios Triuno llega a nosotros como Espíritu. Si Dios fuese únicamente el Padre y el Hijo, no podría entrar en nosotros. Es únicamente como Espíritu que el Dios Triuno puede entrar en nuestro espíritu. La palabra unción que aparece en 2:20 y 27 se refiere principalmente al Espíritu, no al Padre o al Hijo. De hecho, el ungüento es el Espíritu, y la unción es el mover de este ungüento. Cuando hablamos de la unción, nos referimos al Dios Triuno que llega a nosotros como Espíritu. Cuando el Dios Triuno entra en nuestro espíritu, Él es el Espíritu vivificante. Este Espíritu vivificante, que mora en nuestro espíritu, se mueve y opera ahora en nosotros. Este mover es la unción.
La unción tiene mucho que ver con que nosotros permanezcamos en el Señor. Nosotros disfrutamos de la comunión de la vida divina con el fin de permanecer en el Señor. El que nosotros permanezcamos en el Señor está absolutamente relacionado con el hecho de que el Señor es el Espíritu que mora en nuestro espíritu. Ésta es la razón por la cual Juan, inmediatamente después de hablarnos de la comunión de la vida divina en la primera sección, nos habla de la enseñanza de la unción divina en la segunda sección de esta epístola. Si no tenemos esta unción, no podremos permanecer en el Señor. Y si no permanecemos en el Señor, no podremos mantener activa la comunión. Más aún, si no mantenemos activa la comunión, no podremos disfrutar de las riquezas de la vida divina. Asimismo, podríamos decir que para disfrutar de las riquezas de la vida divina, necesitamos mantener activa la comunión; que para mantener activa la comunión, tenemos que permanecer en el Señor; y que para permanecer en el Señor, debemos prestar atención a la unción interna, la cual es el mover del Espíritu que mora en nuestro espíritu.
En el versículo 18 Juan dice: “Niños, ya es la última hora; y según vosotros oísteis que el anticristo ya viene, así ahora se han presentado muchos anticristos; por esto conocemos que es la última hora”. Un anticristo es diferente de un Cristo falso (Mr. 24:5, 24). Un Cristo falso es uno que, con engaños, quiere hacerse pasar por Cristo; mientras que un anticristo es alguien que niega la deidad de Cristo al afirmar que Jesús no es el Cristo, es decir, es alguien que niega al Padre y al Hijo al declarar que Jesús no es el Hijo de Dios (1 Jn. 2:22-23) y al no confesar que Él vino en carne por medio de la concepción divina del Espíritu Santo (4:2-3). En tiempos del apóstol Juan, muchos herejes, como los gnósticos, los cerintianos y los docetas, enseñaban herejías con respecto a la persona de Cristo, es decir, con respecto a Su divinidad y Su humanidad.
En el versículo 19 Juan dice además: “Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros”. Estos anticristos no habían nacido de Dios y no tenían parte, juntamente con los creyentes, en la comunión de los apóstoles (1:3; Hch. 2:42); por consiguiente, ellos no pertenecían a la iglesia, es decir, al Cuerpo de Cristo. Permanecer con los apóstoles y los creyentes es permanecer en la comunión del Cuerpo de Cristo.
En el versículo 22, Juan dice: “¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Éste es anticristo, el que niega al Padre y al Hijo”. Confesar que Jesús es el Cristo equivale a confesar que Él es el Hijo de Dios (Mt. 16:16; Jn. 20:31). Por lo tanto, negar que Jesús es el Cristo equivale a negar al Padre y al Hijo. Cualquiera que niegue a la persona divina de Cristo “es anticristo”.
Negar que Jesús es el Cristo tiene que ver con negar la unción. Sin embargo, debido al problema del lenguaje, tal vez no nos percatemos de que Cristo tiene que ver con la unción. La palabra griega traducida “Cristo” es Cristós, que quiere decir “el ungido”, y la palabra griega traducida “unción” es crísma. Ambas palabras se derivan de la misma raíz. Ahora es necesario ver que Cristo, quien es el Ungido, llega a ser la unción. Puesto que Él es el Ungido, Él posee abundancia de ungüento con el cual ungirnos. Así que finalmente el Ungido llega a ser el que unge. De hecho, Él mismo llega a ser la unción. Por lo tanto, negar que Jesús es el Cristo es negar que Él es el Ungido. Más aún, negar al Ungido es negar la unción. Es por eso que negar al Cristós equivale a negar la crisma. Cada vez que alguien niega que Jesús es el Cristós, él niega que Jesús es el Ungido, y esto equivale a negar la unción, pues una vez que el Ungido entra en nosotros, Él se convierte en la unción.
En 2 Corintios 1:21 Pablo dice: “Y el que nos adhiere firmemente con vosotros a Cristo, y el que nos ungió, es Dios”. Puesto que Dios nos ha adherido a Cristo, el Ungido, espontáneamente somos ungidos con Él por Dios. Cristo fue ungido con el ungüento divino, y el ungüento que está sobre Él ahora fluye a nosotros. Podemos ver un cuadro de esto en el salmo 133, el cual dice que el óleo de la unción está sobre la cabeza de Aarón, y que de ahí desciende sobre su barba, y baja hasta el borde de sus vestiduras sacerdotales. Esto indica que Cristo tiene abundancia del aceite de la unción. Dios derramó el ungüento sobre Él. En ese ungimiento Cristo recibió el ungüento, y finalmente Él, el Ungido, llegó a ser el que unge y la unción misma. Cuando Él entró en nosotros como el Ungido, Él llegó a ser en nosotros el que unge. De hecho, la unción que mora en nosotros es el Ungido que llega a ser Aquel que unge y también la unción misma. Por lo tanto, rechazar al Ungido es rechazar la unción. Cuando alguien niega que Jesús es el Ungido y, por ende, niega que Él es el que unge, esa persona también niega la unción. Ahora debemos ver que negar la unción es ser una persona “anti-unción”, que es el significado preciso del título anticristo. Por consiguiente, la palabra anticristo significa “en contra de la unción”.
Según el versículo 22, un anticristo es el que niega que Jesús es el Cristo. Negar que Jesús es el Cristo es negar que Él es el que unge. Esto también equivale a negar la unción y, por ende, a ser una persona que es “anti-unción”. ¿Qué es el anticristo? El anticristo es alguien que es “anti-unción”. Además, como dice el versículo 22, ser un anticristo, o sea, alguien que es “anti-unción”, equivale a negar al Padre y al Hijo. Tal vez nosotros no estemos en contra de la unción de esta manera, pero tenemos que admitir que a menudo desobedecemos la unción interior.
La intención de Dios es forjarse a Sí mismo en nosotros como nuestra vida y nuestro todo para hacernos Su complemento y obtener así una expresión de Sí mismo. Para lograr esto, Dios tuvo que pasar por el proceso de encarnación, vivir humano, crucifixión y resurrección. Cuando Él entró en resurrección, Él se hizo el Espíritu vivificante, compuesto y todo-inclusivo. Este Espíritu es en realidad Cristós, el Ungido, hecho una persona vivificante. Cuando creímos en el Señor Jesús, le recibimos en nuestro ser. El que recibimos es el Ungido, quien mediante la muerte y la resurrección llegó a ser Aquel que unge. Además, esta persona que unge es el Espíritu todo-inclusivo que mora en nosotros. Tan pronto como creímos en Él, Él como Espíritu entró en nuestro espíritu. Ahora Él está en nuestro espíritu para ungirnos, para “pintarnos”, con el elemento del Dios Triuno. Cuanto más nos “pinta”, más se infunde el elemento del Triuno Dios en nuestro ser. Esta unción es la realidad de todo el Nuevo Testamento.
Son muchos los cristianos que han pasado por alto el tema de la unción, un tema de tan crucial importancia. Hoy en día muchos tienen sólo una religión de doctrinas y preceptos, pero no prestan atención a la enseñanza interna de la unción del Espíritu todo-inclusivo. Aunque algunos enseñan acerca de la cruz, es posible que sólo tengan la doctrina de la cruz pero no experimenten al Espíritu vivificante que imparte la eficacia de la cruz de Cristo a su ser. Tal vez tratemos de considerarnos muertos al pecado, pero hagamos esto sin recibir, por parte del Espíritu que unge, la impartición de la eficacia de la muerte de Cristo. Aparte del Espíritu, considerarnos muertos es meramente una práctica vana. Hace muchos años yo intenté poner esto en práctica, pero descubrí que de nada sirve.
Los cristianos hoy en día también enseñan sobre la resurrección. Sin embargo, aunque enseñan la doctrina de la resurrección, es probable que aún no se haya forjado en ellos la realidad de la resurrección mediante el Espíritu vivificante. El Espíritu vivificante es la realidad de la resurrección de Cristo. La doctrina de la resurrección de Cristo no imparte la realidad de dicha resurrección a nuestro ser. El único que puede hacerlo es el Espíritu vivificante, quien en efecto es el Cristo resucitado que vive en nosotros. La doctrina no es la realidad. La realidad de la resurrección es el Cristo resucitado, quien es el Espíritu vivificante. No es suficiente tener la doctrina; necesitamos al Espíritu vivificante como la realidad de dicha doctrina. Fue al percatarme de esto que en 1958 comencé a dar mensaje tras mensaje en los que decía que la doctrina de la muerte y la resurrección de Cristo por sí sola era vanidad, y que el Espíritu era el único que podía transmitirnos la eficacia de la muerte de Cristo y la realidad de Su resurrección. Si nos percatamos de esto, veremos que muchos cristianos hoy en día tienen únicamente una doctrina, y no el Espíritu.
Todo lo que Dios es, todo cuanto tiene y todo cuanto ha logrado y obtenido, está incluido en el Espíritu vivificante. Este Espíritu vivificante es el Espíritu compuesto, que es el ungüento que nos unge. En esta unción tenemos a Dios con todos Sus logros de una manera viva y concreta. No debemos tener a Dios meramente de manera objetiva y doctrinal. Debemos tener a Dios en un sentido subjetivo, a un Dios que podamos tocar en nuestro espíritu por medio del Espíritu todo-inclusivo, en Él y con Él.
Ya que hoy en día son muchos los cristianos que no le dan la debida importancia al Espíritu todo-inclusivo, e incluso lo ignoran, podríamos decir que algunos creyentes en cierto sentido se oponen a la unción sin saberlo. Ellos tal vez adoren al Padre y crean en el Hijo de una manera objetiva, es decir, que crean que Él es el Señor pero como alguien que está muy lejos en los cielos, y, por otro lado, descuiden el aspecto subjetivo, es decir, que Él, como Espíritu que unge, ha entrado en su ser y ahora mora en ellos. En vez de ocuparse de tal Cristo subjetivo y viviente, algunos incluso se oponen a la verdad de que Cristo hoy es el Espíritu vivificante que vive en los creyentes. Esto significa que ellos se oponen al Cristo que es el Espíritu vivificante que los unge y mora en ellos.
Debido a la influencia de la enseñanza tradicional, muchos piensan que el término anticristo se refiere únicamente al hombre inicuo del segundo capítulo de 2 Tesalonicenses y a la bestia de Apocalipsis 13. Sin embargo, el término anticristo no se usa en ninguno de esos capítulos. El título anticristo no debería aplicarse solamente al hombre inicuo y a la bestia. Según 1 Juan, anticristo es todo aquel que se opone a Cristo, el Ungido, el Hijo de Dios. De hecho, en el Nuevo Testamento al hombre inicuo no se le llama anticristo. Este título únicamente se encuentra en las epístolas de 1 y 2 Juan, donde se usa para referirse a aquellos que niegan que Jesús es el Cristo, esto es, a los que niegan que Jesús es el Ungido, el Hijo de Dios. Según el segundo capítulo de 1 Juan, todo aquel que niegue a Cristo de esta manera es un anticristo. La expresión el anticristo del versículo 18 denota una categoría de personas, y no un anticristo en particular. Por ello, en la siguiente cláusula se nos habla de “muchos anticristos”.
El Espíritu que unge y reside en nosotros es la consumación del Dios Triuno, y en este Espíritu están los elementos de la divinidad, la humanidad, el vivir humano, la crucifixión y la resurrección. Él es el Espíritu todo-inclusivo que contiene todo lo que Dios logró, alcanzó y obtuvo. Este Espíritu es ahora el Espíritu que unge y reside en nosotros.
Primeramente, Cristo era el Ungido. Luego, como Ungido, Él llegó a ser Aquel que unge, Aquel mora en nosotros para ungirnos. Sin embargo, la mayoría de los cristianos pasa por alto este hecho o lo ignora, y hay quienes incluso se oponen a esta verdad. Damos gracias al Señor porque, por Su misericordia, nosotros experimentamos y disfrutamos la maravillosa unción del Espíritu todo-inclusivo que mora en nosotros.
Me siento muy animado por el hecho de que en el recobro del Señor hay muchos santos, especialmente muchos jóvenes, que disfrutan de esta unción. Creo que en los años venideros los santos saldrán a predicar y a enseñar los misterios maravillosos y divinos que tantos creyentes hoy desconocen. Muchos de nosotros podremos ungir a otros con el Espíritu compuesto aplicándoles esta “pintura” divina. Pero para hacer esto, tenemos que ser personas que han sido “pintadas”, personas que están saturadas de la unción. Debemos ser de aquellos en quienes la pintura aún está “fresca”, personas que continuamente reciben nuevas capas de la pintura divina. Puesto que esta acción de pintar se lleva a cabo continuamente, la pintura que está sobre nosotros nunca debe secarse. Luego, como tales personas que han sido pintadas, debemos salir a pintar a otros con el Espíritu vivificante compuesto y todo-inclusivo.