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Mensajes del libro «Estudio-Vida de 2 Corintios»
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LA MUERTE QUE OPERABA EN JESÚS, Y LA RENOVACIÓN DEL HOMBRE INTERIOR

(2)

  Lectura bíblica: 2 Co. 4:10-18

  En 4:10 Pablo dice: “Llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos”. En este versículo Pablo habla de llevar “la muerte de Jesús” [la muerte continua que el Señor Jesús padeció]. ¿Por qué usa esta expresión aquí? Para contestar esta pregunta, debemos considerar una vez más quién es Jesús.

  El origen, la fuente, del hombre Jesús es Dios. Jesús es el Dios encarnado, el Dios que fue concebido en el vientre de una virgen. Exteriormente, Jesús es un hombre, pero interiormente, Él es Dios. Por tanto, la persona de Jesús no es nada sencilla. Este nazareno es una persona maravillosa. Cuando estaba en la tierra, exteriormente Él era una persona humilde en todos los aspectos. Nació en un pesebre, y se crió en la casa de un carpintero pobre en la menospreciada ciudad de Nazaret. Sin embargo, interiormente, Jesús era glorioso, porque Dios el Altísimo estaba en Él. Exteriormente, Jesús era un hombre humilde; interiormente, Él era Dios el Altísimo. Verdaderamente Jesús es maravilloso.

LA MUERTE DE JESÚS

  Ahora debemos ver algo acerca de la muerte de Jesús. Cuando muchos cristianos mencionan la muerte de Cristo, ellos se limitan al aspecto de la redención. Según su concepto, la muerte de Jesús sirvió únicamente para la redención. A menudo, citan el versículo que declara: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Jn. 1:29). Indudablemente, es cierto que la muerte de Cristo sirvió para realizar la redención. Lo creemos tanto como lo creen los demás cristianos, tal vez aún más. No obstante, la redención no es más que un solo aspecto de la muerte de Cristo. Su muerte tiene también muchos otros aspectos.

  En el cuarto capítulo de 2 Corintios no vemos el aspecto de la obra redentora, ni el de la impartición de vida, sino el de una obra destructora y consumidora. Según este capítulo, la muerte de Jesús tiene por objetivo consumir, desmoronar, nuestro hombre exterior. Por esta razón Pablo declara en 4:16 que “nuestro hombre exterior se va desgastando”.

  A pesar de que el hombre Jesús era Dios encarnado, es decir, Dios hecho hombre, fue necesario que Su hombre exterior fuera consumido. Según Su condición exterior, el Señor Jesús era un hombre humilde, pero en el sentido espiritual, el Señor Jesús no era un hombre insignificante. Por el contrario, Jesús representaba toda la vieja creación. Cuando Él fue crucificado, no fue solamente un hombre de Nazaret quien murió en la cruz, sino que toda la vieja creación fue crucificada también, incluyéndonos a todos nosotros. El Señor Jesús murió para cumplir el propósito eterno de Dios, no solamente para efectuar la redención.

  La primera meta del propósito eterno de Dios es darle fin a la vieja creación. El Señor Jesús es Dios hecho carne y, como tal, formaba parte de la vieja creación. En el proceso de la encarnación, Él no vino a ser un hombre de la nueva creación, sino un hombre de la vieja creación, un hombre que necesitaba ser consumido.

  A la edad de treinta años, el Señor Jesús empezó a ministrar. Durante los tres años y medio de Su ministerio, a Él se le daba muerte continuamente. Como hombre maduro de treinta años, continuamente experimentaba el proceso de muerte. No debemos pensar que Jesús fue crucificado solamente durante las seis horas en que estuvo sobre aquella cruz material. No, Él fue crucificado a diario durante por lo menos tres años y medio. Cada día llevaba una vida crucificada.

  El Señor Jesús era clavado en la cruz a diario. A veces era crucificado por Su madre. Otras veces, lo crucificaba Pedro o algún otro discípulo. A Jesús lo clavaba en la cruz incluso el amor de Sus discípulos. Por ejemplo, cuanto más amaba Pedro al Señor Jesús, más lo crucificaba. Por tanto, antes de ser literalmente crucificado por los romanos, Jesús había sido crucificado repetidas veces por Su madre, Sus hermanos y Sus discípulos. En Juan 7, encontramos un ejemplo de cómo el Señor fue crucificado por Sus hermanos.

  De hecho, durante los tres años y medio del ministerio del Señor Jesús, por la mayor parte Él no sólo vivía, sino que moría. Él llevó una vida crucificada. Esto es lo que quiere decir Pablo cuando hace referencia a la muerte de Jesús. Se trata de una crucifixión lenta, gradual y continua.

  Ahora podemos entender que el Señor Jesús fue crucificado no solamente durante las seis horas que Él estuvo en aquella cruz material. Por lo menos durante tres años y medio, Él era crucificado continua, gradual y lentamente. A esta clase de muerte hace referencia Pablo en 4:10.

MORIR A DIARIO

  Los apóstoles fueron designados por el Señor para que fuesen Sus seguidores. Ellos no fueron designados por Él para que realizaran una gran obra al seguir a un Cristo de gran porte exterior, sino que fueron designados para que llevaran cierta clase de vida. Habían de seguir al hombre Jesús y así llevar la vida que este hombre pequeño vivió. Ésta no es una vida que la gente recibe con gusto; es una vida que es rechazada, una vida que siempre es crucificada, a la cual siempre se le da muerte. Jesús llevó esta clase de vida, y Sus seguidores, los apóstoles, también la llevaron. Ésta es la razón por la que Pablo dice que siempre llevaban en el cuerpo la muerte de Jesús.

  Seguir a Jesús de Nazaret implica ser aniquilado; no supone realizar una gran obra. Además, el ser hecho mártir en un instante es algo bastante fácil, pero morir gradual, lenta y constantemente es algo sumamente difícil. La muerte gradual acarrea más sufrimientos que la casi instantánea muerte de un mártir. Al Señor Jesús, durante por lo menos tres años y medio, se le aplicó una muerte gradual. Ésta fue también la experiencia de Pablo durante un largo período. Adondequiera que él iba, experimentaba en su cuerpo la muerte de Jesús. Refiriéndose a esto, él dice en 1 Corintios 15:31: “Cada día muero”. Aquí Pablo parece decir: “En lugar de vivir, en realidad muero día tras día. Estoy pasando por una muerte lenta, gradual y continua”. A esta muerte continua se refiere Pablo cuando menciona la muerte que operaba en Jesús.

EL HOMBRE EXTERIOR ES CONSUMIDO

  Llevar la muerte de Jesús tiene como fin consumir la vieja creación que forma parte de nosotros. Cuando Jesús, el Hijo de Dios, se hizo hombre, Él tenía una parte exterior, que representaba la vieja creación, y una parte interior, que representaba al Dios eterno. La parte exterior era consumida, se le daba muerte, pero la parte interior era levantada, resucitada. Esto fue así en el caso del Señor Jesús, fue así en el caso de los apóstoles y es así en el caso de todos los creyentes.

  Mediante nuestro nacimiento natural, llegamos a ser personas de la vieja creación, y por medio de la regeneración, hemos llegado a ser personas de la nueva creación. Como personas regeneradas, todavía poseemos una parte externa que representa la vieja creación. Esta parte debe de ser consumida, desmoronada, acabada. Pero al mismo tiempo, tenemos una parte interior que representa al Dios eterno, y esta parte debe ser desarrollada, resucitada y renovada.

  La muerte de Jesús, mencionada en 4:10, está relacionada con el hombre exterior, el cual debe ser consumido. En todos nosotros, como creyentes genuinos, hay una parte que Pablo describe como el hombre exterior. Este hombre exterior se va desgastando; está siendo consumido, desmoronado, acabado. Este desgastamiento del hombre exterior es la misma muerte que operaba en Jesús. Por tanto, llevar la muerte de Jesús es sinónimo de experimentar que nuestro hombre exterior sea consumido. En el recobro del Señor, experimentamos la muerte de Jesús para que el hombre exterior sea consumido. Estamos pasando por un proceso de muerte, un proceso en el que se le da muerte al hombre exterior.

  Supongamos que cierto hermano joven es muy inteligente. En muchos grupos cristianos, a este joven inteligente se le admiraría y aun se le exaltaría. Sin embargo, en la vida de iglesia en el recobro del Señor, en lugar de ser entronizado, él experimentará la muerte de Jesús. En el recobro, parece que cuanto más inteligente es una persona, más es clavada en la cruz.

  Esta obra de crucifixión a menudo la lleva a cabo el Señor por medio de los que nos rodean, especialmente los que integran nuestra vida familiar. Por ejemplo, antes de que una hermana joven llegara a la vida de iglesia, es posible que su marido rara vez le hiciera pasar malos ratos. Pero ahora que ella está en el recobro, pareciere que su marido se ha vuelto muy difícil. Esta hermana no debe culpar a su marido. El Señor todopoderoso, que está en el trono, usa al marido de esta hermana para consumir en ella la vieja creación, el hombre exterior. Es como si el Señor le haya encargado al marido la tarea de llevar a cabo la obra de clavar en la cruz a su esposa. La hermana quizás llore y clame al Señor, diciéndole que ya no puede soportar eso. No obstante, todavía le hace falta experimentar mucho más de esta obra de crucifixión, y la hermana debe prepararse para ello. El Señor tal vez use al marido para clavarle un clavo, y a los hermanos y hermanas, e incluso a los ancianos de la iglesia, para clavarle muchos otros clavos. Entonces la hermana quizás diga: “No puedo soportar esta situación con mi marido ni con la iglesia. ¿Por qué los ancianos me causan tantas dificultades?” La razón es que el Señor usa diferentes personas para clavar a esta hermana en la cruz, es decir, para consumir su hombre exterior.

  Cuando algunos santos no están contentos con la iglesia de su localidad, quieren mudarse a otra parte. Puesto que los santos los clavan en la cruz, o sea, les dan muerte, quieren ir a otra iglesia donde, según ellos, la situación será diferente. De hecho, si se mudan con el propósito de evadir la muerte de Jesús, quizás les espere una cuota aun mayor de esta experiencia en otra localidad.

  Si usted no puede sobrepasar la situación que vive con la iglesia de su localidad, eso indica que tampoco logrará estar bien en ninguna otra iglesia local. En lugar de mudarse de un lugar a otro, quédese simplemente donde está y permita que los santos le den muerte.

  Además, el hecho de que usted llora a causa de su situación indica que todavía no ha sido crucificado. Una persona muerta no derrama ninguna lágrima. Si todavía llora a causa de la experiencia de ser consumido, eso indica que usted necesita experimentar más de la muerte de Jesús. Permanezca donde está hasta que haya sido plenamente crucificado.

NUESTRO DESTINO FINAL: LA RESURRECCIÓN

  Al oír estas palabras acerca de llevar la muerte de Jesús, algunos dirán: “¡Oh, qué terrible destino nos espera en el recobro del Señor! Estamos siendo crucificados, consumidos, muertos”. Es nuestro destino llevar la muerte de Jesús, pero no es nuestro destino final. Nuestro destino final es la resurrección. A los que no estén dispuestos a ser crucificados, les tocará sufrir. Pero los que estén dispuestos a ser crucificados, experimentarán gozo; se regocijarán en la resurrección.

  En 4:14 Pablo dice claramente que nuestro destino final es la resurrección: “Sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos presentará aprobados juntamente con vosotros”. Aquí Pablo no habla de ser sepultados juntamente con Jesús o de ser crucificados con Él, sino de ser levantados, resucitados, con Jesús. Ésta es una declaración de victoria, e indica que la resurrección es nuestro destino final.

  Pareciera que la vida de iglesia en el recobro del Señor es un altar, un matadero. Pero de hecho, la vida de iglesia es un disfrute que se experimenta en resurrección. Desde el momento mismo en que nos disponemos a ser crucificados, podemos experimentar este gozo en resurrección. Luego, tal vez nos lamentemos por habernos rehusado a ser clavados en la cruz en el pasado. Tal vez pensemos: “Si yo hubiera estado dispuesto a recibir más clavos, ¡cuánto más gozo tendría ahora!” Puesto que nuestro destino final es la resurrección, no debemos llorar porque se nos aplique la muerte de Cristo. Antes bien, con espíritu fuerte, debemos regocijarnos en la resurrección.

EL ESPÍRITU DE FE

  En 2 Corintios 4:13 se dice: “Y teniendo el mismo espíritu de fe conforme a lo que está escrito: ‘Creí, por lo cual hablé’, nosotros también creemos, por lo cual también hablamos”. Este espíritu es el espíritu mezclado, el Espíritu divino mezclado con el espíritu humano regenerado.

  Tanto Alford como Vincent, en sus comentarios sobre este versículo, hablan del espíritu mezclado, pero de una manera un tanto vaga. Alford dijo: “No exclusivamente el Espíritu Santo; pero, por otro lado, no meramente una inclinación humana: el Espíritu Santo que mora en nosotros penetra y caracteriza a todo el hombre renovado”. Por una parte, Alford habla del Espíritu Santo, pero por otra, él indica que algo humano, representado por la palabra inclinación, queda también implícito. De hecho, a lo que se refería Alford era al espíritu humano. Vincent declara: “Espíritu de fe: no exclusivamente el Espíritu Santo, ni tampoco, por otro lado, una facultad o inclinación humana, sino una mezcla de los dos”. Los comentarios de Vincent representan una ampliación de lo que dijo Alford. La palabra “facultad” ciertamente es mejor que la palabra “inclinación”. Además, Vincent habla de la mezcla del Espíritu con una facultad humana específica. En realidad, esta mezcla es la mezcla del Espíritu Santo con nuestro espíritu humano.

  Actualmente contamos con una expresión más clara y concreta. No necesitamos usar la palabra inclinación o facultad para describir al espíritu de fe de 4:13, pues sabemos que este espíritu es nuestro espíritu mezclado con el Espíritu Santo. Debemos ejercitar este espíritu para creer y hablar, como lo hizo el salmista (Sal. 116:10), las cosas que hemos experimentado del Señor, especialmente Su muerte y resurrección. La fe está en nuestro espíritu, el cual está mezclado con el Espíritu Santo, y no en nuestra mente. Las dudas se encuentran en nuestra mente. El espíritu en este contexto indica que es por el espíritu mezclado que los apóstoles llevaban una vida crucificada en resurrección a fin de llevar a cabo su ministerio.

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