Mensaje
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Lectura bíblica: 2 Co. 5:1-21
En el mensaje anterior abarcamos varios asuntos importantes de 2 Corintios 5, los cuales son: aspirar a tener un cuerpo transfigurado, empeñarse uno en serle de agrado al Señor, vivir para el Señor y ser una nueva creación. En el versículo 17, Pablo habla de la nueva creación: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva creación es; las cosas viejas pasaron; he aquí son hechas nuevas”. La vieja creación no posee la vida y la naturaleza divinas, pero la nueva creación, constituida de los creyentes, quienes renacieron de Dios, sí posee la vida y la naturaleza divinas (Jn. 1:13; 3:15; 2 P. 1:4). Por tanto, los creyentes son una nueva creación (Gá. 6:15), no según la vieja naturaleza de la carne, sino según la nueva naturaleza de la vida divina. Las palabras “he aquí” del versículo 17 nos llaman a observar el cambio maravilloso de la nueva creación.
En los versículos del 18 al 20, Pablo habla del ministerio de la reconciliación: “Mas todo proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; a saber, que en Cristo Dios estaba reconciliando consigo al mundo, no imputándoles a los hombres sus delitos, y puso en nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, exhortándoos Dios por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios”. Debemos leer estos versículos detenidamente. Las palabras “así que” del versículo 20 unen el versículo 20 a los versículos anteriores. Según el versículo 20, los embajadores de Cristo son uno con Dios; son semejantes a Dios, y exhortan como Dios. Su palabra es la palabra de Dios, y lo que hacen es la acción de Dios. Además, las palabras “en nombre de Cristo” significan en representación de Cristo. Como personas que representan a Cristo, los apóstoles eran embajadores de Él. Hoy en día un embajador es una persona autorizada para representar su gobierno. Asimismo, los apóstoles eran autorizados por Cristo para representarle y realizar la obra de la reconciliación.
La forma en que Pablo redacta 5:20 no es común. Después de decir que son “embajadores”, declara que Dios exhorta por medio de ellos. Es como si Pablo dijera: “Somos embajadores de Cristo y estamos realizando una obra de reconciliación. Es como si Dios os exhortara a vosotros por medio de nosotros. Nosotros somos uno con Cristo y uno con Dios. Cristo es uno con nosotros, y Dios también es uno con nosotros. Por tanto, Dios, Cristo y nosotros, los apóstoles, todos somos uno”. El ministerio del nuevo pacto es un ministerio en el que Dios, Cristo y los ministros son uno.
Lo que Pablo dice en el versículo 20 es fuerte y enfático. Él declara: “Somos embajadores..., exhortándoos Dios por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios”. Dios, Cristo y los apóstoles eran uno en llevar a cabo el ministerio de la reconciliación.
Lo que escribe Pablo en el versículo 20 acerca de ser reconciliados con Dios no está dirigido a los pecadores, sino a los creyentes que estaban en Corinto. Estos creyentes ya habían sido reconciliados con Dios, pero sólo en parte; no habían sido reconciliados plenamente. No sería cierto afirmar que los creyentes corintios no habían sido reconciliados con Dios en absoluto. En el primer capítulo de 1 Corintios Pablo se refiere a ellos como santos, como personas que habían sido llamadas por Dios a la comunión de Su Hijo. Así que, ciertamente ellos habían sido reconciliados con Dios hasta cierto grado; probablemente habían sido reconciliados con Él a medias.
Los libros de 1 y 2 Corintios demuestran que los creyentes de Corinto, después de ser reconciliados parcialmente con Dios, seguían viviendo en la carne, en el hombre exterior. Entre ellos y Dios quedaba el velo separador de la carne, del hombre natural. Este velo corresponde al velo que estaba en el tabernáculo, el velo que separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo; no se refiere al velo que se hallaba a la entrada del Lugar Santo. Los creyentes de Corinto quizás se hallaban en el Lugar Santo, mas no estaban en el Lugar Santísimo. Esto significa que todavía estaban separados del lugar donde se encontraba a Dios. Por tanto, no habían sido reconciliados con Dios de manera completa.
En el versículo 19, es el mundo el que debe reconciliarse con Dios, mientras que en el versículo 20, son los creyentes, aquellos que ya habían sido reconciliados con Dios, los que debían ser aún más reconciliados con Él. Esto indica claramente que se requieren dos pasos para que los hombres sean completamente reconciliados con Dios. El primer paso consiste en que los pecadores sean reconciliados con Dios de tal modo que sean separados del pecado. Con este propósito Cristo murió por nuestros pecados (1 Co. 15:3), dando por resultado que Dios nos perdonara los pecados. Éste es el aspecto objetivo de la muerte de Cristo. En este aspecto Él llevó nuestros pecados en la cruz para que Dios los juzgara en Cristo por causa de nosotros. El segundo paso consiste en que los creyentes que viven en la vida natural, sean reconciliados con Dios de tal modo que ya no vivan en la carne. Con este propósito Cristo murió por nosotros, dando por resultado que vivamos para Él en la vida de resurrección (2 Co. 5:14-15). Éste es el aspecto subjetivo de la muerte de Cristo. En este aspecto, Él fue hecho pecado por nosotros para ser juzgado y eliminado por Dios a fin de que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él. Por medio de los dos aspectos de la muerte de Cristo, Él ha reconciliado completamente con Dios al pueblo escogido de Dios.
Estos dos pasos de reconciliación son representados claramente por los dos velos del tabernáculo. El primer velo es llamado “la rejilla” (Ex. 26:36, heb.). Un pecador era llevado a Dios mediante la reconciliación de la sangre propiciatoria para que entrara en el Lugar Santo a través de esta rejilla. Esto tipifica el primer paso de la reconciliación. El segundo velo (Ex. 26:31-35; He. 9:3) todavía lo separaba de Dios, quien estaba en el Lugar Santísimo. Este velo tenía que ser rasgado para que el pecador pudiera ser traído a Dios, quien estaba en el Lugar Santísimo. Éste es el segundo paso de la reconciliación. Los creyentes corintios habían sido reconciliados con Dios, habiendo pasado el primer velo y entrado en el Lugar Santo. No obstante, todavía vivían en la carne. Tenían que pasar el segundo velo, el cual ya había sido rasgado (Mt. 27:51; He. 10:20), para poder entrar en el Lugar Santísimo y vivir con Dios en su espíritu (1 Co. 6:17). La meta de esta epístola es conducir a los corintios hasta este punto para que sean personas que vivan en el espíritu (1 Co. 2:14), en el Lugar Santísimo. Esto es lo que el apóstol quería decir con la expresión: “Reconciliaos con Dios”.
En el Antiguo Testamento, cuando un pecador se presentaba ante Dios, él primero tenía que ir al altar para que sus pecados fueran perdonados por medio de la sangre de la ofrenda por el pecado. Después de experimentar el perdón de los pecados, él podía entrar al Lugar Santo. Éste es el primer paso de la reconciliación, el paso por el cual un pecador empieza a ser reconciliado con Dios. Ésta era la situación de los creyentes de Corinto, y es también la situación de la mayoría de los cristianos genuinos de hoy. Sólo en parte hemos sido reconciliados con Dios por medio de la cruz sobre la cual Cristo murió como nuestra ofrenda por el pecado, y donde derramó Su sangre para lavarnos de nuestros pecados. Cuando creímos en Él, fuimos perdonados por Dios, reconciliados con Él y devueltos a Él. Anteriormente, nos alejamos de Dios y nos descarriamos, pero mediante el arrepentimiento, volvimos a Él y fuimos reconciliados con Él. Sin embargo, fuimos reconciliados con Dios sólo en parte, a medias.
Aunque los corintios habían sido salvos y reconciliados con Dios a medias, todavía vivían en la carne; es decir, vivían en el alma, en el hombre exterior, que es el ser natural. El velo de la carne, del hombre natural, seguía separándolo de Dios. Esto significa que su ser natural era un velo de separación. Por tanto, ellos necesitaban el segundo paso de la reconciliación. En 2 Corintios 5 Pablo laboraba para llevar a cabo este segundo paso. Él laboraba en los corintios para eliminar el velo de la carne, crucificar la vida natural y consumir el hombre exterior. Lo que el apóstol Pablo hacía en 1 y 2 Corintios era rasgar el velo de la carne, un velo de separación, para que los creyentes corintios pudieran entrar al Lugar Santísimo.
Las bendiciones de Dios se encuentran en el Lugar Santo, pero Dios mismo está en el Lugar Santísimo. En el Lugar Santo se hallan las bendiciones de Dios: el Espíritu, el candelero y el altar del incienso, pero no se encuentra la presencia directa de Dios. Si queremos poseer a Dios mismo, tenemos que ser reconciliados más con Él y entrar en el Lugar Santísimo. Si hemos de ser introducidos en la presencia de Dios, debemos dar el segundo paso de la reconciliación. Ésta es la reconciliación completa. Esta reconciliación no sólo nos separa del pecado, sino también de la carne, del hombre natural, del ser natural. Entonces somos introducidos en Dios y llegamos a ser uno con Él.
El versículo 21, el último versículo del capítulo cinco, dice: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros viniésemos a ser justicia de Dios en El”. Aquí tenemos la máxima consumación de la salvación de Dios: la justicia de Dios.
Debemos recordar que el ministerio del nuevo pacto es el ministerio del Espíritu y de la justicia. Este ministerio imparte el Espíritu de vida en los creyentes. Esto resulta en un estado, una condición, que se llama justicia. Antes de que fuésemos salvos, nos encontrábamos en una condición totalmente condenada por Dios. Nada estaba bien, y Dios de ninguna manera podía justificar la condición en la que estábamos. Pero después de ser salvos, fuimos introducidos en un estado donde pudimos ser justificados por Dios. Esto es la justicia. No obstante, si somos sinceros, reconoceremos que, por una parte, estamos en una condición justa, pero por otra, ciertos aspectos de nuestro vivir todavía no están bien. Quizás estos aspectos no se comparen con el grave pecado en el que tal vez vivíamos antes de ser salvos. Sin embargo, hay asuntos que no están bien. Específicamente, por causa de nuestro hombre natural, nuestro yo, sigue existiendo una separación entre nosotros y Dios. Esto es el pecado.
Supongamos que un hombre y su esposa no son salvos. A ellos se les dificulta llevarse bien, seguido discuten, y a veces de una manera muy ofensiva. Pero supongamos que un día el marido es salvo y entra en la vida de iglesia. Él empieza a cambiar, y este cambio afecta a su esposa. Un día, ella también es salva y entra en la vida de iglesia. Al igual que su marido, ella también empieza a cambiar. Ahora este hombre y esta mujer están en un estado que la Biblia llama la justicia. No obstante, el hombre, ahora un hermano en el Señor, tiene una forma de ser muy patente. (La forma natural de ser difiere del carácter, pues es una parte innata de nuestro ser, de nuestra propia constitución.) Además, la mujer es muy peculiar y rara vez está de acuerdo con los demás; a menudo los contradice. ¿Cómo podrían ella y su marido vivir en paz, cuando la forma de ser de él es tan predominante y ella es tan peculiar? Quizás ya no pelean como antes, pero tampoco se ponen de acuerdo. Como resultado, hay muy poca comunicación entre ellos. Puesto que sus conversaciones conducen siempre al desacuerdo, el marido quizás le diga a su esposa que es mejor que no hablen. Lo que tienen este hombre y esta mujer es una reconciliación a medias y una justicia a medias.
Sin embargo, supongamos que este hermano y esta hermana escuchan un mensaje sobre la necesidad de una reconciliación adicional. El marido empieza a condenar su propia forma de ser, y la esposa condena su peculiaridad, y ambos condenan su vida natural. Como resultado, existe la posibilidad de que sean llevados al Lugar Santísimo para que allí disfruten al Señor. Entonces el marido tal vez diga: “¡Alabado sea el Señor!”, y la esposa conteste: “¡Amén!” Si ésta es la situación de esta pareja, entrarán en una condición que puede ser llamada la justicia de Dios.
En 5:17-21 vemos tres asuntos: la nueva creación, la plena reconciliación y la justicia de Dios. ¿Por qué decimos que esta justicia es la máxima consumación de la salvación de Dios? Esta aseveración está basada en 2 Pedro 3:13, donde habla de que la justicia more en los cielos nuevos y en la tierra nueva. El hecho de que la justicia morará en los cielos nuevos y en la tierra nueva indica que todo regresará plenamente a Dios. Todo estará bajo la autoridad de la Cabeza y en buen orden. Nada estará mal, y nada estará fuera de orden. En el cielo nuevo y en la tierra nueva todo estará bien y será satisfactorio a los ojos de Dios. Dios podrá mirar a todo el universo y justificarlo todo.
¿Ha sido usted salvo e introducido a Cristo? ¿Está usted ahora en Cristo? Si usted satisface estas condiciones, usted es una nueva creación. Pero aunque tenga la seguridad de decir que usted es una nueva creación en Cristo, quizás no se atreva a declarar que usted es la justicia de Dios. La razón por la cual no se atreve a declararlo es que usted se parece a una mariposa que no ha emergido completamente de su capullo. Sólo hasta que hayamos salido completamente de nuestros “capullos” podremos afirmar que somos la justicia de Dios. Hasta entonces, lo único que podemos afirmar es que somos la justicia de Dios sólo en parte. Debemos permitir que la cruz opere más en nosotros para que se consuma lo que queda de nuestro capullo. Finalmente, a más tardar en la Nueva Jerusalén, seremos plenamente la justicia de Dios. Entonces Dios podrá gloriarse ante Su enemigo Satanás, de que todo en la Nueva Jerusalén es justicia, de que nada está mal o con defecto, de que todo satisface a Dios. De esta manera, Dios podrá justificarlo todo en la Nueva Jerusalén. Ésta es la justicia que es la consumación del ministerio del nuevo pacto.
El ministerio del nuevo pacto, el ministerio del Espíritu y de la justicia, producirá una condición de justicia, primero, en personas individualmente, segundo, en la iglesia, y tercero, en el reino milenario. Cuando venga el reino, habrá justicia en la tierra. Entonces todo satisfará a Dios, y Dios lo justificará todo. Aunque aún no ha llegado la era del reino, podemos tener un anticipo de la justicia del reino hoy en día en la vida de iglesia y en nuestra vida familiar. A veces, la condición de cierta iglesia local puede ser tal, que todas las cosas, todas las personas y todos los asuntos son justificados por Dios. Una iglesia así es la justicia de Dios. Esta clase de condición también puede estar presente en nuestra vida de familia. En algunos casos, he visto que en familias cuyos miembros han sido totalmente salvos, existe una condición en que nada está mal, y todo satisface a Dios y es justificado por Él. Éstas son familias de justicia. El fruto del ministerio del nuevo pacto consiste en producir esta clase de justicia.
Los capítulos tres, cuatro y cinco tratan del ministerio del nuevo pacto y sus ministros. Sin embargo, esta sección concluye con lo que Pablo añade acerca de la justicia de Dios.
Hoy muchos cristianos únicamente saben que Cristo murió por sus pecados; no se dan cuenta de que Cristo murió por ellos, por personas que son la carne y la vieja creación. Pero en 2 Corintios Pablo no habla de que Cristo murió por nuestros pecados; más bien, en 5:14 él dice: “Uno murió por todos”. Esto significa que Cristo murió por nosotros. En 1 Corintios 15:3 Pablo nos dice que Cristo murió por nuestros pecados a fin de que éstos nos fuesen perdonados por Dios. Esto, sin embargo, representa simplemente la etapa inicial de la reconciliación. Cristo murió en la cruz no solamente por nuestros pecados, sino también por nosotros, por nuestra carne, por nuestro ser natural, nuestro hombre exterior. Cristo murió en la cruz a fin de que se le diera fin a nuestro hombre exterior, nuestro ser natural, y llegásemos a ser la justicia de Dios. Por tanto, Cristo murió por nuestros pecados para que seamos perdonados y justificados por Dios; pero Cristo murió por nosotros a fin de que lleguemos a ser la justicia de Dios.
Llegar a ser la justicia de Dios es algo más profundo que ser justificados por Dios. El ministerio del nuevo pacto nos lleva de nuevo a Dios a tal grado que de hecho llegamos a ser la justicia de Dios. No sólo somos justificados por Dios, sino que incluso llegamos a ser la justicia de Dios.
En el versículo 21 Pablo declara que Cristo fue hecho pecado por nosotros para que viniésemos a ser justicia de Dios en Él. Aquí el pecado es sinónimo de la carne. Juan 1:14 dice que Cristo como Verbo se hizo carne. En 2 Corintios 5:21 se declara que Él fue hecho pecado. Según Romanos 8:3, Dios mandó a Su Hijo en semejanza de carne de pecado. Por tanto, el pecado y la carne son sinónimos. Además, puesto que la carne es el hombre exterior, éste es totalmente pecado. Nosotros mismos, nuestro ser natural, no somos más que pecado. El hecho de que Cristo fue hecho carne equivale a que Él fue hecho pecado. Cuando Cristo fue a la cruz, llevó consigo esta carne, lo cual significa que nos llevó a nosotros, nuestro ser natural, nuestro hombre exterior, a la cruz.
En el capítulo cuatro Pablo habla del hombre exterior, y en el capítulo cinco, del pecado. El hombre exterior es la carne, y la carne es el pecado. Por tanto, el hombre exterior, la carne y el pecado son sinónimos.
Cristo, en Su encarnación, fue hecho carne; es decir, fue hecho pecado, lo cual significa también que Él fue hecho nosotros. Cuando fue crucificado, Él llevó nuestro hombre natural, el hombre exterior, la carne, el pecado, a la cruz y lo clavó allí. Fue en ese momento que Dios condenó el pecado, la carne, el hombre exterior. Cuando Cristo murió en la cruz, Dios condenó nuestro hombre natural; Él lo condenó a usted y a mí. La meta de Dios al hacer esto era que nosotros, en Cristo, llegásemos a ser la justicia de Dios. El Cristo resucitado es la justicia, la resurrección y el Espíritu vivificante. En tal persona llegamos a ser la justicia de Dios. Éste es el producto, el resultado, la máxima consumación, de la salvación de Dios, y esto es lo que producirá el ministerio del nuevo pacto.
La conclusión de estos capítulos que tratan del ministerio del nuevo pacto y sus ministros es simplemente la justicia de Dios. ¿Es su vida familiar la justicia de Dios? ¿Es usted la justicia de Dios? ¿Es la iglesia de su localidad la justicia de Dios? Creemos que el ministerio del nuevo pacto opera con la meta de hacer de nosotros, de nuestra vida familiar y de nuestra vida de iglesia, la justicia de Dios. Entonces, cuando llegue la era del reino, la justicia de Dios estará en la tierra. El reino traerá el cielo nuevo y la tierra nueva, y la Nueva Jerusalén. En ese cielo nuevo y esa tierra nueva morará la justicia. Éste es el resultado y la consumación del ministerio del nuevo pacto.