Mensaje 23
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Lectura bíblica: 1 P. 3:7-13
En el mensaje anterior examinamos los versículos del 1 al 6 del tercer capítulo, los cuales contienen las palabras que Pedro dirigió a las esposas en relación con la vida matrimonial. En el versículo 1 Pedro señala que, así como los criados deben someterse a sus amos, también las esposas deben estar sujetas a sus propios maridos. Luego, en los versículos 3 y 4, Pedro dice que lo que es de gran valor delante de Dios es el ornato de un espíritu manso y sosegado, el cual es el hombre escondido en el corazón. Examinemos ahora lo que Pedro dice a los maridos.
El versículo 7 dice: “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo”. Lo que Pedro dice a los maridos es muy diferente de lo que Pablo dice en Efesios 5 y en Colosenses 3. Pedro usa aquí la palabra “igualmente”. Ésta es una palabra que me ha inquietado mucho, pues parece indicar que así como los criados deben estar sujetos a sus amos, y las esposas a sus maridos, igualmente los maridos deben sujetarse a sus esposas. No me cabe duda de que la intención de Pedro era decirnos que no sólo las esposas deben estar sujetas a sus maridos sino también los maridos a sus esposas. (Como veremos, la exhortación que Pedro hace a los maridos a que honren a sus esposas, implica que al menos de algún modo deben someterse a ellas.)
Algunos quizás consideren que decir que los maridos deban someterse a sus esposas contradice la afirmación de que las esposas deben estar sujetas a sus maridos. De hecho, como veremos, no es que Pedro se esté contradiciendo, sino que está presentándonos una perspectiva muy equilibrada. Ni Pedro ni Pablo dicen de forma explícita que los maridos deban sujetarse a sus esposas. En lugar de ello, Pedro dice que los maridos deben honrar a sus esposas, y Pablo dice que los maridos deben amarlas. En Efesios 5:21 Pablo dice: “Sujetos unos a otros en el temor de Cristo”. Esto parece indicar que el marido y la mujer deben someterse el uno al otro.
La Biblia es mucho más sabia que nosotros. En particular, es más sabia que los que abogan por los derechos humanos. La Biblia está llena de sabiduría, pues siempre tiene una perspectiva muy equilibrada de las cosas.
Lo que Pedro dice en el versículo 7 sirve como equilibrio a lo que dice en los seis versículos anteriores. En lo que respecta a la vida matrimonial, sería una lástima si sólo tuviéramos los versículos del 1 al 6 y no el versículo 7. Sin este versículo algunos podrían pensar que las esposas deben ser las esclavas de los varones. Sin embargo, si leemos el libro de Génesis, veremos que Abraham sentía un gran aprecio por su esposa Sara. Asimismo, es cierto que, según 1 Pedro 3:6, Sara llamó a Abraham señor; pero no lo hizo directamente sino cuando hablaba con Dios. Génesis 18:12 dice: “Se rió, pues, Sara entre sí, diciendo: ¿Después que he envejecido tendré deleite, siendo también mi señor ya viejo?”. Así que estas palabras no fueron dirigidas directamente a Abraham. No hay ningún pasaje en Génesis donde Sara llamara a Abraham señor directamente.
Lo apropiado entre el marido y la esposa es que la esposa respete a su marido como a su señor y se sujete a él, y que el marido no presuponga que es señor de su esposa. En otras palabras, el marido no debe decir: “¿Acaso no sabes que soy tu señor? Aun tú misma me reconoces como señor”. No está bien que un marido asuma esta actitud ni que hable de esta manera. La exhortación que Pedro nos hace es, por tanto, muy equilibrada. Es por ello que, al dirigirse a los maridos, él usa la palabra “igualmente”, dando a entender con ello que los maridos deben sujetarse a sus esposas.
Quizás algunos, al leer esta epístola, piensen que en 3:1-7 hay dos polos; pues, por un lado, Pedro dice que las esposas deben estar sujetas a sus maridos y, por otro, al usar la palabra “igualmente”, da a entender que los maridos deben someterse a sus esposas. Sin embargo, lo que encontramos aquí es una exhortación que nos lleva a ser equilibrados. Si nuestra vida matrimonial ha de ser equilibrada, necesita tener dos polos. Un polo debe ser la sujeción de la mujer al marido, y el otro, la sujeción del marido a la esposa. Si tenemos estos dos polos en nuestra vida matrimonial, seremos equilibrados, y el “clima” de nuestra vida matrimonial será templado. Me gusta mucho vivir en lugares donde el clima es templado, ni muy caliente ni muy frío. El “clima” de nuestra vida matrimonial también debe ser templado o moderado. Para tener un clima así, nuestra vida matrimonial necesita tener dos polos; el que se menciona explícitamente en 3:1 y el que se halla de forma implícita en 3:7.
En el versículo 7 Pedro dice que los maridos deben vivir con sus esposas sabiamente. Literalmente, la palabra sabiamente se traduce “según conocimiento”. Sin embargo, traducida de esta forma, se podría malinterpretar fácilmente. De hecho, es posible que los hombres que tienen más conocimiento o educación que sus esposas, no las respeten. Sin embargo, Pedro no se está refiriendo al conocimiento que se adquiere por educación humana. Así que, decir que un marido deba vivir con su esposa según conocimiento significa que debe vivir con ella de una manera inteligente y razonable. Significa ser gobernado por el conocimiento espiritual que reconoce el carácter de la relación matrimonial y la debilidad de la mujer, y no ser gobernado por ninguna pasión ni emoción alguna.
Maridos, su relación con su mujer debe ser regida por el conocimiento espiritual; no debe ser gobernada por la sabiduría o el conocimiento que hayan adquirido en la universidad. El conocimiento espiritual reconoce el carácter de la relación matrimonial. En la vida matrimonial, los maridos deben tener un conocimiento espiritual que reconoce la fragilidad de la mujer. Si tenemos este conocimiento, sabremos que Dios creó a la mujer como a vaso más frágil, simplemente por causa del carácter de la relación matrimonial. Para que la relación matrimonial sea adecuada, las dos partes no deben ser igual de fuertes. Uno de los dos debe ser más fuerte que el otro. Por consiguiente, los hermanos no deben menospreciar la fragilidad de su mujer. En lugar de ello, debemos comprender que Dios hizo a nuestras esposas como a vasos más frágiles específicamente por causa de la relación matrimonial. Por consiguiente, es necesario que entendamos la razón de la debilidad de la mujer, y que entendamos el carácter de la relación matrimonial. De este modo, nuestra vida matrimonial no será regida por el conocimiento adquirido mediante educación humana, sino por el conocimiento espiritual.
La relación del marido con la esposa ciertamente no debe ser gobernada por la pasión ni por las emociones. Esto significa que en la vida matrimonial, el marido no debe ser gobernado ni por el conocimiento mundano ni por emociones carnales. Al contrario, debe ser gobernado por el conocimiento espiritual que reconoce que, según el diseño de Dios, la mujer fue creada como vaso más frágil de modo que esto correspondiera al carácter de la relación conyugal.
En el versículo 7 Pedro también dice que los maridos deben dar honor a sus esposas como a vaso femenino más frágil. La palabra griega traducida “dando” es aponémo y significa repartir o distribuir; por ende, dar. La palabra griega traducida “honor” es timé y quiere decir preciosidad, valor inestimable. Los maridos deben valorar la preciosidad, el valor inestimable, de las esposas, y asignársela como honor a ellas de manera debida y razonable, como a vasos femeninos más frágiles.
El hombre, que incluye a la mujer, fue hecho como un vaso para contener a Dios (Ro. 9:21, 23), y los que creen en Cristo son vasos destinados para contener a Cristo, el tesoro (2 Co. 4:7). Las esposas, según la naturaleza con que Dios las creó, son más frágiles que los hombres tanto física como psicológicamente. Pero aunque las esposas sean más frágiles, como vasos femeninos que son, ellas siguen siendo vasos del Señor y pueden ser vasos para honra (2 Ti. 2:21), que merecen cierto honor.
Pedro les dice a los maridos que ellos deben dar honor a sus esposas. Un marido debe dar al menos cierta medida de honor a su mujer. Si vemos que un marido debe honrar a su esposa, entonces nos daremos cuenta de que esto implica cierta clase de sumisión a ella. La sumisión y el honor son inseparables. Si uno no se somete a cierta persona, ¿cómo podría honrarla? Sería imposible. Por lo tanto, honrar a una persona siempre implica cierto grado de sumisión a ella. Como vimos anteriormente, ésta es una exhortación equilibrada. Los maridos deben honrar a sus esposas, y, sin duda alguna, las esposas también deben honrar a sus maridos.
Un marido no debe argumentar que por el hecho de que su esposa sea el vaso más frágil, él, como el vaso más fuerte, no tiene que honrarla. Les repito una vez más: los maridos deben reconocer que la fragilidad de sus esposas fue dispuesta por Dios por el bien de la relación matrimonial. Aunque la esposa sea el vaso más frágil, en muchos aspectos ella es digna de que su marido la honre. Por consiguiente, el marido debe darle honor.
La vida matrimonial puede ser comparada a una empresa o a un negocio que asigna cierto porcentaje de las ganancias anuales a sus accionistas o dueños. En la vida matrimonial, los maridos deben aprender a determinar qué porcentaje de las “ganancias” de la “empresa” matrimonial le corresponde a la esposa. El esposo debe saber cuánto de las ganancias le pertenece a él y cuánto le pertenece a su esposa. Los maridos no deben robarle a sus esposas su ganancia, su honor. En la vida matrimonial una porción de las ganancias o de honor debe ser dada a la esposa.
El marido debe darle honor a la mujer sabiamente o con conocimiento. La palabra sabiamente está relacionada con la frase “dando honor a la mujer como a vaso más frágil”. Por supuesto, sabiamente también describe la manera en que debemos vivir con nuestras esposas. Debemos vivir con nuestras esposas sabiamente, y también debemos darles honor. Es así como nuestra vida matrimonial podrá tener el debido equilibrio. Si nuestra vida matrimonial carece del debido equilibrio, será como una balanza desequilibrada que tiene un extremo arriba y el otro abajo. Esta clase de desequilibrio hace que la vida matrimonial sea muy pobre. La esencia de todo esto es que el equilibrio en la vida matrimonial depende principalmente de que el marido le dé honor a la mujer.
Con frecuencia el esposo le roba el honor a su mujer, es decir, no le da a la esposa ninguna porción del honor, ninguna parte de las ganancias de la corporación matrimonial. Esto no es correcto.
Después de haber estudiado los escritos de Pedro, he llegado a valorarlos mucho. En especial valoro mucho las expresiones particulares que Pedro usa. Una de ellas es “dando honor”. Hermanos, ¿se habían dado cuenta alguna vez de que ustedes tienen que darle cierta medida de honor a sus esposas? Puede ser que su esposa sea más frágil que usted y que no tenga una preparación académica como la suya. Con todo, ella es digna de honor. La “empresa” de la vida matrimonial de ustedes ha obtenido muchas ganancias, y a su esposa le corresponde una parte de ellas. Como esposo, usted debe saber qué porción de honor, de ganancias, deberá darle.
Al dar honor a su esposa, el marido debe guardarse de no concederle demasiado honor. Considero que lo que dice Pedro acerca de dar honor implica también que el marido no debe darle demasiado honor a su mujer. Si la honra demasiado, le hará daño. El marido debe dar honor a la mujer de forma mesurada, es decir, no debe darle muy poco ni demasiado honor. He visto matrimonios donde el marido era tan amable, bueno, generoso y humilde que le dio todas las ganancias de la compañía matrimonial a su esposa. Esto perjudicó mucho a la esposa.
Hermanos, no deben dar honor a la mujer de manera insensata, ciega o ignorante; esto deben hacerlo sabiamente. Como maridos, debemos determinar qué porcentaje de honor nos pertenece a nosotros, y qué porcentaje les pertenece a nuestras esposas. Si damos a nuestras esposas el debido honor, el “negocio” de nuestra vida matrimonial será saludable. De este modo, nuestro matrimonio será resguardado y se mantendrá en una condición pacífica.
En el versículo 7 Pedro dice que los maridos y las mujeres son coherederos de la gracia de la vida. La gracia de la vida es Dios mismo en Su Trinidad dado a nosotros como vida y como provisión de vida: el Padre es la fuente de la vida, el Hijo es el cauce de la vida y el Espíritu es el fluir de la vida, el cual fluye dentro de nosotros, junto con el Hijo y el Padre (1 Jn. 5:11-12; Jn. 7:38-39; Ap. 22:1). Todos los creyentes son herederos de esta gracia.
En pocas palabras, la gracia de la vida es nada menos que el Dios Triuno que pasó por un proceso para llegar a ser el Espíritu vivificante y todo-inclusivo que mora en nosotros. El Dios Triuno ahora mora en nosotros como la gracia de la vida. Tanto los maridos como las esposas son coherederos de la gracia de la vida. Somos herederos conjuntamente de la gracia de la vida.
Esta herencia forma parte de la “herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible” (1:4). Todos los elementos que conforman nuestra herencia eterna están relacionados con la vida divina, la cual recibimos mediante la regeneración y la cual experimentamos y disfrutamos durante nuestra vida cristiana. Tanto el marido como la mujer necesitan entender que en su vida matrimonial ambos son coherederos de esta herencia, y en particular, de la gracia de la vida.
En 3:8-13 Pedro habla de la vida cristiana y sus sufrimientos en relación con la vida cotidiana. El versículo 8 dice: “Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos como hermanos, con afecto entrañable, humildes”. En este versículo encontramos muchas expresiones positivas. Pablo también usa las mismas expresiones, pero no las menciona juntas como lo hace Pedro.
El versículo 9 añade: “No devolviendo mal por mal, ni injuria por injuria, sino por el contrario, bendiciendo, porque para esto fuisteis llamados, para que heredaseis bendición”. Este versículo nos dice que en lugar de devolver mal por mal debemos bendecir. Cuando otros nos injurian, no debemos devolverles injuria; al contrario, debemos bendecirlos. Lo que Pedro dice aquí corresponde con lo que el Señor Jesús dijo en Mateo 5:44 y con lo que Pablo dijo en Romanos 12:14.
El versículo 9 nos dice que fuimos llamados para que heredásemos bendición. Hemos sido llamados a bendecir a los demás; así que nosotros, un pueblo bendito, siempre debemos bendecir a los demás para poder heredar bendición. Vamos a heredar la bendición con la cual bendecimos a otros (Mt. 10:13). Por supuesto, la bendición de la que se habla aquí no es material. Según el contexto, la bendición se refiere a la vida, lo cual indica que heredaremos más vida.
En el versículo 10 Pedro continúa diciendo: “Porque: ‘El que desea amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios de palabras engañosas’”. Los días buenos son días en los que recibimos cosas buenas como bendición. Si deseamos ver tales días, debemos refrenar nuestra lengua de mal y nuestros labios de palabras engañosas. Al respecto, Cristo es el modelo que debemos seguir. En 2:22 Pedro nos dice que Cristo “no cometió pecado, ni se halló engaño en Su boca”. Sin embargo, nuestros labios y nuestra lengua son causa de muchos problemas. Muchas cosas negativas han sido el resultado de usar indebidamente nuestra lengua y nuestros labios.
En el versículo 11 Pedro habla de apartarse del mal, de hacer el bien, y de buscar y seguir la paz. En el versículo 12 él dice que los ojos del Señor están sobre los justos y que Sus oídos atienden a sus peticiones, pero el rostro del Señor está en contra de aquellos que hacen el mal. Luego, en el versículo 13, Pedro dice: “¿Y quién os hará daño, si vosotros tenéis celo por el bien?”. Según este versículo, no solamente debemos tener celo por el bien, sino que debemos llegar a ser fanáticos del bien. En griego, la frase “tener celo por el bien” literalmente significa “ser fanáticos del bien”, lo cual denota a cierta clase de persona. Todos debemos llegar a ser fanáticos del bien.