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Mensajes del libro «Estudio-Vida de 1 Juan»
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Mensaje 28

LAS VIRTUDES DEL NACIMIENTO DIVINO: PRACTICAR EL AMOR DIVINO

(2)

  Lectura bíblica: 1 Jn. 3:14-19a

LA FUENTE, LA ESENCIA, EL ELEMENTO Y LA ESFERA

  En 1 Juan 3:14a dice: “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos”. En el mensaje anterior vimos que la muerte es del diablo, quien es la fuente de la muerte, y que la vida es de Dios, quien es la fuente de la vida. La muerte y la vida no sólo proceden de estas dos fuentes, Satanás y Dios, sino que también son dos esencias, dos elementos y dos esferas. Pasar de muerte a vida es pasar de la fuente, esencia, elemento y esfera de la muerte, a la fuente, esencia, elemento y esfera de la vida. Esto fue lo que sucedió cuando fuimos regenerados, cuando nacimos de Dios.

  Debemos examinar un poco más la fuente, la esencia, el elemento y la esfera de la muerte y de la vida. ¿Cuál es la diferencia entre la esencia de la vida y el elemento de la vida, y cuál es la diferencia entre el elemento de la vida y la esfera de la vida? Es importante que entendamos la diferencia entre estos asuntos.

  Quizás la mejor manera de mostrar la diferencia entre la fuente, la esencia, el elemento y la esfera, según se aplican a la muerte y a la vida, es con el siguiente ejemplo. Supongamos que cierta bebida se compone de tres elementos: leche, té y azúcar. Cada elemento tiene su propia esencia. Esto significa que en el té está la esencia, la sustancia, del té. Asimismo, la leche y el azúcar, cada una tiene su propia esencia o sustancia. No obstante, uno no diría que esta bebida se compone de tres sustancias, sino de tres elementos, y que estos elementos contienen tres diferentes esencias o sustancias.

  Cuando fuimos salvos, recibimos más de un elemento de parte de Dios. Recibimos la vida, y también recibimos la justicia. Tanto la vida como la justicia se mencionan en Romanos 5. ¿Qué elementos teníamos antes de ser salvos? Antes de ser salvos éramos uno con Satanás, y teníamos los elementos del pecado y la muerte; pero cuando fuimos salvos, recibimos la justicia, la cual es contraria al pecado, y la vida, la cual es contraria a la muerte.

  De manera que tanto en el aspecto negativo como en el aspecto positivo tenemos dos elementos. En el aspecto negativo, tenemos el pecado y la muerte; y en el aspecto positivo, tenemos la justicia y la vida. En cada uno de estos cuatro elementos hay cierta clase de esencia; la esencia de la vida y la esencia de la justicia son de cierta clase, y la esencia del pecado y la esencia de la muerte son de otra clase.

La justicia y la vida

  Apliquemos ahora estos asuntos a nuestra experiencia. Cuando estábamos en el elemento de la muerte, experimentábamos la esencia, la sustancia, de la muerte. Usemos una vez más el ejemplo del té. Cuando bebemos té, lo que bebemos no es el elemento del té, sino la esencia del té. Cuando recibimos al Señor Jesús al ser salvos y regenerados, recibimos dos elementos. Sin embargo, no debemos decir que recibimos dos esencias. En el momento de la regeneración, recibimos los elementos de la vida y la justicia, y ahora vivimos en estos elementos. Pero no sería correcto decir que recibimos dos esencias y que ahora vivimos en dichas esencias. Después de haber recibido los elementos de la vida y la justicia, ahora nos encontramos disfrutando y experimentando las esencias de estos elementos. Recibimos el elemento de la justicia, y ahora disfrutamos la esencia de ese elemento; asimismo, recibimos el elemento de la vida, y ahora experimentamos la esencia de ese elemento. Antes de ser regenerados, estábamos en los elementos del pecado y la muerte, sufriendo a causa de la esencia del pecado y la esencia de la muerte, las cuales operaban en nosotros. Tal vez esta breve explicación nos ayude a saber cómo aplicarnos la esencia y el elemento de la justicia y de la vida.

  Como hijos de Dios, tenemos dos elementos divinos: la justicia y la vida. Ahora en nuestra experiencia diaria disfrutamos la justicia divina y la vida divina. Sin embargo, siendo más exactos, disfrutamos la esencia, la sustancia, de la justicia y la vida divinas.

Pasar de muerte a vida

  Como hemos mencionado, por medio de la regeneración hemos pasado de la fuente, esencia, elemento y esfera de la muerte a la fuente, esencia, elemento y esfera de la vida. Noten que la secuencia es fuente, esencia, elemento y esfera. La esencia viene después de la fuente, el elemento después de la esencia, y la esfera después del elemento. En primer lugar, tenemos la fuente; luego, de la fuente procede la esencia; la esencia luego forma un elemento y, finalmente, este elemento se convierte en una esfera. Por consiguiente, en lo que a la vida se refiere, primero tenemos la fuente de la vida; luego, de esta fuente de vida emana la esencia de la vida, la cual a su vez forma el elemento de la vida; finalmente, este elemento de vida se convierte en la esfera de la vida.

  Para entender mejor la diferencia que existe entre la fuente de la vida, la esencia de la vida, el elemento de la vida y la esfera de la vida, usemos el ejemplo de un manantial de aguas. El agua fluye del manantial y se convierte en un río. Así que el manantial es la fuente. Podríamos decir que el H2O es la esencia de lo que brota del manantial. La esencia toma entonces la forma del agua, y ésta, a medida que fluye, se convierte en un río. El manantial es la fuente, el H2O es la esencia, el agua es el elemento y el río es la esfera. De manera que en la esfera del río tenemos el agua como el elemento, cuya esencia es el H2O; y la fuente de todo ello es el manantial.

  Como hijos de Dios, nosotros recibimos la vida divina de parte de Dios. Dios es la fuente, el manantial, de la vida divina. La esencia de la vida divina es el propio ser de Dios. De ahí que, el ser de Dios, Su esencia, es la esencia del agua espiritual que hemos recibido como la vida divina. Esta vida es también un elemento por el cual y en el cual podemos vivir. Cuando vivimos en el elemento de la vida divina, la vida divina llega a ser la esfera de nuestro vivir diario. Ahora vivimos en la esfera de la vida divina y, por ende, poseemos el elemento de la vida divina y disfrutamos la esencia de la vida divina. Además, a medida que disfrutamos la esencia de la vida divina, nos unimos orgánicamente a Dios, quien es la fuente de esta vida. Es por ello que decimos que si tenemos la vida divina, poseemos la fuente, la esencia, el elemento y la esfera de dicha vida.

  El mismo principio se aplica con respecto a la muerte. Antes de ser salvos y regenerados, nos encontrábamos en la fuente, la esencia, el elemento y la esfera de la muerte. Vivíamos en la esfera de la muerte, poseíamos el elemento de la muerte y sufríamos a causa de la esencia de la muerte. Más aún, estábamos unidos a Satanás, la fuente de la muerte. Por lo tanto, antes de la regeneración, experimentábamos la fuente, la esencia, el elemento y la esfera de la muerte, y sufríamos a causa de todo ello.

  Antes de ser salvos, experimentábamos los cuatro aspectos de la muerte. Pero ahora que somos salvos, experimentamos los cuatro aspectos de la vida. Si bien hemos experimentado todos estos aspectos, no hemos tenido el debido conocimiento para analizarlos ni los términos para describirlos.

PONER NUESTRAS VIDAS POR LOS HERMANOS

  En 3:16 Juan dice: “En esto hemos conocido el amor, en que Él puso Su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos”. Las palabras griegas traducidas “vida” y “vidas” en este versículo literalmente significan “alma” y “almas”. Por lo tanto, este versículo dice que Cristo puso la vida de Su alma, Su vida psujé, por nosotros, no Su vida divina, Su vida zoé. El hecho de que Cristo hubiera puesto Su alma por nosotros significa que Él puso Su vida humana por nosotros. Ahora nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Esto significa que, de ser necesario, debemos morir por ellos. Dentro de nosotros tenemos tal vida amorosa que anhela morir por los demás y es capaz de morir por ellos. La vida divina que está en nosotros, la vida zoé, anhela amar a otros e incluso morir por ellos, si fuese necesario. Somos capaces de hacer esto porque tenemos la vida divina.

AMAR EN REALIDAD

  En los versículos 17 y 18 Juan añade: “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él sus entrañas, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y con veracidad”. Los bienes de este mundo mencionados en el versículo 17 se refieren a las cosas materiales, a aquellas cosas que son necesarias para nuestra subsistencia. En el versículo 18, la frase de hecho está en contraste con la frase de palabra, y la palabra veracidad está en contraste con la expresión de lengua.De lengua denota el juego de la conversación vana, y veracidad denota la realidad del amor. La veracidad denota sinceridad, la cual está en contraste con la frase de lengua, así como de hecho está en contraste con de palabra. La veracidad aquí denota la autenticidad, la sinceridad, de Dios como una virtud divina que llega a ser una virtud humana, la cual brota de la realidad divina. Por consiguiente, la verdad en este versículo es la realidad de Dios que viene a ser nuestra virtud.

  Juan aquí nos dice que no debemos amar a los hermanos meramente de palabra o de lengua, es decir, que no debemos simplemente decirles a los santos que los amamos. Esto no es amar con veracidad, con realidad. Amar a los santos con veracidad o realidad significa amarlos en la realidad divina que ha llegado a ser nuestra virtud, esto es, que ha llegado a ser algo que es honesto, fiel, sincero y real. Es así como debemos amar a los hermanos. Por supuesto, esta clase de amor con veracidad es también un amor que provee a los necesitados cosas materiales o dinero cuando sea necesario. No debemos amar a los hermanos con palabras vanas; antes bien, debemos amarlos con veracidad e incluso con nuestros bienes materiales.

  No debemos pensar que amar con veracidad simplemente significa amar en la virtud humana de la sinceridad. No, aquí Juan no habla de la virtud humana natural de la sinceridad. La veracidad aquí mencionada es más que la sinceridad humana; es la realidad divina que llega a ser nuestra virtud. Es por ello que expresa lo que Dios es. Esto significa que al amar a los santos debemos expresar a Dios.

SABER QUE SOMOS DE LA VERDAD

  En 3:19a Juan dice además: “En esto conoceremos que somos de la verdad”. En este versículo la verdad denota la realidad de la vida eterna, que Dios nos dio en nuestro nacimiento divino y que nos capacita para amar a los hermanos con el amor divino. Al amar a los hermanos con el amor divino sabemos que somos de esta realidad.

  La frase en esto se refiere al hecho de que amamos a los hermanos con veracidad, con sinceridad, lo cual se menciona en el versículo 18. Esta verdad es el resultado de experimentar al Dios Triuno como nuestra realidad. En esta clase de amor sabremos, tendremos la certeza, de que somos de la verdad.

  En los versículos 18 y 19, la palabra verdad se usa con dos connotaciones diferentes [en el versículo 18 se traduce “veracidad”]. En el versículo 18, denota la virtud humana de la sinceridad, una virtud que brota del disfrute que tenemos del Dios Triuno como nuestra realidad. Pero en el versículo 19, la verdad denota la realidad de la vida eterna, lo cual es algo más elevado, más profundo y más rico que nuestra sinceridad. Esta verdad es la realidad de la vida eterna que recibimos de parte de Dios en nuestro nacimiento divino para que pudiéramos amar a los hermanos con este amor.

EL NACIMIENTO DIVINO Y LA VIDA ETERNA

  En esta epístola Juan nos presenta asuntos profundos, divinos y misteriosos. Todos estos asuntos están relacionados con la vida divina. Sin embargo, los cristianos a menudo hablan de la vida de Dios o de la vida eterna con un entendimiento muy limitado, pues no entienden la vida eterna de una manera profunda, rica y significativa. Algunos creyentes ni siquiera se percatan de que la vida eterna es una cuestión orgánica, y piensan que la vida eterna es simplemente una bendición eterna o una vida perdurable que gozaremos en la eternidad. Aunque nosotros tengamos el entendimiento correcto de la vida eterna y sepamos que denota algo orgánico, es posible que nuestro entendimiento de ella siga siendo muy superficial.

  Por medio de nuestro nacimiento divino recibimos la vida eterna. Sin embargo, cuando muchos cristianos hablan acerca de la vida perdurable, no se dan cuenta de que la vida eterna es el resultado, el producto o el fruto, del nacimiento divino. En el pasado muchos de nosotros no nos dimos cuenta de que la vida eterna había entrado en nosotros en virtud del nacimiento divino. Así, cuando hablábamos de la vida eterna, no teníamos el entendimiento de que ella estaba relacionada con el nacimiento divino. Por consiguiente, es importante que comprendamos que la vida eterna vino a nosotros por medio del nacimiento divino. Aparte del nacimiento divino, no podríamos tener vida eterna.

  Ya vimos que en el versículo 19 la verdad o la realidad, se refiere a la realidad de la vida divina que recibimos en nuestro nacimiento divino. Por tanto, esta realidad tiene que ver con la vida divina y con el nacimiento divino. Puesto que ahora poseemos la vida eterna, podemos amar a los hermanos con el amor divino. De manera que tenemos el nacimiento divino, la vida divina y el amor divino. Esto nos muestra que amar a los hermanos no es un asunto superficial ni sencillo. Al contrario, nuestro amor por los hermanos es algo que procede del nacimiento divino y de la vida divina.

  Debido a que hemos recibido la vida divina mediante el nacimiento divino, tenemos el amor divino con el cual podemos amar a los hermanos. Podríamos decir que contamos con el “capital” espiritual necesario para amar a los hermanos. La vida divina es lo que nos capacita para amar a los hermanos. Somos más que capaces de amar a los hermanos porque nacimos de Dios. A través del nacimiento divino, recibimos la vida divina, y la esencia de esta vida es amor. Por consiguiente, somos capaces de amar a los hermanos con el amor divino.

  Si amamos a los hermanos con sinceridad, lo cual es resultado del disfrute que tenemos de Dios como nuestra realidad, esto será la señal de que estamos en la realidad divina. Esto confirmará el hecho de que estamos en la realidad de la vida divina, la cual hemos recibido mediante el nacimiento divino. Así, al amar a los hermanos con el amor divino, sabremos que somos de la realidad divina.

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