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Mensajes del libro «Estudio-Vida de 1 Juan»
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Mensaje 26

LAS VIRTUDES DEL NACIMIENTO DIVINO: PRACTICAR LA JUSTICIA DIVINA

(2)

  Lectura bíblica: 1 Jn. 2:28-29; 3:1-10a

  En la Epístola de 1 Juan hay tres secciones principales: la comunión de la vida divina (1:1—2:11), la enseñanza de la unción divina (2:12-27) y las virtudes del nacimiento divino (2:28—5:21). La secuencia de estas secciones indica que la comunión de la vida divina y la enseñanza de la unción divina nos conducen a experimentar las virtudes del nacimiento divino.

  En la tercera sección vemos cuánto disfrute nos proporciona el nacimiento divino. En particular, este disfrute está relacionado con las virtudes del nacimiento divino. El nacimiento divino incluye muchas virtudes, y únicamente por medio de la comunión de la vida divina y la enseñanza de la unción divina podemos experimentar y disfrutar todas las virtudes que nos son impartidas mediante el nacimiento divino. Según 1 Juan, la primera de estas virtudes consiste en practicar la justicia divina. Es por eso que el título de este mensaje es: “Las virtudes del nacimiento divino: practicar la justicia divina”.

EL NACIMIENTO DIVINO ES LA BASE

  La práctica de la justicia divina tiene una base, y esta base es el nacimiento divino (2:29; 3:9; 4:7; 5:1, 4, 18). Por medio de este nacimiento hemos recibido la vida divina, que es la simiente divina. Podríamos decir que esta simiente es el “capital” de nuestra vida cristiana. Para vivir la vida cristiana, necesitamos tal capital; es decir, necesitamos que mediante el nacimiento divino sea sembrada en nuestro ser la simiente divina, que es la vida divina.

  El nacimiento divino nos imparte la simiente divina, y por medio de dicha simiente nosotros participamos de la naturaleza divina, la cual contribuye a nuestro crecimiento en la vida divina. Toda clase de vida posee su propia naturaleza, la cual contribuye al crecimiento de esa vida. Puesto que nacimos de Dios, ahora poseemos la vida divina. Además, esta vida divina posee una naturaleza divina. Ahora nosotros participamos y disfrutamos de esta naturaleza divina (2 P. 1:4) a fin de crecer en la vida divina. Esto nos provee la base para que podamos practicar la justicia divina, practicar el amor divino (1 Jn. 3:10b—5:3) y vencer todas las cosas negativas (5:4-21).

LA VIDA DIVINA ES EL MEDIO

  Ya vimos que el nacimiento divino es la base; ahora debemos ver que la vida divina es el medio. En primer lugar, la vida divina es el medio por el cual podemos permanecer en el Dios Triuno. Sin la vida humana, no podríamos permanecer en el género humano. Del mismo modo, sin la vida divina no podríamos permanecer en el Dios Triuno. Es debido a que poseemos la vida divina que podemos, por medio de ella, permanecer en el Dios Triuno.

  Por la vida divina como el medio también podemos expresar esta vida en nuestro vivir humano. Esto significa que podemos llevar una vida que practica la justicia divina, que ama a los hermanos y que vence todas las cosas negativas.

PRACTICAR LA JUSTICIA DIVINA AL PERMANECER EN LA COMUNIÓN DIVINA CONFORME A LA UNCIÓN DIVINA

  Podemos practicar la justicia divina al permanecer en la comunión divina conforme a la unción divina (2:27-28). Al permanecer en la comunión divina disfrutamos primeramente a Dios como la luz (1:5, 7; 2:10), y luego le disfrutamos como el amor (4:8, 16). La luz y el amor son más profundos que la verdad y la gracia. La luz es la fuente de la verdad, y el amor es la fuente de la gracia. Al permanecer en la comunión divina conforme a la unción divina, no sólo recibimos la verdad y la gracia, sino que también disfrutamos la luz como la fuente de la verdad y el amor como la fuente de la gracia.

  Una vez que tenemos el nacimiento divino como la base y la vida divina como el medio, y permanecemos en la comunión divina conforme a la unción divina, podemos practicar la justicia divina. Veamos ahora lo que significa practicar la justicia divina.

PRACTICAR LA JUSTICIA DIVINA

Una exhortación para todos los creyentes

  En 2:28 Juan dice: “Y ahora, hijitos, permaneced en Él, para que cuando Él se manifieste, tengamos confianza, y en Su venida no nos alejemos de Él avergonzados”. Estas palabras son dirigidas a los “hijitos”, es decir, a todos los creyentes (v. 1). Esta exhortación comienza (v. 28), continúa (3:6) y concluye (v. 24) con una exhortación a permanecer en Él. Si permanecemos en Él, tendremos confianza, y en Su venida, en Su parousía, no nos alejaremos de Él avergonzados. Esto significa que en Su venida no nos alejaremos de Su gloria avergonzados. Pero si no permanecemos en el Dios Triuno, si no vivimos continuamente la vida divina, cuando el Señor regrese sufriremos vergüenza, la cual será una especie de disciplina infligida sobre nosotros. Entonces seremos alejados de Su gloria.

Conocer y practicar

  En el versículo 29 Juan añade: “Si sabéis que Él es justo, entonces sabéis que todo el que también practica la justicia es nacido de Él”. La primera mención de la palabra sabéis en este versículo es una traducción de la palabra griega éidete, de óida, que denota la idea de ver o percibir, de obtener un conocimiento claro de algo, lo cual ocurre en lo profundo de nuestro ser. Debemos saber de esta manera que Dios es justo. Si percibimos esto, entonces sabremos que todo el que practica la justicia es nacido de Dios.

  Practicar la justicia es algo que se hace de manera habitual y espontánea como parte de nuestra vida cotidiana. Por tanto, practicar la justicia divina significa hacer justicia de forma habitual y espontánea como parte de nuestro vivir diario. Sin embargo, si hiciéramos justicia intencionalmente y con un propósito específico, aquello ya no formaría parte de nuestra vida cotidiana; en vez de eso, nos estaríamos comportando de una manera diplomática. Por ejemplo, quizás alguien podría hacer justicia con el propósito de obtener una posición o de lograr cierto prestigio. Eso sería comportarse de manera diplomática. Pero nosotros, los cristianos, como hijos de Dios, debemos ser saturados del Dios justo al grado en que de manera espontánea llevemos una vida que practica la justicia de forma habitual y espontánea. Así, en lugar de realizar cierto acto de justicia con cierto propósito, practicaremos la justicia como parte de nuestra vida cotidiana. Esto es fruto de la comunión de la vida divina y de la unción de la Trinidad Divina. Además, ésta es una expresión del Dios justo. Al permanecer nosotros en el Dios justo, Él se infunde en nosotros y nos satura de Sí mismo. De este modo nuestro vivir llega a ser una expresión del Dios justo, que se ha infundido en nosotros hasta saturarnos. Este Dios justo llega a ser entonces nuestro vivir justo, nuestra justicia diaria. Practicar la justicia de esta manera no tiene que ver meramente con un comportamiento aprendido, sino con la manifestación de la vida interna. Como ya señalamos, esto no es un acto realizado con cierto propósito, sino que es el fluir de la vida que emana de la naturaleza divina, de la cual participamos.

Mirad cuál amor nos ha dado el Padre

  En 1 Juan 3:1 dice: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios, y lo somos. Por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él”. Este versículo es parte del pasaje que va de 2:28 a 3:3. Este pasaje es un solo párrafo que trata del vivir justo de los hijos de Dios.

  En 3:1 Juan se refiere al nacimiento divino y al Padre que engendra. En 2:29 el Dios Triuno está implícito, pero aquí se menciona al Padre de manera particular. Él es la fuente de la vida divina, de quien hemos nacido con esta vida. El amor de Dios fue manifestado en el hecho de que Él enviara a Su Hijo a morir por nosotros para que recibiéramos Su vida y así llegásemos a ser Sus hijos (4:9; Jn. 3:16; 1:12-13). Dios envió a Su Hijo con el fin de engendrarnos. Por consiguiente, el amor de Dios, particularmente en el caso del Padre, es un amor que engendra.

  La palabra hijos mencionada en 1 Juan 3:1 corresponde a la frase nacido de Él que aparece en 2:29. Nosotros fuimos engendrados por el Padre, la fuente de la vida, y llegamos a ser hijos de Dios; por ende, le pertenecemos a Él. Nosotros participamos de la vida del Padre para expresar al Dios Triuno.

  En 3:1 Juan dice: “Por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él”. La palabra griega traducida “porque” puede también traducirse “por esta causa” o “por esta razón”. Puesto que somos hijos de Dios por haber experimentado un nacimiento misterioso en virtud de la vida divina y hemos llegado a ser hijos de Dios, el mundo no nos conoce. El mundo ignora que Dios nos regeneró, y no nos conoce porque tampoco conoció a Dios. El mundo no sabía nada de Dios; así que no sabe nada con respecto a nuestro nacimiento divino.

Comprender que los hijos de Dios tienen un gran futuro

  En 3:2 Juan dice además: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal como Él es”. Puesto que somos hijos de Dios, seremos como Él en la madurez de vida cuando Él se manifieste. Ser como Él es “lo que hemos de ser”. Aunque esto no se ha manifestado todavía, indica que los hijos de Dios tienen un gran futuro con una bendición más espléndida; pues, no solamente tendremos la naturaleza divina, sino también la semejanza divina. Participar de la naturaleza divina ya de por sí es una gran bendición y disfrute, pero ser como Dios, poseer Su semejanza, será una bendición y un deleite aún mayor.

  El pronombre Él, hallado en 3:2, se refiere a Dios y denota a Cristo, quien habrá de manifestarse. Esto no sólo indica que Cristo es Dios, sino que también hace alusión a la Trinidad Divina. Cuando Cristo se manifieste, el Dios Triuno se manifestará; cuando le veamos a Él, veremos al Dios Triuno; y cuando seamos semejantes a Él, seremos semejantes al Dios Triuno.

  En el versículo 2 Juan dice: “Seremos semejantes a Él, porque le veremos tal como Él es”. Esto significa que al verle, reflejaremos Su semejanza (2 Co. 3:18), lo cual nos hará como Él.

  El versículo 2 da a entender que los hijos de Dios tienen un gran futuro. Sin embargo, he oído a ciertos santos decir que no tienen futuro. Estos santos necesitan darse cuenta de que tienen un gran futuro con espléndidas bendiciones. Nuestro futuro está implícito en las palabras aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Lo que hemos de ser es un misterio divino, y por ser tal misterio, debe de ser algo estupendo. No alcanzamos a imaginarnos cómo será nuestro futuro. El hecho de que aún no se haya manifestado nuestro futuro indica que éste será maravilloso. Aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser, sabemos que cuando el Hijo se manifieste, seremos semejantes al Dios Triuno.

Debemos purificarnos a nosotros mismos

  En 3:3 Juan dice: “Y todo aquel que tiene esta esperanza en Él, se purifica a sí mismo, así como Él es puro”. La esperanza de la que se habla aquí es la esperanza de ser como el Señor, de tener la semejanza del Dios Triuno. Nuestra expectativa es que seremos tal como Él es.

  El versículo 3 dice que debido a que tenemos esta esperanza, nos purificamos a nosotros mismos. Según el contexto de esta sección, que empieza en 2:28 y concluye en 3:24, purificarse significa practicar la justicia (3:7; 2:29), llevar una vida justa que exprese al Dios justo (1:9), quien es el Justo (2:1); significa ser puro, sin mancha alguna de injusticia, así como Él es perfectamente puro. Esto también describe la vida que permanece en el Señor.

No practicar la infracción de la ley

  En 3:4 Juan dice: “Todo aquel que practica el pecado, también practica la infracción de la ley; pues el pecado es infracción de la ley”. Practicar el pecado no es simplemente cometer actos pecaminosos ocasionalmente, sino vivir en el pecado (Ro. 6:2), es decir, no vivir bajo el principio gubernamental de Dios.

  Ninguno que sea hijo de Dios practica el pecado habitualmente. Es posible que ocasionalmente pequemos, pero no practicamos el pecado habitualmente. Por ejemplo, si una persona miente de continuo, eso es señal de que probablemente no ha nacido de Dios. Alguien que tenga la simiente de la vida divina en su interior, no podrá mentir habitualmente. Sin embargo, es posible que a causa de su debilidad, un hijo de Dios mienta en un momento dado. Sin embargo, puesto que es un hijo de Dios, no mentirá habitualmente. En vez de practicar el pecado, los que son hijos de Dios practican la justicia habitualmente.

  En 3:4 Juan dice que el pecado es infracción de la ley. Practicar la infracción de la ley significa no tener ley, o sea, vivir sin ley. No denota el hecho de carecer de la ley mosaica (cfr. Ro. 5:13), porque el pecado ya estaba en el mundo antes de que la ley mosaica fuese dada. De manera que aquí practicar la infracción de la ley denota el hecho de no estar sometido al principio gubernamental según el cual Dios rige sobre el hombre. Practicar la infracción de la ley significa vivir fuera de este principio gubernamental y no someterse a él. Por lo tanto, practicar la infracción de la ley es pecado y, recíprocamente, el pecado es practicar la infracción de la ley.

Cristo se manifestó para quitar los pecados

  El versículo 5 dice: “Y sabéis que Él se manifestó para quitar los pecados, y no hay pecado en Él”. La palabra griega que aquí se traduce “quitar” es la misma que se usa en Juan 1:29. Según dicho pasaje, Cristo como el Cordero de Dios quita el pecado del mundo, el cual entró al mundo por medio de Adán (Ro. 5:12). Pero aquí, en 1 Juan 3:5, Él quita los pecados, los cuales son cometidos por todos los hombres. Tanto Juan 1 como Romanos 5 se refieren al pecado que mora en el hombre (Ro. 7:17-18). Este capítulo trata de los frutos del pecado, es decir, de los pecados que el hombre comete en su vida diaria. Cristo quita ambos aspectos del pecado.

  En Aquel que quita el pecado y los pecados, no hay pecado. Ésta es la razón por la cual Él no conoció pecado (2 Co. 5:21), no cometió pecado (1 P. 2:22) y estaba exento de pecado (He. 4:15). Esto lo facultó a Él para quitar tanto el pecado que mora en el hombre como los pecados que el hombre comete en su vida diaria.

No peca habitualmente

  En 1 Juan 3:6 añade: “Todo aquel que permanece en Él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido”. Permanecer en Él es permanecer en la comunión de la vida divina y andar en la luz divina (1:2-3, 6-7).

  Las palabras no peca significan “no pecar habitualmente”. Esto también es uno de los requisitos de la vida que ha de permanecer en el Señor. No significa que los hijos de Dios no cometan pecado en absoluto, pues es posible que cometan pecados ocasionalmente; más bien, significa que los creyentes regenerados que tienen la vida divina y viven por ella, no practican el pecado. La característica innata y hábito de ellos es el de permanecer en el Señor y no pecar.

  Permanecer en el Señor es lo que caracteriza la vida de un creyente, mientras que pecar es la característica de la vida de un pecador. En este versículo Juan dice que todo el que practica el pecado, todo el que lleva una vida pecaminosa, no le ha visto a Él ni le ha conocido. No haber visto ni conocido al Señor significa no haber recibido ninguna visión del Señor ni conocerle por experiencia. Ésta es la condición de un incrédulo. Sin embargo, si hemos experimentado al Señor, entonces le hemos visto y le conocemos. Ver y conocer al Señor equivale a experimentarle.

Lleva una vida justa

  En el versículo 7 Juan dice: “Hijitos, nadie os desvíe; el que practica la justicia es justo, como Él es justo”. Practicar la justicia es llevar una vida justa, vivir de una manera justa bajo el principio gubernamental de Dios. Esto, según el versículo siguiente, equivale a no practicar el pecado y, según el versículo 4, equivale a no practicar la infracción de la ley.

  Según el contexto, la palabra justo es equivalente a la palabra puro del versículo 3. Ser justo significa ser puro, sin ninguna mancha de pecado, iniquidad e injusticia, tal como lo es Cristo. El énfasis que hace el apóstol Juan es que si somos hijos de Dios con la vida y la naturaleza divinas, habitualmente llevaremos una vida de justicia.

El diablo peca desde el principio

  En el versículo 8 Juan dice además: “El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto se manifestó el Hijo de Dios, para destruir las obras del diablo”. Este versículo indica que practicar el pecado (v. 4) y pecar son sinónimos en este libro, lo cual denota vivir en el pecado, o sea, cometer pecados habitualmente. Tal vida procede del diablo, quien peca continuamente desde el principio y cuya vida está caracterizada por el pecado. El pecado es su naturaleza, y pecar es su característica innata.

  En el versículo 8 la preposición desde se usa en el sentido absoluto, es decir, desde que el diablo empezó a rebelarse contra Dios e intentó derrocar el gobierno de Dios.

Cristo se manifestó para destruir las obras del diablo

  En este versículo Juan dice que el Hijo de Dios se manifestó con el propósito de destruir las obras del diablo. La palabra griega traducida “para esto” literalmente significa “con este fin”, “con este propósito”. El diablo peca continuamente desde tiempos antiguos, y engendra pecadores para que practiquen el pecado junto con él. Así que, para esto se manifestó el Hijo de Dios, para deshacer y destruir las obras pecaminosas del diablo, es decir, para condenar, por medio de Su muerte en la carne sobre la cruz (Ro. 8:3), el pecado iniciado por el maligno; para destruir el poder del pecado, la naturaleza pecaminosa del diablo (He. 2:14); y para quitar el pecado y los pecados. En la cruz, Cristo condenó el pecado, quitó el pecado y los pecados, y destruyó el poder del diablo.

La razón por la cual un hijo de Dios no practica el pecado

  El versículo 9 dice: “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios”. No practicar el pecado no significa que no cometamos actos pecaminosos ocasionalmente, sino que no vivimos en el pecado. Es posible que un hijo de Dios todavía peque ocasionalmente, pero no lo hará habitualmente.

  La razón por la cual un hijo de Dios no practica el pecado es que “la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios”. Aquí la palabra simiente alude a la vida de Dios, la cual Él nos dio cuando nos engendró. Esta vida, como simiente divina, permanece en cada creyente regenerado. Por consiguiente, tal persona no practica el pecado y no puede pecar. Las palabras no puede pecar de este versículo significan que no puede vivir habitualmente en el pecado. Es posible que un creyente regenerado caiga ocasionalmente en el pecado, pero la vida divina, que es la simiente divina que está en su naturaleza regenerada, no le permitirá vivir en el pecado. Esto es similar a una oveja: es posible que caiga en el lodo, pero, puesto que la limpieza es inherente a su vida, no podrá permanecer y revolcarse allí, como lo haría un cerdo.

  El versículo 9 habla del vivir habitual de los hijos de Dios. Como hijos de Dios, nosotros poseemos la vida divina, una vida que no peca. Por lo tanto, cuando vivimos por esta vida, no practicamos el pecado. Pero, ¿por qué a veces pecamos? La respuesta a esta pregunta es que nuestro cuerpo todavía está en la vieja creación. Nuestro cuerpo no es simplemente el cuerpo que Dios creó, sino también el cuerpo que vino a ser carne al ser envenenado y corrompido por el diablo a través del pecado. Por lo tanto, todavía el pecado reside en nuestra carne. No obstante, si vivimos por el espíritu, es decir, si vivimos por la vida divina que está en nuestro espíritu, no pecaremos. Pero si en vez de vivir en el espíritu vivimos en la carne o nos conducimos según la carne, estaremos propensos a cometer pecado.

  Dentro de nosotros hay dos naturalezas: la naturaleza caída que reside en nuestra carne y la nueva naturaleza de la vida divina que reside en nuestro espíritu. Si nos mantenemos alerta, teniendo comunión con el Señor y viviendo en nuestro espíritu por la vida divina, no pecaremos. Pero si nos descuidamos y nos conducimos y actuamos conforme a la carne, estaremos muy propensos a pecar, ya que la naturaleza pecaminosa todavía reside en nosotros.

  Tal vez algunos argumenten y digan: “¿Acaso no dice la Biblia que el que es nacido de Dios no peca? ¿Cómo, pues, dice usted que los que han nacido de Dios todavía pueden pecar?”. Podríamos responder a esta pregunta de la siguiente forma: “Sí, he sido engendrado por Dios; pero he sido engendrado por Él en mi espíritu, no en mi cuerpo ni en mi carne. Esto significa que si vivimos en la carne y andamos según la carne, todavía podríamos pecar. Pero un día nuestro cuerpo recibirá la plena filiación, y aquello será la redención de nuestro cuerpo”.

  Podríamos usar la expresión “hijificar” para denotar la plena filiación, o sea, la redención de nuestro cuerpo. Nosotros nacimos de Dios, fuimos regenerados en nuestro espíritu, pero nuestro cuerpo aún no ha sido “hijificado”, no ha sido hecho hijo. Cuando el Señor Jesús regrese, nuestro cuerpo será “hijificado”. Entonces, según Romanos 8:23, habremos recibido la plena filiación, la redención de nuestro cuerpo. Debemos comprender que aún no hemos sido redimidos en nuestro cuerpo. Nuestro cuerpo aún no ha sido regenerado, no ha nacido de Dios.

Los hijos de Dios y los hijos del diablo

  En 3:10a Juan dice: “En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo”. Practicar o no el pecado, es decir, vivir o no en pecado, no es una cuestión de conducta; más bien, la cuestión crucial es de quién somos hijos, es decir, si somos hijos de Dios o hijos del diablo. Por lo tanto, es una cuestión que atañe a la vida y la naturaleza. Los hombres, los descendientes de Adán que fueron afectados por la caída, son por nacimiento hijos del diablo, el maligno (Jn. 8:44) y, como tales, poseen su vida, participan de su naturaleza y viven en el pecado de manera espontánea y habitual. Practicar el pecado es lo que caracteriza su vida. Pero los creyentes, quienes han sido redimidos de su estado caído y han renacido en su espíritu, son hijos de Dios y, por ende, poseen Su vida, participan de Su naturaleza y no viven en el pecado. Practicar la justicia es lo que caracteriza su vida. Queda manifiesto si alguien es hijo de Dios o hijo del diablo por lo que practica, ya sea la justicia o el pecado. Es posible que un creyente renacido cometa algún pecado, y que un hombre que no es salvo haga justicia. En ambos casos se trata de sus acciones externas, y no del vivir que emana de su vida interna, y por ende, no manifiestan lo que ellos mismos son en su vida y naturaleza interna.

PERMANECER EN EL DIOS TRIUNO SEGÚN LA ENSEÑANZA DE LA UNCIÓN

  Si queremos disfrutar de la vida divina, es necesario que permanezcamos en la comunión de la vida divina. Para permanecer en esta comunión, debemos permanecer en el Señor, quien es el Dios Triuno. Además, si deseamos permanecer en el Dios Triuno, debemos permanecer en Él conforme a la enseñanza de la unción divina. Si no le damos importancia a la unción, la comunión se verá interrumpida.

  Debido a que muchos cristianos no le dan la debida importancia a la unción, no permanecen en la comunión de la vida divina. Algunos ni siquiera entienden lo que es la comunión de la vida divina. En lugar de interesarse por la unción, el crisma, que está en su espíritu, le dan más importancia a las doctrinas y a la teología. Por no darle la debida importancia al crisma que está en su espíritu, no participan en la comunión de la vida divina, y por ende, no disfrutan de la vida divina. Pero en el recobro del Señor sí nos importa la unción, el crisma. Es por medio de la unción que disfrutamos de las virtudes de la vida divina.

LA UNCIÓN NOS CONDUCE A EXPERIMENTAR LAS VIRTUDES DE LA VIDA DIVINA

  Hemos visto que la primera virtud de la vida divina que disfrutamos por medio de la unción consiste en practicar la justicia, o sea, llevar una vida justa. En nuestro interior tenemos una naturaleza justa, una naturaleza que no proviene de nuestro hombre natural. Esta naturaleza justa, que es la naturaleza que corresponde a la vida divina, es inherente a nuestro nuevo hombre. Si prestamos atención a la unción interna, al mover del Dios Triuno, viviremos habitualmente conforme a dicha naturaleza justa.

  La unción es el mover del Dios Triuno dentro de nosotros. Esto significa que nuestro Dios ha llegado a ser muy subjetivo para nosotros. El propio Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— mora en nuestro espíritu. Día tras día este Dios Triuno procesado, quien es la unción, nos conduce a experimentar las virtudes de la vida divina, las virtudes que hemos recibido mediante el nacimiento divino. Estas virtudes incluyen el hecho de llevar una vida justa, amar a los hermanos y vencer todas las cosas negativas. Llevar una vida justa significa llevar una vida que sea recta delante de Dios y de los hombres. La justicia consiste en ser recto delante de Dios y de los hombres. Por lo tanto, practicar la justicia equivale a llevar una vida que sea recta delante de Dios y de los hombres.

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