Mensaje 27
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Lectura bíblica: 1 P. 4:1-11
En el mensaje anterior abordamos 1 Pedro 4:1-4. El versículo 1 dice: “Puesto que Cristo ha padecido en la carne, vosotros también armaos del mismo sentir; pues quien ha padecido en la carne, ha terminado con el pecado”. Lo que dice Pedro acerca de armarnos hace alusión a una pelea, una guerra. En 2:11 Pedro también habla de una guerra, de la batalla que se libra entre las concupiscencias carnales y el alma. Dice: “Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma”. Tanto 2:11 como 4:1 se refieren a la misma clase de lucha, a la guerra entre las concupiscencias y nuestra alma. Según lo que dice Pedro en 4:1, debemos armarnos del sentir de Cristo para poder pelear contra la carne y sus concupiscencias.
Si queremos armamos del sentir de Cristo, es preciso que Cristo sea nuestra vida. Si tratamos de armarnos de este mismo sentir sin tener a Cristo como nuestra vida, simplemente estaremos imitando a Cristo de forma externa. Como hicimos notar en un mensaje anterior, esta clase de imitación puede compararse a la de un mono que ha sido entrenado para imitar a un ser humano.
En 4:2 Pedro dice que ya no debemos vivir en la carne, en las concupiscencias de los hombres, sino en la voluntad de Dios. Luego, en los versículos 3 y 4, presenta un cuadro de lo que es la vana manera de vivir. En particular, en el versículo 4 él señala que a los incrédulos les parece cosa extraña que no corramos con ellos en el mismo desbordamiento de disolución. Muy a menudo, los incrédulos calumnian a los creyentes, es decir, hablan injuriosamente de ellos.
En el versículo 5 Pedro añade: “Ellos darán cuenta a Aquel que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos”. En este versículo el pronombre “ellos” se refiere a los gentiles (v. 3), quienes se asombran de la manera distinta en que viven los creyentes y hablan mal de ellos (v. 4).
En el versículo 5 Pedro dice que los incrédulos darán cuenta a Aquel que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos. Dar cuenta a Dios es relatarle todo lo que uno ha hecho y dicho durante toda su vida. Esto revela el gobierno de Dios sobre todos los hombres. Él está preparado para juzgar a todos, tanto a los vivos como a los muertos. Su juicio es la manera en que Él ejerce Su administración gubernamental mediante la cual Él juzga la situación que impera entre los hombres.
Cristo juzgará a los vivos y a los muertos. Él juzgará primero a los que estén vivos de entre las naciones (los gentiles) en Su trono de gloria antes del milenio (Mt. 25:31-46), y luego juzgará a los muertos en el gran trono blanco después del milenio (Ap. 20:11-15). Éste también será el juicio gubernamental de Dios, pero difiere del juicio sobre los creyentes mencionado en el versículo 6, el cual comienza por la casa de Dios en esta era (v. 17).
En Hechos 10:42 Pedro dice que Dios puso a Cristo por Juez de vivos y muertos. En 2 Timoteo 4:1 Pablo le dice a Timoteo: “Delante de Dios y de Cristo Jesús, que juzgará a los vivos y a los muertos, te encargo solemnemente...”. Dios ha dado todo el juicio a Cristo porque Él es un hombre (Jn. 5:22, 27; Hch. 10:42; 17:33; Ro. 2:16). Como Juez justo (2 Ti. 4:8), Cristo juzgará a los vivos en Su segunda manifestación, y juzgará a los muertos después del milenio. Así, pues, el Señor ejercerá el juicio de Dios sobre todos los hombres, sobre los vivos y los muertos.
El versículo 6 dice: “Porque por esto también ha sido anunciado el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en la carne según los hombres, pero vivan en el espíritu según Dios”. Durante siglos se ha debatido el significado de este versículo. ¿Qué significa la frase “ha sido anunciado el evangelio a los muertos”? La expresión “los muertos” se refiere a los creyentes en Cristo que murieron y que habían sufrido persecución debido a su testimonio cristiano, según vemos en 1:6; 2:18-21; 3:16-17; y 4:12-19. En este libro, Pedro considera que esta clase de persecución es el juicio de Dios, ejercido según el gobierno de Dios y que comienza por Su casa (v. 17). El evangelio les fue predicado a estos creyentes mientras aún vivían, a fin de que, por un lado, fuesen juzgados, disciplinados, en la carne por Dios, según los hombres y mediante la persecución de los opositores, y de que, por otro lado, vivieran en el espíritu según Dios mediante la fe en Cristo. Esto muestra cuán estricto y serio es el juicio de Dios en Su administración gubernamental. Si los creyentes, quienes han obedecido al evangelio, tienen que pasar por el juicio gubernamental de Dios, ¡con mayor razón tendrán que hacerlo aquellos que se oponen al evangelio y calumnian a los creyentes!
En el versículo 6 la palabra espíritu denota el espíritu regenerado de los creyentes, en el cual mora el Espíritu de Dios (Jn. 3:6; Ro. 8:10-11). Así que, este espíritu es ahora el espíritu mezclado, en el cual los creyentes viven y andan (8:4).
La palabra muertos aparece tanto en el versículo 5 como en el versículo 6. En el versículo 5 la palabra muertos se refiere a todos los incrédulos que han muerto y que serán juzgados por el Señor en el trono blanco después del milenio, mientras que en el versículo 6 la misma palabra se refiere a los creyentes que han muerto. Para el tiempo en que Pedro escribió esta epístola, un buen número de creyentes judíos ya había muerto. El evangelio les había sido predicado a ellos mientras aún vivían. Por lo tanto, la frase “también ha sido anunciado el evangelio a los muertos” significa que el evangelio fue predicado a creyentes que ya habían muerto antes de que se escribiera esta epístola.
Pedro dice que el evangelio fue predicado a los muertos para que fuesen juzgados en la carne según los hombres. Estos creyentes fueron juzgados después de ser salvos; es decir, fueron juzgados en la carne mientras aún vivían.
Si hemos de entender lo que Pedro dice en cuanto al juicio mencionado en el versículo 6, es necesario que tengamos una visión completa de toda la epístola. Todo el libro de 1 Pedro trata del gobierno de Dios, y el gobierno de Dios se ejerce principalmente mediante Sus juicios. El juicio de Dios empezó con los ángeles rebeldes (2 P. 2:3-4) en Génesis 6, y continuó llevándose a cabo a través de las generaciones de la humanidad en el Antiguo Testamento (2 P. 2:5-9). Por ejemplo, el juicio de Dios vino sobre las ciudades de Sodoma y Gomorra, y también fue ejecutado varias veces sobre el pueblo de Israel en el desierto. Casi dos millones de israelitas murieron en el desierto bajo el juicio de Dios. En cierto sentido, aun Aarón, María y Moisés murieron bajo el juicio de Dios, porque todos ellos hicieron ciertas cosas indebidas que atentaban contra del gobierno de Dios. Es muy serio que aun un hombre de Dios como Moisés hubiera muerto bajo el juicio de Dios. Los dos hijos de Aarón, Nadab y Abiú, fueron juzgados por Dios y murieron (Lv. 10:1-2). Asimismo, en un mismo día, más de veinte mil israelitas murieron a causa del juicio de Dios. Finalmente, de entre todos los que salieron de Egipto durante el éxodo, únicamente dos personas, Josué y Caleb, lograron entrar en la buena tierra. Ellos fueron fieles durante todo el tiempo que anduvieron en el desierto, y por eso no cayeron bajo el juicio sino que más bien se les permitió entrar en la tierra de Canaán. Pero todos los demás, los que experimentaron la Pascua, bebieron del agua de vida de la roca hendida, fueron testigos de los milagros de Dios y comieron del maná, se volvieron desobedientes y murieron bajo el juicio de Dios. Aun la menor desobediencia le causó a Moisés sufrir el juicio de Dios. Todos estos ejemplos deben hacernos comprender lo serio que es el juicio de Dios.
En la era del Nuevo Testamento el juicio de Dios comienza por la casa de Dios (1 P. 1:17; 4:17) y continuará ejecutándose hasta que llegue el día del Señor (2 P. 3:10), el cual será un día de juicio sobre los judíos, los creyentes y los gentiles antes del milenio. Después del milenio, todos los muertos, incluyendo a los hombres y a los demonios, serán juzgados y perecerán (1 P. 4:5; 2 P. 3:7), y los cielos y la tierra serán consumidos por el fuego (2 P. 3:10, 12).
Muchos cristianos piensan que ser juzgados por Dios significa sufrir la perdición eterna. Ésta es la manera en que tradicionalmente se ha entendido el juicio de Dios. De hecho, en la Biblia se mencionan diversos juicios, y los resultados de cada uno de ellos no son los mismos. Algunos juicios acarrean una prueba disciplinaria; otros, un castigo dispensacional; y otros, la perdición eterna. Por medio de todos estos juicios, el Señor Dios purificará todo el universo con el fin de obtener un cielo nuevo y una tierra nueva destinados a un nuevo universo lleno de Su justicia (2 P. 3:13) para Su deleite.
Según 4:6, incluso la persecución se considera parte del juicio de Dios. Los versículos del 14 al 17 de este capítulo indican que la persecución es el comienzo del juicio de Dios. En los versículos 15 y 16 Pedro dice que no debemos sufrir como malhechores ni por entrometernos en lo ajeno; en lugar de ello, debemos sufrir como cristianos. Luego, en el versículo 17, él dice que es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios. Esto indica que, según el entendimiento de Pedro, aun la persecución que sufrían los creyentes era el juicio de Dios.
No muchos cristianos se dan cuenta de que las persecuciones que sufren los creyentes pueden ser el juicio que Dios inflige sobre ellos. Yo no tenía este entendimiento del versículo 6, sino hasta hace poco, cuando estudié esta epístola. Después de mi estudio, pude comprender que el juicio del que se habla en el versículo 6 se refiere a las persecuciones que Dios asigna a Sus escogidos. Dios puede asignarnos cierta clase de persecución a fin de guardarnos del pecado o hacer que dejemos de satisfacer nuestras concupiscencias. Esta persecución que Dios nos asigna es Su juicio gubernamental; Su juicio conforme a Su disciplina dispensacional. Por consiguiente, la persecución puede ser una disciplina dispensacional que Dios aplica a Sus elegidos. Es muy claro que el juicio mencionado en el versículo 6 no es un juicio relacionado con la perdición ni la condenación eterna, sino, más bien, una disciplina dispensacional.
Hemos visto que las pruebas gubernamentales de Dios se ejercen a través de diferentes juicios. Él juzgó a los ángeles rebeldes, a las ciudades de Sodoma y Gomorra, y al pueblo de Israel en el desierto. Dios también juzga a los santos del Nuevo Testamento. Una de las razones por las que la persecución puede venir sobre los creyentes es que ellos estén mal en ciertos aspectos. En tales casos, Dios podría usar la persecución como una disciplina dispensacional. Esta disciplina dispensacional es el juicio gubernamental que Dios ejerce sobre nosotros para perfeccionarnos. El propósito de este juicio es que nosotros vivamos en el espíritu según Dios.
En 4:7-11 Pedro dice que debemos ministrar como buenos mayordomos de la multiforme gracia de Dios. El versículo 7 dice: “Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sensatos y sobrios para daros a la oración”. Todas las cosas en las cuales la carne confía pasarán, y el apóstol nos dice aquí que el fin de ellas se acerca. Esto nos advierte de que una vida que se viva en la carne, en las concupiscencias de los hombres (v. 2), pronto se terminará, dado que tiene que ver con las cosas que pasarán dentro de poco. Por lo tanto, debemos ser sensatos y sobrios para darnos a la oración. Literalmente, ser sensatos es tener una mente sana, tener una actitud de sobriedad, ser capaces de comprender las cosas de forma adecuada y cabal sin ninguna perturbación. Además, ser sobrios para darnos a la oración significa ser sobrios para poder velar, para poder vigilar. Esto significa estar en guardia; de ahí que se nos hable de ser sobrios para darnos a la oración. Esto equivale a las palabras del Señor cuando dijo: “Velad y orad” (Mt. 26:41; Lc. 21:36).
Es preciso que comprendamos que todas las cosas llegarán a su fin. Pedro nos dice que el fin de todas las cosas se acerca. Por consiguiente, en lugar de amar las cosas materiales, debemos ser sensatos y sobrios para darnos a la oración. No centren sus pensamientos en tener una mejor casa, un mejor automóvil o una mejor educación. El fin de todas estas cosas se acerca.
El versículo 8 añade lo siguiente: “Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubre multitud de pecados”. El amor debe ser lo primero.
En el versículo 9 Pedro dice: “Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones”. Pedro escribió este versículo según su experiencia. Él sabía que dar hospedaje puede generar problemas. Debido a que los santos aman al Señor, la iglesia y el ministerio, ellos están dispuestos a hospedar a quienes vienen de visita de otras localidades. Sin embargo, es posible que los santos que dan hospedaje sean hospitalarios y a la vez murmuren. Quizás algunos se quejen del mal comportamiento que tuvo alguno de los santos que hospedaron en cierta ocasión. Esto es murmurar. Espero que en el futuro demos hospedaje sin murmuraciones.
El versículo 10 dice así: “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos mayordomos de la multiforme gracia de Dios”. La multiforme gracia de Dios, al igual que la expresión “toda gracia” mencionada en 5:10, es el rico suministro de la vida divina, el cual no es otra cosa que el Triuno Dios ministrado a nosotros en muchos aspectos (2 Co. 13:14; 12:9). Como buenos mayordomos, debemos ministrar a la iglesia y a los santos tal gracia —no simplemente una doctrina o una cosa vana— según el don que hemos recibido.
El hecho de que el versículo 10 sea la continuación directa del versículo 9 indica que aun el dar hospitalidad es un don. Hospedar a otros nos provee una excelente oportunidad para ministrar la multiforme gracia de Dios. Uno necesita la gracia para preparar la comida para aquellos que hospeda, para proveerles transporte y para ayudarles con sus necesidades especiales. Uno necesita paciencia para esperarlos si se retrasan. Con esto vemos que al dar hospedaje, debemos ministrar la multiforme gracia de Dios a otros. Por supuesto, en el versículo 10 Pedro no nos está diciendo que es únicamente cuando damos hospedaje que ministramos la gracia; más bien, nos está diciendo que debemos ministrar la gracia según el don que hemos recibido.
En el versículo 11 Pedro dice: “Si alguno habla, hable como oráculos de Dios; si alguno ministra, ministre como por virtud de la fuerza que Dios suministra, para que en todo sea Dios glorificado por medio de Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén”. Los “oráculos” en este contexto denotan las palabras o elocuciones divinas que comunican revelaciones. En el ministerio de la gracia, como lo menciona el versículo 10, nuestras palabras deben ser las palabras de Dios, las elocuciones de Dios, que comunican una revelación divina.
En el versículo 11 Pedro habla de la fuerza que Dios suministra. Por medio del Espíritu de Cristo, Dios nos suministra la fuerza necesaria para servir, la cual se encuentra en la vida de resurrección de Cristo (Fil. 1:19; 4:13).
El propósito de hablar como oráculos de Dios y de ministrar como por virtud de la fuerza que Dios suministra es que “en todo sea Dios glorificado por medio de Jesucristo”. Esto indica que todo nuestro ministerio de gracia, ya sea al hablar la palabra o al servir, debe estar lleno de Cristo para que en todo Dios sea glorificado por medio de Cristo.
Pedro concluye el versículo 11 diciendo: “A quien pertenecen la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén”. El pronombre relativo “quien” se refiere a Dios; por lo tanto, la gloria y el poder pertenecen a Dios. La gloria denota algo externo, y el poder se refiere a algo interno. El poder nos suministra la fuerza en nuestro interior, y la gloria consiste en que Dios sea glorificado en nosotros. Por tanto, “gloria” corresponde a la palabra “glorificado”, y “poder”, a la palabra “fuerza”.