Mensaje 3
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Lectura bíblica: 1 Jn. 1:1-2; 2:25; 3:15; 5:11-13, 20; Jn. 1:4; 3:15-16, 36; 5:24; 6:47, 63; 8:12; 10:10, 28; 11:25; 14:6; Hch. 11:18; Ro. 5:10, 17, 21; 6:23; Ef. 4:18; Col. 3:4; 1 Ti. 6:12, 19; 2 Ti. 1:10; Tit. 1:2; He. 7:16; 2 P. 1:3; Ap. 2:7; 22:1-2, 14, 17, 19; Mt. 19:16, 29
En este mensaje empezaremos a examinar la vida divina según se revela en 1 Juan 1:1-2. Luego, más adelante en otro mensaje, hablaremos acerca de la comunión de la vida divina. Tanto la vida divina como la comunión divina son de crucial importancia. Conforme a 1 Juan, primero tenemos la vida eterna, y luego tenemos la comunión de la vida eterna.
En 1 Juan 1:1 leemos: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida”. Esta epístola empieza con las palabras lo que. El apóstol Juan usa la expresión lo que para iniciar su epístola y desentrañar el misterio de la comunión que tenemos en la vida divina. El hecho de que no use pronombres personales para referirse al Señor da a entender que lo que desea desentrañar es misterioso.
El ministerio de Pablo consistió en completar la revelación divina (Col. 1:25-27) de la economía neotestamentaria de Dios, según la cual el Dios Triuno, en Cristo como Espíritu vivificante, produce los miembros de Cristo y edifica el Cuerpo de Cristo con el fin de obtener una expresión plena de Sí mismo —la plenitud de Dios (Ef. 1:23)— en el universo. Pablo terminó sus escritos alrededor del año 66 d. de C. Lamentablemente, el ministerio de Pablo, con el cual se completó la revelación divina, se vio perjudicado por la apostasía que surgió antes y después de su muerte. No fue sino hasta un cuarto de siglo más tarde, alrededor del año 90 d. de C., que aparecieron los escritos de Juan. El ministerio de Juan no sólo consistió en reparar el daño que había sufrido el ministerio de Pablo, sino también en dar consumación a toda la revelación divina abarcada en los Antiguo y Nuevo Testamentos, incluyendo a los Evangelios y las Epístolas. Este ministerio se centra en los misterios de la vida divina. El Evangelio de Juan, como consumación de los Evangelios, revela los misterios de la persona y obra del Señor Jesucristo. Las epístolas de Juan (especialmente la primera), como consumación de las Epístolas, desentrañan el misterio de la comunión de la vida divina, que es la comunión que los hijos de Dios tienen con Dios Padre y unos con otros. Después, el libro de Apocalipsis, escrito también por Juan, como consumación del Nuevo Testamento y del Antiguo, revela el misterio de Cristo como suministro de vida para los hijos de Dios a fin de que Dios obtenga Su expresión, y también lo revela a Él como el centro de la administración universal del Dios Triuno.
En 1:1 Juan habla de lo que era “desde el principio”. Esta expresión es diferente de la expresión en el principio que aparece en el Evangelio de Juan (1:1). Las palabras en el principio se remontan a la eternidad pasada, antes de la creación; mientras que las palabras desde el principio denotan un comienzo a partir de la creación. Esto indica que la primera epístola de Juan es la continuación de su evangelio, el cual trata de la experiencia que los creyentes tienen de la vida divina. En su Evangelio, él revela la manera en que los pecadores reciben la vida eterna, a saber: creer en el Hijo de Dios. Pero en su Epístola, nos muestra la manera en que los creyentes, quienes han recibido la vida divina, pueden disfrutar esa vida en la comunión de la misma, a saber: permanecer en el Hijo de Dios. Finalmente, en Apocalipsis él revela cuál es la consumación de la vida eterna como el disfrute pleno de los creyentes por la eternidad.
La frase griega apo arcé traducida “desde el principio” se usa dos veces en el Evangelio de Juan, ocho veces en esta epístola y dos veces en 2 Juan. En Juan 8:44; 1 Juan 1:1; 2:13, 14; y 3:8 se usa en un sentido absoluto; mientras que en Juan 15:27; 1 Juan 2:7, 24 (dos veces); 3:11; y 2 Juan 5-6, se usa en un sentido relativo.
Los escritos de Juan no sólo tienen como finalidad que los estudiemos y entendamos; su objetivo principal es que los hijos de Dios los disfruten. Cuando usted viene a un banquete, su propósito no es estudiar cada uno de los diferentes platillos de comida. Estudiar en una ocasión así no le permitiría disfrutar de la comida. De la misma manera, debemos considerar los escritos de Juan —su Evangelio, sus Epístolas y Apocalipsis— como platillos de un banquete espiritual. Al escuchar esto, tal vez algunos se pregunten cómo podemos decir que los escritos de Juan son un banquete. La respuesta es que ningún otro libro de la Biblia recalca tanto el asunto del comer como los escritos de Juan. Por supuesto, Pablo habla del comer espiritual, pero no habla de ello tanto como lo hace Juan. De hecho, un capítulo en el Evangelio de Juan, el capítulo 6, está casi totalmente dedicado al tema del comer. En dicho capítulo el Señor Jesús dice: “Yo soy el pan de vida” (vs. 35, 48). Luego, dice que Él es el pan vivo y que cualquiera que coma de ese pan, vivirá para siempre (v. 51); que si no comemos la carne del Hijo del hombre y bebemos Su sangre, no tenemos vida en nosotros (v. 53); que el que come Su carne y bebe Su sangre, tiene vida eterna (v. 54) y permanece en Él (v. 56); y que el que le come, él también vivirá por causa de Él (v. 57), porque el que “come de este pan, vivirá eternamente” (v. 58). Sin lugar a dudas, el capítulo 6 del Evangelio de Juan hace un marcado énfasis en el comer. Comer al Señor como el pan de vida es disfrutarlo como un banquete.
Juan también habla mucho acerca del comer en el libro de Apocalipsis. En Apocalipsis 2:7 el Señor Jesús dice: “Al que venza, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en el Paraíso de Dios”. Comer del árbol de la vida es disfrutar a Cristo como nuestro suministro de vida. La intención original de Dios era que el hombre comiera del árbol de la vida (Gn. 2:9, 16). Pero a causa de la caída del hombre, le fue cerrado el camino al árbol de la vida (3:22-24). A través de la redención de Cristo, el camino al árbol de la vida, árbol que es Dios mismo en Cristo como vida para el hombre, fue reabierto (He. 10:19-20).
En Apocalipsis 2:17 el Señor Jesús dice: “Al que venza, daré a comer del maná escondido”. El maná es un tipo del Cristo que es la comida celestial que capacita al pueblo de Dios para seguir Su camino. Los hijos de Israel comieron el maná durante los años que estuvieron en el desierto (Éx. 16:14-16, 31). Participar del maná escondido ciertamente equivale a disfrutar a Cristo comiéndole.
Apocalipsis 3:20 dice: “He aquí, Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye Mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”. En este versículo la palabra cenar alude a la comida principal del día, tomada por la tarde. Aquí el Señor promete cenar con el que le abra la puerta. Cenar no simplemente significa tomar ciertos alimentos, sino disfrutar las riquezas de una comida. Cenar de esta manera puede hacer referencia al disfrute que tuvieron los hijos de Israel cuando comieron del rico producto de la buena tierra de Canaán (Jos. 5:10-12).
Estos versículos del libro de Apocalipsis indican que el Señor desea recobrar el que el pueblo de Dios coma de los alimentos apropiados que Dios ha dispuesto, los cuales son tipificados por el árbol de la vida, el maná y el producto de la buena tierra, los cuales a su vez son tipos de los diversos aspectos del Cristo que es nuestra comida. En sus escritos, Juan definitivamente recalca el rico disfrute que tenemos de Cristo al comer ricamente de Él.
Juan también habla del comer en el último capítulo de Apocalipsis. Apocalipsis 22:1-2a dicen: “Y me mostró un río de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero, en medio de la calle. Y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida...”. El árbol de la vida se ha dado para que el pueblo de Dios lo reciba y disfrute. Por la eternidad, todos los redimidos de Dios disfrutarán a Cristo, el árbol de la vida, como su porción eterna. Según estos versículos, el árbol de la vida es el suministro de vida que está disponible junto con el fluir del Espíritu como agua de vida. Donde fluye el Espíritu, allí también se encuentra el suministro de vida de Cristo.
En Apocalipsis 22:14 encontramos una promesa con respecto al disfrute que tenemos del árbol de la vida: “Bienaventurados los que lavan sus vestiduras, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad”. Este versículo puede considerarse una promesa acerca de disfrutar del árbol de la vida, el cual es Cristo con todas las riquezas de Su vida. Gracias a la redención de Cristo, la cual satisfizo todos los requisitos de la gloria, santidad y justicia de Dios, el camino al árbol de la vida ahora está abierto para los creyentes. Por ello, los que lavan sus vestiduras en la sangre redentora de Cristo tienen derecho a disfrutar del árbol de la vida como su porción.
Todas estas citas del Evangelio de Juan y de Apocalipsis nos muestran la importancia que tiene el comer en los escritos de Juan. Esto también indica que sus escritos son misteriosos, es decir, que sobrepasan grandemente nuestro entendimiento natural.
Podemos comparar los escritos de Juan a un banquete chino, en el cual se sirven muchos platillos. Si tuviéramos que estudiar todos los platillos y sus ingredientes, esto agotaría nuestra mente. Uno no va a un banquete a estudiar la comida, sino a disfrutarla. El principio es el mismo con respecto a los escritos de Juan. Es imposible decir cuántos “platillos” se encuentran en estos escritos. Así que debemos acudir a los escritos de Juan con el propósito de alimentarnos, es decir, con el propósito de comer y digerir la comida espiritual que contienen.
A menudo, antes de participar del platillo principal en una cena, se nos sirve un aperitivo. En el primer capítulo de 1 Juan el apóstol Juan también nos da un “aperitivo”. Este aperitivo es el Verbo de vida. Sin duda alguna, la intención de Juan es servirnos la vida divina. Pero para despertarnos el apetito, él nos sirve el Verbo de vida como aperitivo espiritual. Éste es el Verbo mencionado en Juan 1:1-4 y 14, quien estaba con Dios y era Dios en la eternidad antes de la creación, quien se hizo carne en el tiempo, y en quien está la vida. Este Verbo nos comunica la vida eterna y es la persona divina de Cristo como una declaración, una definición y una expresión de todo lo que Dios es. En Él está la vida, y Él es la vida (Jn. 11:25; 14:6). En el griego, la frase traducida “el Verbo de vida” denota que el Verbo es vida. La persona es la vida divina, la vida eterna, la cual podemos palpar. Aquí la mención del “Verbo” indica que esta epístola es la continuación y el desarrollo del Evangelio de Juan (véanse Juan 1:1-2 y 14).
Si pudiéramos preguntarle al apóstol Juan con respecto al Verbo mencionado en 1 Juan 1:1, él probablemente nos referiría a su Evangelio. Juan 1:1 y 4 dicen que en el principio era el Verbo, que el Verbo estaba con Dios y era Dios, que en este Verbo estaba la vida, y que la vida era la luz de los hombres. Además, según Juan 1:14, el Verbo se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros, lleno de gracia y de verdad, y Su gloria era como la gloria del Unigénito del Padre. Todos estos versículos nos dan una definición del Verbo. El Verbo es el propio Dios. En este Verbo está la vida, y la vida es la luz que necesitamos. Luego, esta maravillosa persona, Dios el Verbo, se hizo carne, lo cual significa que se hizo hombre. Como hombre, Él fijó tabernáculo entre nosotros. De hecho, Él mismo era el tabernáculo. Más aún, este tabernáculo llegó a ser una morada mutua, en la cual Dios y nosotros podemos morar. En el tabernáculo disfrutamos la gracia, recibimos la realidad y vemos la gloria. Éste es el Verbo de vida mencionado en 1 Juan 1:1.
Hemos señalado que la expresión el Verbo de vida, en realidad, indica que el Verbo es vida. Este Verbo, quien es la vida eterna, se hizo hombre. Como hombre, Él es la habitación, la morada mutua, de Dios y el hombre. En esta morada podemos disfrutarle como gracia, recibirle como nuestra realidad y contemplar Su gloria. Esta gloria, la cual es la gloria de Dios, ha llegado a ser la gloria del Hijo unigénito de Dios. Una vez más, este Verbo es vida, y esta vida es la expresión de Dios. Esto significa que el Verbo de vida es la expresión de Dios.
Los escritos de Juan son libros que contienen misterios. En esta epístola, la vida, es decir, la vida divina, la vida eterna, la vida de Dios, que se imparte en los que creen en Cristo y que permanece en ellos, es el primer misterio (1 Jn. 1:2; 2:25; 3:15; 5:11, 13, 20). De este misterio surge otro, el misterio de la comunión de la vida divina (1:3-7). Después, viene el misterio de la unción del Dios Triuno (2:20-27). Luego, tenemos el misterio de permanecer en el Señor (vs. 27-28; 3:6, 24). El quinto es el misterio del nacimiento divino (2:29; 3:9; 4:7; 5:1, 4, 18). El sexto es la simiente divina (3:9). Y el último es el agua, la sangre y el Espíritu (5:6-12).
No debiéramos dedicar mucho tiempo a estudiar acerca del Verbo de vida. En lugar de ello, debemos comer el Verbo y disfrutarlo. Debemos recordar que Juan usa el Verbo de vida como aperitivo para despertar nuestro apetito. Por tanto, debemos comernos este aperitivo. Sin embargo, es posible que nuestra mente natural quiera inquirir más y preguntar cómo esta vida expresa a Dios. No hay necesidad de inquirir; más bien, lo que necesitamos es comernos el Verbo. Entonces sabremos cómo el Verbo de vida expresa a Dios.
La clase de comida que comemos se refleja en el color de nuestro rostro. Suponga que usted no hubiera comido bien por algún tiempo. Esto ocasionaría que su rostro tuviera una apariencia no muy saludable. Pero si alguien tiene una dieta saludable, esto se reflejará en el color de su rostro. Al verle la cara, uno sabrá que esa persona ha estado comiendo alimentos nutritivos, porque dichos alimentos hacen que tenga una aspecto saludable. El principio es el mismo con respecto a comer a Dios. Cuanto más comemos a Dios, más le expresamos.
Algunos cristianos se oponen al asunto de comer a Dios y preguntan cómo es posible semejante cosa. Sin embargo, el concepto de comer a Dios, un pensamiento divino, concuerda absolutamente con la Biblia, aunque las personas religiosas comúnmente lo pasen por alto. Ellas tal vez prefieran adorar a Dios meramente de forma objetiva, declarando que Él es santo. Pero nosotros seguiremos las Escrituras y participaremos de Dios y le disfrutaremos como nuestra comida. Cuando usted se sienta a la mesa, usted ingiere la comida que se le sirve. De igual manera, al acercarnos al Señor, debemos comerle como nuestra comida.
El resultado de comer a Dios es que le expresamos. Después que hemos disfrutado de la vida divina, expresamos la vida divina. Dios es vida, y el Verbo también es vida. Este Verbo declara, define, explica y expresa a Dios. Dios habla por Sí mismo. Pero Él no habla solamente de manera objetiva, desde los cielos. Él también habla de forma subjetiva, por medio de nosotros, quienes lo hemos comido. Hoy en día nuestro Dios no sólo habla desde los cielos, sino también por medio de nosotros, a través de nuestro propio ser. ¿De qué manera habla Dios por medio de nosotros? Dios habla como resultado de que le comamos y le disfrutemos.
En los primeros años de mi ministerio, mucho de lo que hablaba era doctrinal. Pero hoy en día lo que hablo es principalmente un reflejo del disfrute que tengo del Señor. Por muchos años he estado comiendo al Señor diariamente. Así como la comida física me hace fuerte y activo, comer al Señor me hace fuerte y activo en mi espíritu. Espontáneamente, como resultado de disfrutar a Dios y de digerirle, me vuelvo muy activo en mi espíritu.
Algunos afirman que es herético enseñar que nosotros podamos digerir a Dios. Pero yo diría que es herético negar que Dios es comestible y que le podemos comer y digerir. La Biblia revela que Jesús es el propio Dios. Más aún, conforme a Juan 6, sabemos que el Señor Jesús es comestible. En este capítulo Él dice claramente que debemos comerle. Si trazamos este pensamiento retrospectivamente del capítulo 6 al capítulo 1 de Juan, veremos quién es Jesús. El Jesús que en Juan 6 dice que es comestible, es el Verbo que, en el capítulo 1, estaba con Dios, que era Dios y que se hizo carne. Así que el hecho de que el Señor Jesús dijera que era comestible, nos da a entender que Dios mismo es comestible. Por lo tanto, podemos declarar confiadamente que nuestro Dios es comestible y que podemos participar de Él, comerle y digerirle. Cuando comemos a Dios y le digerimos, Él habla por medio de nosotros de modo subjetivo.
Podríamos decir que la comida que comemos y digerimos habla por sí misma, o sea, se manifiesta no de manera objetiva, sino en un sentido subjetivo, es decir, que el color de nuestro rostro indica si hemos estado comiendo alimentos nutritivos o no. El principio es el mismo con relación al Verbo de vida como expresión de Dios. La vida divina es de hecho Dios mismo. Cuando comemos a Dios como vida y le digerimos, en nuestra experiencia esta vida llega a ser el Verbo que define, explica y expresa al propio Dios que disfrutamos.
Si disfrutamos a Dios como nuestro alimento, con el tiempo Él llegará a ser el elemento constitutivo de nuestro ser. Los dietistas dicen que nosotros somos lo que comemos. Eso significa que la comida que ingerimos llega a ser el elemento constitutivo de nuestro ser. Por ejemplo, una persona que come bastante carne de res y toma mucha leche, con el tiempo estará constituida físicamente de res y de leche. De manera semejante, si comemos y bebemos a Dios día tras día, llegaremos a estar constituidos de Dios. Entonces el Dios de quien nosotros hemos sido constituidos se expresará desde nuestro interior.
¿De qué manera se expresa desde nuestro interior el Dios a quien comemos y digerimos y de quien estamos constituidos? Dios se expresa en nosotros por medio de Sus atributos. Dios es amor y luz, y es santo y justo. Cuando comamos y bebamos de Dios, le expresaremos en nuestro vivir como amor, luz, santidad y justicia. Estos atributos divinos llegarán a ser nuestras virtudes, como expresión de Dios. ¿Cómo podemos darnos cuenta de que alguien ha estado comiendo y digiriendo a Dios? Nos damos cuenta por la expresión de Dios que emana de él. Esta expresión de Dios constituye el hablar de Dios. Las virtudes humanas que se producen cuando asimilamos a Dios con Sus atributos divinos se convierten en la expresión de Dios, y esta expresión es en efecto el hablar de Dios.
Ésta es la manera en que llegamos a ser el testimonio de Dios. Un testimonio tiene que ver con el hecho de hablar o testificar. Llegar a ser el testimonio de Dios significa que el propio Dios como Verbo habla y se expresa desde el interior de nuestro ser. Ésta es la expresión de la vida divina.
El Verbo de 1 Juan 1:1 es el eterno lógos, la expresión de Dios. Sabemos por Juan 1:1 y 14 que este Verbo, el Verbo de vida, se encarnó y fue manifestado en la carne, y que además este Verbo era “desde el principio”.
Leamos 1 Juan 1:1 una vez más: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida”. Este versículo indica que el Verbo de vida ha sido manifestado de manera concreta y tangible, pues el Verbo fue oído, visto, contemplado y palpado por los apóstoles. La secuencia que notamos aquí es “hemos oído”, “hemos visto”, “hemos contemplado” (fijar la mirada con un propósito) y “palparon nuestras manos”. Estas expresiones indican que el Verbo de vida no solamente es misterioso, sino que también es tangible, pues se encarnó. El misterioso Verbo de vida fue tocado por el hombre, no sólo en Su humanidad antes de Su resurrección (Mr. 3:10; 5:31), sino también en Su cuerpo espiritual (1 Co. 15:44) después de Su resurrección (Jn. 20:17, 27). En el tiempo en que se produjeron los escritos de Juan, circulaba una herejía que negaba la encarnación del Hijo de Dios (1 Jn. 4:1-3). Por tanto, eran necesarias expresiones tan enfáticas que aludieran a la sustancia sólida del Señor en Su palpable humanidad.
Para fines del primer siglo, los conceptos filosóficos del gnosticismo ya habían empezado a invadir la iglesia. Un concepto gnóstico era que la materia era maligna. Quienes sostenían este concepto no creían que Cristo de hecho había venido en carne. Para ellos, Cristo era abstracto, algo semejante a un fantasma. Esta perspectiva acerca de Cristo es herética. Así que, el apóstol Juan sintió la carga, en su Evangelio y en sus Epístolas, de combatir en contra de esta herejía. Es por este motivo que en Juan 1:14 él usa deliberadamente la palabra carne. En Juan 1:1 él dice que el Verbo estaba con Dios y era Dios. Esto es abstracto y bastante misterioso. Pero luego Juan dice que este Verbo se hizo carne. El hecho de que el Verbo se hiciera carne significa que Él tomó una forma concreta y tangible. Luego, en su primera epístola, Juan señala que los apóstoles oyeron al Verbo de vida, y luego dice que le vieron, le contemplaron y le palparon. El apóstol Juan incluso se reclinó en el pecho del Señor. Las expresiones que usó Juan —oír, ver, contemplar y palpar— con relación al Verbo, fueron un antídoto con el cual vacunó a los creyentes contra las enseñanzas heréticas relacionadas con la persona de Cristo.
En un sentido, la vida divina es abstracta e invisible; en otro, es tangible y visible, por cuanto el Verbo de vida se encarnó. Así, pues, el Verbo encarnado pudo ser oído, visto, contemplado y palpado.
La Primera Epístola de Juan es tanto la continuación como el desarrollo del Evangelio de Juan. En el Evangelio de Juan vemos cómo recibir la vida divina, a saber: creyendo en el Señor Jesús. Sin embargo, en el Evangelio de Juan no se nos dice mucho en cuanto a cómo podemos disfrutar de lo que hemos recibido de la vida divina. Por tanto, en 1 Juan, el apóstol Juan continúa y desarrolla más lo que nos presenta en su Evangelio, pues nos muestra que después de recibir la vida divina podemos disfrutar de las riquezas de la vida divina. Como veremos más adelante en otro mensaje, es por medio de la comunión que disfrutamos las riquezas de la vida divina.