Mensaje 10
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Lectura bíblica: 1 R. 17; 1 R. 18; 1 R. 19
Ahora veremos en nuestro estudio del reinado de Acab sobre Israel, la disciplina que él recibió de parte de Dios por medio del profeta Elías (17:1-19:9a). Dios respaldó a Elías, y por eso, pudo disciplinar a Acab por medio de él. Tal vez pensemos que nosotros somos más pequeños que Elías, pero debemos saber que tenemos algo que él no tenía: el Dios Triuno, el cual se forja continuamente en nosotros, vive en nosotros y hace Su hogar en nosotros.
El capítulo diecisiete revela que Elías cerró los cielos para que no lloviera. Los milagros realizados por Elías, al igual que las riquezas, gloria y esplendor de Salomón, se hallaban en la esfera física.
Dios ordenó a Elías, por causa del hambre que sobrevino en la tierra, que se escondiera en el arroyo de Querit, donde viviría de agua, pan y carne que le llevarían los cuervos (vs. 2-7).
Después de que el arroyo se secó, Dios envió a Elías a Sarepta de Sidón, donde Dios mismo había dado orden de que una viuda lo alimentara (vs. 8-24; Lc. 4:25-26). En lugar de ser alimentado por aquella viuda, Elías hizo un milagro para proveer comida y aceite para ella y su familia (1 R. 17:8-16). Después de eso, Elías realizó otro milagro al revivir al hijo de la viuda (vs. 17-24; He. 11:35a). Ambos milagros se produjeron en la esfera física y no involucraron nada espiritual.
En 1 Reyes 18, Dios, por medio de Elías, abrió los cielos para que lloviera. Tanto el hecho de cerrar los cielos para que no lloviera como el de abrirlos para que lloviera, fueron importantes.
Dios envió a Elías a que viera a Acab y le dijera que Dios enviaría lluvia a la tierra, así que Elías se presentó a Acab (vs. 1-2). Elías mostró mucha valentía al presentarse ante Acab.
Acab salió al encuentro de Elías por medio de Abdías, un siervo de Acab que había escondido y alimentado a cien profetas, cuando Jezabel, la esposa de Acab, mató a los profetas de Jehová (vs. 3-16). Acab y Elías eran enemigos, y Abdías era el intermediario entre ellos.
Elías desafió a Acab a una prueba en el monte Carmelo para que se determinara quién es el Dios verdadero: Baal dios de los paganos o Jehová Dios de Israel (vs. 17-40).
Acab, no pudiendo evitar el desafío, convocó a todo Israel en el monte Carmelo, y reunió a los 450 profetas de Baal y a los 400 profetas de Asera, los cuales comían a la mesa de Jezabel. Los profetas de Baal ofrecieron un buey a Baal y le pidieron que consumiera su ofrenda, gritando e incluso cortándose a sí mismos hasta sangrar. Hicieron todo eso en vano mientras Elías se burlaba de ellos (vs. 17-29).
Elías, por sí solo, reparó (recobró) el altar de Jehová que estaba derribado, y lo reedificó, dedicándolo al nombre de Jehová con doce piedras (que representan al pueblo de Israel, los elegidos de Dios). Después cavó una zanja honda y ancha, cortó el buey en pedazos y lo puso sobre la leña; vertió cuatro canteras de agua sobre el holocausto y la leña tres veces hasta que el agua corría alrededor del altar hasta llenar la zanja. Luego, oró a Dios, y Jehová envió fuego que consumió el holocausto, la leña, las piedras y el polvo y aun lamió el agua de la zanja (vs. 30-38).
Cuando todo el pueblo vio lo que había acontecido, se postraron y clamaron: “¡Jehová es el Dios, Jehová es el Dios!” (v. 39).
Elías pidió al pueblo que prendieran a los profetas de Baal, para que ninguno de ellos escapara. Entonces los llevó al arroyo de Cisón, y allí los degolló (v. 40).
Así, Elías ganó el caso, y Acab y todos los falsos profetas perdieron la batalla.
Elías le dijo a Acab que iba a llover: “Sube, come y bebe; porque una lluvia grande se oye” (v. 41). Después de decir esto, Elías subió a la cumbre del Carmelo y oró hasta que cayó de los cielos una lluvia torrencial (vs. 42-45; Jac. 5:18).
En 1 Reyes 18:46 vemos que la mano de Jehová (refiriéndose al Espíritu de Jehová) reposó sobre Elías, y éste se ciñó los lomos y corrió a la entrada de Jezreel antes que Acab.
En 19:1-9 vemos que Elías fue amenazado por Jezabel, la esposa de Acab (cfr. Ap. 2:20). Cuando Acab le contó todo lo que Elías había hecho y cómo él había matado a todos los profetas de Baal, ella envió un mensaje a Elías, diciendo: “Así me hagan los dioses, y aun me añadan, si mañana a estas horas yo no he puesto tu persona como la de uno de ellos” (v. 2).
Elías tuvo miedo y escapó para salvar su vida (vs. 3-8), primero a Beerseba y luego al desierto, donde quiso morir y dijo a Jehová: “Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres”. (v. 4). Pero después de ser confortado y animado por un ángel, Elías fue a Horeb, al monte de Dios y allí pasó la noche en una cueva (v. 9a).
En el capítulo dieciocho Elías obtuvo una gran victoria, pero en el capítulo diecinueve, tuvo miedo y escapó para salvar su vida. ¿Cómo es que un profeta tan fuerte pudo ser tan débil después de obtener tal victoria? Para contestar esta pregunta, me gustaría hacer una comparación entre Elías y Pablo. Pablo no se dejó amedrentar por nada; antes bien, fue muy valiente y estuvo dispuesto a sufrir aun el martirio (2 Ti. 4:6-7, 17-18). El incluso consideraba el martirio como una oportunidad para magnificar a Cristo (Fil. 1:20-21). En el caso de Elías, el poder de Dios reposó sobre él sólo en ciertas ocasiones, pero en el caso de Pablo, el Dios Triuno se forjaba en él continuamente, haciéndolo Dios en vida y naturaleza (mas no como objeto de adoración).
Pedro es otro ejemplo de una persona débil. Cuando comió con los gentiles, no defendió la verdad del evangelio a causa del miedo que sintió de sus compatriotas (Gá. 2:11-14). Pablo fue más valiente que Pedro. A pesar de que Pedro estuvo bajo el cuidado del Señor Jesús durante tres años y medio y recibió el poder de lo alto en el día de Pentecostés, él no tenía al Dios Triuno forjado en su ser en el mismo grado que Pablo. En el caso de Pablo, el Dios Triuno se forjó en él completamente.
Todos los creyentes tenemos a Cristo, pero ¿hasta qué grado le permitimos que se forje en nosotros diariamente? Nuestro querido Señor Jesús, quien es la corporificación misma del Dios Triuno, hace Su hogar en nuestro corazón cada día y se forja en nuestro ser gradualmente. Pero es posible que en nuestra relación con nuestro cónyuge, no permitamos que Cristo se forje en nosotros.
Los cuarenta reyes de Israel y de Judá llegaron a una posición muy elevada, pero no disfrutaron de la buena tierra como debían haberlo hecho. Ni siquiera David la disfrutó plenamente. Debemos tomar esto como advertencia. A pesar de que hemos oído mucho sobre el disfrute de Cristo, ¿somos diligentes en disfrutarle? Es posible que la expresión “disfrutar a Cristo” sea una mera enseñanza o un lema para nosotros. La realidad es que le disfrutamos muy poco.
La manera en que nos relacionamos con los demás refleja lo poco que disfrutamos de Cristo. Muchas veces nos esforzamos por portarnos bien y alejarnos de las cosas pecaminosas, pero descuidamos nuestro disfrute de Cristo. Puedo testificar que durante los veinte años que laboré con el hermano Watchman Nee, nunca bromeamos, siempre mantuvimos la unidad y jamás discutimos. Fuimos preservados de esta manera debido a que ambos recibimos la visión de la economía de Dios y del recobro del Señor, y aprendimos a vivir y a conducirnos en el espíritu y por el espíritu, con miras a experimentar a Cristo.
Hemos dicho que todo lo que somos, lo que deseamos, lo que intentamos hacer, lo que anhelamos y la manera en que nos comportamos, está íntimamente relacionado con nuestro disfrute de Cristo. En estos mensajes no tengo la carga de presentar un estudio de la Palabra, sino que aprendamos de las lecciones que nos ofrece la historia conforme a la tipología. Debemos aprender a cuidar y mantener nuestro disfrute de Cristo. Es difícil encontrar un cristiano que viva y ande realmente en el espíritu y conforme a él. Que el Señor tenga misericordia de nosotros. No debemos intentar ser los Elías de hoy, sino los Pablos actuales. Pablo pudo declarar que él estaba crucificado juntamente con Cristo y que ya no vivía él, sino que Cristo vivía en él (Gá. 2:20). Además, magnificó y vivió a Cristo, incluso en la prisión, por medio de la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo (Fil. 1:19-21). Nuestra vida hoy debe ser como la suya.
En 1 Reyes 19:9b-18 se describe la comisión que Jehová le dio a Elías mientras éste estaba desanimado. Cuando Elías estaba totalmente desilusionado, Dios intervino y le dio un mandato adicional a fin de que aprendiera algo más.
El milagro que Elías hizo al cerrar y abrir los cielos y su petición para que descendiera fuego del cielo, no tenía nada que ver con la economía de Dios. Cuando el discípulo Juan le preguntó al Señor Jesús si quería que hicieran descender fuego para consumir a cierto pueblo, el Señor le reprendió, diciendo: “Vosotros no sabéis de qué espíritu sois”. (Lc. 9:55). Esto indica que el Señor Jesús no vino como un Elías, sino que vino a llevar a cabo la economía de Dios por medio de Su crucifixión.
La economía de Dios trasciende el mundo físico. Sin embargo, el cristianismo actual hace hincapié en la esfera física, y muchos desean ver milagros y sanidades. El Señor Jesús ciertamente sanó a muchos e incluso levantó de los muertos a algunos. No obstante, cuando le arrestaron, El no hizo descender fuego, sino que se entregó a Sí mismo en manos de Sus verdugos. A pesar de que vinieron a matarle, El no hizo nada para salvarse a Sí mismo.
Sucedió lo mismo con Pablo. Al inicio de su ministerio, él hizo muchos milagros, pero más adelante, cuando Timoteo estuvo enfermo, sólo le dijo: “Usa un poco de vino por causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades” (1 Ti. 5:23). Además, cuando estuvo a punto de ser martirizado, no efectuó ningún milagro. Lo único que él tenía era al Dios Triuno, al cual disfrutaba en su espíritu como el suministro abundante, que le permitía soportar voluntaria y triunfalmente la persecución. Pablo estaba listo para encarar la persecución y el martirio porque estaba lleno de Dios, impregnado de El. Ciertamente César Nerón lo mató, pero Pablo ganó el mundo entero con sus catorce epístolas.
Elías no aprendió estas lecciones. Huyó temeroso porque él, a diferencia de Pablo, no tenía al Dios Triuno forjado en su ser. Elías se escondió en una cueva pensando que no podía hacer nada y que le sería mejor morir. A pesar de esto, Dios no le reprendió; más bien, le dijo que aún le quedaba un mandato por llevar a cabo.
La palabra de Jehová vino a Elías, y le dijo: “¿Qué haces aquí, Elías?” (1 R. 19:9b). Elías contestó: “He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida” (v. 10).
Dios mandó a Elías que saliera y se pusiera en el monte delante de Jehová para oír Su palabra (v. 11a). Elías esperó la palabra del mandato divino, pensando que Jehová debía estar en el grande y poderoso viento o en el terremoto o en el fuego, pero Jehová no estaba allí (vs. 11b-12a). Cuando Elías se desilusionó totalmente, le vino un susurro apacible (v. 12b). Esto alude al principio neotestamentario. El hecho de que Dios le hablara a Elías con una voz suave y apacible indica que El le introducía a la era del Nuevo Testamento. Hoy Dios no nos habla con temibles truenos, sino con voz suave y apacible.
Dios mandó a Elías a que ungiera a tres personas (vs. 15-16). Primero, le pidió que ungiera a Hazael por rey de Siria. Esto alude al principio neotestamentario que consiste en cuidar de los gentiles. Segundo, Elías ungió a Jehú por rey de Israel. Y tercero, a Eliseo, que tipifica al Cristo de gracia, para que fuese profeta en su lugar.
Elías había dicho a Dios que los hijos de Israel habían dejado Su pacto, derribado Sus altares y matado a Sus profetas, quedando solo él (v. 14). Pero Dios le dijo que había preservado a siete mil hombres fieles en Israel que no doblaron sus rodillas ante Baal y cuyas bocas no lo besaron (v. 18). Estos fieles, los vencedores, permanecieron al lado de Dios. Finalmente, Dios castigó a Israel enviándolos cautivos lejos de la casa de sus padres, y los vencedores fueron quienes los trajeron de regreso a su tierra. Uno de los vencedores, Daniel, oró con su ventana abierta hacia Jerusalén, y por medio de su oración llena de gracia, Dios regresó a Israel a la tierra de sus padres.
Dios no cumple Su economía como en el Antiguo Testamento. Todas las realidades relacionadas con Su economía se llevan a cabo con el amor de Dios el Padre, la gracia del Hijo y la comunión del Espíritu (2 Co. 13:14). Cuando la iglesia de Corinto difamó a Pablo (12:16-18), él no los maldijo ni los acusó; sino que oró por ellos. Y una vez que la iglesia se arrepintió un poco, Pablo les escribió una segunda carta diciéndoles que el pueblo de Dios debe ser transformado en Su imagen (3:18) al disfrutar de El como la fuente, la corriente y el fluir del amor del Dios Triuno en la gracia y mediante la comunión.
Finalmente, según 1 Reyes 19:19-21, Elías halló a Eliseo e hizo que lo siguiera, a fin de que luego tomara su lugar.