Mensaje 12
Lectura bíblica: 1 Ts. 2:1-12
En el libro de 1 Tesalonicenses, Pablo no habla de milagros. Él no dice que el evangelio vino a los tesalonicenses con milagros, prodigios y sanidades. Si estudiamos este libro detenidamente, veremos que Pablo recalca el vivir diario. En 1:5 él dice: “Como bien sabéis qué clase de personas fuimos entre vosotros por amor de vosotros”. En lugar de dar énfasis a lo sobrenatural y milagroso, Pablo usa su vivir como un factor en la predicación del evangelio. Además, con respecto a la vida cristiana, él resalta tres asuntos: volverse de los ídolos a Dios, servir al Dios vivo y esperar el regreso del Señor Jesús.
A través de los siglos, la mente humana ha mostrado interés por cosas que son fantásticas, milagrosas y sobrenaturales. Sin embargo, las cosas milagrosas no perduran. Pero una obra que se lleva a cabo mediante un vivir apropiado, sí perdurará.
La salvación efectuada por Dios nos capacita para llevar una vida normal. Éste es un contundente testimonio del evangelio. Los cristianos deben llevar una vida normal, y no una vida de milagros y de manifestaciones sobrenaturales. Por lo tanto, una vida apropiada para la vida de iglesia debe ser una vida común, ordinaria y normal. Llevar esta clase de vida significa que nos volvemos de los ídolos a Dios, servimos al Dios vivo y esperamos la venida del Señor Jesucristo. Además, significa que nada de esta tierra nos ocupa. Nos hemos despojado de todo ídolo, de todo lo que no es Dios, y lo único que nos ocupa es el Dios vivo. Es de este Dios vivo que nuestra vida diaria da testimonio. Llevamos una vida que testifica que el Dios a quien servimos es un Dios vivo. Además, ni nuestra meta ni nuestra esperanza están relacionados con cosas terrenales ni contamos con ellas; más bien, fijamos todas nuestras esperanzas en el regreso del Señor Jesús. Una vida con estas tres características es una vida cristiana apropiada que da testimonio de nuestro Dios. Estos aspectos de una vida cristiana apropiada se abordan en el capítulo uno.
El primer capítulo de 1 Tesalonicenses abarca dos asuntos principales: la estructura de una vida santa para la vida de iglesia y el origen de una vida santa para la vida de iglesia. La estructura se compone de la obra de fe, del trabajo de amor y de la perseverancia en la esperanza, y lo que da origen a tal vida es la predicación del evangelio y el hecho de recibir la palabra predicada, lo cual da como resultado que las personas se vuelvan de los ídolos a Dios, sirvan al Dios vivo y verdadero, y esperen al Hijo. Ahora, en el capítulo dos, llegamos al tercer aspecto de una vida santa para la vida de iglesia: el aspecto de fomentar su propio desarrollo.
Aunque la frase “fomentar el desarrollo de” no se encuentra en 1 Tesalonicenses 2, sí podemos encontrar este hecho en este capítulo. Aquí Pablo compara a los apóstoles con una nodriza, una madre que amamanta, y con un padre que exhorta. Esto quiere decir que los apóstoles eran madres y padres para los nuevos creyentes. Ellos consideraban a los creyentes como niños que estaban bajo su tierno cuidado. Así como los padres cuidan de sus hijos y los ayudan a crecer, del mismo modo los apóstoles cuidaban de los nuevos creyentes. Por lo tanto, en 1 Tesalonicenses 2 vemos el fomento del desarrollo de la vida santa para la vida de iglesia. En los versículos del 1 al 12 vemos el cuidado de una madre que amamanta y de un padre que exhorta, y en los versículos del 13 al 20 vemos la recompensa dada a aquellos que fomentan el crecimiento de los creyentes de esta manera. Ya que los apóstoles brindaron tal cuidado a los nuevos creyentes, al final ellos recibirán una recompensa de parte del Señor.
Lo que dice 1 Tesalonicenses 2:1-12 ciertamente está dirigido a nuevos creyentes. En estos versículos no encontramos muchas cosas que tengan mucho peso o sean profundas. Tampoco encontramos doctrinas profundas. Lo que encontramos es más bien una conversación como la que los padres sostienen con sus hijitos. Examinemos este pasaje, versículo por versículo, para que nos quede bien claro cómo brindar ayuda a los nuevos creyentes.
El versículo 1 dice: “Pues vosotros mismos sabéis, hermanos, que nuestra entrada entre vosotros no resultó vana”. El apóstol habla repetidas veces de la entrada de ellos entre los creyentes (1:5, 9). Esto muestra que la manera en que ellos vivían jugaba un papel muy importante en el modo en que el evangelio fue infundido en los recién convertidos. Lo importante no era solamente lo que los apóstoles decían, sino también lo que ellos mismos eran.
Los apóstoles vinieron a los tesalonicenses con el evangelio de tal manera que los tesalonicenses fueron convencidos. La entrada de los apóstoles no resultó vana. Ellos eran un modelo de cómo creer en el Señor y seguirle. Puesto que muchos llegaron a creer en el Señor Jesús por medio de los apóstoles, se estableció una iglesia en menos de un mes. Esto no sucedió principalmente como resultado de la predicación y la enseñanza, sino por la clase de entrada que tuvieron los apóstoles entre los tesalonicenses.
El versículo 2 dice: “Pues habiendo antes padecido y sido ultrajados en Filipos, como sabéis, tuvimos denuedo en nuestro Dios para anunciaros el evangelio de Dios en medio de gran conflicto”. En la predicación del evangelio, los apóstoles experimentaron a Dios. Le disfrutaron como su denuedo en medio del conflicto que experimentaban por el evangelio. Ellos podían tener denuedo no en sí mismos, sino en Dios, aun después de haber sido ultrajados por los filipenses. Ni el sufrimiento ni la persecución pudieron derrotarlos porque permanecían en la unión orgánica con el Dios Triuno. Según el versículo 2, ellos anunciaron el evangelio de Dios en medio de gran conflicto. Esto indica que mientras predicaban, luchaban, pues la persecución aún continuaba. Por consiguiente, ellos luchaban y anunciaban el evangelio a los tesalonicenses con el denuedo de Dios.
En el versículo 3 Pablo dice: “Porque nuestra exhortación no procede de engaño ni de impureza, ni es con astucia”. La palabra “engaño” se refiere a la meta, “impureza” se refiere al motivo y “astucia”, a los medios. Los tres pertenecen al diablo engañador e insidioso, y son llevados a cabo por él. La palabra “exhortación” incluye el hecho de hablar, predicar, enseñar e instruir. En la exhortación de Pablo no había engaño, impureza ni astucia. Los apóstoles no eran codiciosos ni tenían la intención de sacar provecho de nadie. Su visita a los tesalonicenses, en la que les llevaron el evangelio, fue completamente sincera y fiel.
El versículo 4 dice: “Sino que según fuimos aprobados por Dios para que se nos confiase el evangelio, así hablamos; no como para agradar a los hombres, sino a Dios, quien prueba nuestros corazones”. Dios confía una responsabilidad a alguien sólo después de que éste ha pasado la prueba y ha sido aprobado. Los apóstoles primeramente fueron puestos a prueba y aprobados por Dios, y luego Dios les confió el evangelio. Por lo tanto, el hablar de ellos, la predicación del evangelio, no provenía de ellos mismos con el fin de agradar a los hombres, sino de Dios, para agradarle a Él. Él probaba, examinaba y ponía a prueba el corazón de ellos todo el tiempo (Sal. 26:2; 139:23-24).
En el versículo 4, la palabra “aprobados” implica que primero ellos fueron puestos a prueba. Dios puso a prueba a los apóstoles antes de aprobarlos. Basándose en el hecho de que los había aprobado, Él les confió el evangelio. Dios hizo esto muy cuidadosamente, pues conoce nuestros corazones.
Conforme a nuestra manera de pensar, ya que Dios lo sabe todo, no es necesario que Él nos ponga a prueba. Es cierto que antes de que naciéramos, Él ya sabía qué clase de personas habríamos de ser. ¿Por qué entonces nos pone a prueba? Nos pone a prueba no tanto por Sí mismo, sino principalmente por causa de nosotros. Dios nos conoce, pero nosotros no nos conocemos a nosotros mismos; y porque no nos conocemos adecuadamente, tal vez pensemos que somos rectos, sinceros y fieles. Sin embargo, cuando seamos puestos a prueba, veremos lo que realmente somos y descubriremos que en nosotros mismos no somos sinceros, fieles ni fidedignos. Por lo tanto, al probarnos, Dios nos muestra lo que somos. Sólo después de que Dios nos haya probado de esta manera, seremos aprobados.
Quisiera decir a los jóvenes que no pongan su confianza en sí mismos, pues aún no han sido puestos a prueba. No me cabe duda de que Dios usará a los jóvenes; sin embargo, Él sólo los usará cuando los haya probado. Dios no puede confiarnos nada sin que antes nos haya puesto a prueba y nos haya aprobado. Cualquier cosa que Dios nos confíe se basa en Su aprobación. Nosotros no podemos aprobarnos a nosotros mismos. Sólo cuando Dios nos haya probado, nos dará Su aprobación. Entonces nos confiará algo y comenzará a usarnos.
Fue de esta manera que Dios confió a los apóstoles el evangelio. Puesto que a los apóstoles se les había confiado el evangelio, ellos hablaron no como para agradar a los hombres, sino como para agradar a Dios, quien prueba nuestros corazones. Lo que hablaban se basaba en el hecho de que Dios les había confiado el evangelio. Puesto que se les había confiado el evangelio, ellos hablaron como para agradar a Dios.
En el versículo 4 vemos que para que se nos pueda confiar algo, primero tenemos que ser aprobados. Luego, debemos hablar como para agradar a Dios, a Aquel que nos prueba. Esto indica que tenemos que pasar por la prueba, ser aprobados y después llevar a cabo lo que se nos ha confiado. Entonces tendremos algo que podremos predicar y enseñar.
El versículo 5 dice: “Porque nunca usamos de palabras lisonjeras, como sabéis, ni de ningún pretexto de codicia; Dios es testigo”. La palabra griega traducida “pretexto” también significa fingimiento, encubrimiento. Aquí, valerse de algún pretexto de codicia significa adulterar la palabra de Dios con el fin de obtener algún lucro (2 Co. 2:17; 4:2). También significa fingir que somos piadosos buscando obtener ganancias (1 Ti. 6:5; Tit. 1:11; 2 P. 2:3).
Según el versículo 5, los apóstoles nunca hablaron con palabras lisonjeras. Todos debemos evitar las palabras lisonjeras, y nunca hablar con halagos. En este versículo Pablo también dice que los apóstoles no usaron de ningún pretexto de codicia. No tenían ningún motivo impuro que estuviera encubierto de alguna manera. Puesto que ellos no se valían de ningún pretexto o fingimiento, no comercializaban la palabra de Dios ni la adulteraban. Adulterar significa rebajar la calidad de una sustancia al añadirle otra de baja calidad, por ejemplo, añadirle cobre al oro, o agua al vino, y después venderla como si fuera pura. A lo largo de los siglos, muchos predicadores y maestros han adulterado la palabra de Dios de esta manera. Predicaban con algún pretexto, en procura de algún lucro personal.
El versículo 5 nos enseña que debemos evitar las palabras lisonjeras y no usar ningún pretexto de codicia. En nuestra obra cristiana no debemos permitir cosas sucias como éstas. Ningún siervo del Señor debiera usar palabras lisonjeras ni ninguna clase de pretexto de codicia. Que el Señor tenga misericordia de nosotros y nos purifique de todas estas cosas. Espero que todos podamos decir que Dios es nuestro testigo de que no hablamos palabras lisonjeras ni usamos de ningún pretexto de codicia.
En el versículo 6 Pablo añade: “Ni buscamos gloria de los hombres; ni de vosotros, ni de otros, aunque podíamos imponer nuestra autoridad como apóstoles de Cristo”. Buscar la gloria de los hombres es una verdadera tentación para todo obrero cristiano. Muchos han sido devorados y arruinados por este asunto.
Las palabras griegas traducidas “imponer nuestra autoridad” también significan “hacer valer nuestra autoridad”. Una traducción literal sería “ser carga”, es decir, “ser gravosos” (véase v. 9; 1 Co. 9:4-12). Hacer valer su autoridad, su posición o su derecho en la obra cristiana perjudica la obra. El Señor Jesús, cuando estuvo en la tierra, se despojó de Su dignidad (Jn. 13:4-5), y el apóstol prefirió no usar sus derechos (1 Co. 9:12).
Buscar gloria de los hombres no parece ser tan maligno como codiciar ganancias, pues es más sutil. La caída del arcángel se debió a que buscó gloria para sí. Él se convirtió en el adversario de Dios por ambicionar gloria. Aunque era un arcángel y gozaba de una alta posición, seguía procurando gloria. Ésa fue la causa de su caída. Según el Nuevo Testamento, cualquiera que busca gloria de los hombres es un seguidor de Satanás. Este deseo de obtener gloria es una trampa que Satanás pone para enredar a los obreros cristianos. Por lo tanto, es muy importante que todos los obreros cristianos aprendan a escapar del lazo de la ambición de gloria. Sin embargo, muy pocos se han librado de esta trampa.
La medida en que seamos útiles al Señor y el tiempo que Él pueda usarnos depende de si buscamos gloria de los hombres. Si buscamos gloria, habremos dejado de ser útiles en las manos del Señor. Buscar nuestra propia gloria siempre hace nula nuestra utilidad. Por lo tanto, espero que todos, especialmente los jóvenes, prestemos atención a la advertencia de nunca buscar gloria en la obra del Señor.
El versículo 6 indica claramente que los apóstoles no impusieron su autoridad como apóstoles de Cristo. Ellos no asumieron ninguna posición o dignidad; antes bien, tuvieron que olvidarse de que eran apóstoles y servir al pueblo de Dios como esclavos. No debían recordarles a otros que ellos eran apóstoles de Cristo; antes bien, tenían que tener presente siempre que eran hermanos y que servían a los creyentes. Por ende, ellos no debían asumir ninguna posición o dignidad.
Es posible que los creyentes —y también los que no lo son— tengan como dignatarios a los que toman la delantera, a los ancianos o a los apóstoles. Sin embargo, en las iglesias locales no debe haber dignatarios. En lugar de ser dignatarios, debemos ser esclavos y servirnos los unos a los otros. No obstante, sé de algunos que no consideraban ser alguien cuando aún no tenían ninguna posición ni título, pero tan pronto como se les otorgó una posición, como por ejemplo en un grupo de servicio, empezaron a hacer valer su posición. Esto es vergonzoso. Debemos aprender de Pablo a nunca imponer nuestra autoridad ni a hacer valer nuestra posición.
Una hermana que está casada con un anciano no debe asumir su posición como la esposa de un anciano. La esposa de un anciano no es la “primera dama” de la iglesia. Ella es simplemente una hermana más que sirve a la iglesia. Además, su esposo no es un dignatario sino un esclavo. Como anciano que es, él ha sido designado para servir a la iglesia en calidad de esclavo. Todos debemos tener esta actitud.
Pablo, al declarar “aunque podíamos imponer nuestra autoridad como apóstoles de Cristo”, dio a entender que aun en los primeros días había cierta tentación de hacer valer su propia autoridad. La gente de la época de Pablo era igual que la gente de hoy en día. Al igual que hoy, en aquella época también existía la tentación de cada cual hacer respetar su propia posición. Sin embargo, Pablo no impuso su autoridad o posición como apóstol con el fin de obtener algo para sí mismo. Pablo es un buen modelo para todos nosotros como alguien que no exigió el respeto de los demás ni hizo valer su autoridad. Si todos seguimos su ejemplo, mataremos un germen mortífero que hay en el Cuerpo de Cristo, el germen de asumir cierta posición.
En el versículo 7 Pablo dice: “Antes fuimos tiernos entre vosotros, como nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos”. La palabra griega traducida “nodriza”, trofós, en algunos casos significa madre, por ende, una madre que amamanta (véase Gá. 4:19). Cuidar con ternura incluye la alimentación. Por tanto, esta palabra no sólo incluye la noción de alimentar, sino también de brindar un cuidado tierno.
Pablo, aunque era hermano, se consideraba una madre que amamanta. Ciertamente, él no tuvo en cuenta su posición, dignidad y autoridad. Compararse con una madre que amamanta es muy distinto de hacer valer nuestra posición. ¿Qué posición tiene una madre que amamanta? ¿Qué rango, dignidad o autoridad le corresponde? Su única dignidad es la de alimentar y cuidar con ternura a sus propios hijos.
La expresión “cuidar con ternura” es preciosa y comunica un profundo afecto. Pablo se consideró alguien que cuidaba con ternura a los demás, y no meramente alguien que servía. Ciertamente él no ejercía control sobre los creyentes, ni tampoco se limitaba a servirlos; más bien, él los cuidaba con ternura. El cuidado que les brindaba era sumamente tierno.
En el versículo 8 Pablo añade: “Tal es nuestro afecto por vosotros, que nos complacíamos en entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias almas; porque habéis llegado a sernos muy queridos”. La palabra griega traducida “nuestro afecto por vosotros” implica un afecto o anhelo muy profundo, semejante al que siente una nodriza hacia su hijo, a quien ella nutre y cuida con ternura. Era así como los apóstoles cuidaban de los nuevos creyentes.
Los apóstoles entregaron a los tesalonicenses no sólo el evangelio de Dios, sino también sus propias almas. Llevar una vida limpia y recta, como se describe en los versículos del 3 al 6 y en el versículo 10, y amar a los recién convertidos, aun al punto de entregarles nuestras propias almas, como se describe en los versículos del 7 al 9 y en el versículo 11, son los requisitos previos para infundirles la salvación transmitida en el evangelio que predicamos.
Lo que dice Pablo en el versículo 8 acerca de entregar sus propias almas a los tesalonicenses puede compararse a lo que dijo en 2 Corintios 12 acerca de gastarse por los creyentes. Pablo no sólo estaba dispuesto a gastar de lo suyo, sino que también estaba dispuesto a gastarse a sí mismo, su propio ser. Los apóstoles estaban dispuestos a entregar a los creyentes lo que ellos eran. Esto puede compararse con la manera en que una nodriza se entrega a su hijo.
El versículo 9 dice: “Porque os acordáis, hermanos, de nuestro trabajo y fatiga; cómo trabajando de noche y de día, para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os proclamamos el evangelio de Dios”. Los apóstoles no querían ser gravosos a los tesalonicenses. Por esa razón, ellos trabajaron de noche y de día para poder proclamarles el evangelio de Dios.
En el versículo 10 Pablo añade: “Vosotros sois testigos, y Dios también, de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con vosotros los creyentes”. La palabra “santa” se refiere a la conducta hacia Dios; la palabra “justa”, a la conducta hacia el hombre, y la palabra “irreprensiblemente”, a la conducta ante todos: Dios, el hombre y Satanás. Para poder conducirse de esta manera, Pablo tuvo que ser muy estricto consigo mismo. El versículo 10 revela que los apóstoles eran personas que ejercían dominio propio.
El versículo 11 dice: “Así como también sabéis que hemos sido para cada uno de vosotros como un padre para sus hijos, exhortándoos y consolándoos y dando testimonio”. El apóstol fue enfático al recalcar lo que ellos eran o cómo se habían comportado (1:5), pues lo que ellos eran abrió el camino para conducir a los recién convertidos a la plena salvación de Dios.
En el versículo 11 Pablo se compara a un padre que exhorta a sus hijos. Los apóstoles, al cuidar con ternura a los creyentes como a sus propios hijos, se consideraron a sí mismos nodrizas, y, al exhortarles, se consideraron padres.
El versículo 12 dice: “A fin de que anduvieses como es digno de Dios, que os llama a Su reino y gloria”. El llamamiento de Dios concuerda con Su elección, y viene después de ésta (1:4). Cuando los creyentes adoraban ídolos (1:9), estaban en el reino de Satanás (Mt. 12:26). Ahora, por medio de la salvación en Cristo, fueron llamados y, habiendo creído, entraron en el reino de Dios, que es la esfera en la cual pueden adorar y disfrutar a Dios bajo el gobierno divino con miras a entrar en la gloria de Dios. La gloria de Dios siempre va acompañada de Su reino.
En el versículo 12 Pablo exhortó a los creyentes a andar como es digno de Dios. Si él mismo no hubiera andado como es digno de Dios, ¿cómo podría haber exhortado a otros a hacerlo? También en este aspecto, él fue un modelo que los creyentes podían imitar.
El versículo 12 indica que andar como es digno de Dios tiene que ver con entrar en Su reino y ser conducidos a Su gloria. El pensamiento aquí, en contraste con el de los versículos del 1 al 11, es bastante profundo. Aquí encontramos un asunto que los cristianos frecuentemente pasan por alto. A muy pocos creyentes se les enseña que deben llevar un andar cristiano que los capacite para entrar en el reino de Dios, un andar que los conduzca a la gloria de Dios. Muchos cristianos nunca han escuchado esta palabra. No obstante, esto forma parte de lo que Pablo enseña a los creyentes jóvenes.
En 1 Tesalonicenses 2:1-12 se nos muestra cómo debemos conducirnos a fin de ser un modelo para los nuevos creyentes. Si queremos ser un modelo apropiado, debemos tener una motivación pura, especialmente con respecto al dinero. Una gran parte de lo que se trata en estos versículos tiene que ver con el dinero, la avaricia y la codicia. Si no somos puros en cuanto al dinero, ni somos sinceros, honestos y fieles en cuanto a ello, tal vez seamos contados entre los que adulteran la palabra de Dios y la comercializan. Además, si ésta es nuestra motivación, usaremos palabras lisonjeras y pretextos de codicia. Todos estos asuntos son muy serios. Por lo tanto, si deseamos ser modelos idóneos para los creyentes jóvenes, debemos vencer nuestra codicia, y todo lo que tenga que ver con el dinero debe estar bajo nuestros pies. No debemos hablar jamás con palabras lisonjeras, ni valernos de ningún pretexto, y nunca debemos buscar gloria para nosotros mismos. Asimismo, en lugar de tratar de agradar a los hombres, debemos hacer todo lo posible por agradar a Dios. Entonces, otros creyentes tendrán un buen modelo que podrán seguir.
Si analizan la situación que impera entre los creyentes hoy en día, se darán cuenta de que muchos cristianos no tienen ningún sentido de dirección. La razón por la cual carecen de este sentido de dirección es que no tienen un modelo apropiado. Debemos ser modelos para otros y así fomentar su crecimiento, cuidándolos con ternura como una madre y exhortándolos como un padre, a fin de que anden como es digno de Dios. Como hemos dicho en un mensaje anterior, andar como es digno de Dios es, de hecho, vivir a Dios. Sólo una vida que vive a Dios es digna de Dios. Cuando vivimos a Dios, andamos como es digno de Él. Un andar así nos conducirá al reino y a la gloria de Dios. Ésta es la meta del llamamiento de Dios. Dios nos llamó a entrar a Su reino y gloria.