Mensaje 7
Lectura bíblica: 1 S. 1:11, 20; 2:35; 8:1-22; 9:15-17
En este mensaje me gustaría decir algo más sobre la historia de Samuel y su ministerio.
Cuando Samuel llega al final de su ministerio, durante el tiempo en que Saúl era rey en Israel (9:3—10:27), él había alcanzado una posición importante. Podemos decir que en todo el universo, la única persona que lo superaba era Dios. Nos atrevemos a afirmar que, como representante de Dios, Samuel era el Dios que actuaba. Dios deseaba actuar, pero para ello necesitaba un representante. Es así que Samuel llega a ser profeta, sacerdote, y juez. El era el oráculo de Dios y la administración de Dios, y como tal, era el Dios que ejecutaba Su administración en la tierra.
Samuel era el representante de Dios. No obstante, la intención de Dios no era hacer de él un reino. Según la Biblia, Dios había determinado levantar a un hombre llamado David, por medio del cual edificaría el reino. Cuando Dios escogió a Abraham, Su intención no era ganar a un solo hombre, ni siquiera a un grupo de personas; El deseaba obtener un reino. La Biblia concluye su revelación hablando de un reino. Leamos Apocalipsis 11:15: “El reinado sobre el mundo ha pasado a nuestro Señor y a Su Cristo”. En el cielo nuevo y la tierra nueva, en la Nueva Jerusalén, vemos el reino eterno de Dios.
Mateo 16 habla del reino y la iglesia. Cuando Pedro recibió la revelación de que Cristo era el Hijo del Dios viviente (vs. 16-17), Jesús le dijo: “Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré Mi iglesia” (v. 18). Y luego El habla sobre el reino de los cielos (v. 19). En estos versículos, la expresión el reino de los cielos y la palabra iglesia se usan de manera intercambiable, lo cual indica que Dios no está interesado sólo en la iglesia, sino en la iglesia como reino Suyo. En Romanos 14:17, Pablo indica también que la vida práctica de la iglesia es el reino: “El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”.
Aunque Samuel había obtenido una posición prominente, Dios aún no había alcanzado Su meta. Samuel era un hombre conforme al corazón de Dios, y sabía que el deseo de Dios era obtener un reino. Pero para esto, Dios no usaría a Samuel, sino a David.
Cuando alguien alcanza una posición prominente, uno se pregunta si esa persona permitirá que alguien llegue a su nivel o lo supere. Si usted hubiera sido Samuel, ¿hubiera dado la oportunidad a otra persona para que fuese como usted o incluso mejor? Samuel era puro y sencillo. El era nazareo conforme al voto de su madre y no buscaba sus propios intereses. El nunca procuró obtener ningún beneficio personal; lo único que le interesaba era Dios y Sus elegidos. Dios amaba a Israel, y Su corazón se duplicó en Samuel.
Debido a que el corazón de Dios se reprodujo en Samuel, éste no se preocupó por sus propios intereses. Al final, lo único que obtuvo Samuel fue una tumba para su sepultura. Por causa de las circunstancias existentes, Samuel nombró a sus hijos por jueces, pero, a diferencia de Saúl, él no tenía ninguna intención de edificar un reino para ellos. Sus hijos no siguieron sus caminos, sino que fueron en pos de ganancias injustas, aceptaron sobornos y pervirtieron la justicia (1 S. 8:1-3). Cuando el pueblo pidió que Samuel les designara un rey, él no se ofendió por lo que eso implicaría para sus hijos, sino porque el pueblo quería reemplazar a Dios (vs. 4-7). Samuel no tenía ninguna intención de edificar un reino para sus descendientes; a él no le preocupaban sus hijos, sino el pueblo de Dios. Debido a esto, Dios pudo traer el reino sin ninguna dificultad.
Samuel nunca habría cooperado con Dios si hubiese sido una persona ambiciosa. Como veremos en el siguiente mensaje, un día antes de que viniera Saúl, Dios reveló a Samuel lo que deseaba que hiciera. Dios le dijo: “Mañana a esta misma hora yo enviaré a ti un varón de la tierra de Benjamín, al cual ungirás por príncipe sobre mi pueblo Israel, y salvará a mi pueblo de mano de los filisteos; porque yo he mirado a mi pueblo, por cuanto su clamor ha llegado hasta mí” (9:16). Cuando Saúl y su siervo se presentaron delante de Samuel, éste siguió estrictamente las instrucciones de Dios, sin pensar en su beneficio personal ni en el de sus hijos.
Como podemos ver, Samuel fue útil en las manos de Dios porque no procuró lo suyo ni deseó ganancias para sí. Como un nazareo, no se cortaba el pelo ni bebía vino, y estaba totalmente consagrado a Dios. A él le agradaba ir adondequiera que Dios lo mandaba, y hacer lo que El le pedía. Samuel era un hombre idéntico a Dios, y conforme a Su corazón. Por consiguiente, Dios pudo usarlo para llevar a cabo Su economía.
No debemos pensar que Samuel no tenía conceptos. Un día, Jehová le dijo: “Llena tu cuerno de aceite, y ven, te enviaré a Isaí de Belén, porque de sus hijos me he provisto de rey” (16:1b). Cuando Samuel oyó eso, dijo: “¿Cómo iré? Si Saúl lo supiera, me mataría” (v. 2a). Esto indica que Samuel era muy humano y que tenía conceptos humanos. No obstante, él no buscaba lo suyo. Lo único que le interesaba era lo que beneficiara a Dios y a Sus elegidos. Le preocupaba Dios, Sus intereses y beneficios, y oraba por el pueblo de Dios.
Algunos estudiantes de la Biblia han dicho que Samuel tenía un carácter apropiado. No obstante, en este caso no es el carácter lo sobresaliente. Muchas personas son de buen carácter, y con todo y ello buscan únicamente sus propios intereses, el bien de sus empresas y sus reinos; a ellas no les interesa el reino de Dios. Samuel no sólo tenía un carácter apropiado; él honraba el voto nazareo.
Vale la pena comparar a Samuel con otro nazareo: Sansón. Sansón también era nazareo por medio del voto que hizo su madre; sin embargo, él era muy diferente de Samuel. Cuando la Biblia habla de Sansón y de otros jueces, declara a menudo que el Espíritu de Dios venía repentinamente sobre ellos (Jue. 14:6, 19), pero no dice nada de esto con relación a Samuel. Lo que necesita un nazareo no es un poder repentino, sino un corazón que refleje el de Dios. A diferencia de Sansón, Samuel no ganó ninguna victoria importante en la que matara a muchas personas; él fue un nazareo entregado a los intereses de Dios.
A pesar de lo difícil que le resultaba consagrarse a Dios en su entorno particular, Samuel tomó cuidado de los intereses de Dios y cambió la era. Entre las personas que se consagraron a Dios y a Sus intereses, el Antiguo Testamento ubica a Samuel en el mismo nivel que a Moisés (Jer. 15:1).
Dios dirigió el curso de la historia en 1 Samuel. El no fue directamente a David porque éste era joven todavía, y porque Israel, a quien Dios amaba a lo sumo, necesitaba ser adiestrado. Los hijos de Israel necesitaban que Dios los disciplinara por medio de un rey nefasto, para que se dieran cuenta de que reemplazar a Dios no les traería ninguna bendición.
Dios tiene mucha paciencia. Aunque Elí no era un hombre confiable, Dios permitió que fuese juez durante cuarenta años. No es fácil determinar cuánto tiempo duró Samuel como juez; se calcula que desempeñó este papel por lo menos treinta años antes del nefasto reinado de Saúl sobre Israel. Luego, Dios toleró el reino de Saúl durante cuarenta años, para entonces levantar a David.
Sin Samuel, hubiera sido difícil que Dios llevara a cabo Su economía. La intención de Dios era que Cristo naciera del linaje de David, y sólo Samuel podía lograrlo. Sin el nacimiento de David no existiera el linaje genealógico de Cristo. Para que se efectuara la encarnación, era necesaria cierta preparación, y Samuel fue un factor importante de la misma. Dios levantó a Samuel y lo preparó con el objetivo de que llevara a cabo todo lo necesario para que se produjera, por medio de David, el linaje genealógico de Cristo.
Dios usó a Samuel para ungir primero a Saúl, y luego a David. Como veremos cuando estudiemos la historia de Saúl, lo que Saúl fundó fue una monarquía. El reino de Dios empezó con David, al establecerse el trono de Dios en Jerusalén. En Mateo 21:43, el Señor Jesús dice a los líderes judíos que el reino de Dios sería quitado de ellos, lo cual indica que el reino de Dios empezó en el Antiguo Testamento. El reino no empezó con Abraham ni con Moisés, sino con David. Por consiguiente, lo que David estableció no fue una monarquía, sino el reino de Dios.