Mensaje 35
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Lectura bíblica: 1 Jn. 4:16-21; 5:1-3
En este mensaje examinaremos 4:16—5:3, el último de la serie de mensajes que hemos titulado: “Las virtudes del nacimiento divino: practicar el amor divino”.
En 1 Juan 4:16 leemos: “Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él”. Aquí Juan dice que hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Este amor es el amor que Dios manifestó al enviar al Hijo para que fuera nuestro Salvador (4:14).
Es muy significativo que en 4:16 Juan coloque la palabra conocido antes de creído. Como dijimos en el mensaje anterior, este conocimiento incluye la experiencia y el disfrute. El hecho de que según 4:16 primero conozcamos y después creamos indica que primero experimentamos y disfrutamos, y luego creemos. Sin embargo, tal vez nuestro concepto sea que primero creemos y después experimentamos. No obstante, si no tenemos mucha experiencia y disfrute del amor de Dios, no podremos creer mucho en este amor. Pero una vez que lo disfrutamos y experimentamos, ciertamente podemos creer el amor que Dios tiene para con nosotros.
Las palabras para con nosotros significan “en nuestro caso”, o “con respecto a nosotros”; por ende, hemos conocido y creído el amor que Dios tiene con respecto a nosotros.
En 4:16 Juan dice de nuevo: “Dios es amor”. El hecho de que Dios es amor fue manifestado cuando Él envío a Su Hijo para que fuera nuestro Salvador y nuestra vida (vs. 9-10, 14).
En 4:16 Juan dice que el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él. Permanecer en amor es llevar una vida en la cual uno ama a los demás habitualmente con el amor que es Dios mismo, para que Él sea expresado en nosotros. Permanecer en Dios es llevar una vida que es Dios mismo como nuestro contenido interno y expresión externa, a fin de ser absolutamente uno con Él. Dios permanece en nosotros para ser nuestra vida interiormente y nuestro vivir exteriormente. De este modo, Él puede ser uno con nosotros de manera práctica.
En 4:16 vemos que hay una unión orgánica entre nosotros y Dios. Esta unión orgánica puede verse en el uso de la palabra en. Es interesante que Juan no dice que Dios es amor y que el que permanece en Dios, permanece en amor; más bien, dice que el que permanece en amor, permanece en Dios. Lo primero podría parecernos más lógico; pero lo segundo es más práctico y real, pues decir que cuando permanecemos en amor permanecemos en Dios significa que el amor en el cual permanecemos es el propio Dios. Esto indica que el amor que tengamos para con los demás debe ser Dios mismo. Si permanecemos en el amor que es Dios mismo, permanecemos en Dios, y Dios permanece en nosotros.
En el versículo 17 Juan añade: “En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, en que tengamos confianza en el día del juicio; pues como Él es, así somos nosotros en este mundo”. Al permanecer nosotros en el amor que es Dios mismo (v. 16), el amor de Dios se perfecciona en nosotros, es decir, se manifiesta en nosotros de manera perfecta, para que tengamos confianza sin temor (v. 18) en el día del juicio.
En el versículo 17 Juan dice que el amor de Dios es perfeccionado en nosotros. La palabra perfeccionado es una traducción de la palabra griega teleióo, que significa “completar”, “llevar a cabo”, “terminar”. El amor de Dios ya es perfecto y completo en Dios mismo, pero aún necesita ser perfeccionado en nosotros. Para ello es necesario que nosotros experimentemos este amor. Así que, el amor de Dios es perfeccionado en nuestra experiencia.
Juan dice que si el amor de Dios es perfeccionado en nosotros, tendremos confianza en el día del juicio. La palabra griega traducida “confianza” es parresía, la cual denota denuedo al hablar, osadía. Según 3:21 tenemos confianza para tener contacto con Dios en nuestra comunión con Él, pero según 4:17 tenemos confianza para afrontar el juicio en el tribunal de Cristo (2 Co. 5:10) a Su regreso (1 Co. 3:13; 4:5; 2 Ti. 4:8). El juicio que se llevará a cabo en el tribunal de Cristo no tendrá como fin determinar si hemos de recibir la perdición eterna o la salvación eterna, sino si somos dignos de una recompensa o un castigo. Si amamos a los hermanos con Dios como amor, tendremos confianza en el día que Cristo juzgará a Sus creyentes en Su tribunal.
En 4:17 Juan dice que “como Él es, así somos nosotros en este mundo”. Al igual que en 3:3 y 7, la palabra Él se refiere a Cristo. En este mundo Él llevó la vida de Dios como amor, y ahora Él es nuestra vida a fin de que nosotros llevemos la misma vida de amor en este mundo y seamos como Él es ahora.
Al igual que en 4:1, la palabra mundo no se refiere al universo ni a la tierra, sino a la sociedad humana, a las personas que conforman el sistema mundial satánico.
En el versículo 18 Juan dice además: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo, y el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor”. Una traducción literal de la primera parte de este versículo sería: “Temor no hay en el amor”. “Temor” no se refiere al temor de que vayamos a ofender a Dios o a ser juzgados por Él (1 P. 1:17; He. 12:28), sino al temor de que hemos ofendido a Dios y seremos juzgados por Él. El “amor” aquí se refiere al amor perfeccionado que se menciona en el versículo anterior, al amor de Dios con el cual amamos a los demás. El perfecto amor es el amor que ha sido perfeccionado en nosotros al amar a los demás con el amor de Dios. Tal amor echa fuera el temor y no teme ser castigado por el Señor cuando Él venga (Lc. 12:46-47).
En 4:18 Juan nos dice que el que teme no ha sido perfeccionado en el amor. Esto significa que el que teme no ha vivido en el amor de Dios a fin de que ese amor se manifieste en él de manera perfecta.
Primeramente, en 4:12 y 17 Juan dice que es necesario que el amor de Dios sea perfeccionado en nosotros; luego, en 4:18, dice que nosotros somos perfeccionados en el amor. Esto indica que nosotros y el amor divino nos mezclamos. Cuando el amor es perfeccionado en nosotros, nosotros somos perfeccionados en el amor, pues llegamos a ser el amor, y el amor llega a ser lo que nosotros somos.
El versículo 19 dice: “Nosotros amamos, porque Él nos amó primero”. Dios nos amó primero porque Él nos infundió Su amor y generó en nosotros el amor con el cual nosotros lo amamos a Él y a los hermanos (v. 20). En 1 Juan 4:20 leemos: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto no puede amar a Dios a quien no ha visto”. El que habitualmente aborrece a un hermano demuestra que no permanece en el amor divino ni en la luz divina (2:9-11). Cuando permanecemos en el Señor, permanecemos en el amor divino y en la luz divina; no aborrecemos a los hermanos sino que los amamos habitualmente, y vivimos la vida divina en la luz divina y el amor divino.
En 4:21 Juan dice: “Y nosotros tenemos este mandamiento de Él: El que ama a Dios, ame también a su hermano”. Este mandamiento es el mandamiento del amor fraternal (2:7-11; Jn. 13:34). Lo que Juan escribe aquí se puede resumir de forma sencilla con estas palabras: Dado que Dios es amor, si permanecemos en Él, amaremos a los hermanos con Él mismo como nuestro amor. Éste es el pensamiento básico que Juan presenta en estos versículos.
En 5:1 Juan dice además: “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por Él”. Los gnósticos y los cerintianos no creían que Jesús y el Cristo eran la misma persona; por ende, no eran hijos de Dios, no habían sido engendrados por Dios. En cambio, todo aquel que cree que el hombre Jesús es el Cristo, Dios encarnado (Jn. 1:1, 14; 20:31), ha nacido de Dios y ha venido a ser un hijo de Dios (1:12-13). Tal hijo de Dios ama al Padre, quien le ha engendrado, y ama también a su hermano, quien ha sido engendrado por el mismo Padre. Esto explica, confirma y fortalece lo dicho en los versículos anteriores (1 Jn. 4:20-21).
En 5:1 encontramos un indicio de que el amor fraternal es, de hecho, un amor “triangular”, o sea, un amor en el que participan tres personas. Como hijos de Dios que nacieron de Él, ciertamente amamos a nuestro Padre, quien nos engendró. Luego, según 5:1, si amamos al Padre que nos engendró, amaremos también a los que han sido engendrados por Él. Por tanto, vemos aquí un amor triangular, un amor en el que participan Dios, nosotros y los que han nacido de Dios. Este amor triangular se experimenta en la unión orgánica con el propio Dios que es amor.
Juan recalca el nacimiento divino (5:1; 2:29; 3:9; 4:7; 5:1; 4, 18). ¿Cómo es posible que amemos a Dios y a los demás? Esto es posible únicamente porque hemos experimentado el nacimiento divino. Nacimos de Dios, fuimos engendrados por Él, y gracias a este nacimiento divino podemos amar a otros. Como ya hemos señalado, éste es un amor triangular. Por lo tanto, este amor triangular está relacionado con el nacimiento divino. Todo el que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios. Ahora no solamente amamos a Aquel que nos engendró, a nuestro Padre que engendra, sino también a los que han sido engendrados por Él. Éste es el amor triangular relacionado con el nacimiento divino según lo revelado en 5:1.
En 5:2 Juan añade: “En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y cumplimos Sus mandamientos”. Amar a Dios y cumplir Sus mandamientos son requisitos previos para amar a los hijos de Dios. Esto se basa en el nacimiento divino y en la vida divina.
En 5:2 Juan habla de cumplir los mandamientos del Señor. La palabra griega traducida “cumplir” es poiéo, una palabra que denota la idea de hacer algo de forma habitual y continua al permanecer en ello; por ende, en esta epístola ella tiene el sentido de practicar. También se usa en 1:6; 2:17, 29; 3:4 (dos veces), 7, 8, 9, 10, 22; y aquí en 5:2.
El versículo 3 da conclusión a esta sección: “Pues éste es el amor de Dios, que guardemos Sus mandamientos; y Sus mandamientos no son gravosos”. La palabra griega traducida “amor” aquí es agápe, y denota un amor más elevado y más noble que filéo. Cuando esta epístola habla de “amor”, solamente se usa esta palabra griega con sus formas verbales. Aquí “el amor de Dios” denota nuestro amor para con Dios, el cual es generado por Su amor dentro de nosotros.
En 5:3 Juan dice que el amor de Dios es que guardemos Sus mandamientos, y que Sus mandamientos no son gravosos. Guardar los mandamientos de Dios constituye nuestro amor para con Él y es evidencia de que le amamos. Literalmente, la palabra griega traducida “gravosos” significa “pesados”. Los mandamientos de Dios no son gravosos, pesados, para la vida divina, dado que ésta es plenamente capaz de cumplirlos.
En todos estos versículos, Juan de hecho está hablándonos del resultado de la comunión de la vida divina. Cuando estamos en la comunión de la vida divina, es decir, cuando disfrutamos al Dios Triuno, este disfrute tiene cierto resultado. El resultado de disfrutar al Dios Triuno es el amor divino. Cuando disfrutamos al Dios Triuno, dicho disfrute redunda en el amor divino. Éste ciertamente será el resultado de dicho disfrute. Si tenemos el amor divino, espontáneamente amaremos a los demás. En particular, amaremos a todos los que tienen una relación orgánica con nuestro Padre que nos engendra. Este Padre nos engendró y también engendró a muchos otros. Si le disfrutamos, el resultado de ello será que amaremos a todos Sus hijos. Por consiguiente, amar a los hermanos es el resultado de disfrutar al Dios Triuno.
El Dios Triuno, según se revela en esta epístola, no solamente es vida, luz y amor, sino también el Espíritu todo-inclusivo. Este Espíritu mora en nosotros y se mueve en nosotros para que disfrutemos al Dios Triuno. Al disfrutar nosotros al Dios Triuno, Su esencia llega a ser nuestro propio ser. Como resultado, tenemos vida, luz y amor, y vivimos por esta vida y en esta luz y amor. Así, de manera espontánea llevamos una vida que ama a los hijos de Dios. Éste es el pensamiento que Juan presenta en esta epístola.
Sin embargo, es posible que al leer 1 Juan, no captemos el pensamiento de amar a los hermanos. Quizás solamente entendamos que allí se nos dice que Dios es amor y que se nos manda a amarnos los unos a los otros, y es posible que luego, de una manera natural, religiosa y ética, nos esforcemos por amar a los demás al imitar el amor de Dios. En nuestra naturaleza humana está la tendencia de amar de esta manera. Pero esta clase de amor es ética, natural e incluso cultural.
Muchos han sido enseñados a amar a los demás y a ser bondadosos con ellos. Esta enseñanza sigue influyendo en muchos cristianos. Es posible que otros cristianos no hayan visto el asunto de la unción que se revela en esta epístola ni se hayan dado cuenta de que en su interior hay algo divino que continuamente se mueve, opera y los satura. Es posible que recalquen las enseñanzas y no hagan ningún énfasis en la unción interior. La palabra unción es una palabra clave en esta epístola, pues implica que hoy el Dios Triuno es el ungüento compuesto que se mueve en nuestro interior. Este ungüento incluye el proceso por el cual pasó el Dios Triuno: la encarnación, el vivir humano, la crucifixión, la resurrección y la ascensión. Todas las etapas de este proceso son los ingredientes que conforman este ungüento compuesto.
La unción es la función que cumple este ungüento. Esto significa que la función de este ungüento es ungirnos con el Dios Triuno. Por consiguiente, la unción nos unge con el Padre, el Hijo, el Espíritu, la encarnación, la humanidad, el vivir humano, la crucifixión, la resurrección y la ascensión. Así, cuando somos ungidos interiormente por el mover del Espíritu todo-inclusivo, somos ungidos con todos estos elementos. Esto significa que los diferentes elementos del ungüento compuesto son aplicados a nuestro ser por medio de la unción. Así como los elementos de la pintura son aplicados a aquello que pintamos, del mismo modo los elementos de la pintura divina, el Espíritu todo-inclusivo, son impartidos a nuestro ser.
La misma palabra unción nos da a entender que la enseñanza del apóstol Juan en este libro se relaciona con nosotros de una manera muy subjetiva, y que alude a la unión orgánica que tenemos con el Dios Triuno. Hoy en día, son muchos los cristianos que recalcan las doctrinas objetivas; pero la economía de Dios, Su dispensación, recalca la unción. La unción que está en nosotros nos satura de todo lo que el Dios Triuno es, de todo lo que Él ha hecho y de todo lo que ha obtenido y alcanzado.
A pesar de que la revelación que 1 Juan nos presenta está relacionada con nuestra experiencia de una manera tan subjetiva, aquellos que únicamente se interesan por la doctrina, los credos y las creencias objetivas pasan por alto esta revelación, e incluso nos condenan a nosotros por enseñarla. Nuestra enseñanza tocante a la unción podrá ser diferente de la enseñanza tradicional, pero es definitivamente conforme a la Biblia. Aunque esta enseñanza pueda ser diferente de la enseñanza tradicional, ciertamente no es diferente de lo que se revela en la Biblia.
Ahora que hemos abarcado esta epístola desde 1:1 hasta 5:3, podemos ver que lo que se revela en este libro está totalmente relacionado con la unción. Debemos recordar lo que es la unción. La unción es el Dios Triuno procesado quien se mueve, opera y nos satura interiormente, a fin de ser nuestra vida, nuestro suministro de vida, nuestro disfrute y nuestro todo. Esta unción, que percibimos claramente en la comunión de la vida divina, constituye el tema de esta epístola.