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Mensajes del libro «Estudio-Vida de 1 Pedro»
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Mensaje 2

EL DIOS TRIUNO OPERA EN LOS ELEGIDOS PARA QUE ELLOS PARTICIPEN DE SU PLENA SALVACIÓN

  Lectura bíblica: 1 P. 1:1-2

UNA PERSONA TRANSFORMADA

  En 1 Pedro 1:1 leemos: “Pedro, apóstol de Jesucristo, a los peregrinos de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia”. El nombre Pedro denota su hombre regenerado y espiritual, mientras que el nombre Simón denota su hombre natural por nacimiento (Jn. 1:42; Mt. 16:17-18). Originalmente, él era Simón, y no Pedro. El nombre Simón denota al hombre viejo, al hombre natural, que está saturado del ‘yo’. Cuando Pedro vino al Señor Jesús, el Señor inmediatamente le dio un nombre nuevo. El Señor, mirándole, le dijo: “Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas” (Jn. 1:42). El Señor Jesús nunca hace nada de modo superficial; el hecho de que hiciera este cambio de nombre tenía una realidad subyacente. Así que, al cambiarle de nombre, el Señor Jesús indicaba que lo convertiría en Pedro, en una piedra.

  Si leemos los cuatro Evangelios y las epístolas de Pedro, tal vez nos resulte difícil creer que Simón, un pescador galileo, pudiera ser el escritor que es. Para el tiempo en que escribió sus epístolas, Pedro había cambiado, había sido transformado. Uno de los himnos de nuestro himnario comienza con las palabras: “Vaso de barro hecho fui ... Cristo es el tesoro en mí” (Himnos, #256). La última estrofa de este himno dice: “Debo transformado ser”. Simón era un vaso de barro; Pedro, en cambio, era una persona transformada. Él había sido regenerado y había llegado a ser una persona totalmente nueva. Por lo tanto, en ninguna de sus dos epístolas percibimos su carne, ni su yo ni su vida natural. En lugar de ello, vemos al nuevo hombre expresado en sus escritos. En los escritos de Pedro, Cristo es expresado.

  En 1:1 Pedro se refiere a sí mismo como apóstol de Jesucristo. Por Gálatas 2:8 sabemos que Pedro fue un apóstol para los judíos.

LOS PEREGRINOS DE LA DISPERSIÓN, LOS ELEGIDOS

  La primera epístola de Pedro está dirigida a “los peregrinos de la dispersión ... elegidos”. Estos elegidos se hallaban peregrinando sobre la tierra, así como los hijos de Israel peregrinaron en el desierto. Pese a que eran elegidos, habían sido dispersados y se hallaban peregrinando.

  La palabra “elegidos” hace alusión al gobierno de Dios. Ambas epístolas de Pedro (2 P. 3:1) tratan del gobierno de Dios. El gobierno de Dios es universal; mediante Su gobierno, Él juzga a todas Sus criaturas a fin de obtener un universo limpio y puro (v. 13), en el cual puede expresarse a Sí mismo. En la era del Nuevo Testamento, este juicio comienza por Su pueblo escogido, por Sus elegidos, por Su propia casa (1 P. 4:17), y particularmente, por los peregrinos que Él ha escogido, quienes se encuentran dispersos peregrinando entre las naciones, entre los gentiles, como Su testimonio. Es por ello que en estos dos libros se recalca el hecho de que los creyentes han sido escogidos (2:9, 5:13; 2 P. 1:10). Como linaje escogido por Dios, es decir, como Su elección y Su posesión personal, los peregrinos dispersos y escogidos deben ver que están bajo el juicio gubernamental de Dios con un propósito positivo, sin importar la situación y el ambiente en que estén. Así que, todo lo que les sobrevenga, ya sea persecución o cualquier otro tipo de prueba y sufrimiento (1 P. 1:6; 5:9), simplemente deben considerarlo parte de un juicio muy precioso: el juicio gubernamental de Dios. Esta visión los perfeccionará, confirmará, fortalecerá y cimentará (5:10), a fin de que ellos puedan crecer en la gracia (2 P. 3:18).

  La palabra griega traducida “peregrinos” también puede traducirse “extranjeros”. Hablando con propiedad, en este libro, este término se refiere a los creyentes judíos que eran extranjeros y forasteros, y que estaban dispersos por el mundo gentil (2:11-12). Sin embargo, el principio de ser peregrinos podría aplicarse a todos los creyentes, judíos y gentiles, porque todos ellos son peregrinos celestiales que andan peregrinando como forasteros en la tierra. Estos peregrinos son los elegidos de Dios, escogidos por Él de entre el linaje humano, de entre todas las naciones (Ap. 5:9-10), según Su presciencia (1 P. 1:2).

  El término “dispersión” era conocido por todos los judíos dispersos entre las naciones, lo cual indica que esta epístola fue escrita a los creyentes judíos. Proviene de la palabra griega que significa “dispersar” o “esparcir”, cuya raíz es el verbo sembrar. Esto implica que los judíos dispersos fueron semillas sembradas entre los gentiles.

  En el versículo 1 Pedro habla de Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia. Estos lugares eran provincias de Asia Menor, ubicadas entre el mar Negro y el Mediterráneo.

ELEGIDOS, SANTIFICADOS Y REDIMIDOS

  En 1 Pedro 1:2 dice: “Elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas”. La frase “según la presciencia de Dios Padre” modifica la palabra “elegidos”. Aquí se revela la economía divina mediante la operación que realiza la Trinidad de la Deidad, a fin de que los creyentes participen del Dios Triuno. La elección por parte de Dios Padre es el inicio; la santificación de Dios el Espíritu ejecuta la elección de Dios el Padre; y la redención de Dios el Hijo, representada por la aspersión de Su sangre, es el completamiento. Mediante estos pasos, los creyentes son escogidos, santificados y redimidos para disfrutar al Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— en quien son bautizados (Mt. 28:19) y cuyas virtudes disfrutan (2 Co. 13:14).

  En el versículo 2 no se encuentran las palabras “Trinidad” o “Dios Triuno”. No obstante, es un hecho que aquí se está hablando de la Trinidad de la Deidad, puesto que dicho versículo nos habla de la elección del Padre, de la santificación del Espíritu y de la redención del Hijo. ¿Acaso no se refiere esto al Dios Triuno? ¿No alude esto a la Trinidad de la Deidad que opera, actúa, en Sus escogidos? Claro que sí; aquí vemos la operación que el Dios Triuno realiza en los elegidos para que ellos participen de Su plena salvación.

  En el versículo 2 Pedro habla de la presciencia de Dios Padre. Dios nos escogió desde antes de la fundación del mundo, en la eternidad pasada (Ef. 1:4). Por consiguiente, Él ejerció Su presciencia divina.

  Aquí la santificación del Espíritu no se refiere a la santificación que el Espíritu efectúa después de la justificación lograda por la obra redentora de Cristo, tal como se revela en Romanos 6:19, 22 y 15:16; más bien, la santificación del Espíritu aquí mencionada, la cual es el énfasis primordial de este capítulo donde se recalca la santidad (vs. 15-16), se efectúa antes de que una persona obedece a Cristo y cree en Su obra redentora, es decir, antes de que ella es justificada por la obra redentora de Cristo (1 Co. 6:11). Esto indica que la obediencia de los creyentes, la cual conduce a la fe en Cristo, es producto de la obra santificadora del Espíritu. La santificación del Espíritu, en estos dos aspectos, se revela de un sentido más amplio en 2 Tesalonicenses 2:13, y da por resultado que los elegidos de Dios obtengan plena salvación. De hecho, la plena salvación de Dios es llevada a cabo en la esfera de la santificación del Espíritu.

  En 1 Pedro 1:2 se usan tres diferentes preposiciones con respecto a los tres pasos que el Dios Triuno da para que Sus elegidos participen de Su plena salvación: kata, que significa “según”, denota el terreno o la base; en, que significa “en”, denota la esfera; y eis, que significa “para”, denota el fin o resultado. La obediencia de la fe (Ro. 1:5; 16:26) en la redención de Cristo por parte de los creyentes y la aplicación a ellos de la aspersión de la sangre, son el resultado de la obra santificadora del Espíritu, la cual se basa en la elección de Dios el Padre.

LA ASPERSIÓN DE LA SANGRE DE CRISTO

  Este versículo nos habla también de la aspersión de la sangre de Jesucristo. En la tipología, la aspersión de la sangre expiatoria introducía en el antiguo pacto a los que eran rociados con ésta (Éx. 24:6-8). Del mismo modo, la aspersión de la sangre redentora de Cristo introduce a los creyentes que son rociados en la bendición del nuevo pacto, es decir, en el pleno disfrute del Dios Triuno (He. 9:13-14). Ésta es una señal notable que separa a los que son rociados de los que son profanos y no tienen a Dios.

CRECER PARA SALVACIÓN

  Pablo en ninguno de sus escritos nos da una visión tan clara de la plena salvación de Dios como lo hace Pedro. En las epístolas de Pedro, la palabra “salvación” denota una salvación completa. En 2:2 Pedro dice: “Desead, como niños recién nacidos, la leche de la palabra dada sin engaño, para que por ella crezcáis para salvación”. Por una parte, ya fuimos salvos; por otra, aún necesitamos crecer para salvación. Esto significa que hay una salvación a la cual no hemos llegado todavía. En otras palabras, nos falta experimentar cierta salvación, y puesto que aún no la hemos experimentado, necesitamos crecer hasta alcanzarla. Necesitamos seguir creciendo hasta alcanzar la plena salvación, hasta llegar a ella. Según 1:5, ésta es la salvación que está “preparada para ser manifestada en el tiempo postrero”. El regreso del Señor Jesús nos traerá esta salvación.

  Pese a que ya fuimos salvos, seguimos sufriendo. ¿Por qué tenemos que sufrir si ya hemos sido salvos? Es posible que los demás nos hagan sufrir, o que incluso nosotros mismos seamos la causa de nuestros propios sufrimientos. Por ejemplo, ¿no sufre usted después de que se enoja? Cada vez que se enoja, ¿acaso se pone contento? Algunos incluso oran pidiendo que el Señor los salve de su mal genio. Probablemente hayan dicho: “Oh Señor, sálvame de mi mal genio. No quiero volverme a enojar. Señor, Tú eres Emanuel, Dios con nosotros. Tú también eres Jesús, quien libra a Su pueblo de sus pecados. Confieso que es un pecado que yo me enoje. Señor, Tú eres mi Salvador. Tú puedes librarme de este pecado”. Sin embargo, es probable que el Señor, en lugar de salvarlo de su mal genio, permita que usted se enoje aun más. Por ejemplo, un hermano puede haber estado orando en la mañana, y luego, mientras desayuna, es posible que su esposa lo contraríe y lo critique. Al principio, él trata de suprimir su enojo. Tal vez le pida al Señor que lo salve y lo guarde de enojarse. Sin embargo, su esposa continúa provocándolo, hasta que finalmente él pierde la paciencia. Durante el día, este hermano sufre por haberse enojado con su esposa. En la tarde, mientras viaja de regreso a casa, tal vez el Señor Jesús le pida que se disculpe con su esposa, algo que él encuentra muy difícil de hacer. Si él rehúsa hacerlo y le dice al Señor: “No voy a pedirle disculpas”, tal vez el Señor Jesús le diga: “Si no lo haces, no me ocuparé más de tí”. Este ejemplo nos muestra que incluso los que son salvos siguen sufriendo.

  Por una parte, la vida cristiana es una vida de disfrute; por otro, creo que todos estamos de acuerdo en que también es una vida de sufrimientos. ¿No experimenta usted sufrimientos en su vida como cristiano? ¿Hay algún cristiano que pueda decir que no experimenta ningún sufrimiento? A veces nosotros hemos testificado que, como cristianos, tenemos una buena vida matrimonial y una vida familiar feliz. Sí, esto es cierto, y es parte de nuestro testimonio. Hay momentos en que el esposo, la esposa y los hijos alabarán al Señor con alegría. Pero también tenemos que reconocer que a veces nuestra vida familiar no es así en absoluto, porque hay momentos en que el esposo y su esposa discuten, y los hijos se muestran muy descontentos. Esto indica que necesitamos al Salvador y que necesitamos crecer para salvación. El Señor no nos salva de nuestro mal genio; más bien, lo que nos salva del enojo es el crecimiento que redunda en salvación.

  Como anteriormente dijimos, en 1:1 y 2 el Dios Triuno opera en Sus elegidos a fin de que ellos participen de Su plena salvación. En estos versículos se revela la economía divina mediante la operación que realizan los Tres de la Deidad para que los creyentes participen del Dios Triuno. Esto debe quedar profundamente grabado en nosotros y es preciso que asimilemos la realidad de estos términos.

GRACIA Y PAZ

  El versículo 2 termina diciendo: “Gracia y paz os sean multiplicadas”. La gracia es Dios como nuestro disfrute (Jn. 1:17; 1 Co. 15:10), y la paz es una condición que resulta de la gracia. La gracia multiplicada tiene que ver con la multiforme gracia (1 P. 4:10) y con la así llamada “toda gracia” (5:10). Si bien los creyentes han recibido la gracia inicial, es necesario que dicha gracia sea multiplicada en ellos para que puedan participar de toda gracia.

DOS ASPECTOS DE LA SANTIFICACIÓN DEL ESPÍRITU

  Con respecto a la santificación del Espíritu, hay dos aspectos. Es preciso que conozcamos ambos aspectos y lo que ellos realizan. El primer aspecto de la santificación tiene lugar antes de la justificación, hace que se cumpla la elección de Dios, Su selección, y logra que los escogidos obedezcan y sean rociados con la sangre de Cristo para ser justificados. Así, pues, este aspecto de la santificación del Espíritu ocurre antes de la justificación y se logra mediante la obra redentora de Cristo. Luego, después de que experimentamos la justificación, el Espíritu procede a santificarnos subjetivamente con respecto a nuestra manera de ser. Así, pues, la secuencia que vemos es ésta: primero Dios nos escoge, luego el Espíritu nos santifica, después somos justificados y, por último, experimentamos la santificación subjetiva. Muy pocos cristianos han visto esto. Incluso muchos maestros cristianos afirman que la elección de Dios viene primero, luego la justificación, y después la santificación del Espíritu. Sin embargo, no tienen en cuenta los dos aspectos de la santificación del Espíritu, ya que sólo hablan del segundo aspecto, de la santificación subjetiva, la santificación de nuestro modo de ser. Hemos señalado que la santificación subjetiva efectuada por el Espíritu se revela en Romanos 6 y 15. Sin embargo, antes de que podamos experimentar la santificación subjetiva del Espíritu, es preciso que experimentemos el primer aspecto de la santificación del Espíritu, que es la obra santificadora que tiene lugar antes de ser justificados por Dios.

  En la eternidad pasada, Dios nos escogió conforme a Su presciencia. Él nos eligió y tomó la decisión de cautivarnos. Luego, en la esfera del tiempo, el Espíritu vino a santificarnos, a separarnos del mundo, para que obedeciéramos a la redención de Cristo. Vino a separarnos a fin de que nosotros obedeciéramos y fuéramos rociados con la sangre de Cristo. Una vez que obedecimos, fuimos rociados con la sangre. Es el Espíritu santificador quien nos separa del mundo para que obedezcamos a la sangre de Cristo. Primero nosotros nos arrepentimos y creemos, y luego, obedecemos a lo que Cristo hizo en la cruz. Inmediatamente después, somos rociados con la sangre de Cristo. Ésta es la obra santificadora que el Espíritu realiza después de que Dios nos elige, la cual ejecuta la elección de Dios y nos conduce a la redención de Cristo.

  Para ejemplificar este aspecto de la santificación del Espíritu, les contaré mi propia experiencia. Yo nací en la religión cristiana, pero, claro está, no nací en Cristo. Cuando era joven, por haber visto algunas cosas en el cristianismo con las que no estaba de acuerdo, me volví bastante rebelde. Cada vez que comparaba las enseñanzas de Confucio con lo que veía en el cristianismo, me decía a mí mismo que el cristianismo no era tan bueno como las enseñanzas de Confucio. Me parecía que los discípulos de Confucio eran muy superiores en su comportamiento y conducta a los misioneros, pastores y predicadores. Sin embargo, un día, a la edad de diecinueve años, el Espíritu que santifica me aprehendió. Una joven evangelista vino a nuestra ciudad, y yo, por curiosidad, fui a escucharla. Mientras transcurría la reunión, el Espíritu me preguntó: “¿Qué haces aquí? Te he estado persiguiendo por mucho tiempo y ahora ha llegado el momento de pescarte”. El Señor realmente me cautivó en aquel momento. Me arrepentí y comencé a obedecer a Cristo y a aceptar lo que Él había hecho. Sin lugar a dudas, al mismo tiempo fui rociado con la sangre de Cristo y pude experimentar el primer aspecto de la obra santificadora del Espíritu. Desde entonces, el Espíritu me ha seguido santificando. Incluso hasta el día de hoy, continúa llevándose a cabo la obra santificadora, que es el segundo aspecto de la santificación del Espíritu.

  La obra santificadora del Espíritu empezó desde antes que Dios nos justificara, y continúa llevándose a cabo después. Nosotros, antes de ser justificados, somos separados para obedecer y ser rociados con la sangre de Cristo. Luego, después de ser justificados, somos santificados subjetivamente, en nuestro modo de ser. En 1:2 encontramos el primer aspecto; en Romanos 6:19 y 22 tenemos el segundo; y en 2 Tesalonicenses 2:13 se encuentra la santificación todo-inclusiva del Espíritu. La meta de esta santificación es que se lleve a cabo la plena salvación de Dios.

LA OBRA ENERGÉTICA DEL DIOS TRIUNO

  Basándonos en 1 Pedro 1:1 y 2, podemos hablar de la operación, la obra energética del Dios Triuno, puesto que aquí vemos la elección del Padre, la santificación del Espíritu y la redención del Hijo. Estas tres acciones constituyen la operación del Dios Triuno.

  La elección del Padre se llevó a cabo antes de la fundación del mundo. Esta elección fue según la presciencia de Dios. Lo que dice Pedro en 1:2 concuerda con lo que dice Pablo en Efesios 1 y Romanos 8, donde se nos dice que en la eternidad, antes de la fundación del mundo, Dios nos escogió según Su presciencia. En esto consiste la elección de Dios.

  Después de esto, el Espíritu viene para llevar a efecto la elección de Dios. La elección de Dios tuvo lugar en la eternidad, antes de la fundación del mundo, mientras que la santificación del Espíritu acontece en la esfera del tiempo. Nosotros nos encontrábamos vagando sin rumbo alguno, y un día el Espíritu vino a nosotros para cumplir la elección de Dios. Como resultado, nos arrepentimos, creímos y fuimos rociados con la sangre que Cristo derramó en la cruz. Así, pues, tenemos el mover del Padre, del Espíritu y del Hijo. Ésta es la operación que realiza la Trinidad de la Deidad en Su pueblo escogido, en Sus elegidos, a fin de que ellos participen de Su plena salvación. Ésta es una manera de expresar lo que se revela en 1:1 y 2.

DISFRUTAR AL DIOS TRIUNO

  Otra manera de expresar este mismo asunto consiste en decir que la obra energética del Dios Triuno tiene como fin llevarnos a disfrutar al Dios Triuno. Participar de la plena salvación de Dios en realidad equivale a disfrutar al Dios Triuno. Cuando disfrutamos al Dios Triuno, estamos en la gracia, pues la gracia es Dios mismo dado a nosotros para que lo disfrutemos. La gracia no es otra cosa que nuestro disfrute del Dios Triuno. Según el versículo 2, esta gracia no sólo debe ser algo que se nos añade, sino algo que sea multiplicado en nosotros. Además, el disfrute que tenemos de la gracia redunda en paz. Esto significa que la paz es el resultado del disfrute que tenemos del Dios Triuno como gracia. En esto consiste participar de la plena salvación de Dios, y en esto también consiste la economía divina de la Trinidad de la Deidad, la cual tiene como objetivo llevarnos a participar del Dios Triuno.

  No debemos pensar que los versículos 1 y 2, que constituyen la introducción a esta epístola, son fáciles de entender. No debemos pensar que son meramente palabras escritas por un pescador. Es cierto que Pedro era un pescador, pero era un pescador que estaba constituido del Dios Triuno, quien había operado en él. Por tanto, Pedro conocía bien la elección del Padre, la santificación del Espíritu y la redención del Hijo. Él sabía que la aspersión de la sangre de Jesucristo conduce al pueblo elegido de Dios a disfrutar plenamente al Dios Triuno como su salvación. Así que, estos escritos constituyen la propia exhalación del Espíritu todo-inclusivo. Cada una de las palabras de estos versículos son parte del aliento santo del Espíritu vivificante. El período que abarcan estos versículos, el contenido de ellos y su temática, son maravillosos, y tenemos que estudiarlos una y otra vez.

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