Mensaje 22
Lectura bíblica: 1 Ts. 3:13; 4:3-8; He. 12:14; Ro. 12:1-2; Ef. 3:17-19; Mr. 12:30; Fil. 2:5
Al leer las Escrituras, debemos percatarnos de la carga que embargaba el espíritu del escritor. En particular, debemos conocer la carga que había en el espíritu de Pablo cuando escribió 1 Tesalonicenses. En el capítulo tres de 1 Tesalonicenses, Pablo concluye dando unas palabras de bendición: “Para afirmar vuestros corazones irreprensibles en santidad delante de nuestro Dios y Padre, en la venida de nuestro Señor Jesús con todos Sus santos” (v. 13). El deseo de Pablo era que los corazones de los que leyeran esta epístola fuesen afirmados irreprensibles en santidad.
En el capítulo cuatro Pablo exhorta a los santos a que se abstengan del contaminante pecado de la fornicación: “Pues ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os obtengáis de fornicación”. ¿De qué manera Pablo quería que los santos se abstuvieran de este pecado? Él quería que ellos se abstuvieran de este pecado por medio de la santificación. Él primero les dice que la voluntad de Dios es nuestra santificación. La voluntad de Dios es que seamos santificados, protegidos y guardados en santificación. La mejor forma de abstenernos de fornicación es ser santificados o resguardados en la santidad de Dios.
En 4:3, 4 y 7 Pablo usa la palabra “santificación” tres veces. En el versículo 3 él dice que la voluntad de Dios es nuestra santificación; en el versículo 4 dice que debemos saber cómo poseer nuestro vaso, nuestro cuerpo, en santificación y honor; y en el versículo 7 dice que Dios nos ha llamado en santificación. Según 4:4, debemos poseer nuestro cuerpo en santificación y honor. La santificación se necesita para estar bien delante de Dios, y el honor, para estar bien delante de los hombres. Todo fornicario pierde su honor delante los hombres. En cualquier sociedad los fornicarios son menospreciados, pues han perdido su honor ante los hombres. Así que, debemos guardar nuestro cuerpo de ese pecado, y la manera en que podemos hacerlo es en santificación.
En 5:23 Pablo concluye este tema de la santificación con estas palabras: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y vuestro espíritu y vuestra alma y vuestro cuerpo sean guardados perfectos e irreprensibles para la venida de nuestro Señor Jesucristo”. Aquí vemos que todo nuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— necesita ser santificado. Necesitamos que el Dios de paz santifique no solamente nuestra alma y nuestro cuerpo, sino también nuestro espíritu.
Según 5:23, nosotros somos responsables, hasta cierto punto, de la santificación de todo nuestro ser. Por un lado, Dios nos santificará por completo; por otro, nuestro espíritu, nuestra alma y nuestro cuerpo deben ser guardados. Aunque es Dios quien nos guarda, nosotros asimismo tenemos cierta responsabilidad de guardarnos.
La frase “sean guardados” puede considerarse en un sentido tanto activo como pasivo. Esto significa que, aunque estamos siendo guardados, nosotros tenemos que tomar la iniciativa para ser guardados en ello. Así que, “sean” tiene un sentido activo, mientras que “guardados” tiene un sentido pasivo.
Dios desea guardarnos, pero, ¿estamos nosotros dispuestos a ser guardados? A fin de poder entender mejor nuestra responsabilidad con respecto a ser guardados, usemos el ejemplo de un padre que tiene que darle medicina a su hijo. Si bien es posible que el niño necesite la medicina, tal vez no esté dispuesto a recibirla. De hecho, es posible que se resista a tomarla y su padre tenga que usar la fuerza para dársela. Los padres hacen esto para proteger la salud del niño. De igual modo, nosotros a veces no cooperamos con el Señor, quien desea guardarnos, y esto lo obliga a hacer ciertas cosas para sujetarnos y restringirnos, a fin de que recibamos lo que necesitamos para ser santificados y guardados.
En 1 Tesalonicenses, un libro que trata de la vida santa para la vida de iglesia, se nos dice que ciertas partes de nuestro ser necesitan ser guardadas. Nuestro corazón necesita ser santificado, nuestro cuerpo necesita ser guardado en santificación y, finalmente, nuestro espíritu, la parte más recóndita de nuestro ser, necesita también ser santificado.
En el mensaje anterior dijimos que nuestro corazón es nuestro representante. Ahora quisiera aclarar este asunto un poco más. Pienso que tal vez sería mejor usar la palabra “delegado” en vez de “representante”. Cada uno de nosotros es un ser humano. La palabra “ser” es una expresión moderna, mientras que “alma” es el término bíblico que se le atribuye al ser humano. Eso significa que cada uno de nosotros es un alma. El alma, nuestro ser, posee dos órganos: uno interno, el espíritu, y otro externo, el cuerpo. Por medio de los cinco sentidos de nuestro cuerpo podemos tener contacto con el mundo físico. Asimismo, a través del espíritu, un órgano que posee sus propios sentidos, tenemos contacto con Dios.
Podemos tener contacto con determinada cosa dependiendo del órgano que usemos. Por ejemplo, si usted cierra los ojos, no podrá ver nada. Además, usted no puede usar los ojos para dar sustantividad al sonido; para ello debe usar sus oídos. Debido a que los ateos no ejercitan su espíritu, ellos dicen que no hay Dios. No podemos dar sustantividad a Dios a menos que ejercitemos nuestro espíritu. Juan 4:24 nos dice que Dios es Espíritu y que los que le adoran, deben adorarle en espíritu. Si ejercitamos nuestro espíritu, de inmediato percibiremos que verdaderamente hay un Dios. Es posible que un ateo, en lo más profundo de su ser, se diga a sí mismo: “Suponiendo que después de todo sí hubiera un Dios, ¿qué harías ahora?”. Así que puede ser que un ateo diga con sus labios que no hay Dios, pero en lo más profundo de su ser, en su espíritu, él siente que hay un Dios.
Es difícil para nuestra alma permanecer inactiva. Así que, cada vez que nuestra alma, nuestro ser, actúa, ése es el corazón; y cuando permanecemos quietos, eso significa que nuestro corazón está inactivo.
Todos tenemos dos corazones: el corazón físico y el corazón psicológico. Todos sabemos dónde está el corazón físico, pero no sabemos dónde se ubica nuestro corazón psicológico. Las acciones o actividades de nuestro cuerpo físico dependen de cómo están los latidos de nuestro corazón. Según los médicos, la muerte ocurre cuando el corazón deja de latir. Una persona que no tiene pulso está muerta; su corazón ha dejado de latir. Este ejemplo nos muestra que la muerte ocurre cuando el corazón deja de latir. Sucede lo mismo con nuestro corazón psicológico.
Tanto nuestro corazón físico como nuestro corazón psicológico tienen arterias. Las arterias principales de nuestro corazón psicológico son: la mente, la parte emotiva y la voluntad. Los infartos a menudo se deben a una obstrucción en las arterias. Recientemente leí que los médicos que examinaron los cuerpos de los jóvenes que murieron en la guerra de Vietnam, descubrieron que muchos de ellos, aunque eran muy jóvenes, tenían las arterias obstruidas. Muchas personas, conscientes del peligro que representa tener obstrucciones en las arterias, se cuidan en su alimentación y se preocupan por hacer ejercicio para que sus vasos sanguíneos estén limpios. El problema del corazón físico nos ayuda a entender el problema del corazón psicológico. Hoy en día, hay millones de cristianos, pero, ¿cuántos de ellos están verdaderamente vivos? La mayoría de ellos no están vivos. La razón por la cual no están vivos es que las arterias de su corazón psicológico se hallan obstruidas. Esta obstrucción les ha causado la muerte espiritual.
Todos debemos preguntarnos si estamos saludables espiritualmente. Para estar saludables físicamente necesitamos un corazón fuerte. Del mismo modo, si queremos estar saludables espiritualmente también necesitamos tener un corazón fuerte. Todas las enfermedades espirituales tienen su origen en el corazón psicológico. Nuestro corazón psicológico puede tener diferentes problemas. Puede ser que tengamos problemas con respecto a la manera en que pensamos, a la manera en que amamos o aborrecemos, o a la manera en que ejercemos nuestra voluntad.
Si nuestro corazón psicológico es saludable, será muy activo para pensar, amar, aborrecer y decidir. Nuestro corazón es nuestro delegado. Eso significa que si somos activos, la mente, la parte emotiva y la voluntad de nuestro corazón, estarán muy activas. Sin embargo, si una persona no tiene un corazón muy activo, es posible que nos preguntemos si estará viva espiritualmente. Si está viva, ¿por qué no está activo su corazón? ¿Por qué no funciona su corazón de una manera normal, dado que éste es su delegado?
Yo puedo testificar que, pese a que soy una persona de edad, tengo un corazón muy activo. En mi interior hay muchos pensamientos, sentimientos y propósitos. Todo mi ser —espíritu, alma y cuerpo— se encuentra activo. Sin embargo, el delegado que realiza todas estas actividades no es el espíritu, el alma o el cuerpo, sino el corazón, en función de sus tres arterias principales, que son: la mente, la parte emotiva y la voluntad.
En Romanos 12:2 Pablo habla de la renovación de la mente. Así como el cuerpo representa la parte externa de nuestro ser, la mente representa la parte interna de nuestro ser. Según Romanos 12:1, nuestro cuerpo debe ser presentado en sacrificio a Dios, y nuestra mente necesita ser renovada. Ser renovado significa ser saturado de Dios. En esto consiste la santificación. De hecho, ser renovado equivale a ser santificado, y ser santificado equivale a ser transformado. Así, pues, nuestra mente necesita ser renovada, santificada y transformada.
En Efesios 3:17 Pablo dice: “Para que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones por medio de la fe, a fin de que, arraigados y cimentados en amor”. El amor está relacionado con la parte emotiva. Según este versículo, Cristo hace Su hogar en nuestros corazones, y nosotros somos arraigados y cimentados en Su amor. Esto indica que nuestra parte emotiva es conmovida por Su amor y que nosotros crecemos en este amor. El hecho de que nuestra parte emotiva sea llena del amor de Cristo es ciertamente un aspecto de la santificación. Además, cuando somos arraigados y cimentados en amor, podemos “conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento” (Ef. 3:19). Esto también está relacionado con la santificación de nuestro corazón, y más específicamente, con la santificación de nuestra parte emotiva. El hecho de que nuestra parte emotiva sea llena del amor de Cristo equivale a que sea saturada de Cristo. Sin duda, ésta es la santificación de nuestra parte emotiva.
Marcos 12:30 dice: “Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. Aquí se menciona el corazón, el alma y la mente, y el alma se menciona en segundo lugar, después del corazón y antes de la mente. Las tres partes del alma —la mente, la parte emotiva y la voluntad— también forman parte del corazón. Pero, ¿por qué en Marcos 12:30 no se menciona la parte emotiva ni la voluntad? La razón es que la parte emotiva y la voluntad están incluidas en el alma. ¿Por qué, entonces, se menciona la mente? La mente se menciona porque ella es la parte principal del corazón y del alma. De manera que, debemos amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente.
Marcos 12:30 también nos pide que amemos al Señor con todas nuestras fuerzas. La palabra “fuerzas” aquí alude a nuestro cuerpo físico. Así que, debemos amar al Señor con todas nuestras fuerzas y con todo nuestro corazón, nuestra alma y nuestra mente. Esto nos muestra que todo nuestro ser, tanto interior como exteriormente, deben ser ocupados por el Señor nuestro Dios y saturados de Él. Esto es lo que significa ser santificado, ser hecho santo.
Siento la carga de hacerles ver que, como cristianos que somos, como creyentes de Cristo, debemos ser vivientes. Si los creyentes hemos de ser vivientes, se requiere la participación de nuestro espíritu y de nuestro corazón. Doctrinalmente, tal vez digamos que podemos avivarnos ejercitando nuestro espíritu. Pero en la práctica, muchas veces parece que no funciona ejercitar nuestro espíritu. Muchos de nosotros podemos testificar que, a pesar de haber ejercitado nuestro espíritu, esto no siempre nos ha ayudado a avivarnos. La razón por la cual no nos ha ayudado en nada ejercitar nuestro espíritu es que el corazón ha permanecido inactivo. Esto significa que algo anda mal con respecto a nuestro corazón. Es posible que nuestra mente aún no haya sido renovada, santificada ni transformada, que no esté saturada del Señor ni ocupada por Él, y que, en lugar de ello, esté llena de cosas mundanas. Así que, por mucho que ejercitemos nuestro espíritu y exclamemos: “¡Alabado sea el Señor!”, es posible que nada suceda y no seamos avivados. Ejercitar el espíritu nos trae provecho únicamente cuando nuestro corazón está activo.
Si nuestro corazón está adormecido o aletargado, ejercitar nuestro espíritu para invocar el nombre del Señor no tendrá ningún efecto. Este ejercicio no será de ninguna ayuda mientras nuestro delegado, nuestro corazón, esté adormecido. Es por eso que debemos resolver todos los problemas de nuestro corazón. Esto implica resolver todos los problemas relacionados con nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad. Nuestra mente debe ser la mente de Cristo, nuestra parte emotiva debe ser saturada con el amor de Cristo y nuestra voluntad debe ser uno con Su voluntad. Si ésta es la condición de nuestro corazón, nuestro corazón será muy activo y diligente. De este modo, si invocamos al Señor y nuestro corazón está activo, nuestra invocación será muy eficaz.
Todos debemos pedirle al Señor que tenga misericordia de nosotros. Debemos orar, diciendo: “Señor, ten misericordia de mí. Quiero que mi mente sea renovada. Quiero que mi parte emotiva sea llena de Tu amor. Quiero también tener una voluntad que realmente sea uno con Tu voluntad”. Si tenemos un corazón así, entonces nuestro corazón, que es el delegado nuestro, será afirmado irreprensible en santidad, irreprensible en el estado de ser hecho santo.
Mientras Pablo escribía el capítulo tres de 1 Tesalonicenses, es muy probable que su intención fuera avanzar de lo interior, el corazón, hacia lo exterior, el cuerpo. Ésta es la razón por la cual nos exhorta a abstenernos de la fornicación y a poseer nuestro cuerpo en santificación y honor.
La fornicación es un pecado muy serio. Según la Biblia, el propósito de Satanás es usar el pecado para contaminar al hombre que Dios creó para Sí mismo. Cualquier vaso se contamina cuando se ensucia. Además, la utilidad de un vaso queda anulada cuando se ensucia y se contamina. Por ejemplo, nadie usaría una taza que esté sucia. Antes de poder usarla, es necesario limpiarla. Dios creó al hombre como un vaso puro, pero Satanás introdujo el pecado en el hombre con la intención de contaminarlo y arruinarlo. Y el pecado más contaminante de todos es la fornicación. Robar es pecaminoso y sucio, pero no contamina tanto al hombre como la fornicación. La fornicación perjudica el propósito de Dios, arruina el cuerpo humano y trae deterioro a la familia y a la sociedad. Nada perjudica tanto a la humanidad como la fornicación. Fue por ello que Pablo, después de hablar de la santificación del corazón, de nuestro interior, no pudo evitar hablar de nuestro cuerpo, la parte externa de nuestro ser.
La fornicación es un problema que se origina en un corazón variable, en un corazón que no ha sido afirmado. Si el corazón de usted ha sido afirmado, es difícil que Satanás lo induzca a cometer fornicación. Pero es muy fácil que aquellos que son fluctuantes y variables, caigan en la trampa de la fornicación.
Mientras Pablo escribía el capítulo tres, probablemente pensó que debía escribir acerca de la parte externa del ser de los creyentes. Tal vez se dijo a sí mismo: “Pablo, tú estás hablando solamente de la parte interna del ser. La fe tiene que ver con el corazón, y el amor, con la parte emotiva. Ambos están relacionados con la parte interna del ser. Pero, ¿qué del cuerpo, la parte externa?”. Pablo era un escritor excelente; cuando él escribía sobre algún asunto, lo hacía de manera exhaustiva. Por ello, al abordar el tema de la santificación que atañe a la parte externa de nuestro ser, él habla del pecado más contaminante, el pecado de la fornicación.
Manténgase lejos de la fornicación. Si usted cae en fornicación, le abrirá puertas a toda índole de corrupción. El terrible pecado de la fornicación ha destruido tanto a creyentes como a incrédulos. Es por ello que Pablo les manda a los creyentes que se abstengan de la fornicación, y les dice además que la santificación es la voluntad de Dios. Ya que la voluntad de Dios es guardarnos continuamente en santificación, nosotros debemos abstenernos de todo lo que sea inmundo, para que el cuerpo sea guardado.
Ahora quisiera dirigirme a los jóvenes. Como cristianos, tal vez necesitemos leer el periódico para enterarnos de la situación mundial. Yo leo el periódico casi todos los días; sin embargo, hay ciertas páginas que yo nunca leería porque son muy contaminantes. Una vez que su mente se contamine al mirar cierta foto, le será muy difícil deshacerse de ese elemento contaminante. Asimismo, tampoco debiéramos escuchar cierto tipo de conversaciones ni asociarnos con cosas impuras. Pero por encima de todo, debemos abstenernos de la fornicación. Debemos cuidar, guardar, salvaguardar, nuestro vaso limpio en santificación delante de Dios. Nuestro vaso debe ser santo, apartado y saturado de Dios, y también debe ser guardado en honor delante de los hombres.
Dios creó al hombre con honor, pues el hombre fue hecho a la imagen de Dios. Por consiguiente, debemos expresar a Dios y representarlo. Ésta es la posición más honorable que se nos ha concedido. El matrimonio es un asunto santo y honorable, y tiene como fin cumplir el propósito de Dios. Es por eso que la Biblia nos dice que debemos honrar el matrimonio. En cambio, la fornicación destruye la humanidad y hace que el que cae en ella pierda su honor. Por ello debemos guardar nuestro cuerpo limpio en santificación y honor.
Creo que hemos percibido la carga que había en el espíritu de Pablo mientras escribía los capítulos tres y cuatro de 1 Tesalonicenses. Primero, él habló de la parte interna del ser de los creyentes, representada por el corazón, y luego, habló de la parte externa, representada por el cuerpo. Con respecto a nuestro interior, nuestro corazón necesita ser afirmado en santidad, y exteriormente, nuestro cuerpo debe ser guardado en santificación y honor. Esto es lo que significa llevar una vida santa, y esta vida santa tiene como objetivo la vida de iglesia. Si nuestro corazón es afirmado irreprensible en santidad y nuestro cuerpo es guardado limpio en santificación y honor, entonces, de una manera práctica, llevaremos una vida santa para la vida de iglesia.