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Mensajes del libro «Estudio-Vida de 1 Juan»
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Mensaje 38

LAS VIRTUDES DEL NACIMIENTO DIVINO: VENCER AL MUNDO, LA MUERTE, EL PECADO, EL DIABLO Y LOS ÍDOLOS

(3)

  Lectura bíblica: 1 Jn. 5:14-17

CÓMO SABER SI CIERTO PECADO ES DE MUERTE

  En 1 Juan 5:16 y 17 Juan dice: “Si alguno ve a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá y Dios le dará vida; a saber, a los que cometen pecado que no sea de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida. Toda injusticia es pecado; pero hay pecado no de muerte”. Estos versículos indican que si vemos a un hermano cometer un pecado que no sea de muerte, debemos pedir por él y darle vida. Pero, ¿cómo saber si cierto pecado es de muerte? Supongamos que un hermano peca y también se enferma. Si no sabemos si ese pecado es de muerte, ¿cómo podremos hacer una petición por esa situación?

  Hemos visto que 5:14-17 tiene que ver con la oración que hacemos mientras permanecemos en la comunión de la vida eterna. En la comunión de la vida divina Dios ejerce Su juicio gubernamental sobre cada uno de Sus hijos según la condición espiritual de ellos. Según la disciplina gubernamental de Dios, es posible que algunos de Sus hijos estén destinados a morir físicamente en esta era a causa de cierto pecado, mientras que otros estén destinados a morir físicamente a causa de otros pecados. Si un pecado ha de ser de muerte o no, ello dependerá del juicio que Dios ejerza conforme a la posición y condición que tenga el creyente en la casa de Dios.

  Aunque puede ser que en principio tengamos claridad sobre este asunto, ¿cómo podremos discernir si un hermano ha cometido un pecado de muerte o no? Para tener esta clase de discernimiento, debemos ser personas que son absolutamente uno con el Señor. En realidad, sólo el Señor sabe si cierto pecado es de muerte. Así que, si no somos uno con el Señor, no podremos saber si un hermano ha cometido un pecado de muerte. Sin embargo, si somos profundamente uno con el Señor, si permanecemos en el Señor y si somos un solo espíritu con Él, espontáneamente sabremos si cierto pecado es de muerte o no. No habrá necesidad de que nos esforcemos por saberlo.

EL CASO DE MOISÉS

  No debemos pensar que solamente ciertos pecados son serios y acarrean muerte, y que otros no lo son. Consideremos el caso de Moisés, descrito en Números 20. Debido a que Moisés fue provocado, hizo algo que no era conforme a la voluntad de Dios: golpeó la roca por segunda vez. Golpear la roca dos veces iba en contra del principio básico de Dios. La roca tipificaba a Cristo, y la intención de Dios no era que Cristo fuera golpeado dos veces. La primera vez Moisés golpeó la roca en conformidad con la palabra de Dios (Éx. 17:1-6), pero la segunda vez que Moisés golpeó la roca, no lo hizo en conformidad con la palabra de Dios. Dios le había dicho a Moisés que le hablara a la roca. Pero, puesto que fue provocado, Moisés golpeó la roca por segunda vez. Fue debido a este error que a Moisés, quien estaba tan cerca de Dios, no se le permitió entrar a la buena tierra: “Y Jehová dijo a Moisés y a Aarón: Por cuanto no creísteis en Mí, para santificarme ante los ojos de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado” (Nm. 20:12). Según Deuteronomio 32:48-52, el Señor le dijo a Moisés que subiera al monte y muriera allí porque tanto él como Aarón habían pecado contra el Señor “en medio de los hijos de Israel en las aguas de Meriba de Cades, en el desierto de Zin; porque no me santificasteis en medio de los hijos de Israel” (v. 51). Tal vez pensemos que Moisés sólo cometió un pequeño error; pero según el juicio gubernamental de Dios, ése fue un pecado de muerte. Así, pues, el caso de Moisés nos muestra que nosotros, por nosotros mismos, no tenemos la debida facultad ni la capacidad para discernir qué clase de pecado es de muerte. La única manera de obtener este discernimiento es ser absolutamente uno con el Señor.

EN LA COMUNIÓN DE LA VIDA DIVINA NOS ES IMPARTIDA LA VIDA

  Lo que se describe en 5:14-17 acerca de la petición que imparte vida, lo pueden experimentar únicamente aquellos que tienen una relación profunda con el Señor. En el versículo 14 Juan habla de la oración que es conforme a la voluntad de Dios. Para hacer esta clase de oración, tenemos que ser uno con el Señor. Si somos uno con el Señor de manera profunda, conoceremos Su voluntad y conoceremos también la situación del que pecó. Puesto que el que peca es nuestro hermano, alguien muy cercano a nosotros en el Señor, sabremos su verdadera condición delante del Señor. Este asunto es muy profundo.

  Si usted es uno con el Señor y conoce la situación y la condición que el hermano que peca tiene delante del Señor, entonces conocerá la voluntad del Señor y podrá orar conforme a Su voluntad. Puesto que conoce la voluntad del Señor, también sabrá si el hermano morirá o no a causa de su pecado.

  Estos versículos nos muestran que los que tenemos vida eterna, podemos comunicar esta vida a otros. Esto significa que podemos ser canales mediante los cuales la vida eterna sea suministrada a otros. Podemos ser canales por los cuales la vida eterna fluya de nosotros a los demás. Es de esto que nos habla el versículo 16. En este versículo la persona que pide es la misma que da vida al hermano que ha pecado. Esto indica que aquel que pide dará vida a aquél por el cual pide. La persona que hace la petición, quien permanece en el Señor, quien es uno con el Señor y pide siendo un solo espíritu con el Señor, llega a ser el medio por el cual el Espíritu vivificante de Dios puede dar vida a aquél por el cual pide. Éste es un asunto relacionado con el hecho de impartir vida en la comunión de la vida divina.

  Nótese que en el versículo 16 Juan habla de alguien que ve a “su hermano” cometer pecado. Las palabras su hermano aluden a un hermano con quien tiene mucha cercanía, a alguien que le es tan cercano que lo considera parte suya. Si usted tiene un hermano que le es tan cercano y no sabe si dicho hermano morirá a causa de su pecado, entonces usted no tiene mucha profundidad en el Señor. Pero si usted verdaderamente tiene profundidad en el Señor y es uno con Él, al considerar la condición del hermano, internará en el corazón del Señor y conocerá Su voluntad. Sabrá si ese hermano, con quien tiene una relación tan íntima, va a morir a causa de su pecado. Sólo entonces sabrá cómo orar por él, es decir, sabrá si debe pedir o no que el hermano sea perdonado y sanado. Si el pecado de dicho hermano es de muerte, entonces sabrá que no debe orar para impartirle vida. En vez de ello, tal vez sienta la carga de orar por él en otro sentido.

  Mi carga en este mensaje es mostrarles que la vida eterna que está en nosotros es real y práctica. Por un lado, podemos disfrutar la vida eterna que está en nosotros; por otro, podemos transmitir esta vida eterna a otros. Podemos ser canales por los cuales la vida eterna fluya de nosotros, o a través de nosotros, hacia otros. Sin embargo, la experiencia de ser canales a través de los cuales la vida eterna puede fluir a otros es un asunto profundo. Esto no se logra de manera superficial. Si deseamos ser canales por los cuales la vida eterna pueda fluir a otros es preciso que tengamos profundidad en el Señor y que conozcamos el corazón del Señor como resultado de haber aprendido a permanecer en Su corazón. Una vez que nos hayamos internado en el Señor a tal grado, espontáneamente conoceremos la voluntad del Señor con respecto a cierto hermano que ha pecado, con quien tenemos tanta cercanía. Debido a que conocemos la voluntad del Señor en cuanto a la situación del hermano, sabremos cómo orar por él.

TESTIMONIO DE UNA EXPERIENCIA PERSONAL

  Aunque no pretendo haber alcanzado tal grado de profundidad en el Señor, puedo testificar que a través de los años he conocido casos en los que se ha cometido pecado de muerte. Cierto hermano, con quien tenía una estrecha relación, cayó en cierta clase de pecado. Mientras tenía comunión con el Señor, percibí en lo más profundo de mi ser que el Señor se llevaría a ese hermano. Me di cuenta de que el hermano moriría a causa de su pecado, y finalmente murió por esa razón. Así que yo oré por este hermano. Al principio quise orar por su sanidad, pero después interiormente el Espíritu me prohibió orar por eso. ¿Cómo supe que el Espíritu me prohibía orar por la sanidad de ese hermano? Lo supe porque mientras oraba por él, sentía la unción en mí; pero en cuanto comenzaba a orar por su sanidad, dejaba de sentir la unción. Fue así que me di cuenta de que no debía orar por la sanidad de ese hermano. Al mismo tiempo, empecé a entender que tal vez el Señor no lo sanaría, y que probablemente moriría a causa de su pecado. Luego, con mucha unción del Señor, oré por el hermano en otro sentido. Oré para que el Señor lo consolara a él y a su esposa, y cuidara de su familia.

  En algunos casos, cuando trataba de orar por la sanidad de un hermano que estaba en la misma condición, el Señor me reprendió. Me dijo: “Estás orando según tus propios deseos. Como este hermano te es tan cercano y tú lo amas, quieres que siga viviendo. Tú no estas orando conforme a la voluntad de Dios sino conforme a tus propios deseos”. Sabiendo que no podía seguir orando de esa manera, comprendí finalmente que el Señor probablemente se llevaría a ese hermano. Ésta ha sido mi experiencia con algunos casos semejantes en el pasado.

  En 5:14-17 Juan nos muestra que la vida eterna es práctica y que podemos experimentarla de manera profunda. En estos versículos vemos la necesidad de vivir en la vida divina a tal grado que seamos absolutamente uno con el Señor. Así, mientras oremos, sabremos si la unción está presente en nuestra oración. Si está presente, entonces podemos seguir orando por el hermano conforme a la unción; pero si no percibimos la unción, eso indica que probablemente estamos orando en nosotros mismos. Es cuando tenemos este tipo de experiencias que sabemos que la vida eterna es real y práctica.

EL PROBLEMA DEL PECADO

  La Epístola de 1 Juan trata de la comunión de la vida divina. Los capítulos 1, 3 y 5 nos muestran enfáticamente que el pecado representa un problema para nosotros. El capítulo 1 trata del pecado y de los pecados. Según este capítulo, el pecado perjudica nuestra comunión en la vida divina.

  En el capítulo 3 Juan dice que el que practica el pecado es del diablo (v. 8), y que todo aquel que ha sido engendrado por Dios no practica el pecado (v. 9). Luego, en el versículo 20 Juan dice que si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y que Él sabe todas las cosas. Luego, en el versículo 21, él dice que si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos ante Dios. El hecho de que nuestro corazón nos reprenda significa que estamos mal en algún aspecto. Esto indica que el pecado nos causa problemas en nuestra conciencia. Por lo tanto, es necesario que nuestra conciencia esté libre de cualquier ofensa.

  En el capítulo 5 vemos algo mucho más serio con relación al pecado. El pecado no sólo interrumpe nuestra comunión y hace que nuestra conciencia pierda la paz, sino que incluso puede causarnos la muerte física. Según nuestra manera humana de pensar, tal vez nos parezca insignificante asistir a la mesa del Señor sin discernir el cuerpo del Señor (1 Co. 11:29); pero de hecho es extremadamente serio asistir a la mesa del Señor con un espíritu faccioso y, de este modo, no lograr discernir el cuerpo. Debido a que entre los creyentes de Corinto muchos no discernieron el cuerpo, algunos se debilitaron. Aquello fue una advertencia. Los que no prestaron atención a dicha advertencia, se enfermaron; y finalmente, por no hacer caso a esta advertencia, algunos murieron. Puede ser que en nuestra opinión, el pecado que ellos cometieron no fue nada serio; sin embargo, desde la perspectiva del gobierno divino, algunos de los corintios cometieron pecado de muerte.

  Los pecados, los fracasos, los errores y las transgresiones pueden verse desde diferentes ángulos. Desde la perspectiva humana, ciertos errores pueden ser insignificantes. Pero desde la perspectiva de Dios, y especialmente desde la perspectiva de Su gobierno, ciertos asuntos que no nos parecen tan graves, son extremadamente graves. Por ejemplo, conforme al gobierno de Dios, Moisés cometió un grave error; pero a los ojos de los israelitas, lo que él hizo fue algo insignificante. En realidad, Moisés cometió un grave error en relación con el gobierno de Dios. Esto nos muestra que dependiendo de la perspectiva que se tenga, el mismo pecado o error puede ser considerado de una manera muy diferente.

  Ciertamente, no tengo la intención de atemorizar a nadie; lo único que deseo es presentar la verdad con respecto a lo grave que es el pecado.

  Si usted estudia la situación de los que se han rebelado contra la iglesia, verá que oponerse a la iglesia, tratar de hacer daño a la iglesia, o rebelarse en contra de la autoridad de la iglesia es algo muy serio. Cuando menos, la rebelión nos acarrea gran pérdida en la vida espiritual. Según mi experiencia en la vida de iglesia por más de cincuenta años, nunca he visto a alguien que estuviera mal con la iglesia y continuara disfrutando apropiadamente la bendición espiritual. Si alguien no desea seguir adelante en común acuerdo con la iglesia, es mejor que no participe en la iglesia. Tan pronto como alguien afecte a la iglesia de modo negativo, esa persona sufrirá pérdida. Al decir esto no estoy pronunciando una maldición sobre nadie; al contrario, simplemente estoy siendo fiel en proclamar la verdad. La historia demuestra que los que tratan de causarle daño a la iglesia o se rebelan contra ella no experimentan ningún provecho.

  Quisiera urgir a todos los santos, especialmente a los hermanos y hermanas jóvenes, a que nunca sean negligentes ni descuidados con respecto al pecado. Nunca piensen que el pecado es una cuestión insignificante. Todos debemos mantenernos alejados de las cosas pecaminosas. El pecado interrumpe nuestra comunión, nos hace perder la paz en nuestra conciencia e incluso podría causarnos perder la vida física. Si el pecado no le causa a una persona la muerte física, ciertamente le causará la muerte espiritual. Por lo tanto, aprendamos a temer a Dios en lo que al pecado se refiere.

  Espero que también aprendamos a tener una comunión profunda con el Señor. Si nuestra comunión con el Señor es profunda, seremos personas que permanecen en el corazón del Señor y que conocen Su voluntad con respecto a nosotros mismos y también con respecto a los demás miembros del Cuerpo. Entonces podremos ayudar a aquellos que están cerca de nosotros, e incluso podremos impartirles la vida del Señor y por medio del Espíritu Santo. Esto significa que podremos ser canales por los cuales la vida divina puede fluir de nosotros a los demás miembros.

  Recientemente alguien me preguntó si todas las enfermedades son causadas por el pecado. Si examinamos nuestra experiencia humana y nuestra experiencia espiritual, debemos concluir que no toda enfermedad es causada por el pecado. Lo que quiero recalcar aquí es que por la gracia y misericordia del Señor, nosotros somos Sus hijos y que, como tales, poseemos Su vida y disfrutamos de Su naturaleza. Lo que nos corresponde hacer ahora es ser cuidadosos con todos los asuntos relacionados con nuestra vida diaria, es decir, debemos ser cuidadosos con respecto a lo que comemos, a lo que bebemos, a nuestras relaciones con los demás y a la manera en que gastamos el dinero. Si somos cuidadosos en todo, cumpliremos con nuestra parte para evitar que nos enfermemos y debilitemos. En todo sentido —espiritual, psicológica, física y materialmente—, debemos procurar estar bien con Dios y con los hombres. En particular, no debemos hacer nada, de manera consciente y deliberada, que vaya en contra del Señor. Es extremadamente serio hacer algo a sabiendas de que va en contra del Señor.

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