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Mensajes del libro «Estudio-Vida de 1 Juan»
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Mensaje 25

LAS VIRTUDES DEL NACIMIENTO DIVINO: PRACTICAR LA JUSTICIA DIVINA

(1)

  Lectura bíblica: 1 Jn. 2:28-29; 3:1-10a

  En los mensajes anteriores abarcamos las primeras dos secciones de esta epístola: la comunión de la vida divina (1:1—2:11) y la enseñanza de la unción divina (2:12-27). Ahora en este mensaje llegamos a la tercera sección: las virtudes del nacimiento divino (2:28—5:21). La secuencia aquí es muy significativa. Primero, Juan nos muestra que en la vida divina disfrutamos la comunión, y que en esta comunión disfrutamos la enseñanza de la unción. Después de esto, Juan escribe acerca de las virtudes del nacimiento divino. Según 2:28—3:10a, las virtudes del nacimiento divino tienen como fin que nosotros practiquemos la justicia divina.

EL QUE ENGENDRA Y EL QUE HA DE VENIR

  En 1 Juan 2:28 dice: “Y ahora, hijitos, permaneced en Él, para que cuando Él se manifieste, tengamos confianza, y en Su venida no nos alejemos de Él avergonzados”. El pronombre objetivo Él en este versículo se refiere al Padre y al Hijo. Eso significa que este pronombre de hecho se refiere al Dios Triuno. Por lo tanto, permanecer en Él equivale a permanecer en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu.

  El pronombre Él en la frase Él se manifieste, según el contexto, debe de referirse al Hijo. Este entendimiento es sustentado por la frase en Su venida, que se encuentra al final del versículo. Aquí Juan dice que cuando el Hijo se manifieste, tendremos confianza y en Su venida no nos alejaremos de Él avergonzados.

  En el versículo 29 Juan añade: “Si sabéis que Él es justo, entonces sabéis que todo el que también practica la justicia es nacido de Él”. Aquí el pronombre Él se refiere al Dios Triuno —al Padre, al Hijo y al Espíritu— de una manera todo-inclusiva, pues su antecedente es el pronombre Él que aparece en el versículo anterior —el cual denota al Hijo que viene—, y también se refiere al pronombre Él [en la frase nacido de Él], el cual denota al Padre, quien nos engendró. Esto es un indicio contundente de que el Hijo y el Padre son uno (Jn. 10:30). El pronombre Él se refiere tanto al Hijo que ha de venir como al Padre que nos engendró. Aquel que nos engendró es el Padre, no el Hijo; y aquel que viene es el Hijo, no el Padre.

  Así que el pronombre Él en este versículo cumple dos propósitos, pues se refiere al Hijo, quien viene, y también al Padre, quien nos engendró. El Padre y el Hijo, ¿son uno o son dos? La mejor respuesta a esta pregunta es contestar que Ellos son dos y a la vez uno. Él es el que ha de venir y también el que nos engendró. Como Aquel que nos engendró, Él es el Padre, y como Aquel que ha de venir, es el Hijo.

PERMANECER EN ÉL

  En 1 Juan 2:28 el apóstol Juan dice: “Y ahora, hijitos, permaneced en Él”. Lo escrito a partir de 2:13, dirigido a las diferentes clases de destinatarios, concluye en el versículo 27. El versículo 28, por tanto, se refiere nuevamente a todos los destinatarios de modo general. Es por ello que los vuelve a llamar “hijitos” como lo hizo en los versículos 1 y 12.

  Las palabras dirigidas a los tres grupos de destinatarios en 2:13-27 concluyen con la exhortación de permanecer en Él, como nos lo ha enseñado la unción. En esta sección, de 2:28 a 3:24, el apóstol sigue describiendo la vida que permanece en el Señor. Esta sección comienza (2:28), prosigue (3:6) y concluye (v. 24) hablándonos de permanecer en Él.

  Como hemos señalado, aquí el pronombre Él se refiere indudablemente a Cristo el Hijo, quien ha de venir. Esto, junto con la cláusula anterior, permaneced en Él, que repite la frase del versículo 27, donde se habla de la Trinidad, indica que el Hijo es la corporificación del Dios Triuno y que, como tal, no puede ser separado del Padre ni del Espíritu.

  En el versículo 28 Juan dice que si permanecemos en Él, tendremos confianza, y en Su venida no nos alejaremos de Él avergonzados. Las palabras griegas traducidas “en Su venida” literalmente significan “en Su presencia” (parousía). Lo que dice Juan acerca de no ser avergonzados indica que aquellos creyentes que no permanezcan en el Señor (es decir, no persistan en la comunión de la vida divina según la fe pura en la persona de Cristo), sino que sean desviados por las enseñanzas heréticas acerca de Cristo (v. 26), serán castigados al tener que alejarse de Él, de Su gloriosa parousía, avergonzados.

SABER QUE ÉL ES JUSTO

  En el versículo 29 Juan usa dos veces la palabra sabéis: “Si sabéis que Él es justo, entonces sabéis que todo el que también practica la justicia es nacido de Él”. La primera vez que la palabra sabéis se usa, es una traducción de la palabra griega éidete, de óida, que denota la idea de ver o percibir, de obtener un conocimiento claro de algo, lo cual ocurre en lo profundo de nuestro ser. Esto tiene como fin conocer al Señor. Pero el segundo uso de la palabra sabéis es una traducción de la palabra griega ginóskete, de ginósko, la cual denota un conocimiento externo y objetivo, lo cual tiene como fin conocer al hombre.

  La palabra justo del versículo 29 se refiere al Dios justo mencionado en 1:9 y a Jesucristo el Justo mencionado en 2:1. En estas palabras dirigidas a todos los destinatarios, a partir de 2:28, el apóstol cambia el énfasis, de la comunión de la vida divina (1:3—2:11) y la unción de la Trinidad Divina (2:12-27), a la justicia de Dios. La comunión de la vida divina y la unción de la Trinidad Divina deben dar por resultado que el Dios justo sea expresado.

SABER QUE TODO EL QUE PRACTICA LA JUSTICIA ES NACIDO DE DIOS

  Según lo que dice Juan en el versículo 29, si sabemos que Dios es justo, entonces sabemos “que todo el que también practica la justicia es nacido de Él”. Practicar la justicia no se refiere a hacer justicia ocasionalmente como un acto particular deliberado, sino a practicar la justicia de forma habitual y espontánea como parte de nuestra vida cotidiana. Esto mismo se aplica a 3:7. Se trata de un vivir espontáneo que surge de la vida divina que está en nosotros, con la cual fuimos engendrados por el Dios justo. Por lo tanto, es una viva expresión de Dios, quien es justo en todos Sus hechos y actos. No es simplemente nuestra conducta externa, sino la manifestación de nuestra vida interna; no es meramente algo que nos proponemos hacer, sino la vida misma que fluye desde el interior de la naturaleza divina de la cual participamos. Éste es el primer requisito correspondiente a la vida que permanece en el Señor. Todo esto se debe al nacimiento divino, al cual se aluden las palabras nacido de Él, y el título hijos de Dios, mencionado en 3:1.

  Los escritos de Juan, los cuales tratan de los misterios de la eterna vida divina, recalcan mucho el nacimiento divino (3:9; 4:7; 5:1, 4, 18; Jn. 1:12-13), el cual es nuestra regeneración (Jn. 3:3, 5). ¡Lo más maravilloso de todo el universo es que los seres humanos puedan ser engendrados por Dios y que, siendo pecadores, puedan ser hechos hijos de Dios! Por medio de este nacimiento divino tan asombroso nosotros hemos recibido la vida divina, la vida eterna (1 Jn. 1:2), como la simiente divina sembrada en nuestro ser (3:9). A partir de esta simiente, todas las riquezas de la vida divina crecen desde nuestro interior. Es de este modo que permanecemos en el Dios Triuno y expresamos la vida divina en nuestro vivir humano, es decir, es así como llevamos una vida que no practica el pecado (v. 9), sino que practica la justicia (2:29), ama a los hermanos (5:1), vence al mundo (v. 4) y no es tocada por el maligno (v. 18).

PERMANECER EN EL DIOS TRIUNO Y EL NACIMIENTO DIVINO

  En 1 Juan 2:28—3:10a se nos dice que es posible permanecer en el Señor. Ya señalamos que ciertos pronombres que se usan en estos versículos indican que permanecer en el Señor en realidad equivale a permanecer en el Dios Triuno.

  No es nada sencillo permanecer en el Dios Triuno. ¿Cómo puede un ser humano permanecer en Dios? Permanecer en Dios no es lo mismo que caminar con Él. En Génesis 5 se nos dice que Enoc caminó con Dios. Pero, ¿qué significa permanecer en Él? Aquí Juan no habla de caminar con Dios, sino de permanecer en Dios. Permanecer en Dios significa morar en Él. Tal vez nos parezca más fácil entender lo que significa permanecer con Dios o morar con Dios, pero, debido a nuestra mente natural, nos parezca imposible que un ser humano pueda morar o permanecer en Dios.

  Permanecer en el Dios Triuno es un asunto relacionado con el nacimiento divino. Es por ello que en la tercera sección de esta epístola se recalca el nacimiento divino. En esta sección encontramos las palabras nacido de Él en 2:29; y nacido de Dios en 3:9; 4:7 y 5:1, 4 y 18. Con esto vemos que Juan repetidas veces se refiere a nuestro nacimiento divino. Para poder morar en Dios, tenemos que entender que hemos experimentado un nacimiento divino, que hemos nacido de Dios. Por medio de este nacimiento divino recibimos la vida divina, la cual es la simiente divina. ¡Cuán maravilloso es que en nuestro ser fue sembrada la simiente divina y que nosotros nacimos de Dios!

  Cuando un niño nace de sus padres, automáticamente adquiere una vida humana. Podríamos decir que esta vida humana es fruto de la siembra de una simiente humana, es decir, que el niño provino de una simiente humana. Esta simiente es crucial para la existencia del niño, pues lo hace diferente de cualquier tipo de animal. Ya que el niño recién nacido posee una simiente humana, puede morar en el género humano. Puesto que nació del género humano, posee una vida humana que procede de dicha simiente. Por consiguiente, le resulta fácil al niño quedar, permanecer, morar, en el género humano. De hecho, morar en la humanidad es algo que el niño hace de manera natural, espontánea y automática. Él puede permanecer en el género humano debido a que ha experimentado un nacimiento humano y posee una vida humana, procedente de la simiente humana.

  Supongamos que alguien le ordena a un perro que permanezca en el género humano. Un perro tal vez podría actuar brevemente y ponerse en pie como un ser humano. Pero después volvería a pararse en sus cuatro patas y espontáneamente viviría conforme a la naturaleza del perro que hay en él. Debido a que el perro no ha experimentado un nacimiento humano, no posee la vida humana, la simiente humana, que lo capacita para permanecer en el género humano.

  ¿Sabe usted qué hace posible que nosotros podamos morar en el Dios Triuno? Podemos morar en Él porque hemos nacido de Él. Es una gran maravilla que los humanos podamos nacer de Dios. Aunque Dios es divino y nosotros somos pecadores, con todo, hemos nacido del Ser divino. Nada puede ser más excelente que esto.

  Este nacimiento divino no es meramente una doctrina o algo que se experimenta psicológicamente, sino, más bien, un hecho que ha ocurrido de manera orgánica en nuestro espíritu. En Juan 3:6 el Señor Jesús dice: “Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. ¡Alabado sea el Señor porque hemos experimentado tal nacimiento! Este nacimiento divino nos trae una vida divina, la cual es la simiente divina que ahora está en nuestro ser. En esta vida divina espontáneamente permanecemos, moramos, en el Dios Triuno.

  Ahora moramos en el Dios Triuno. Puesto que estamos en Él, no tenemos necesidad de ejercitarnos para morar en Él. No obstante, sí debemos estar atentos para que en ningún momento dejemos de permanecer en el Dios Triuno.

  Nosotros nacimos de Dios, y la simiente divina permanece en nosotros. Gracias a esta simiente nosotros estamos en Dios y podemos permanecer en Dios. No es necesario que hagamos nada. Pero no debemos permitir que nada nos impida permanecer en Él. Ésta es la razón por la cual Juan nos encarga una y otra vez que permanezcamos en Él.

  En 3:24 Juan dice que sabemos que Él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado. Esto indica que el hecho de que el Señor permanezca en nosotros y nosotros en Él, depende absolutamente del Espíritu.

SATURADOS DEL ESPÍRITU TODO-INCLUSIVO

  Puesto que nacimos de Dios y puesto que Su vida es la simiente divina que permanece en nosotros, nosotros podemos permanecer en Él. Mientras permanecemos en Él, Él nos satura. Por supuesto, Juan no usa aquí la palabra saturar, pero si experimentamos lo que está escrito en esta sección de 1 Juan, comprenderemos que lo que Juan dice aquí en realidad implica el hecho de ser saturados del Dios Triuno. El Dios Triuno no es una teoría ni una teología; Él es el Espíritu viviente, la unción. Por lo tanto, cuando permanezcamos en el Dios Triuno, Él, como el Espíritu vivificante, compuesto y todo-inclusivo que mora en nosotros, nos saturará y seremos empapados de Él.

  Cuanto más seamos ungidos con el Dios Triuno, más seremos saturados de Él. Usemos como ejemplo un trozo de tela al que se le aplica pintura. Cuanta más pintura se le aplica a la tela, más ésta absorbe la pintura hasta ser saturada de ella. Finalmente, toda la tela quedará saturada de pintura. La unción es una pintura divina. Ya vimos que la unción es el mover del Espíritu en nosotros, el mover del Espíritu vivificante, compuesto y todo-inclusivo que mora en nosotros, el cual es el Dios Triuno procesado. Tal como la pintura se compone de diferentes elementos, esta unción, el Dios Triuno procesado, también se compone de diferentes elementos: divinidad, humanidad, encarnación, vivir humano, crucifixión y resurrección. Todos estos elementos se han mezclado y ahora forman parte del Espíritu todo-inclusivo, quien es la pintura divina con la cual estamos siendo pintados. Ahora este Espíritu está en nosotros ungiéndonos, es decir, “pintando” nuestro ser con los elementos de la divinidad, la humanidad, la encarnación, el vivir humano, la crucifixión y la resurrección, y continuará haciéndolo hasta que nosotros seamos saturados de ellos.

  Mi carga es mostrarles a los hijos de Dios que la vida cristiana no es cuestión de religión o de doctrina. La vida cristiana consiste totalmente en ser saturados del Espíritu todo-inclusivo. Esta saturación no se logra con doctrinas ni teología. Únicamente podemos ser saturados mediante el Dios Triuno procesado, quien es el Espíritu todo-inclusivo.

  Muchos cristianos no tienen un entendimiento adecuado del Espíritu. Para algunos, el Espíritu es sólo una fuerza; otros afirman que el Espíritu está en los creyentes como un representante del Padre y del Hijo. Tal entendimiento del Espíritu es muy distinto de lo que se revela en la Biblia. En este tipo de enseñanza tocante al Espíritu no se tiene en cuenta los elementos que se incluyen en el Espíritu vivificante. Según esta clase de entendimiento, cuando mucho, el Espíritu es meramente una fuerza o poder, o un representante del Padre y del Hijo. Los que tienen este concepto acerca del Espíritu ignoran que, según la Biblia, el Espíritu es la máxima consumación del Dios Triuno procesado. A este Espíritu se le han añadido muchos elementos. Por consiguiente, cuando este Espíritu que mora en nosotros nos unge, satura nuestro ser de todos los elementos del Dios Triuno procesado. Es de esta manera que somos regenerados, transformados y glorificados.

  La doctrina no puede regenerarnos, ni la teología transformarnos. La doctrina es semejante al menú de un restaurante. Cuando usted va a un restaurante, por lo general lee el menú. Sin embargo, la intención suya no es estudiar el menú, sino comerse un platillo nutritivo. El menú no puede transformarlo porque no puede alimentarlo. Sólo la comida que usted ingiere puede transformarlo.

  Supongamos que una persona está desnutrida y que debido a ello se ve pálida. La manera de mejorar el color de su rostro no es aplicarle cosméticos. Esto es semejante a lo que se hace con los muertos en las funerarias. La manera correcta de cambiarle el color al rostro de una persona es darle alimentos nutritivos día tras día. Con el tiempo, la comida operará una transformación interna, un cambio metabólico y orgánico, que se expresará en la forma de un rostro saludable. Según el mismo principio, el Espíritu, no la doctrina, es lo único que puede transformarnos. Sin embargo, a muchos cristianos hoy en día les interesa la doctrina, y no la vida en el Espíritu. No son muchos los cristianos que muestran interés por experimentar la vida divina en el espíritu regenerado. Es crucial que quede grabado en nosotros que en esta sección de 1 Juan, la experiencia que tenemos de la vida divina depende del Espíritu de Dios, el cual está en nuestro espíritu.

  En 2:28—3:10a vemos que hemos experimentado un nacimiento divino. Mediante este nacimiento divino, hemos recibido la simiente divina. Ahora nos es posible morar en Dios, y debemos morar en Él. Mientras moramos en el Dios Triuno, Él nos satura. Esto no tiene nada que ver con el hecho de ser corregidos o regulados, sino con ser saturados. Refiriéndonos nuevamente al ejemplo de la tela y la pintura, la manera en que somos saturados del Dios Triuno es semejante a la pintura que se aplica a un trozo de tela hasta saturarla completamente. Nuestro Dios hoy es la unción, la pintura divina. Lo que está en nosotros no es simplemente el ungüento sino la unción, es decir, no es solamente la pintura, sino la aplicación continua de la misma. A medida que nos es aplicada la pintura, ésta nos empapa hasta saturarnos. Finalmente, quedaremos completamente saturados e impregnados de esta pintura. Esto ciertamente no tiene nada que ver con la religión, las doctrinas, la teología ni las enseñanzas; antes bien, tiene que ver con el hecho de que el Dios Triuno, quien es el Espíritu vivificante, compuesto y todo-inclusivo que mora en nuestro espíritu, nos unja continuamente. Por medio de este ungimiento, las fibras mismas de nuestro ser serán saturadas de todo lo que el Dios Triuno es.

LLEGAR A SER LA EXPRESIÓN DEL DIOS TRIUNO

  El resultado de ser saturados del Dios Triuno es que llegaremos a ser Su expresión. Así, por haber sido saturados de Él, lo expresaremos a Él. En cierto modo, después que la tela ha sido saturada de la pintura, llega a ser la pintura misma, y, en lugar de expresarse la tela, se expresa la pintura de la cual fue saturada. De la misma manera, una vez que hayamos sido completamente saturados del Dios Triuno, lo expresaremos a Él. En particular, puesto que Dios es justo, cuando le expresemos, expresaremos Su justicia.

PRACTICAR LA JUSTICIA DE FORMA HABITUAL

  Ya vimos que la palabra practica de 2:29 significa “hacer algo de forma habitual y continua”. En 2:29 Juan no habla meramente de hacer justicia sino de practicar la justicia, es decir, de hacer justicia de manera continua y habitual como parte de nuestra vida cotidiana. Un perro, por ejemplo, suele andar en sus cuatro patas de forma habitual, continua y espontánea. Si un perro tratara de andar erecto en dos patas al igual que un hombre, aquello no sería un hábito en nuestra vida práctica, sino un intento por actuar como un ser humano. De la misma manera, puede ser que un incrédulo haga algo justo con un propósito en particular. Pero nosotros, como hijos de Dios, practicamos la justicia espontánea, habitual, automática y continuamente, sin proponérnoslo. En otras palabras, no nos proponemos hacer justicia, sino que practicamos la justicia puesto que éste es el vivir que emana de la vida divina que está en nosotros. Debido a que permanecemos en el Dios justo y Él nos está saturando de lo que Él es, expresamos Su justicia llevando una vida justa sin proponérnoslo y de manera habitual.

  Espero que quede profundamente grabado en todos nosotros que gracias al nacimiento divino hemos recibido la simiente divina. Ahora, mediante esta simiente divina, podemos morar en nuestro Dios, y, mientras moramos en Él, Él nos satura de lo que Él es. Puesto que Él es justo, expresaremos continuamente la justicia divina al practicar la justicia de manera habitual y espontánea. En esto consiste practicar la justicia divina en virtud del nacimiento divino.

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