Mensaje 4
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Lectura bíblica: 1 Jn. 1:1-2; 2:25; 3:15; 5:11-13, 20; Jn. 1:4; 3:15-16, 36; 5:24; 6:47, 63; 8:12; 10:10, 28; 11:25; 14:6; Hch. 11:18; Ro. 5:10, 17, 21; 6:23; Ef. 4:18; Col. 3:4; 1 Ti. 6:12, 19; 2 Ti. 1:10; Tit. 1:2; He. 7:16; 2 P. 1:3; Ap. 2:7; 22:1-2, 14, 17, 19; Mt. 19:16, 29
En 1 Juan 1:2 leemos: “Y la vida fue manifestada, y hemos visto y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó”. La palabra vida mencionada en este versículo es un sinónimo de el Verbo de vida, que se menciona en el versículo anterior. Tanto la vida como el Verbo de vida denotan la persona divina de Cristo, quien estaba con el Padre en la eternidad y se manifestó en el tiempo por medio de la encarnación, y a quien los apóstoles vieron, de quien testificaban, y a quien anunciaban a los creyentes.
En 1:2 Juan dice que la vida fue manifestada. Esta manifestación de la vida eterna se efectuó mediante la encarnación de Cristo, a la cual Juan dio mucho énfasis en su Evangelio (Jn. 1:14) para que sirviera como antídoto a fin de vacunar a los creyentes contra la herejía que decía que Cristo no había venido en la carne. Tal manifestación, correlacionada con el hecho de que el Verbo de vida es palpable (1 Jn. 1:1), hace una vez más alusión a la naturaleza tangible de la humanidad del Señor, la cual es la manifestación de la vida divina en la economía neotestamentaria.
La vida que se manifestó es la vida eterna. La palabra eterna no solamente indica duración, es decir, el hecho de que es perdurable e infinita, sino también denota calidad, es decir, el hecho de que es absolutamente perfecta y completa, sin ninguna carencia ni defecto. Tal expresión resalta la naturaleza eterna de la vida divina, que es la vida del Dios eterno. Los apóstoles vieron esta vida eterna, dieron testimonio de ella y la anunciaron a los demás. Lo que ellos experimentaron no era una doctrina, sino Cristo mismo, el Hijo de Dios como vida eterna, y lo que ellos testificaron y predicaron no tenía que ver con la teología ni con el conocimiento bíblico, sino con esa vida tan concreta.
Hemos señalado que la vida eterna es eterna no solamente en cuanto a tiempo, sino también en cuanto a calidad. Igualmente es eterna con respecto a la esfera a la que pertenece. Por lo tanto, la palabra eterna denota tres cosas: tiempo, espacio y calidad. En cuanto al tiempo, esta vida durará para siempre; en cuanto a espacio, es decir, en cuanto a su esfera, esta vida es vasta e ilimitada; en cuanto a calidad, la vida eterna es perfecta y completa, sin ningún defecto ni carencia. La esfera o ámbito de la vida eterna comprende el universo entero. La vida eterna es tan vasta que abarca todo el ámbito de la vida. Todo lo que se encuentra en el ámbito de la vida, está incluido en esta vida eterna. Nuestra vida humana, por su parte, es muy diferente. Nuestra vida no es solamente temporal, sino también limitada. Por otra parte, la vida eterna no es ni temporal ni limitada, sino que es perpetua con respecto al tiempo e ilimitada con respecto al espacio. Además, nuestra vida tiene muchos defectos y carencias. Pero la vida divina, la vida eterna, no tiene defecto ni carencia alguna.
La vida eterna es una vida indestructible (He. 7:16). Nada puede destruir o disolver esta vida. Es una vida que no tiene fin, puesto que es la vida eterna, divina e increada y la vida de resurrección, la cual pasó por la prueba de la muerte y del Hades (Hch. 2:24; Ap. 1:18). Satanás y sus seguidores pensaron haber acabado con esta vida al crucificarla. Los líderes religiosos tuvieron un concepto similar. Sin embargo, la crucifixión dio a esta vida la mejor oportunidad para multiplicarse y propagarse. Puesto que esta vida es ilimitada, jamás puede ser conquistada, subyugada o destruida.
La vida eterna es la vida de Dios (Ef. 4:18; 2 P. 1:3). Podríamos decir que esta vida es el propio Dios, en la cual se incluye el amor divino y la luz divina. De hecho, esta vida es del Espíritu de Dios (Ro. 8:2), especialmente cuando llega a ser nuestra vida y la disfrutamos.
La vida eterna es también el Hijo de Dios. Esta vida no es simplemente un asunto o una cosa, sino una persona. La vida divina es Dios mismo expresado en Su Hijo. En 1 Juan 5:12 se afirma: “El que tiene al Hijo, tiene la vida”. En nuestra experiencia, sabemos que la vida eterna es el propio Hijo de Dios.
En 1 Juan 1:2 se afirma que la vida eterna estaba con el Padre. La palabra griega traducida “con” es prós (usada en griego en el caso acusativo). Es una preposición dinámica e implica la idea de vivir y actuar en unión y comunión con alguien. La vida eterna, la cual es el Hijo, no solamente estaba con el Padre, sino que también vivía y actuaba en unión y comunión con el Padre en la eternidad. Esto concuerda con lo dicho en Juan 1:1-2.
El Padre es la fuente de la vida eterna; desde Él y con Él, el Hijo se manifestó como la expresión de la vida eterna a todos aquellos que fueron escogidos por el Padre para participar y disfrutar de dicha vida.
En vez de tratar de analizar estos aspectos de la vida eterna, debemos disfrutarlos como “platillos” de una comida espiritual. La vida eterna es la vida de Dios, es el Hijo de Dios, y dicha vida estaba con el Padre en la eternidad. Así que aquí encontramos por lo menos cuatro platillos de los cuales podemos disfrutar: Dios, el Hijo de Dios, el Padre y la eternidad.
Tal vez algunos se pregunten cómo podemos disfrutar de todos estos maravillosos platillos. Según mi experiencia, la mejor manera de disfrutarlos es orar-leer la Palabra. Por ejemplo, ore-lea las palabras la vida de Dios que se encuentran en Efesios 4:18. Mientras ora-lee, puede decir: “¡Oh, la vida de Dios! ¡Amén! Ahora mismo, disfruto a Dios, y le disfruto como mi vida. ¡Aleluya por Dios! ¡Aleluya por la vida! ¡Aleluya por la vida de Dios! ¡Aleluya porque puedo disfrutar de la vida de Dios y porque puedo disfrutar a Dios como vida!”.
Juan dice que la vida que estaba con el Padre se manifestó a los apóstoles. La manifestación de la vida eterna incluye la revelación y la impartición de la vida a los hombres, y tiene como propósito introducir al hombre en la vida eterna, es decir, en la unión y comunión que esta vida tiene con el Padre.
Lo que una vez estuvo escondido les fue manifestado a los apóstoles. Juan, uno de ellos, ahora nos revela los misterios divinos. Si comemos el Verbo mediante la práctica de orar-leer, recibiremos el beneficio de la manifestación de la vida eterna.
Los apóstoles vieron la vida eterna, la vida que les fue manifestada, y testificaron de ella y la anunciaron a los creyentes. Lo que ellos anunciaron no fue alguna teología o doctrina que ellos hubieran escuchado y acerca de la cual hubieran sido enseñados, sino que, más bien, anunciaron la vida divina, la cual ellos habían visto y de la cual testificaban por medio de experiencias personales. Esta vida divina es una persona, el Hijo de Dios como corporificación del Dios Triuno, quien vino para ser nuestra vida.
La vida eterna fue prometida por Dios. En 1 Juan 2:25 leemos: “Y ésta es la promesa que Él mismo nos hizo, la vida eterna”. En el Evangelio de Juan la vida eterna es prometida en versículos tales como 3:15; 4:14; y 10:10. En Tito 1:2 Pablo habla de la “esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes de los tiempos de los siglos”. Esta promesa de la vida eterna debe de ser la promesa que el Padre hizo al Hijo en la eternidad pasada. Muy probablemente en la eternidad pasada el Padre prometió al Hijo dar Su vida eterna a Sus creyentes.
La vida eterna no solamente fue prometida y manifestada, sino que también fue liberada por medio de la muerte de Cristo (Jn. 3:14-15). La vida divina estaba encerrada, confinada, en Cristo. Pero mediante la muerte de Cristo, la vida divina, que estaba en Su interior, fue liberada.
La vida eterna que fue liberada desde el interior de Cristo por medio de Su muerte, fue impartida a los creyentes por medio de la resurrección. Al respecto, 1 Pedro 1:3 dice: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según Su grande misericordia nos ha regenerado para una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos”.
La vida eterna que fue liberada por medio de la muerte de Cristo e impartida mediante Su resurrección, es recibida por los creyentes, al creer ellos en el Hijo. Según Juan 3:15-16 y 36, todo aquel que cree en el Hijo, tiene vida eterna.
Después que los creyentes reciben la vida eterna, esta vida llega a ser su vida (Col. 3:4). Éste es el propósito de la obra salvadora de Dios, a saber: hacer que Su vida sea nuestra vida para que lleguemos a ser hijos Suyos y así participar de Su naturaleza divina a fin de disfrutar de todo lo que Él es y llevar una vida que le expresa a Él.
En Romanos 5:10 Pablo dice: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos en Su vida”. La reconciliación con Dios por medio de Cristo ya fue lograda, pero ser salvos en Su vida de tantas cosas negativas sigue siendo una experiencia de cada día. Día tras día podemos ser salvos en la vida eterna.
En Romanos 5:17 Pablo continúa diciendo: “Pues si por el delito de uno solo, reinó la muerte por aquel uno, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia”. Ya que ahora tenemos la vida divina dentro de nosotros, podemos ser salvos por esta vida y también reinar en ella. Podemos ser reyes que reinan en la vida divina sobre todas las cosas negativas. Por ejemplo, tal vez nos sea difícil reinar sobre nuestro mal genio. Quizás muchos digan: “En lugar de reinar sobre mi mal genio, éste reina sobre mí”. La razón por la cual muchos santos no pueden reinar sobre su mal genio es que no disfrutan la vida eterna. No se proponga ni determine que de ahora en adelante no se enojará más. Eso no funcionará. En lugar de ello, olvídese de su mal genio y aliméntese de esta vida. Yo le animaría a que invoque el nombre del Señor mientras ora-lee la Palabra. Si usted hace esto, disfrutará al Señor. Mientras le disfruta, Él será quien reine sobre todas las cosas negativas. Entonces, mientras Él reina dentro de usted, usted reinará en virtud de Su reinado. Ésta es la manera apropiada de reinar en vida sobre el mal genio.
Uno no puede reinar sobre el mal genio simplemente aprendiendo doctrinas y enseñanzas bíblicas. Al oír esto, tal vez algunos digan: “Usted, por un lado, le da poca importancia a las doctrinas bíblicas y, por otro, exalta la práctica de invocar el nombre del Señor y de comer la Palabra. Según usted, podríamos ser vencedores simplemente invocando y comiendo”. A esto yo les contestaría preguntándoles cuánto les han ayudado las doctrinas y las enseñanzas a vencer su mal genio. Muchos de los que conocen las doctrinas de la Biblia siguen enojándose una y otra vez.
Quisiera pedirles que consideren la situación que impera entre los cristianos hoy en día. A ellos quizás no les falte la doctrina ni el conocimiento bíblico, pero sí les hace falta invocar el nombre del Señor y comer la Palabra. Nosotros podemos testificar que somos salvos invocando el nombre del Señor, y que somos nutridos comiendo la Palabra.
Cuando usted esté a punto de enojarse, invoque el nombre del Señor, diciendo: “¡Oh Señor Jesús! ¡Sálvame de enojarme!”. Mejor aún es que invoque al Señor y ore-lea la Palabra antes de sentirse tentado a enojarse. Si usted se nutre orando-leyendo la Palabra, la vida eterna que está en usted reinará como un rey sobre las cosas negativas. En muchas ocasiones esto incluso evitará que se despierte su mal genio. Cuando usted experimenta el reinado de la vida eterna en su interior, en ese momento su mal genio es aniquilado.
Como creyentes que somos, debemos echar mano de la vida eterna. En 1 Timoteo 6:12 Pablo nos encarga: “Echa mano de la vida eterna, a la cual fuiste llamado”, y en 1 Timoteo 6:19 él dice: “Echen mano de la vida que lo es de verdad”. Esta vida es la vida eterna. Echar mano de la vida eterna significa que en todo —en nuestra vida diaria, en nuestro ministerio y en nuestros trabajos— debemos adherirnos a la vida divina y aplicar la vida divina a cada situación, no confiando en nuestra vida humana.
En Mateo 19:29 el Señor Jesús habla de heredar la vida eterna. Heredar la vida eterna equivale a ser recompensado en la era venidera con el disfrute de la vida divina en la manifestación del reino de los cielos. Algunos creyentes, quienes han recibido la vida eterna, la disfrutan sólo hasta cierto punto, pero no la disfrutan al grado que deberían. Como resultado, cuando el Señor regrese en el tiempo de la manifestación del reino, ellos se perderán el disfrute del reino milenario. Perder el disfrute de la vida eterna en el reino venidero equivale a perder el disfrute de la vida eterna durante esa dispensación.
En la eternidad, todos los creyentes disfrutarán plenamente la vida eterna. Según Apocalipsis 22:1-2, en la Nueva Jerusalén todos los creyentes disfrutarán de la vida divina como el río que fluye y como el árbol que crece y se extiende continuamente. Tanto el río como el árbol son para nuestro disfrute eterno. Por la eternidad, disfrutaremos la vida eterna (Ap. 22:14, 17, 19).
En resumen, la vida eterna está relacionada con la era presente, con la era venidera del reino y con la era eterna. En la era actual recibimos la vida divina y vivimos por la vida divina. Si vivimos por esta vida como desea el Señor, también disfrutaremos de la vida eterna en la era venidera, la era del reino. Al final, todos los creyentes disfrutaremos plenamente de la vida eterna en la era eterna. No obstante, si los que reciben la vida eterna en esta era no viven conforme a ella como es debido, sino que hacen caso omiso de ella, entonces, en la era venidera, la era del reino, ellos perderán el privilegio de disfrutar la vida eterna. Al ser privados del disfrute de la vida eterna en la era del reino, ellos aprenderán ciertas lecciones y recibirán cierto adiestramiento. Pero finalmente serán restaurados y podrán disfrutar nuevamente de la vida eterna. Entonces, al final, en la era eterna, todos los creyentes disfrutarán de la vida eterna en plenitud.