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Mensajes del libro «Estudio-Vida de 1 Reyes»
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Mensaje 23

CONCLUSION AL ESTUDIO-VIDA DE LA HISTORIA DE LOS REYES DE ISRAEL

  Con este mensaje concluimos el estudio-vida de la historia de los reyes de Israel.

HUBO UN TOTAL DE CUARENTA Y UN REYES EN LA HISTORIA DE ISRAEL

  En la historia de Israel hubo cuarenta y un reyes. Los tres primeros: Saúl, David y Salomón reinaron sobre todo el pueblo de Israel. Después de ellos, diecinueve reyes, de Roboam a Sedequías, reinaron sobre Judá, en el sur, y los otros diecinueve, de Jeroboam a Oseas, reinaron sobre Israel, en el norte.

NUEVE REYES FUERON RELATIVAMENTE BUENOS A LOS OJOS DE DIOS

  Entre los cuarenta y un reyes, nueve de ellos, incluyendo a David, fueron relativamente buenos a los ojos de Dios, y treinta, incluyendo a Saúl, fueron malos. Los dos restantes, Salomón y Jehú, fueron buenos y a la vez malos.

Saúl

  La falsa humildad de Saúl, su búsqueda de sus propios intereses y su ambición por el reinado, no sólo para sí mismo sino también para sus descendientes, quedó de manifiesto, como evidencia de que él no edificaba el reino de Dios sino una monarquía para sí mismo y para sus descendientes. Esto lo indujo a olvidarse de Dios y a buscar una adivina, una hechicera, para averiguar acerca de su destino.

David y Salomón

  David fue un hombre conforme al corazón de Dios y agradó a Dios, pero cometió un pecado atroz, entregándose a sus apetitos sexuales, lo cual ofendió a Dios al grado que, en Su Palabra santa, este pecado se cita en varias ocasiones (1 R. 15:5; Mt. 1:6). David se convirtió en un ejemplo negativo de alguien que se entrega a las concupiscencias y que se casa con una mujer gentil. Esto afectó directamente a Salomón, quien después hizo lo mismo, complaciendo su concupiscencia y tomando muchas mujeres paganas por esposas, las cuales lo indujeron a la idolatría; esto le costó la pérdida de gran parte del reino de David, el reino que Dios le había dado, y tuvo una influencia negativa y duradera sobre la mayoría de los reyes, quienes también se entregaron a la lujuria y a la idolatría.

  Por una parte, Salomón fue bueno, en el sentido de que expresó la sabiduría de Dios y que edificó el templo de Dios, pero por otra parte, fue perverso y se entregó a la concupiscencia, tomando setecientas esposas y trescientas concubinas, la mayoría de las cuales eran paganas, por lo cual cayó en la idolatría, edificando muchos templos a ídolos paganos.

Los treinta y ocho reyes restantes

  De los otros treinta y ocho reyes, sólo ocho fueron relativamente buenos; no obstante, buscaron sus propios intereses y su propia gloria, y hasta cierto punto consideraron el reino de Dios como su propia monarquía, y no conocieron a Dios según la manera que El había dispuesto. No se negaron a sí mismos, ni a su hombre natural a fin de llevar una vida regida por el Espíritu de Dios. Veintinueve de ellos, entre los cuales sobresalen Jeroboam, Acab y Manasés, fueron los peores de todos, pues expresaron su maldad rebelándose, cometiendo asesinatos, usurpando el trono y derramando sangre inocente, todo con el fin de establecer sus monarquías, sin importarles en lo más mínimo el reino de Dios. De éstos sólo un rey, Jehú, fue malo y a la vez bueno.

UN CUADRO DESCRIPTIVO QUE MUESTRA COMO LOS ELEGIDOS DE DIOS PUEDEN PARTICIPAR DE LA BUENA TIERRA Y EJERCER SUS DERECHOS

  La manera en que estos cuarenta y un reyes vivieron, actuaron y llevaron a cabo sus actividades cotidianas y su carrera, describe claramente cómo los elegidos de Dios podían disfrutar de la buena tierra que Dios les había prometido y dado, y como podían ejercer sus derechos y llegar a ser el reino de Dios sobre la tierra, la cual Satanás, el enemigo de Dios, había usurpado. Esto tipifica y representa la manera en que nosotros podemos participar del Cristo que lo es todo, quien es la porción que Dios ordenó para nosotros, y ejercer todos los derechos que, en Cristo, Dios nos asignó para que nosotros, Su pueblo elegido y redimido, lleguemos a ser, en Cristo y con El, el reino de Dios sobre la tierra, la cual había usurpado el maligno, Satanás, el enemigo de Dios.

LA RAIZ MALIGNA DE LOS REYES MALOS: RECHAZAR A DIOS Y VOLVERSE A LOS IDOLOS PAGANOS

  La raíz maligna de los reyes malos y del pueblo de Israel, fue rechazar a Dios, fuente de aguas vivas, y volverse a los ídolos paganos, cisternas rotas que no contienen agua (Jer. 2:13). Estos dos males los arrojaron en las aguas mortíferas de la idolatría, la concupiscencia y la injusticia, al derramar sangre inocente. Sus males ofendieron a su Dios a tal grado que El no apaciguó Su ira contra ellos y los entregó, primero en manos de los asirios, y luego en manos de los babilonios, quienes destruyeron y quemaron el templo santo y la ciudad santa, llevaron cautivo el pueblo santo a una tierra pagana llena de idolatría, y asolaron la tierra santa durante setenta años. Así, el pueblo elegido de Dios perdió el disfrute de la buena tierra que Dios les había asignado, y en lugar de seguir siendo los ciudadanos del reino de Dios en la tierra santa, fueron llevados cautivos a una tierra pagana.

UNA SERIA ADVERTENCIA

  La trágica y lamentable historia de los reyes del pueblo elegido y bendecido de Dios, debe servirnos de advertencia a nosotros, los elegidos de Dios en la era del Nuevo Testamento, mostrándonos que debemos ser sobrios y prestar atención a cada caso con sus detalles. El hecho de ser personas conforme al corazón de Dios, como lo fue David, y ser parcialmente rectos y buenos a los ojos de Dios, como lo son muchos cristianos, no nos hacen aptos para participar plenamente de Cristo, ni para ejercer los derechos que tenemos en El, con miras a ser la iglesia adecuada, el Cuerpo de Cristo, y el reino de Dios y de Cristo. Es necesario que los vencedores neotestamentarios seamos configurados a la muerte de Cristo mediante el poder de Su resurrección, a fin de que muramos a nosotros mismos, a nuestro hombre natural, y que vivamos para Dios en resurrección. También es indispensable que los que buscamos a Dios en el Nuevo Testamento, vivamos a Cristo, lo magnifiquemos y nos movamos y actuemos en El por medio del suministro abundante del Espíritu vivificante que lo es todo, y que hagamos todo en el Espíritu y conforme a El, si deseamos ser ganadores en la carrera de la vida divina, con miras a disfrutar plenamente a Cristo como la buena tierra que Dios nos dio en la era de la iglesia y a ser galardonados gloriosamente con el premio de participar plenamente de Cristo en la era del reino.

REYES QUE GOBIERNAN PARA LA ECONOMIA ETERNA DE DIOS

  Todos los reyes de Israel debieron entender que no debían reinar para sus propios intereses ni prosperidad, sino para la economía eterna de Dios, buscando que Dios tuviera una nación sobre la tierra con la cual conservar la tierra de Emanuel (Is. 8:8) para el reino de Cristo, y poseer un pueblo que perpetuara el linaje genealógico que traería a Cristo a la tierra. A fin de cumplir este propósito, ellos debían haber sido nazarenos y tomar a Dios como su Cabeza, su autoridad, y ser Sus siervos, abandonando todos los placeres (vinos) del mundo. Sin embargo, todos los reyes le fallaron a Dios en este aspecto, incluyendo a David, que fue el mejor de ellos. Así que, ellos no cumplieron el propósito de Dios, Su economía; antes bien, perdieron su porción en el reino de Dios, que es la porción cimera del disfrute que les brinda la buena tierra (el Cristo que lo es todo).

LA AUTORIDAD DELEGADA DE DIOS SOBRE LA TIERRA

  Ser un rey entre el pueblo de Dios significaba ser la autoridad delegada de Dios en la tierra. La autoridad delegada de Dios sobre la tierra se compone del oráculo de Dios, que es hablar por Dios, y de la autoridad de Dios, que es ejercer Su gobierno. Ambos asuntos le fueron asignados al sacerdocio, como en el caso de Moisés, quién fue representado por Aarón el sumo sacerdote. Cuando el sacerdocio aarónico empezó a degradarse, Dios levantó a Samuel como profeta, para que hablara por El (1 S. 3:19-21), y Samuel introdujo el reinado, para que éste estableciera la autoridad de Dios (16:1-3). El reinado de todos los reyes de Israel fue siempre regulado por los profetas, como por ejemplo Natán en el caso de David (2 S. 12), Elías en el caso de Acab (1 R. 18), y Eliseo en el caso de Joram (2 R. 3), y fue fortalecido por los profetas, como Isaías en el caso de Ezequías (2 R. 18-20) y Jeremías en el caso de otros reyes (Jer. 1:1-3). Después de que Israel cayó en cautiverio debido a los fracasos de los reyes, la oración de Daniel fue lo que propició que el pueblo volviera del cautiverio (Dn. 6:10; 9:15-25).

  Debemos darnos cuenta de que estas tres clases de personas: los sacerdotes, los reyes y los profetas, constituyen la estructura del Antiguo Testamento. De hecho, el Antiguo Testamento es la historia de los sacerdotes, los reyes y los profetas. La autoridad delegada de Dios se componía del sacerdocio y el reinado. Sin embargo, ambos fracasaron, y los profetas intervinieron y fortalecieron, regularon, instruyeron, ayudaron y apoyaron al reinado debilitado.

  Los reyes siempre deben seguir al oráculo de Dios, es decir, a los sacerdotes. Sólo así la autoridad delegada de Dios será mantenida sobre la tierra, por medio de los sacerdotes, quienes hablan en calidad de oráculo de Dios, y por medio de los reyes, quienes gobiernan en el reino de Dios como representantes de Su autoridad. Estos principios básicos nos ayudan a entender el Antiguo Testamento.

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