Mensaje 6
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Lectura bíblica: 1 Jn. 1:5-7
En los mensajes anteriores hablamos acerca de dos misterios: el misterio de la vida divina y el misterio de la comunión divina. Aunque no abarcamos estos asuntos de manera exhaustiva, creo que en cierto modo éstos nos han sido revelados y que, por lo menos, hemos recibido algunas pautas que nos ayudarán a profundizar en ellos. En este mensaje daremos inicio al tema de los requisitos de la comunión divina, es decir, las condiciones que tienen que cumplirse para poder disfrutar de esta comunión.
Si deseamos ser partícipes de la comunión divina, es preciso que cumplamos con ciertos requisitos, condiciones u obligaciones. Sólo entonces podremos disfrutar de la comunión divina. Los requisitos correspondientes a la comunión divina se revelan en la segunda parte del capítulo 1 y en la primera parte del capítulo 2 (1:5—2:11). Solamente dos versículos hablan de la vida divina (1:1-2) y otros dos versículos tratan de la comunión divina (vs. 3-4), mientras que diecisiete versículos están relacionados con los requisitos correspondientes a la comunión divina. Esto indica que, en lo que respecta a nosotros, dichos requisitos constituyen un tema sumamente importante.
La vida divina y la comunión divina son provistas por Dios. Sin embargo, para poder disfrutar de la comunión divina, nos corresponde a nosotros cumplir con ciertos requisitos, condiciones o exigencias. Es muy sencillo recibir la vida divina y ser introducido en la comunión de la vida divina; pero no es igualmente sencillo mantener activa esta comunión y permanecer en ella. Es por eso que aquí el apóstol Juan no se salta los requisitos que debemos cumplir para permanecer en la comunión divina. Como veremos, hay principalmente dos requisitos que se abarcan en 1:5—2:11, los cuales son: confesar los pecados (1:5—2:2) y amar a Dios y a los hermanos (vs. 3-11).
La primera condición que debemos cumplir para participar de la comunión divina tiene que ver con el pecado y los pecados. El pecado y los pecados representan un serio problema en relación con el disfrute que tenemos de la comunión divina, pues hacen que nuestra comunión con el Dios Triuno sea estorbada e interrumpida. Por esta razón, el apóstol Juan dedica varios versículos a la confesión de nuestros pecados. Antes de examinar estos versículos, quisiera comunicar a usted algunos asuntos que nos ayudarán a entender lo que dicen los escritos de Juan en cuanto al pecado y los pecados.
Según la Biblia, el pecado mora en nosotros, en nuestra carne. Romanos 7:20 dice: “Mas si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí”. Aquí la palabra mora indica que el pecado es algo que está vivo. Si se tratara de un objeto inanimado, como por ejemplo, una silla, usted nunca usaría el verbo morar, es decir, usted jamás diría que en su casa mora una silla. Así que, si uno afirma que algo mora en un lugar específico, aquello tiene que estar vivo y ser orgánico. Por consiguiente, el hecho de que el pecado more en nosotros indica que el pecado es una entidad viva.
El pecado descrito en Romanos 7 está personificado. Las actividades del pecado son comparables a las de una persona. El pecado toma ocasión por el mandamiento y produce codicia en nosotros (v. 8), y también el pecado puede engañarnos y matarnos (v. 11). Según lo que Pablo dice en el versículo 17, el pecado mora en nosotros y obra ciertas cosas en nosotros: “Ya no soy yo quien obra aquello, sino el pecado que mora en mí”. Además, Pablo dice que el pecado entra (5:12), reina (v. 21), se enseñorea de la gente (Ro. 6:14), produce muerte en nosotros (7:13) y es algo que está bastante vivo (v. 9). Por lo tanto, el pecado no es una cosa o una sustancia inanimada; al contrario, el pecado es una entidad viva que puede morar en nosotros y hacer cosas en contra de nuestra voluntad. Ésta es la razón por la cual Pablo dijo que ya no era él quien hacía ciertas cosas, sino el pecado que moraba en él.
Algunos se oponen a nosotros por causa de que enseñamos que el pecado mora en nuestra carne y que este pecado que mora en nosotros está personificado. Sin embargo, esta enseñanza acerca del pecado que mora en nosotros y las actividades que realiza, concuerda perfectamente con las Escrituras. No podemos negar lo que Pablo dice en Romanos 7 en relación con el pecado.
Ahora bien, la Biblia nos habla tanto del pecado como de los pecados. Los pecados se refieren a delitos, transgresiones y malas acciones. Por ejemplo, mentir y hurtar son pecados. Estos pecados difieren del pecado que mora en nuestra carne. Los pecados denotan obras y acciones, mientras que el pecado se refiere a un elemento maligno que mora en nuestra carne.
El Nuevo Testamento trata el problema del pecado usando tanto la palabra pecado, en singular, como la palabra pecados, en plural. La palabra pecado se refiere al pecado que mora en nosotros, el cual provino de Satanás y entró en la humanidad por medio de Adán (Ro. 5:12). Se habla del pecado en este sentido en la segunda sección de Romanos, de 5:12 a 8:13 (con excepción de 7:5, donde se menciona la palabra pecados). La palabra pecados se refiere a hechos pecaminosos, a los frutos que produce el pecado que mora en nosotros, los cuales son expuestos en la primera sección de Romanos, de 1:18 a 5:11. Sin embargo, en 1 Juan 1:7 la palabra pecado, en singular, acompañada del adjetivo todo, no se refiere al pecado que mora en nosotros, sino a cada uno de los pecados que cometemos (v. 10) después de ser regenerados. Cada uno de estos pecados contamina nuestra conciencia ya purificada y debe ser limpiado con la sangre del Señor en nuestra comunión con Dios.
Nuestro pecado, el pecado que mora en nuestra naturaleza (Ro. 7:17), fue juzgado por Cristo, quien es nuestra ofrenda por el pecado (Lv. 4; Is. 53:10; Ro. 8:3; 2 Co. 5:21; He. 9:26). El problema de nuestros pecados, nuestras transgresiones, fue resuelto por Cristo, quien es nuestra ofrenda por la transgresión (Lv. 5; Is. 53:11; 1 Co. 15:3; 1 P. 2:24; He. 9:28). Sin embargo, después de ser regenerados todavía necesitamos tomar a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado, como lo indica 1 Juan 1:8, y como nuestra ofrenda por la transgresión, como lo indica 1:9.
La Biblia revela que cuando el Señor Jesús estuvo en la cruz Él fue hecho pecado por nosotros. Refiriéndose a esto, 2 Corintios 5:21 dice: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros viniésemos a ser justicia de Dios en Él”. Debido a que el Señor fue hecho pecado por nosotros, Él condenó al pecado mediante Su muerte en la cruz. Romanos 8:3 dice: “Dios, enviando a Su Hijo en semejanza de carne de pecado y en cuanto al pecado, condenó al pecado en la carne”. Aquí vemos que mediante la crucifixión de Cristo el pecado fue condenado. Por esta razón, Juan 1:29 dice que Cristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y Hebreos 9:26 dice que Cristo “se ha manifestado para quitar de en medio el pecado por el sacrificio de Sí mismo”. Ello significa que Cristo se ofreció a Sí mismo por el pecado. A medida que examinamos estos cuatro versículos, nos damos cuenta de que el Señor Jesús murió en la cruz para juzgar el pecado, el mismo pecado que mora en nosotros. Él se hizo pecado, condenó al pecado, quitó el pecado y fue hecho una ofrenda por el pecado. Cristo, como ofrenda por el pecado, es tipificado por la ofrenda por el pecado descrita en el capítulo 4 de Levítico.
Como hemos hecho notar, nosotros no solamente tenemos el problema del pecado que mora en nuestra carne, sino también el problema de los muchos pecados que hemos cometido. Hemos cometido muchas malas acciones. Por ejemplo, en lugar de honrar a nuestros padres, tal vez los hemos menospreciado. Esto es pecaminoso. Todos hemos incurrido en muchos delitos, transgresiones, ofensas y malas acciones. Todos ellos son pecados. Cuando el Señor Jesús murió en la cruz para juzgar nuestro pecado, Él también llevó nuestros pecados. En 1 Pedro 2:24 leemos: “Quien llevó Él mismo nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero”. Este versículo claramente indica que Cristo llevó nuestros pecados. En 1 Corintios 15:3 Pablo declara: “Cristo murió por nuestros pecados”. Además, en Hebreos 9:28 se nos dice que Cristo “fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos”. Todos estos versículos nos muestran que cuando el Señor estuvo en la cruz, Él no sólo juzgó nuestro pecado, sino que además llevó nuestros pecados. Por consiguiente, Él es tanto la ofrenda por el pecado como la ofrenda por la transgresión.
Cuando creímos en el Señor Jesús, le recibimos como nuestro Redentor. Esto implica que le recibimos como nuestra ofrenda por el pecado y como nuestra ofrenda por la transgresión. Recibir al Señor Jesús como nuestro Redentor implica recibirlo como la ofrenda por el pecado y como la ofrenda por la transgresión. A menudo decimos que la sangre de Jesús nos limpia. Esta sangre es la sangre de la ofrenda por el pecado y de la ofrenda por la transgresión. En 1 Juan 1:7, Juan dice que la sangre de Jesús nos limpia de todo pecado. Ésta es la sangre del Señor Jesús, quien es tanto la ofrenda por el pecado como la ofrenda por la transgresión. Ahora que hemos creído en Cristo, le tenemos como nuestro Redentor, es decir, como Aquel que es nuestra ofrenda por el pecado y nuestra ofrenda por la transgresión. Por lo tanto, tanto el pecado como los pecados han sido eliminados. Hemos sido perdonados por Dios, y también hemos sido lavados, purificados, con la sangre del Señor. Como ya señalamos, la sangre de Jesús es la sangre de la ofrenda por el pecado y la ofrenda por la transgresión. Todos hemos creído en Cristo y le hemos aceptado como nuestra ofrenda por el pecado y como nuestra ofrenda por la transgresión.
Ahora que hemos sido regenerados, ¿mora todavía el pecado en nosotros? Al respecto ha habido mucho debate entre los maestros de la Biblia. Hace algunos años predominaba una enseñanza que afirmaba que el pecado había sido erradicado de los creyentes. Ésta es la enseñanza de la así llamada erradicación del pecado. Los que enseñan esto se basan en ciertos versículos de 1 Juan 3 y 5, como por ejemplo: “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado ... y no puede pecar” (3:9), y, “Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado” (5:18). Los que adoptan la enseñanza de la erradicación del pecado dicen que estos versículos comprueban que el pecado fue desarraigado de nuestro ser.
En 1933 me contaron una historia interesante acerca de un hermano que perteneció por algún tiempo a un grupo que enseñaba sobre la erradicación del pecado. El líder de ese grupo, un hombre muy estudiado, enseñaba con mucho convencimiento la erradicación del pecado. Un día, ese líder llevó a cuatro hermanos jóvenes a un parque de diversiones. En lugar de comprar cinco boletos, el líder sólo compró dos. Dos hermanos entraron usando los boletos, y luego uno de ellos salió con los boletos y entró nuevamente con el tercer hermano. Esta acción se repitió hasta que todos los hermanos lograron entrar al parque con los mismos dos boletos. Los hermanos jóvenes se sintieron molestos al ver que alguien que enseñaba sobre la erradicación del pecado pudiera comportarse de esa manera. Le dijeron: “¿Qué es esto? ¿No es eso hacer trampa? ¿No es eso pecado?”. El líder les contestó: “No, no es pecado; es sólo una debilidad”. El hermano que me contó este incidente no podía aceptar esa explicación; él sabía que había algo que estaba mal. Algún tiempo después, él empezó a asistir a las reuniones de la iglesia y logró a entender lo erróneo que era la enseñanza de la erradicación del pecado.
La Biblia no enseña que el pecado haya sido erradicado de nuestro ser. En 1:8 Juan dice: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros”. Decir que no tenemos pecado es decir que no tenemos el pecado que mora en nuestra naturaleza. Esto era lo que enseñaba la herejía gnóstica. Con esto, el apóstol vacunaba a los creyentes contra esta falsa enseñanza. Esta sección, 1:7—2:2, trata de los pecados cometidos por los creyentes después de ser regenerados. Tales pecados interrumpen su comunión con Dios. Si después de haber sido regenerados los creyentes no tuvieran pecado en su naturaleza, ¿cómo se explica que continúen pecando en su conducta? Aunque sólo pecaran ocasionalmente, y no habitualmente, el hecho de que aún pequen es suficiente prueba de que el pecado todavía opera en ellos. De no ser así, su comunión con Dios nunca se vería interrumpida. La enseñanza del apóstol aquí condena también la enseñanza actual del perfeccionismo, según la cual en esta vida terrenal es posible llegar a un estado en el cual uno está completamente libre del pecado. Asimismo, la enseñanza del apóstol anula la enseñanza errónea sobre la erradicación de la naturaleza pecaminosa, la cual, interpretando equívocamente lo dicho en 3:9 y 5:18, afirma que los que han sido regenerados no pecan debido a que su naturaleza pecaminosa ya fue totalmente erradicada.
Juan dice que los que digan que no tienen pecado, se engañan a sí mismos, se descarrían a sí mismos. Nos engañamos al decir que porque fuimos regenerados no tenemos pecado, pues al decir eso no reconocemos nuestra propia experiencia, lo cual nos descarría. No debemos decir que no tenemos más pecado, pues el pecado permanece en nuestra carne, en nuestra naturaleza pecaminosa.
Ya consideramos la pregunta de si nosotros los creyentes tenemos o no pecado en nuestra naturaleza. Hemos visto que definitivamente el pecado sigue morando en nosotros después de la regeneración. Ahora debemos hacer una segunda pregunta: Será posible seguir pecando después de ser regenerados? Sí, es posible que un creyente peque, aun después de haber sido regenerado. En 2:1 Juan dice: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno peca, tenemos ante el Padre un Abogado, a Jesucristo el Justo”. Las palabras, si alguno peca, mencionadas por Juan, indican claramente que todavía es posible pecar después de haber sido salvos.
Usemos como ejemplo el caso del enojo. Yo no creo que haya ni una sola persona que haya dejado de enojarse después de ser salva. ¿Podría usted decir que durante el tiempo que ha sido cristiano jamás se ha enojado? Tal vez nunca haya manifestado su enojo, pero ¿acaso no se ha enojado interiormente? Este simple ejemplo de enojarnos basta para mostrarnos claramente que, aunque somos creyentes, todavía nos es posible pecar, y que, en efecto, pecamos ocasionalmente. A pesar de haber sido salvos y regenerados, y a pesar de que todavía estamos bajo la obra transformadora del Espíritu Santo, todavía nos es posible pecar. Ya que todavía podemos pecar después de ser salvos, tenemos que confesar nuestros pecados (1:9). La confesión de nuestros pecados es el primer requisito que se nos exige para participar de la comunión divina.
En 1:6 Juan dice: “Si decimos que tenemos comunión con Él y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad”. Tener comunión con Dios es tener un contacto íntimo y vivo con Él en el fluir de la vida divina conforme a la unción del Espíritu en nuestro espíritu (2:27). Esto nos mantiene en la participación y en el disfrute de la luz divina y el amor divino.
Según el contexto, la frase con Él del versículo 6 significa “con Dios”, y equivale a decir “con el Padre, y con Su Hijo Jesucristo” (v. 3). Esto de nuevo alude a la Trinidad Divina.
Es muy importante darnos cuenta de que la relación de vida que los creyentes tienen con Dios es inquebrantable, mientras que la comunión que ellos tienen con Él puede ser interrumpida. Lo primero es incondicional, mientras que lo segundo es condicional. Una vez que somos regenerados, llegamos a ser hijos de Dios, y adquirimos una relación de vida con nuestro Padre. Esta relación de vida es inquebrantable. Sin embargo, nuestra comunión con Dios puede verse interrumpida.
No debemos confundir la relación de vida que tenemos con Dios con nuestra comunión con Él. Nuestra relación con Dios está basada en la vida y fue establecida una vez y para siempre. Pero nuestra comunión con Dios depende de que se cumplan ciertas condiciones y puede fluctuar, así como fluctúa el clima. De manera que, la relación de vida que tenemos con Dios no tiene condiciones y es inquebrantable; pero la comunión que tenemos con Él depende de que se cumplan ciertas condiciones, puede verse interrumpida y puede fluctuar. Espero que todos tengamos claro la diferencia que existe entre la relación de vida que tenemos con Dios y nuestra comunión con Él.