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Mensajes del libro «Estudio-Vida de 1 Juan»
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Mensaje 27

LAS VIRTUDES DEL NACIMIENTO DIVINO: PRACTICAR EL AMOR DIVINO

(1)

  Lectura bíblica: 1 Jn. 3:10-15

  En 1 Juan encontramos tres secciones importantes: la comunión de la vida divina (1:1—2:11), la enseñanza de la unción divina (2:12-27) y las virtudes del nacimiento divino (2:28—5:21). En la primera parte de la tercera sección (2:28—3:10a) se habla de practicar la justicia divina. En este mensaje llegamos a la segunda parte de esta sección (3:10b—5:3), en la cual se habla de practicar el amor divino. El nacimiento divino posee una virtud que nos capacita para practicar el amor divino.

Por medio de la vida divina (como simiente divina) y del espíritu divino

  Para poder practicar el amor divino como una de las virtudes de la vida divina, necesitamos la vida divina y al Espíritu divino. La vida divina es la simiente divina que todos nosotros tenemos en nuestro espíritu regenerado. Además de la vida divina que fue sembrada en nuestro ser como simiente divina, tenemos al Espíritu divino en nuestro espíritu. La vida divina y el Espíritu divino son el “capital” en nuestro interior, que nos capacita para practicar el amor divino. La vida divina es la fuente, y el Espíritu divino es quien de hecho realiza la acción de amar a otros. Por lo tanto, el amor divino es nuestra vida diaria como expresión de la vida divina llevada a cabo por el Espíritu divino.

  La vida divina y el Espíritu divino son los factores básicos necesarios para practicar el amor divino. Con la vida divina y por medio del Espíritu divino, podemos amar con un amor que es divino y no meramente humano. Este amor divino manifestado en la vida diaria de los hijos de Dios es una evidencia de que ellos poseen la vida divina y el Espíritu divino.

El que no ama a su hermano no es de Dios

  En 3:10b Juan dice: “Todo aquel que no practica la justicia no es de Dios, y tampoco el que no ama a su hermano”. La justicia es la naturaleza de los actos de Dios, mientras que el amor es la naturaleza de la esencia de Dios. El amor tiene que ver con lo que Dios es, pero la justicia tiene que ver con lo que Dios hace. El amor está relacionado con la naturaleza intrínseca, la justicia con acciones externas. Por consiguiente, comparado con la justicia, el amor es una evidencia más contundente de que somos hijos de Dios. Así que, el apóstol, a partir de este versículo hasta el versículo 24, avanza de la justicia al amor en cuanto a la manifestación de los hijos de Dios, como otro de los requisitos correspondientes a la vida que permanece en el Señor.

  Es muy serio que Juan diga que todo el que no ame a su hermano no es de Dios. Por ser hijos de Dios, ciertamente somos de Dios e incluso procedemos de Dios. Ya que procedemos de Dios, poseemos la vida divina y el Espíritu de Dios, y de manera espontánea llevamos una vida en la que amamos a los hermanos. Sin embargo, si alguien no tiene tal amor, ello sería una evidencia de que no posee ni la vida divina ni el Espíritu divino. Por lo tanto, habría serias dudas con respecto a si tal persona es un hijo de Dios, nacido de Él. Amar a los hermanos es una evidencia muy clara de que procedemos de Dios, de que poseemos la vida de Dios y disfrutamos al Espíritu de Dios.

Amarnos unos a otros: el mensaje oído desde el principio

  En el versículo 11 Juan dice además: “Porque éste es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros”. El mensaje oído desde el principio es el mandamiento dado por el Señor en Juan 13:34, el cual es la palabra que los creyentes oyeron y recibieron desde el principio. En 1 Juan 3:11 la frase desde el principio se usa en un sentido relativo; y el amor del que se habla aquí es un requisito más elevado de la vida que ha de permanecer en el Señor.

No como Caín

  En el versículo 12 Juan sigue el mismo hilo, diciendo: “No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa lo mató? Porque sus obras eran malignas, y las de su hermano justas”. La expresión del maligno alude a un hijo del diablo. El hermano de Caín, Abel, era de Dios, o sea, era hijo de Dios (v. 10). La palabra griega traducida “maligno” es ponerós y se refiere a alguien que es maligno de manera perniciosa y dañina, alguien que afecta a otros e influye en ellos para hacerlos malignos y despiadados. Esta persona maligna es Satanás, el diablo.

  En el versículo 12 Juan pone como ejemplo a dos hermanos carnales, Caín y Abel. Aunque estos hermanos eran de los mismos padres, uno de ellos llegó a ser hijo de Dios, y el otro, hijo del diablo. Tal vez se nos haga difícil creer esto, y nos preguntemos cómo dos hermanos nacidos de los mismos padres y viviendo en el mismo entorno pudieran ser tan diferentes; que uno fuera hijo del diablo y el otro hubiese llegado a ser hijo de Dios. No obstante, el hecho es que fue así. Este hecho se usa aquí para describir qué clase de persona es un hijo del diablo y qué clase de persona es un hijo de Dios. Así que, para entender esto, debemos examinar el caso de Caín y Abel.

  La prueba de que Caín era un hijo del diablo es que él aborrecía a su hermano y lo mató. Esto indica que Caín no tenía ni la vida de Dios ni el Espíritu de Dios. ¿Por qué aborreció Caín a su hermano? Lo aborreció porque tenía la vida de Satanás, una vida que aborrece. ¿Y por qué lo mató? Lo mató porque la naturaleza maligna de Satanás moraba en él. Lo que Caín tenía en él era la vida del diablo, la naturaleza del diablo y un espíritu maligno. En cambio, Abel era completamente diferente. Hoy en día también se dan casos en los que personas nacidas de los mismos padres y criadas en el mismo entorno llegan a ser absolutamente diferentes. Tal vez una llegue a ser hijo de Dios, y la otra, hijo del diablo.

No debe extrañarnos si el mundo nos aborrece

  El versículo 13 dice: “No os extrañéis, hermanos, si el mundo os aborrece”. Aquí la palabra mundo se refiere a las personas del mundo, quienes, como Caín, son hijos del diablo (v. 10) y son componentes del sistema, del cosmos, de Satanás, que es el mundo (Jn. 12:31). Es natural para las personas del mundo, quienes yacen en poder del maligno, el diablo (1 Jn. 5:19), aborrecer a los creyentes (los hijos de Dios). Hoy en día la situación entre hermanos carnales podría ser la misma que la situación que hubo entre Caín y Abel. Supongamos que un hermano sea hijo de Satanás, y el otro, hijo de Dios. Automáticamente, el que es hijo del diablo aborrecerá al que es hijo de Dios. Esto no nos debe extrañar.

  El versículo 13 indica enfáticamente que todos aquellos que pertenecen al mundo son hijos del diablo. Comparativamente, sólo un pequeño número, los creyentes regenerados, son hijos de Dios. Si vivimos por la vida de Dios y por el Espíritu de Dios, el mundo nos aborrecerá. Puesto que nosotros y ellos pertenecemos a dos categorías diferentes, no se sentirán contentos con nosotros.

Saber que hemos pasado de muerte a vida

  En 3:14 Juan dice: “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama, permanece en muerte”. La muerte es del diablo, Satanás, el enemigo de Dios, quien está simbolizada por el árbol del conocimiento del bien y del mal, el cual produce muerte. La vida es de Dios, quien es la fuente de la vida y está simbolizada por el árbol de la vida, el cual produce vida (Gn. 2:9, 16-17). La muerte y la vida no sólo proceden de dos fuentes, Satanás y Dios, sino que también son dos esencias, dos elementos y dos esferas. Pasar de muerte a vida es pasar de la fuente, esencia, elemento y esfera de la muerte a la fuente, esencia, elemento y esfera de la vida. Esto sucedió dentro de nosotros cuando fuimos regenerados. Nosotros sabemos (óida) esto, es decir, lo percibimos claramente en nuestro interior, porque amamos a los hermanos. Amar (agápe, con el amor de Dios) a los hermanos es una clara evidencia de esto. La fe en el Señor es el camino por el cual pasamos de muerte a vida, y amar a los hermanos constituye la evidencia de que hemos pasado de muerte a vida. Tener fe es recibir la vida eterna, mientras que amar es vivir por la vida eterna y expresarla.

  No amar a los hermanos es una evidencia de no vivir por la esencia y el elemento de la vida divina, y de no permanecer en la esfera de ese amor; al contrario, es vivir en la esencia y en el elemento de la muerte satánica y permanecer en su esfera.

  Lo dicho en 3:14 es muy similar a las palabras del Señor Jesús que Juan cita en su Evangelio: “De cierto, de cierto os digo: El que oye Mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no está sujeto a juicio, mas ha pasado de muerte a vida” (Jn. 5:24). Las palabras de Juan aluden a la caída, en el huerto de Edén. Después que el hombre fue creado, fue puesto frente a dos árboles: el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal. El segundo árbol estaba relacionado con la muerte, pues en Génesis 2 se le dijo a Adán que si comía del árbol del conocimiento del bien y del mal, ciertamente moriría. Así, pues, vemos que el árbol del conocimiento del bien y del mal está relacionado con la muerte. Eva y Adán comieron del fruto del árbol del conocimiento y, como resultado, la muerte entró en su ser. En otras palabras, esta acción de comer los introdujo en la muerte. A causa de la caída, toda la humanidad entró en la muerte. Ésta es la razón por la cual todos los que nacen en Adán entran en la muerte cuando nacen. Esto significa que todo el que nace en Adán no nace para vivir, sino para morir. Un niño nace para morir porque, como descendiente de Adán, entra en la muerte al nacer.

  Cuando nosotros nos arrepentimos de nuestros pecados y creímos en el Señor Jesús, fuimos salvos, y al mismo tiempo fuimos regenerados. Ser regenerados, de hecho, significa recibir el árbol de la vida, del cual el hombre fue privado a causa de la caída de Adán. Cuando Adán comió del fruto del árbol del conocimiento, la muerte entró en él y, como resultado, perdió la oportunidad de recibir el árbol de la vida. Pero la oportunidad de recibir el árbol de la vida fue recobrada por medio de la obra redentora de Cristo. En el momento en que nos arrepentimos y creímos en el Señor Jesús, esa oportunidad nos fue concedida. Así que al arrepentirnos y creer, espontáneamente recibimos la vida divina en nuestro ser y, en ese instante, pasamos de muerte a vida.

  Si considera su experiencia de salvación, se dará cuenta de que cuando fue salvo y regenerado, usted pasó de muerte a vida. Puesto que todos pasamos de muerte a vida cuando creímos en el Señor Jesús y le recibimos como nuestro Salvador, después de eso se produjo un gran cambio en cuanto a nuestra vida, es decir, empezamos a vivir una vida diferente, una vida de justicia y amor. Ser justos y amar a los hijos de Dios llegó a ser nuestro deseo. Esto no fue meramente un cambio externo, sino que de hecho pasamos de muerte a vida. Por lo tanto, cuando sentimos amor por los hermanos en el Señor, dicho amor es una evidencia de que hemos pasado de muerte a vida.

  Si alguien no ama a los hermanos sino que los aborrece, eso indica que el tal permanece en la muerte que fue inyectada en la humanidad por medio de la caída de Adán. Debido a que la muerte entró a la humanidad hace mucho tiempo, nosotros también entramos en esa muerte cuando nacimos. Pero cuando nos arrepentimos y creímos, pasamos de esa muerte a la vida divina. Puesto que pasamos de la muerte inherente al árbol del conocimiento a la vida inherente al árbol de la vida, hemos experimentado un cambio y ahora llevamos una vida de justicia y amor.

  Todo aquel que ha sido salvo y regenerado puede testificar que ha pasado de muerte a vida. No es necesario que usted les cuente a otros lo que era antes de ser salvo. Sencillamente dígales lo que usted ha llegado a ser desde que fue salvo.

  Ya que usted ha sido salvo y regenerado, ahora su deseo es llevar una vida recta delante de Dios y de los hombres. Es por ello que usted desea estar bien con su cónyuge, con sus padres, con sus hijos y con sus parientes, vecinos y colegas. Su aspiración es llevar una vida en la que está en paz con todos e incluso con todo. Por ejemplo, una persona que vive tal vida justa jamás tratará mal a un animal. Como personas que han recibido la vida divina y la naturaleza divina, una naturaleza que es justa, tenemos la aspiración de ser rectos en todo sentido.

  Esta aspiración de ser rectos en todo, incluye hasta las cosas materiales. Ciertas personas, antes de ser salvas, solían patear las sillas o arrojar cosas cuando se enojaban. Pero después que recibieron la vida y la naturaleza divinas, no quisieron seguir siendo injustos con respecto a ninguna cosa.

  Debido a la caída, nuestra vida natural no es justa. Es por eso que en la vida natural no somos rectos con los demás ni tampoco con las cosas. Sin embargo, cuando recibimos al Señor Jesús, recibimos la vida del árbol de la vida, una vida que posee una naturaleza justa. Debido a que recibimos esta vida junto con la naturaleza divina, espontáneamente aspiramos a ser rectos con todos y con todo.

  Como personas que han sido salvas y regeneradas, también podemos testificar que deseamos amar a los demás. Asimismo, por haber nacido de Dios, queremos ayudar a la gente y amarla. Cuando manifestamos amor por los demás, nos sentimos contentos; y cuando perdemos la oportunidad de ayudar a alguien o de mostrarle amor es posible que nos sintamos tristes.

  El amor es la naturaleza de la vida divina que hemos recibido. Debido a que la esencia de Dios es amor, la vida de Dios posee una naturaleza de amor. Por tanto, el amor es la esencia de la naturaleza de Dios. Cuando le recibimos como nuestra vida divina, recibimos la naturaleza de esta vida, la cual es amor. Los cristianos, los hijos de Dios, tenemos una vida que aspira a relacionarse de una manera recta con todos los hombres y con todas las cosas, y que también aspira a amar a los demás. Esta aspiración se debe a la naturaleza divina que está en nosotros. Como ya señalamos, si alguien no lleva una vida en la que está en paz con todos los hombres, con todas las cosas y con respecto a todo asunto, ni tampoco lleva una vida en la que ama a los demás, se podría poner en duda si tal persona ha recibido la vida divina.

El que no ama permanece en muerte

  En 3:14 Juan dice: “El que no ama, permanece en muerte”. Si no amamos a los demás, eso indica que todavía nos encontramos en muerte; en otras palabras, eso es señal de que aún no hemos pasado de muerte a vida.

Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida

  En el versículo 15a Juan añade: “Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida”. Con respecto a los atributos divinos, el odio está en contraposición con el amor, la muerte con la vida, las tinieblas con la luz, y la mentira (la falsedad) con la verdad. Todo lo que es contrario a estas virtudes divinas pertenece al maligno, el diablo.

  En el versículo 15 la palabra homicida no denota a alguien que literalmente es un homicida; más bien, indica que en la ética espiritual, aborrecer equivale a matar. Ningún homicida, una persona que no es salva, como lo fue Caín (v. 12), tiene la vida eterna permanente en él. Puesto que sabemos esto, nosotros, quienes hemos pasado de muerte a vida y en quienes permanece la vida eterna, no debemos comportarnos como homicidas inconversos al aborrecer a aquellos que son nuestros hermanos en el Señor.

  Esta sección tiene que ver con la vida que permanece en el Señor. Un creyente que a pesar de tener la vida eterna no permanece en el Señor ni permite que el Señor, quien es la vida eterna, permanezca y obre en él, puede ocasionalmente aborrecer a su hermano y cometer otros pecados. Sin embargo, esto no sería algo habitual.

  Tal vez alguien no sea homicida en un sentido literal, pero podría serlo en principio. Esto quiere decir que, aunque nunca haya matado a nadie, podría ser homicida en principio si aborrece a los demás. Si aborrecemos a alguien, en principio, nos comportamos como homicidas, aunque no hayamos matado a nadie. Por lo tanto, debemos entender que, hablando con propiedad, nosotros los cristianos, los hijos de Dios, no debemos aborrecer a nadie; al contrario, debemos amar a los demás. La Biblia nos dice que debemos amar incluso a nuestros enemigos (Mt. 5:44). Puesto que la vida divina que poseemos es una vida amorosa, una vida que es amor, debemos amar a aquellos que nos cuesta trabajo amar e incluso a aquellos que nos maltratan. Debemos estar completamente libres de todo odio. El amor es nuestra vida y naturaleza, y el amor debe ser nuestra esencia y nuestro vivir. Por consiguiente, no debemos odiar a nadie. Hoy en día, aunque hay algunos que se oponen al recobro del Señor, no debemos aborrecerlos; antes bien, debemos amarlos. Si aborrecemos a los que se nos oponen, en principio, nos estaremos conduciendo como homicidas.

Ningún homicida tiene vida eterna permanente en él

  En el versículo 15b Juan agrega: “Y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él”. Cuando Juan dice que ningún homicida tiene vida eterna en él, no se está refiriendo a personas que son salvas sino a aquellas que no lo son, como Caín.

  Después de leer el versículo 15, algunos se han preguntado si es posible que un creyente mate a alguien, y aun así, siga teniendo vida eterna permanente en él. Cuando empecé a servir en el ministerio, en varias ocasiones me hicieron esta pregunta. Algunos han preguntado si es posible que un verdadero creyente mate a alguien, y todavía tener vida eterna permanente en él. Es difícil dar una respuesta concreta a semejante pregunta. No podríamos afirmar con toda certeza que es absolutamente imposible que un verdadero creyente mate a alguien. Por otro lado, tampoco podríamos afirmar que sí es posible que una persona salva cometa homicidio. Es mejor dejarle este asunto al Señor y no tratar de explicarlo.

  En casos como éste, no debemos dejarnos distraer por la curiosidad. Quizás alguien diga: “En 1 Juan 3:15 se nos dice que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él. Quisiera saber qué pasaría si un creyente verdadero cometiera homicidio. ¿Podría esa persona todavía tener vida eterna?”. Esta clase de preguntas son las que el diablo inyecta en nuestra mente. Si un pensamiento como ése le viene a usted, debería decir: “Diablo, no me preguntes eso. Yo no soy quien debe contestar esa pregunta. Si quieres una respuesta, pregúntale a mi Dios. Yo no sé de esas cosas, ni quiero ser inquietado por ellas. Lo que sí sé, diablo, es que fui regenerado y que tengo la vida divina dentro de mí. También sé que estoy disfrutando de la naturaleza divina y que el propio Dios, como Espíritu divino, vive en mí. Satanás, no quiero contestar tus preguntas. ¡Aléjate de mí!”. Puedo testificar que el Señor ha sido misericordioso conmigo y me ha dado la sabiduría para responder a tales preguntas de esta forma. No obstante, algunos hermanos confían en que ellos tienen el conocimiento y son capaces de dar una respuesta a preguntas tales como si es posible que un creyente que tiene vida eterna cometa homicidio. No deberíamos tener tal confianza en nosotros mismos. Basta entender que, como hijos de Dios, no debemos aborrecer a otros. No debemos comportarnos como si fuésemos homicidas.

  Hemos visto que, en principio, odiar equivale a matar. También vimos que, aunque es posible que un hijo de Dios aborrezca a alguien ocasionalmente, ninguno que haya sido regenerado debiera hacer esto habitualmente. Si usted aborrece a otros habitualmente, entonces se podría poner en duda si usted ha recibido la vida eterna. Esto es similar al hecho de cometer pecados. Un creyente podría cometer pecados ocasionalmente, mas no habitualmente. Así que, si usted peca habitualmente, esto daría lugar a dudas con respecto a si usted ha recibido o no la vida eterna.

  La intención de Juan es mostrarnos que, por medio del nacimiento divino, la simiente divina fue sembrada en nuestro ser. Esta simiente es la vida divina, y la vida divina incluye la naturaleza divina. Además, hemos recibido al Espíritu divino, el cual lleva a cabo todo lo que está en la vida divina y en la naturaleza divina. En lugar de tratar de contestar a preguntas que sobrepasan nuestra capacidad, debemos saber que ya recibimos la vida divina, que ahora disfrutamos de la naturaleza divina de esta vida y que la persona divina, Dios mismo como Espíritu, está en nosotros donde lleva a cabo todo lo que se encuentra en la naturaleza divina. Por consiguiente, debemos vivir esta vida, permanecer en esta persona y mantener una comunión ininterrumpida con Él conforme a la unción interior. Éste es el enfoque central de los escritos de Juan.

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