Mensaje
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Lectura bíblica: 2 Co. 5:1-8
En 2 Corintios 5 se da continuidad a la descripción de los ministros del Nuevo Testamento. Esta descripción empezó en 2 Co. 3:12, con lo dicho en cuanto a la constitución intrínseca de los ministros. En el capítulo cuatro vemos la manera en que estos ministros se comportan (2 Co. 4:1-6), y en él también se presenta un relato acerca de su modo de vivir (2 Co. 4:7-18). Ellos estaban constituidos del Dios Triuno, se comportaban de tal manera que hacían resplandecer el evangelio de la gloria de Cristo y llevaban una vida crucificada que manifestaba la vida de resurrección. En 5:1-8 vemos otra característica: su anhelo por revestirse del cuerpo transfigurado.
Al mismo tiempo que los ministros del nuevo pacto se conducían conforme a su constitución interna y llevaban una vida crucificada con miras a manifestar la vida de resurrección, ellos anhelaban, deseaban, ser revestidos del cuerpo transfigurado e incluso aspiraban a ello. Esto significa que anhelaban la redención de su cuerpo. Su espíritu había sido regenerado, y su alma había sido renovada y transformada, pero todavía existía un problema relacionado con su cuerpo caído y mortal. Este cuerpo representaba una carga para ellos. Ellos suspiraban, gemían, bajo esta carga. Ellos no tenían ningún problema en su espíritu ni en su alma. En su alma se había forjado el elemento divino. Pero aun tenían un problema con el cuerpo mortal.
En la salvación plena y completa que Dios efectúa, hay un asunto que se encarga de nuestro cuerpo mortal, a saber, la transfiguración. La transfiguración cambia nuestro cuerpo mortal en un cuerpo de gloria, como el cuerpo resucitado del Señor Jesús. Este aspecto de la salvación que Dios efectúa es muy prometedor; es la esperanza de gloria.
Después de presentarnos un claro panorama de la manera en que el Dios Triuno se había forjado en los ministros del nuevo pacto y de cómo ellos se conducen con miras a que resplandezca el evangelio y cómo llevan una vida crucificada, Pablo habla del anhelo que ellos tienen de que su cuerpo caído sea redimido. Sin embargo, en esta epístola, Pablo no habla de la redención de nuestro cuerpo, expresión que usa en Romanos 8; más bien, él escoge otra palabra, una expresión un poco más profunda.
En 2 Corintios 5:1 leemos: “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshace, tenemos de Dios un edificio, una morada no hecha de manos, eterna, en los cielos”. La palabra “porque” indica que lo que sigue es una explicación de lo tratado en 4:13-18. En este capítulo, el apóstol nos describe cómo los apóstoles aspiraban a la redención de sus cuerpos (Ro. 8:23), y habla de su ambición y su determinación de agradar al Señor (2 Co. 5:9-15) y de la comisión que habían recibido del Señor con relación a Su nueva creación (vs. 16-21). A ellos les interesaban las cosas que no se ven, y no las cosas que se ven.
La palabra “terrestre” del versículo 1 no significa hecho de tierra, sino que está en la tierra. La palabra “tabernáculo” indica que nuestro cuerpo físico, en el cual mora nuestra persona, no sólo nos es necesario para nuestra existencia, sino también para la adoración que rendimos a Dios (véase 1 Co. 6:19). La palabra “edificio” denota un edificio que tiene un fundamento, en contraste con el tabernáculo, el cual no tenía fundamento. Este edificio es de Dios, procede de Dios, es una “morada”, la cual es nuestro cuerpo espiritual (1 Co. 15:44). En contraste con lo que está en la tierra, se trata de una casa en los cielos.
La expresión “morada-tabernáculo” no es nada común. Nuestro cuerpo es una morada y también un tabernáculo. La palabra tabernáculo indica que la morada es temporal. No es un edificio con fundamentos, sino un tabernáculo similar al que se erigió en el desierto. Como lo indica Pablo, un día esta morada-tabernáculo, se deshará. Aquí Pablo no dice simplemente que nuestro cuerpo morirá; más bien, habla de que la morada-tabernáculo terrestre se deshará. Cuando esto suceda, tendremos un edificio de parte de Dios, y no otro tabernáculo. Este edificio será sólido y tendrá fundamentos. Además, esta morada no es los cielos, sino que está en los cielos, en contraste con estar en la tierra.
Este edificio será nuestro cuerpo resucitado y transfigurado, el cuerpo espiritual mencionado en 1 Corintios 15. Ahora nuestro cuerpo es un cuerpo anímico, pero un día será transfigurado en un cuerpo espiritual. Como cuerpo anímico, es animado ahora por el alma, pero cuando llegue a ser un cuerpo espiritual, será dirigido por el espíritu. Dicho edificio se convertirá en nuestra morada, una morada hecha no con manos humanas, sino que proviene de Dios, una morada en los cielos.
En el versículo 2 Pablo dice: “Y en este tabernáculo también gemimos, deseando ser revestidos de nuestra habitación celestial”. “Ser revestidos” significa ser transfigurados y conformados al cuerpo de la gloria de Cristo. Los apóstoles anhelaban esto. Nuestra morada, la cual es del cielo, o que procede del cielo, alude a la morada en los cielos del versículo 1.
En nuestro espíritu nos regocijamos, y en nuestro cuerpo gemimos. Si desea regocijarse, entre a su espíritu. Pero si quiere gemir o suspirar, permanezca en el cuerpo. Como dice Pablo, en el cuerpo, gemimos, deseando ser revestidos de nuestra habitación celestial. Puesto que todavía no tenemos la experiencia de ser revestidos de esta manera, no podemos hablar mucho de ello. Sabemos qué es regocijarnos en el espíritu y gemir en el cuerpo, pero no sabemos lo que significa ser revestidos del cuerpo resucitado, espiritual y celestial. Sin embargo, según lo que se profetiza en el Nuevo Testamento, un día seremos revestidos de ese cuerpo. Éste es uno de los legados del Nuevo Testamento. Tengo la plena confianza de que esto sucederá y lo estoy esperando.
El versículo 3 dice: “Para que, estando así vestidos, no seamos hallados desnudos”. Estar desnudos significa carecer del cuerpo. Una persona que ha muerto, habiendo sido separada del cuerpo, está desnuda, o sea, no tiene el cuerpo que la cubre delante de Dios. Los apóstoles esperaban ser transfigurados en su cuerpo, esto es, ser revestidos de un cuerpo espiritual para encontrarse con el Señor antes de morir y ser separados del cuerpo, a fin de no ser hallados desnudos.
Muchos cristianos piensan que una vez que muere uno que ha creído en Cristo, se irá al cielo. Si esto es cierto, entonces en el cielo hay una gran cantidad de personas desnudas, porque los que han muerto, están separados de su cuerpo. Pero Dios no permitirá que personas desnudas entren en Su presencia. El Antiguo Testamento dice que una persona indebidamente vestida no puede entrar en la presencia de Dios. Los sacerdotes, particularmente, tenían que llevar un vestido largo, lo cual era un tipo de la realidad. Si deseamos estar en la presencia de Dios, no podemos encontrarnos desnudos, es decir, no podemos separarnos de nuestro cuerpo.
Cuando Pablo dice que no quería ser hallado desnudo, eso significa que él no quería morir. Morir equivale a estar desnudo. El deseo de Pablo era ser revestido y así no ser hallado desnudo. Por supuesto, una vez transfigurados nuestros cuerpos, ninguno de nosotros será hallado desnudo; más bien, viviremos eternamente. El punto importante es que en el versículo 3, estar desnudo significa morir.
En el versículo 4 Pablo dice: “Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos abrumados; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida”. “Abrumados” aquí significa agobiados, deprimidos, oprimidos. Los apóstoles gemían en su deseo de no ser desnudados, separados del cuerpo, es decir, en su deseo de no morir sino de revestirse, de ponerse del cuerpo espiritual. Esto es lo que significa el que nuestro cuerpo sea transfigurado (Fil. 3:21), que sea redimido (Ro. 8:23).
En el versículo 4, “lo mortal” denota nuestro cuerpo mortal (2 Co. 4:11; Ro. 8:11; 1 Co. 15:53). El que nuestro cuerpo mortal sea “absorbido por la vida” significa que es transfigurado al absorber la vida de resurrección la muerte que está en nuestro cuerpo mortal (1 Co. 15:54).
Nuestro cuerpo caído y mortal representa una gran carga para nosotros. Bajo el peso de esta carga, gemimos, no por encontrarnos desvestidos o hallarnos desnudos, sino por desear ser revestidos de un cuerpo transfigurado.
Pablo no quería morir, pero sí anhelaba ser arrebatado. Él quería ser revestido del cuerpo espiritual, es decir, quería que su cuerpo fuera transfigurado; pues entonces lo mortal sería absorbido por la vida. Cuando seamos arrebatados, transfigurados y revestidos del cuerpo celestial, espiritual y resucitado, lo mortal será absorbido por la vida. Éste era el anhelo de Pablo, pero la mayoría de nosotros todavía no hemos llegado a esta etapa en nuestra vida cristiana. Por el contrario, es posible que los jóvenes prefieran permanecer en la tierra. Sin embargo, aquellos que son mayores desean ser arrebatados.
El versículo 5 dice: “Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado en arras el Espíritu”. La palabra griega traducida “hizo” también puede ser traducida elaboró, formó, preparó, dispuso. Dios nos hizo, nos elaboró, nos formó, nos preparó, nos dispuso con el propósito de que nuestro cuerpo mortal sea absorbido por la vida de resurrección. De esta manera, todo nuestro ser será saturado de Cristo. Dios nos ha dado el Espíritu para que sea las arras, la prenda, el anticipo, la garantía, de esta parte maravillosa de Su salvación completa, la cual Él ha preparado para nosotros en Cristo.
¿De qué manera nos preparó Dios? Primero, Él mismo se sembró en nuestro ser. Esto lo indica la parábola del sembrador presentado en Mateo 13. El Señor Jesús vino como sembrador para sembrarse a Sí mismo en nosotros. Nuestro corazón es la tierra donde Cristo ha de crecer. Un día, Cristo crecerá en nosotros y saturará todo nuestro ser. Esta es la preparación necesaria para que Cristo sature nuestro cuerpo. Por una parte, cuando seamos transfigurados, seremos revestidos de un cuerpo espiritual exteriormente. Por otra parte, el ser transfigurados significa que el Cristo que mora en nosotros satura nuestro cuerpo y absorbe el elemento de muerte que hay en él. Cristo se sembró en nuestro espíritu y en nuestro corazón, y ahora Él satura nuestra alma. Un día Él se extenderá del alma al cuerpo y saturará el cuerpo. Cuando nuestro cuerpo sea plenamente saturado, llegará a ser un nuevo cuerpo, un nuevo edificio, con el cual seremos revestidos.
Según el versículo 5, Dios, que nos hizo para esto mismo, nos ha dado las arras del Espíritu. El Espíritu es la garantía de que Dios cumplirá esto. El Espíritu es Cristo, y Cristo es la corporificación de Dios. De hecho, Dios mismo ha entrado en nuestro ser como garantía de que Él cambiará nuestro cuerpo y que seremos totalmente conformados a Cristo en resurrección.
En el versículo 6, Pablo dice además: “Así que estando siempre llenos de buen ánimo, y sabiendo que mientras sea el cuerpo nuestro domicilio, estamos en tierra extranjera lejos del Señor”. Nuestro cuerpo está en la esfera material; el Señor está en la esfera espiritual. En este sentido, estamos ausentes del Señor cuando estamos presentes en nuestro cuerpo.
El versículo 7 dice: “(Porque por fe andamos, no por vista)”. La vista alude a las cosas que se ven. Los apóstoles regulan sus vidas y andan por fe, como se menciona en Hebreos 11, y no por las cosas que se ven. De esta manera se dan cuenta de que mientras están en su cuerpo físico, están ausentes del Señor. Esto corresponde a lo dicho en 4:18.
Hoy casi toda la humanidad anda por vista. Los médicos, los científicos y los profesores son los primeros en andar por lo que ven. Cuando hablamos de un edificio en los cielos, un edificio eterno hecho por Dios, consideran esto una insensatez. Pero un día se comprobará que ellos están equivocados al dudar de esta verdad y que nosotros tenemos razón al creerla. Tendremos un cuerpo celestial. Y hasta el día en que seamos transfigurados, andaremos por fe, no por vista, no por lo que vemos.
En el versículo 8, Pablo declara: “Estamos, pues, llenos de buen ánimo, y preferiríamos más bien estar fuera del cuerpo, y habitar con el Señor”. Estar fuera del cuerpo significa morir, es decir, estar fuera de la esfera material y estar con el Señor en la esfera espiritual. Los apóstoles, quienes siempre son perseguidos a muerte (1:8-9; 4:11; 11:23; 1 Co. 15:31), prefieren morir para ser librados del cuerpo que los encierra, a fin de habitar con el Señor en una esfera mejor (Fil. 1:23).
Mientras los apóstoles vivían conforme a su constitución espiritual para hacer resplandecer la gloria del evangelio, y mientras llevaban una vida crucificada, anhelaban continuamente ser revestidos de un cuerpo celestial. Deseaban ser arrebatados, ser transfigurados. Esto es una descripción de los ministros del nuevo pacto. Ellos son personas que no pertenecen a la tierra; más bien, ellos pertenecen a otra esfera y viven en ella. Aunque se encuentran en la tierra, aspiran a estar en otra esfera. Su deseo es ser revestidos de otro cuerpo y estar en otra morada con el Señor.