Mensaje 33
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Lectura bíblica: 1 Jn. 4:1-6
En 1 Juan 4:1 Juan dice: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo”. Este versículo nos dice claramente que debemos probar, discernir, los espíritus. No debemos pensar que una enseñanza en particular simplemente proviene de la persona que la enseña. No; toda enseñanza, sea correcta o incorrecta, proviene de un espíritu. Así como hay diferentes enseñanzas, hay también diferentes espíritus. Por consiguiente, debemos probar los espíritus para saber si su fuente es Dios, es decir, si son de Dios. En el versículo 2 Juan dice que todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios. Pero en el versículo 3 él dice que todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios, sino que éste es el espíritu del anticristo.
Las expresiones todo espíritu, que aparece en los versículos 2 y 3, y los espíritus, que aparece en el versículo 1, se refieren a los espíritus de los profetas (1 Co. 14:32), los cuales son motivados por el Espíritu de verdad, o a los espíritus de los falsos profetas, los cuales son activados por el espíritu de engaño. Todo profeta, sea verdadero o falso, posee su propio espíritu. Cuando un profeta auténtico habla, su espíritu es motivado por el Espíritu de Dios; pero cuando un profeta falso habla, su espíritu es activado por otro espíritu, por un espíritu de engaño. Por lo tanto, es necesario discernir los espíritus, probándolos para ver si son de Dios.
No debemos pensar que las enseñanzas proceden simplemente de la mente o de la boca. El espíritu del que habla o enseña es motivado por el Espíritu de Dios o activado por un espíritu de engaño. Esto significa que la exposición de cualquier clase de doctrina siempre proviene de cierta clase de espíritu, ya sea del espíritu de un profeta genuino motivado por el Espíritu de Dios o del espíritu de un falso profeta activado por un espíritu maligno.
Según 4:2, al discernir los espíritus debemos fijarnos si un espíritu confiesa o no que Jesucristo ha venido en carne. Ya que el espíritu de un profeta genuino es motivado por el Espíritu Santo, el Espíritu de verdad, este espíritu confesará la concepción divina de Jesús y afirmará que Él nació como Hijo de Dios. Todo espíritu que obre así sin duda es de Dios.
La palabra carne mencionada en 4:2 es muy importante. Como seres humanos, todos nacimos de la carne para ser carne (Jn. 3:6a). Por lo tanto, todo ser humano es carne. Confesar que Jesucristo vino en carne es confesar que Él fue divinamente concebido para nacer como Hijo de Dios (Lc. 1:31-35). ¡Esto es maravilloso! Cristo es el Dios encarnado que se hizo hombre por medio de una concepción santa. Él no tuvo un padre humano, pues Él fue concebido por el Espíritu Santo. Su concepción es santa porque fue efectuada por el Espíritu Santo. Con todo, aunque Él fue concebido por el Espíritu Santo, la concepción ocurrió en el vientre de una virgen. Por lo tanto, Él, el propio Dios, se hizo un hombre en la carne. Contrario a la falsa enseñanza de los docetas, Su cuerpo no era un fantasma; antes bien, Él tenía un cuerpo genuino, un cuerpo físico que poseía una sustancia sólida. Así, pues, Él fue concebido por el Espíritu Santo, se hizo carne y nació de la virgen María. Puesto que fue concebido por el Espíritu para nacer en la carne, el Espíritu jamás negaría que Él vino en carne mediante una concepción divina.
Todo aquel que niega que Jesucristo ha venido en carne, niega que Él fue concebido por el Espíritu Santo. Además, todo aquel que niega que Jesucristo vino en carne, niega Su humanidad y Su vivir humano. Tal persona niega también la obra redentora de Cristo. Si Cristo no se hubiera hecho un hombre genuino, no habría tenido sangre humana que derramar por la redención de los seres humanos. Si Él no se hubiera hecho carne por medio de la concepción efectuada por el Espíritu Santo en el vientre de la virgen María, jamás habría podido ser nuestro Sustituto y ser crucificado para sobrellevar nuestro juicio ante Dios. Por lo tanto, negar que Jesucristo ha venido en carne es negar Su santa concepción, Su encarnación, Su nacimiento, Su humanidad, Su vivir humano y también Su obra redentora. El Nuevo Testamento deja muy claro que Cristo efectuó la obra redentora en Su cuerpo humano y mediante el derramamiento de Su sangre.
Todo aquel que niega la encarnación de Cristo y, por ende, niega Su obra de redención, niega también la resurrección de Cristo. Si Cristo nunca hubiese pasado por la muerte, le habría sido imposible entrar en la resurrección.
Negar que Jesucristo ha venido en carne constituye una gran herejía. Esta enseñanza herética hace que nos sea imposible disfrutar la Trinidad. Según la revelación de la Trinidad en el Nuevo Testamento, el Hijo vino en carne con el Padre y en el nombre del Padre. El Hijo fue crucificado, y en resurrección llegó a ser el Espíritu vivificante. Por lo tanto, tenemos al Espíritu como la realidad del Hijo con el Padre. Esto incluye la encarnación, el vivir humano, la redención mediante el derramamiento de sangre humana, la muerte en un cuerpo humano, la sepultura y la resurrección. Todos éstos son componentes, constituyentes, del disfrute que tenemos del Dios Triuno. Si alguno niega la encarnación de Cristo, el tal niega el nacimiento santo de Cristo, Su humanidad, Su vivir humano, la redención que Él efectuó mediante Su crucifixión, y Su resurrección. Esto anula por completo todo disfrute que podamos tener de la genuina Trinidad. Puesto que Juan conocía la seriedad de este asunto, incluyó 4:1-6 en su epístola a fin de advertir a los creyentes sobre la necesidad de probar los espíritus.
En 4:4 Juan continúa, diciendo: “Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo”. Los creyentes son “de Dios” porque Él los engendró (4:7; 2:29; 3:9).
En 4:4 los que han sido vencidos son los falsos profetas (v. 1), los anticristos (v. 3), quienes enseñaban herejías con respecto a la persona de Cristo. Los creyentes los han vencido al permanecer en la verdad tocante a la deidad de Cristo y tocante a Su humanidad, la cual es fruto de la concepción divina. Dicha verdad es según la enseñanza de la unción divina (2:27).
En 4:4 Juan les dice a los creyentes que mayor es el que está en ellos que el que está en el mundo. El que está en los creyentes es el Dios Triuno, quien mora en los creyentes como el Espíritu vivificante y todo-inclusivo que unge, y quien nos fortalece interiormente con todos los ricos elementos del Dios Triuno (Ef. 3:16-19). Tal Espíritu es mucho más grande y más poderoso que Satanás, el espíritu maligno.
Las palabras el que está en el mundo se refieren a Satanás, el ángel caído, quien como espíritu maligno usurpa a la humanidad caída, y quien opera en las personas malignas, las cuales componen su sistema mundial. Tal espíritu es inferior y menos fuerte que el Dios Triuno.
En 4:5 Juan añade: “Ellos son del mundo; por eso hablan del mundo, y el mundo los oye”. En este versículo “ellos” se refiere a los falsos profetas, los anticristos. Tanto los herejes como las herejías acerca de la persona de Cristo provienen del sistema mundial satánico. Por consiguiente, las personas que componen este sistema maligno los escuchan y los siguen.
En el versículo 6 Juan concluye, diciendo: “Nosotros somos de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el Espíritu de verdad y el espíritu de engaño”. Los apóstoles, los creyentes y la verdad que ellos creen y enseñan acerca de Cristo, son de Dios. Por consiguiente, los que conocen a Dios, quienes han nacido de Dios (v. 7), nos escuchan y permanecen con nosotros. Los mundanos no son de Dios, porque no han sido engendrados por Dios, y por tanto, no nos escuchan.
Literalmente, las palabras griegas traducidas “en esto” en el versículo 6 significan “a partir de esto”. La palabra esto se refiere a lo mencionado en los versículos 5 y 6. Basándonos en el hecho de que los herejes y lo que ellos hablan desde su espíritu, activado por el espíritu de engaño, son del mundo, y en el que nosotros y lo que hablamos desde nuestro espíritu, motivado por el Espíritu de verdad, somos de Dios, conocemos el Espíritu de verdad y el espíritu de engaño. Esto implica que el Espíritu Santo, el Espíritu de verdad, es uno con nuestro espíritu, el cual habla la verdad, y que el espíritu maligno de engaño es uno con el espíritu de los herejes, el cual habla engaños.
En el versículo 6 Juan habla del Espíritu de verdad y del espíritu de engaño. El Espíritu de verdad es el Espíritu Santo, el Espíritu de realidad (Jn. 14:17; 15:26; 16:13). El espíritu de engaño es Satanás, el espíritu maligno, el espíritu de falsedad (Ef. 2:2). La palabra verdad hallada en 1 Juan 4:6 denota la realidad divina revelada en el Nuevo Testamento, especialmente, como se ve aquí, con respecto a la encarnación divina del Señor Jesús, de la cual testifica el Espíritu de Dios (v. 2). Esta realidad está en contraste con el engaño del espíritu maligno, el espíritu del anticristo, el cual niega la encarnación divina de Jesús (v. 3).
En un mensaje anterior mencionamos que el principio del anticristo consiste en negar algún aspecto de la persona de Cristo y reemplazarlo con algo que no es Cristo. Si alguien negara cualquiera de los aspectos de Cristo revelados en las Escrituras, esa persona estaría siguiendo el principio del anticristo, aunque lo hiciera sin saberlo y sin la intención de hacerlo. De igual manera, si alguien llega a reemplazar algún aspecto de Cristo con algo que no es de Cristo, tal persona también estará practicando el principio del anticristo.
La enseñanza que circula entre los cristianos hoy en día sigue este principio, al menos hasta cierto punto. Por ejemplo, la enseñanza tradicional acerca de la Trinidad no es completa. Además, esta enseñanza hace de la Trinidad una doctrina objetiva que tiene muy poco que ver con la experiencia cristiana. Algunos enseñan que Aquel que mora en nosotros es solamente el Espíritu, el representante del Hijo y del Padre, quienes están en los cielos. Éstos son ejemplos de algunas enseñanzas erróneas e incompletas acerca de la Trinidad.
Nosotros concordamos en muchos aspectos con la enseñanza fundamental y tradicional, hasta donde ha logrado llegar. Ciertamente creemos que Dios creó todo el universo y, en particular, creó al hombre a Su imagen; que el hombre pecó y cayó; que Dios amó tanto al mundo que envió a Su Hijo para que fuera nuestro Salvador y Redentor a fin de que muriera en la cruz por nuestros pecados; que Cristo, el Hijo de Dios, resucitó de entre los muertos y ascendió a los cielos, donde ahora es el Señor; que el Espíritu Santo fue enviado para convencer a las personas, para moverse en ellas, y para ayudarlas a arrepentirse y a creer en el Señor Jesús; y que el Espíritu Santo nos capacita para conducirnos de una manera que glorifique el nombre de Dios. Aunque todo esto es correcto, nada de esto tiene que ver con el disfrute y la experiencia que tenemos del Dios Triuno.
Durante el tiempo que estuve con la Asamblea de los Hermanos, se me enseñó que, según 1 Juan, debíamos amar a los demás. Además, se me dijo que Dios es amor y que un cristiano debía imitar a Dios al amar a otros. Sin embargo, no me enseñaron que el Dios que es amor permanece en mí y que Él quiere impartirse en mi ser y saturarme de Sí mismo, para que yo le disfrute internamente como amor. Tampoco me enseñaron que este amor debe saturarme hasta convertirse en el amor con el cual yo amo a los demás. Según lo que me enseñaron, me dieron a entender que Dios está en el trono y que este Dios es amor, y que mientras nos mira desde arriba, Él ama a todas las personas, y ahora nos manda a nosotros, Sus hijos, que amemos a otros. Sin embargo, nunca me dieron a entender que mi amor debía estar relacionado con el amor de Dios; en vez de ello, me presentaron Su amor como un ejemplo que yo debía imitar. Estas dos clases de amor no tienen nada que ver la una con la otra.
La revelación que nos presenta 1 Juan acerca del amor es muy diferente. Juan nos dice que Dios es amor. El propio Dios que es amor permanece en nosotros, y nosotros permanecemos en Él. Según 3:24: “Sabemos que Él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado”. Este Espíritu nos guarda en una unión orgánica con el propio Dios que es amor, haciendo que este Dios llegue a ser nuestra vida e incluso nuestro ser. Además, este Espíritu nos satura con la sustancia del Dios que es amor. Al final, las fibras de nuestro ser estarán constituidas de la amorosa esencia de Dios. Esto significa que el amor divino llega a ser lo que nosotros somos. De este modo, amamos a otros espontáneamente; no obstante, no los amamos con nuestro propio amor, sino con el Dios que es nuestro amor. ¡Cuán grande es la diferencia entre esta clase de amor y el amor que es simplemente un esfuerzo humano por imitar el amor de Dios!
Lo que muchos cristianos tienen hoy es, en su mayor parte, una religión objetiva de enseñanzas y preceptos. A menudo se aconseja y anima a los creyentes a hacer el bien. Sin embargo, esta enseñanza no tiene que ver con la vida divina, la cual de hecho es el Dios Triuno que mora en nosotros. En este sentido, la mayor parte de lo que se enseña entre los cristianos hoy en día es conforme al principio del anticristo, aunque se haga sin intención alguna, bien sea porque niega ciertos aspectos de Cristo o porque reemplaza a Cristo con otras cosas.
Todas las virtudes de nuestro vivir humano deben ser Cristo mismo como la corporificación del Dios Triuno que se expresa desde nuestro interior. Cristo debe ser nuestro amor, humildad, bondad, mansedumbre y paciencia. ¿Se da usted cuenta de que el resultado de la enseñanza que pretende mejorar nuestro comportamiento y nuestro carácter es que el Cristo vivo que mora en nosotros sea reemplazado? Pablo pudo decir: “Para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21). Cristo era el amor de Pablo, así como su paciencia, mansedumbre y humildad. Cristo era cada aspecto de las virtudes humanas de Pablo. Esto nos muestra que nada de nosotros mismos debe reemplazar a Cristo. Si reemplazamos a Cristo con algo de nuestro propio comportamiento y carácter, estamos practicando el principio del anticristo al permitir que ciertas cosas reemplacen al propio Cristo.
Todos debemos aplicar esta palabra a nosotros mismos y estar alertas, no sea que de alguna manera pongamos en práctica el principio del anticristo. Si negamos algún aspecto de la persona de Cristo, estamos en contra de Él. Si en nuestra vida diaria hay alguna cosa que lo reemplaza, entonces estamos en contra de Cristo y somos “anti-Cristo”. Ser “anti-Cristo” es estar en contra de Cristo y reemplazar a Cristo con algo más. Si reemplazamos a Cristo con nuestro buen carácter y comportamiento, estamos practicando el principio del anticristo. De este modo, en la práctica, estamos en contra de la unción, y nos oponemos a lo que el Dios Triuno está haciendo en nosotros: Su mover, Su operación y Su saturación. En vez de oponernos a la unción, debemos vivir conforme a la unción. De lo contrario, estaremos en contra de Cristo o lo reemplazaremos con algo más.
¿Puede usted ver que es posible seguir el principio del anticristo en nuestra vida diaria? Es posible llegar a reemplazar a Cristo con cosas de nuestra cultura y de nuestra vida natural. Es posible que los chinos reemplacen a Cristo con su ética; los japoneses, con su manera misteriosa de ser; los estadounidenses, con lo que ellos llaman franqueza; y los nórdicos, con su conservatismo. Cualquiera que sea nuestra raza o nuestra cultura, es posible reemplazar a Cristo con nuestra cultura o con la manera en que nos conducimos a diario según nuestra cultura. Reemplazar a Cristo de esta manera es practicar el principio del anticristo.
La Epístola de 1 Juan trata de la comunión de la vida divina. Esto significa que en esta epístola se nos habla del disfrute y la experiencia que tenemos del Dios Triuno. La comunión divina tiene que ver con el hecho de disfrutar a la Trinidad Divina, ya que la vida divina es de hecho el Dios Triuno mismo. Por consiguiente, cuando hablamos de la comunión de la vida divina, en realidad nos estamos refiriendo al hecho de experimentar y disfrutar al Dios Triuno. Hemos visto que esta comunión, este disfrute, es llevado a cabo por la unción que opera en nosotros (2:27). La unción es el Dios Triuno quien se mueve y opera en nosotros para saturarnos de Sí mismo y ser nuestro todo. Yo creo que este pensamiento estaba en el corazón del apóstol Juan mientras escribía este libro.
Por un lado, la teología tradicional niega ciertos aspectos de lo que Cristo es; por otro, hace del Dios Triuno principalmente una doctrina que es ajena a nuestra vida cristiana cotidiana. Por lo tanto, esta teología puede conformarse al principio del anticristo en que, o niega algo de lo que Cristo es o reemplaza a Cristo con otra cosa. Es posible que Cristo sea reemplazado con la religión, con la cultura, con un carácter reformado o con un buen comportamiento. Es posible que quienes adoptan la enseñanza teológica tradicional ni siquiera crean que Cristo mora en los creyentes. Quizás únicamente crean que el Espíritu Santo es un poder que nos inspira a hacer el bien. Pero esta clase de teología no tiene nada que ver con el hecho de que la esencia de Dios se forje en nuestro ser para ser nuestro disfrute y experiencia cotidiana. Así, pues, vemos que la teología actual se conforma en gran medida al principio del anticristo.
Pero, ¿qué diríamos de nuestra situación? Quizás doctrinalmente no neguemos ningún aspecto de la persona de Cristo, pero en nuestra vida diaria reemplacemos a Cristo con muchas cosas naturales, religiosas, culturales y éticas. Tal vez reemplacemos a Cristo con nuestro modo de pensar y nuestros hábitos, con nuestras normas culturales, con nuestras tradiciones religiosas y con nuestros conceptos éticos, ninguno de los cuales tiene que ver con la unción. En este sentido, puede ser que estemos actuando conforme al principio del anticristo. Y aunque no estemos en contra de Cristo, podríamos ser “anti-Cristo” en el sentido de reemplazar a Cristo con otras cosas, aun con los aspectos positivos de la religión, la cultura y la ética.
Debemos, por tanto, arrepentirnos por haber reemplazado a Cristo con otras cosas. Debemos arrepentirnos por haber llevado una vida diaria que se conforma al principio del anticristo, y que permite que la cultura, la religión, la ética y los conceptos naturales reemplacen a Cristo. Debemos orar, diciendo: “Señor, sálvanos, rescátanos y libéranos de todo aquello que te reemplaza. Señor, haz que únicamente prestemos atención a Tu unción. No queremos estar en contra de Cristo en ninguna manera. No queremos estar en contra de la unción. Señor, nuestro deseo es vivir y andar en la unción, con la unción, por medio de la unción y por la unción. Queremos vivir y andar por lo que el Dios Triuno está haciendo en nosotros: por Su mover, por Su operación y por Su saturación”. Ésta es la revelación de la Biblia y también es nuestra carga en el recobro actual del Señor.