Mensaje 5
(3)
Lectura bíblica: 1 R. 6; 1 R. 7
Los capítulos del seis al ocho describen cómo Salomón edificó el templo de Dios y sus propios palacios. El templo tipificaba a Cristo y también al Cuerpo de Cristo.
La edificación del templo, la casa de Jehová, empezó en el año cuatrocientos ochenta después de que los hijos de Israel salieron de Egipto, en el cuarto año del reinado de Salomón, 1012 a. de C. (6:1). ¡Cuán paciente es nuestro Dios! El sacó al pueblo de Israel de Egipto con la intención de edificar Su reino y Su casa, el templo, pero Sus elegidos no cooperaron con El; por consiguiente, no pudo llevar a cabo Su deseo sino hasta la época de David. Por eso Dios estaba muy complacido con David, pues éste era un hombre conforme a Su corazón. Lo que llenaba el corazón de Dios era Su reino y Su casa; sin embargo, antes de David, no hubo nadie que se preocupara por Su deseo. Pero David era un hombre conforme al deseo de Dios, el cual consistía en establecer un reino y edificar una casa para Sí mismo sobre la tierra. La edificación del templo empezó en el cuarto año del reinado de Salomón, pero fue David quien hizo todos los preparativos.
El templo fue edificado sobre el monte de Sión, llamado el monte de Moriah, donde Abraham ofreció a Isaac (Gn. 22:2) y donde David ofreció su sacrificio a Jehová (1 Cr. 21:18—22:1; 2 Cr. 3:1). Esto muestra que la Biblia es un relato que gira en torno a la economía de Dios. Isaac era un tipo de Cristo, quien fue crucificado sobre el mismo monte donde Isaac fue ofrecido a Dios.
Salomón edificó el templo según la promesa que Jehová hizo a David (2 S. 7:12-13; 1 R. 5:5).
Salomón construyó el templo según el mandato de su padre el rey David (1 Cr. 22:6-11). Esto indica que Salomón no hizo nada a la ligera, sino que en todo siguió las instrucciones de su padre.
Salomón edificó el templo con los materiales que había preparado su padre David (1 Cr. 22:14-16).
Salomón no edificó el templo conforme a su mente sabia, sino según el modelo que Dios le había mostrado a David (1 Cr. 28:11-19).
Todos los materiales que se usaron para la edificación del templo de Dios y todo su mobiliario tienen un significado en tipología.
El oro representa la naturaleza divina, la divinidad (1 R. 6:20-22).
Las distintas clases de madera representan los distintos aspectos de la humanidad de Cristo.
El cedro representa la humanidad resucitada de Cristo, el Cristo resucitado (vs. 9, 10b, 15a, 16).
El ciprés representa la humanidad crucificada de Cristo, el Jesús crucificado (vs. 15b, 34).
La madera de olivo representa la humanidad de Cristo, la cual está en el Espíritu de Dios, el Cristo ungido (vs. 23, 31-33).
Las piedras costosas representan la humanidad transformada de Cristo, el Cristo transformado (vs. 7, 36; 5:17). Nosotros no somos los únicos que necesitamos transformación; también Cristo la necesitó. El era Dios, y al encarnarse se vistió de carne humana. El Verbo se hizo carne (Jn. 1:14). Al hacerse un hombre de carne, Cristo adquirió la semejanza de carne de pecado (Ro. 8:3); y por tanto, necesitaba que la parte humana que había adquirido, fuera transformada.
El bronce representa al Cristo que Dios enjuició, el Cristo juzgado (1 R. 7:15-16, 27, 30).
Los artículos principales usados en la edificación tienen también su significado en tipología.
El templo, como reemplazo del tabernáculo, es la morada de Dios en la tierra (6:1-2).
El templo representa primeramente al Cristo encarnado como morada de Dios sobre la tierra (Jn. 2:19-21; 1:14; Mt. 12:6).
El templo también representa a la iglesia, la cual se compone de todos los creyentes, los miembros de Cristo, y es el agrandamiento de Cristo como morada de Dios en la tierra (1 Co. 3:16; 6:19; Ef. 2:21-22). El templo representa a Cristo y la iglesia, pues ellos son una sola entidad. Cristo es la Cabeza y la iglesia es Su Cuerpo. El Cuerpo es el agrandamiento de la Cabeza y la morada de Dios. Por tanto, que Dios more en Cristo equivale a que El more en la iglesia.
Las medidas del templo eran de sesenta codos de largo, veinte codos de ancho y treinta codos de alto (1 R. 6:2) (compárense las medidas del tabernáculo: treinta codos de largo, diez de ancho y diez de alto (Ex. 26:16-23).
Las ventanas del templo servían para dar paso al aire y la luz, lo cual representa la comunión del Espíritu vivificante, que trae el aire espiritual y la luz divina (1 R. 6:4a).
Sus celosías servían para mantener las ventanas abiertas y excluir las cosas negativas (v. 4b). Esto representa la comunión del Espíritu vivificante, la cual mantiene abierta la comunicación divina y repele la invasión de todo lo negativo.
El pórtico que estaba frente al templo, el cual era el espacio donde se recibía al pueblo (v. 3), representa la apertura, la aceptación y el recibimiento que el templo brinda a los que entran (como el vestíbulo de un gran edificio).
El templo exterior, el lugar santo, representa el alma de los creyentes, el templo que Dios santifica para Sí (v. 5a).
El santuario interior, el Lugar Santísimo, representa el espíritu de los creyentes, como templo de Dios, las tres dimensiones del cual son iguales, así como lo son en la Nueva Jerusalén, el Lugar Santísimo agrandado (vs. 5b, 16, 20; Ap. 21:16).
Las cámaras laterales representan las inescrutables riquezas de Cristo, que son la extensión de Su plenitud (1 R. 6:5c). Nosotros los creyentes, somos el templo y también las cámaras laterales, la extensión de Cristo, Su plenitud.
Las cámaras laterales tenían tres pisos, lo cual representa la experiencia de estar en el Dios Triuno y en la resurrección de Cristo (v. 6).
La anchura del primer piso era de cinco codos; el segundo, de seis codos; y el tercero, de siete codos (v. 6). Esto significa que cuanto más elevada es la iglesia como plenitud de Cristo, más capacidad tiene.
La puerta de las cámaras laterales representa la comunicación, la comunión, de la iglesia, la cual es la plenitud de Cristo (v. 8a). Las cámaras laterales estaban separadas, pero había una puerta que las comunicaba. Si no hubiese ninguna puerta, eso habría aludido a la autonomía. Hoy algunas iglesias locales no tienen ninguna puerta o si la tienen, la mantienen cerrada. De este modo cortan la comunión entre las iglesias. Cuanto más ancha sea la puerta, más rica será la comunión. Por tanto, todas las iglesias locales como cámaras de Cristo deben ensanchar sus puertas.
La escalera en forma de caracol indica que la manera de entrar en la iglesia, la plenitud de Cristo, es en forma de espiral (v. 8b), es decir, sin doblar esquinas, al igual que la calle de la Nueva Jerusalén (Ap. 22:1). En la Nueva Jerusalén, desde el monte donde se encuentra el trono de Dios, fluye y desciende un río por la calle en forma de espiral para llegar a cada una de las doce puertas.
Las dos columnas de bronce del templo representan al Cristo que Dios juzgó y que llega a ser la fuerza de apoyo de la morada de Dios en la tierra (1 R. 7:15-22).
El atrio interior del templo (6:36) indica separación, mediante la santificación que Dios efectúa, la cual nos separa del mundo común (en él están el altar de bronce y el mar de bronce).
El atrio interior fue edificado con tres hileras de piedras labradas, lo cual representa al Cristo crucificado que está en resurrección.
El atrio interior también fue edificado con una hilera de vigas de cedro, lo cual representa al Cristo resucitado que posee humanidad.
El atrio interior edificado con piedras labradas y vigas de cedro se convirtió en la pared de separación como línea que separaba la morada de Dios del mundo común.
El mar de bronce con sus diez lavacros significa que el Espíritu de Dios, quien convence, juzga y renueva, basándose en la muerte de Cristo, lava de todo lo negativo a quienes participan de la morada terrenal de Dios (7:23-40; Jn. 16:8; Tit. 3:5). Salomón también edificó un altar de bronce (1 R. 9:25), pero no figura en esta lista.
La mesa de oro para el pan de la proposición representa al Cristo que pasó por el proceso de encarnación, crucifixión, resurrección y ascensión, y que fue hecho el Espíritu vivificante para ser el alimento espiritual de los elegidos de Dios (7:48b; Jn. 6:32-63).
Los candeleros de oro representan al Cristo que llegó a ser el Espíritu vivificante por medio de Su resurrección, a fin de ser la luz divina de Su pueblo (1 R. 7:49; Jn. 8:12).
El altar de oro con su incienso representa al Cristo resucitado y ascendido, quien es el olor fragante que Dios acepta de Sus redimidos (1 R. 7:48a; Ap. 8:3).
En la lista de 1 Reyes 6 y 7 no se menciona que se construyera el arca del pacto, porque Salomón todavía conservaba el arca del pacto que había hecho Moisés (6:19; 8:3-9).