Mensaje
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Lectura bíblica: 2 Co. 8:1-5, 15; 9:6-15
En 9:6 Pablo dice: “Pero considerad esto: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra con bendiciones, con bendiciones también segará”. La palabra griega traducida “con” significa literalmente sobre. Estas bendiciones son primeramente donativos abundantes dados como bendiciones para los demás, y luego, cosechas abundantes recibidas como bendiciones de parte de Dios. La ley natural ordenada por Dios dicta que si sembramos escasamente, también segaremos escasamente, pero que si sembramos con bendiciones, con bendiciones también segaremos.
En el versículo 7 Pablo dice además: “Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre”. No debemos dar con tristeza; antes bien, debemos dar con alegría. Si damos con tristeza, es mejor no dar nada. Además, no debemos dar por necesidad. La palabra griega traducida “necesidad” aquí es la misma que encontramos en el capítulo seis, y significa que somos obligados, o forzados a hacer algo. Dar por necesidad indica que nos es una calamidad. No debemos dar porque somos obligados a hacerlo; ni debemos dar si sentimos que nos trae calamidad. Para algunas personas, el hecho de dar posesiones materiales es como sufrir una calamidad. Ciertamente no debe ser así para nosotros. Como dijo Pablo en este versículo, Dios ama al dador alegre. La palabra griega traducida “alegre” también puede ser traducida hilarante o jubiloso. Cuando demos, debemos ser personas alegres, gozosas, hilarantes.
Los versículos 8 y 9 dicen: “Y poderoso es Dios para hacer que abunde para con vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra; como está escrito: ‘Esparció, dio a los pobres; su justicia permanece para siempre’”. Existen varias clases de gracia. Tito se encontraba entre los corintios para traerles las distintas gracias. Hoy en día nosotros también necesitamos las varias clases de gracia, una de las cuales es la gracia de dar.
Los versículos 8 y 9 contienen varios pensamientos tiernos e inestimables. Uno de estos pensamientos es que el hecho de dar generosamente es justicia a los ojos de Dios y de los hombres. Este pensamiento lo confirman las palabras que el Señor profirió en el monte y que constan en Mateo 6. El Señor considera el hecho de dar generosamente no solamente como una gracia, sino también como justicia.
En el versículo 10 Pablo dice además: “Y el que liberalmente provee de semilla al que siembra, y de pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia”. Aquí vemos la fuente de la semilla: ésta procede de Dios, quien provee abundantemente al sembrador la semilla y el pan para comer. No debemos creer que el trigo que se usa en la preparación del pan, viene automáticamente de la cosecha; al contrario, viene de Dios. Aunque es cierto que debemos sembrar, no debemos confiar en nuestra siembra. Nuestro deber es sembrar, y debemos sembrar por esta razón; sin embargo, no debemos confiar en lo que sembramos. Si confiamos en nuestra siembra, Dios podría retener la lluvia o permitir que una tormenta hiciera daño a nuestra cosecha. Por tanto, debemos ver que Dios es quien provee el pan. Él nos da la semilla que sembramos y también el pan que comemos después de cosecharlo. Además, es Él quien multiplica nuestra semilla y hace crecer los frutos de justicia.
Quisiera añadir algo acerca de los dos ejemplos que usa Pablo en los capítulos ocho y nueve: el ejemplo de recoger el maná y el ejemplo de sembrar la semilla y recoger la cosecha. Pablo no era una persona superficial. Él sabía que era un asunto muy importante tener comunión con las iglesias acerca del ministerio que ayudaba a los santos necesitados de Judea, que se encontraban lejos de allí. Se daba cuenta de que los santos de Macedonia y de Acaya eran muy pobres; lo indica con lo que dice en 8:1 y 2: “Asimismo, hermanos, os hacemos saber la gracia de Dios que se ha dado en las iglesias de Macedonia; que en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su liberalidad”. Aquí Pablo habla de una profunda pobreza. Esta expresión indica que la situación económica en Macedonia, y sin duda también en Acaya, no era buena. Los santos de Macedonia y de Acaya eran pobres. Siendo ésta su situación económica, ¿cómo pudo Pablo alentarlos, aun rogarles, que suministraran bienes materiales a otros? Ciertamente su dádiva en medio de esta situación les habría empobrecido más. Además, ¿cuál sería el futuro de los santos? Pablo sabía que algunos santos pobres podrían decir: “¿Y qué de mi futuro? Tengo muy poco; si doy parte de lo que tengo, ¿cómo voy a vivir en el futuro?” Debido a que Pablo entendía la situación y debido a que él era una persona considerada, él manejó el asunto con mucha delicadeza. Cuando tuvo comunión con los creyentes acerca del suministro material para los santos necesitados, Pablo fue muy considerado.
Para Pablo era un riesgo tener comunión con los santos acerca de dar y aun más, rogarles que dieran. No obstante, Pablo tenía una seguridad y una confianza que le permitieron tomar ese riesgo. En nuestra opinión, es bastante fácil pedir a la gente rica que dé a los necesitados. Pero rogarles a los pobres, a los que no tienen lo suficiente para su propio vivir, que den de sus posesiones, es algo totalmente diferente. Como hemos señalado, ellos tal vez se preocuparían por su futuro, particularmente de cómo vivirían si daban de lo que tenían. No obstante, puesto que Pablo conocía la economía de Dios y entendía cómo Dios opera, él tenía la confianza necesaria para correr el riesgo de alentar a los santos pobres de Acaya a que dieran para los santos necesitados de Judea.
Pablo se daba cuenta de que, como resultado de haber estudiado el Antiguo Testamento, Dios siempre suple las necesidades de Su pueblo. Dios puede alimentar a Su pueblo de una manera milagrosa. Los hijos de Israel, que eran más de dos millones, se encontraban en un desierto estéril, en una tierra que nada producía. El desierto no era un lugar adecuado para el cultivo, para la siembra. Pero durante un período de cuarenta años, Dios alimentó a Su pueblo haciendo llover milagrosamente maná del cielo. No creo que alguien pudiera explicar qué era el maná y de dónde procedía. No obstante, es un hecho histórico que Dios alimentó a Su pueblo con maná en el desierto durante cuarenta años. Ciertamente fue un milagro el que más de dos millones de personas pudieran sobrevivir en el desierto por un período tan largo.
Tanto la lluvia del maná como la manera en que el maná se repartía fueron actos milagrosos. Pablo hace referencia a esto en 2 Corintios 8:15, donde cita Éxodo 16:18: “Al que recogió mucho, no le sobró, y al que poco, no le faltó”. Según Éxodo 16:18, el maná se medía por gomeres. Los que recogieron mucho, así como los que recogieron poco, tenían un gomer al final. Éste es el equilibrio celestial que Dios ejerce con el maná que recoge Su pueblo. Por muchos gomeres que hubieran recogido algunas personas, después de que era medido el maná, el resultado era que milagrosamente había un gomer para cada persona (Éx. 16:16).
En el sexto día de la semana, los hijos de Israel podían juntar una doble porción de maná para la provisión del día de sábado. Pero en los demás días de la semana, no se les permitía juntar más de lo que necesitaban para un día. Los que intentaban ahorrar maná para el día siguiente, lo encontraban lleno de gusanos, lo cual indica que no concuerda con los principios establecidos por Dios el que Su pueblo ahorre algo para sí. Esta clase de ahorro es motivada por la avaricia.
Indudablemente, mientras Pablo estudiaba las Escrituras, se infundían en él los pensamientos y los conceptos de éstas, los cuales, a su vez, sirvieron para inspirarlo y gobernarlo. Finalmente, estos pensamientos lo motivaron a escribir los capítulos ocho y nueve de 2 Corintios. En el capítulo ocho, él alienta aun a los santos pobres a dar a los necesitados que moraban en Judea. Puesto que Pablo tenía un profundo conocimiento de la economía de Dios, tuvo la confianza de pedir a los santos que lo hicieran. En este capítulo, Pablo parece decir: “Vosotros no necesitáis pensar en vuestra pobreza; simplemente dad para ayudar a los necesitados. De hecho, vosotros no sois quienes proveíais para vuestras propias necesidades; es vuestro Padre celestial quien suple vuestras necesidades. Él provee el maná, y de esta manera toma cuidado de vosotros. Os puedo asegurar que no necesitáis preocuparos por el futuro. Puesto que vuestro futuro está bajo el cuidado del Padre, os aliento a dar a los necesitados. De una manera milagrosa, el Padre enviará el maná”.
La experiencia que tuvieron los hijos de Israel con respecto a la recolección del maná en el desierto, nos enseña que nuestro salario es en realidad una especie de maná. El suministro de maná no dependía de que los hijos de Israel lo recogieran, sino de que Dios lo enviara. Si Dios no hubiera mandado el maná, ¿cómo habrían recogido algo los hijos de Israel? El que ellos pudieran recoger el maná dependía totalmente de que Dios lo hiciera llover. El principio es el mismo con respecto al ingreso. Tal vez piense que usted recibe un ingreso porque trabaja, o sea, que su ingreso proviene de su trabajo. Pero, ¿quién le dio a usted ese trabajo? El trabajo se lo dio Dios. Pero si usted piensa que obtuvo ese trabajo por medio de su capacidad o educación, es posible que Dios provoque un incidente en su empresa que cause que usted pierda su trabajo. Entonces se dará cuenta de que su ingreso no depende de la capacidad que usted tiene, sino de la soberanía de Dios. Es muy importante que todos nosotros entendamos esto. Si pensamos que nuestro ingreso depende de nuestra educación, capacidad, o destreza, somos personas superficiales y miopes.
Pablo, al usar en el capítulo nueve el ejemplo de la siembra y la cosecha, muestra que Dios usa también la ley natural para alimentar a Su pueblo. La siembra y la siega tienen que ver con la ley natural. El dar es realmente una siembra. Pero, ¿de dónde obtenemos la semilla que usamos para la siembra? Dios nos la provee. La fuente de la semilla es Dios mismo. Según 9:10, Él abastece abundantemente la semilla al que siembra.
No debemos imaginarnos que por el mero hecho de sembrar semilla, se nos garantiza una abundante cosecha; más bien, debemos orar: “Señor, he sembrado la semilla, pero si he de recoger una buena cosecha o no, depende totalmente de Tu misericordia”. El crecimiento de la semilla sembrada depende de Dios. Si Él cambia el clima, lo que hemos sembrado quizás no produzca nada, y como resultado, no tendremos alimento. Por consiguiente, debemos adorar al Señor y decirle: “Señor, aunque mi suministro parece provenir de mi cosecha, Tú eres realmente el que da el alimento”.
Nosotros los hijos de Dios estamos bajo Su cuidado. Dios nos cuida y nos alimenta de dos maneras: por medio de milagros y por medio de la ley natural. Debemos agradecer al Señor por cuidar de nosotros de una manera milagrosa. ¿Acaso no se da cuenta usted de que Dios lo ha cuidado milagrosamente y que usted vive por Sus milagros? El hecho de que usted tenga un buen trabajo es un milagro. Además, el tener una casa apropiada y ser protegidos y preservados hasta ahora constituyen milagros. Todas estas cosas proceden del milagroso envío del maná por parte de Dios. Lo que hacemos cada día es simplemente cumplir con nuestro deber de recoger el maná. Cuando va a trabajar cada día, usted recoge el maná, pero el maná en sí es fruto de los milagros de Dios. Si no puede creer esto ahora, algún día lo creerá. Usted verá que aun su vida física depende de los milagros de Dios. La primera forma en que Dios alimenta a Su pueblo es por milagros. ¡Qué esto deje en todos nosotros una profunda impresión y que nos provoque a adorar a Dios al respecto! Debemos darnos cuenta de que no vivimos por nuestra educación ni por nuestra capacidad, sino por el hecho de que Dios hace llover el maná.
La segunda manera que Dios emplea para cuidarnos es la ley natural de la siembra y la cosecha. Sí, necesitamos sembrar, pero es Dios quien nos da la semilla que sembramos. Además, Dios permite que la semilla crezca a fin de que recojamos una cosecha. Nosotros podemos sembrar la semilla, pero no podemos hacer que ésta crezca. Dios provee la semilla, Él la hace crecer y Él también nos da el pan que comemos.
En cuanto al suministro que recibimos mediante milagros y mediante la ley natural, Dios es la fuente. Por una parte, Él envía el maná; por otra, Él provee la semilla que sembramos y el pan que comemos. Si tenemos una profunda comprensión de esto, no nos preocuparemos por nuestro futuro. El Señor Jesús dijo: “No os inquietéis por el día de mañana” (Mt. 6:34). Pablo, sabiendo que los creyentes no debían inquietarse por el día de mañana, porque Dios es nuestra fuente de suministro, tuvo la confianza de alentar a los santos empobrecidos a dar para los santos necesitados. Nosotros debemos encargarnos de la necesidad de Dios y de Su propósito. Entonces, Él se encargará de nuestro futuro. Nuestro futuro no está bajo nuestro cuidado, sino bajo el cuidado de nuestro Padre. No depende de que nosotros recojamos, sino de que Dios haga llover el maná. Además, no depende de nuestra siembra, sino de que Él provea. Si Dios no nos provee la semilla, ¿qué sembraremos? Nuestro futuro tampoco depende de lo que cosechamos, sino de que Dios haga crecer la semilla hasta que se produzca una cosecha. Pablo, teniendo un profundo entendimiento de estos hechos y poseyendo un conocimiento cabal de la economía de Dios, tuvo la confianza y la paz de alentar a los santos empobrecidos a que dieran lo que tenían, para satisfacer las necesidades de otros.
Ahora podemos entender los pensamientos que motivaban a Pablo a escribir los capítulos ocho y nueve. En el capítulo ocho Pablo usó la recolección del maná como base para tener comunión con los santos en cuanto a dar bienes materiales a los necesitados. En el capítulo nueve Pablo usó la siembra y la cosecha como base para dicha comunión. Por tanto, Pablo tenía una doble base sobre la cual tener comunión con los santos acerca de la ministración de bienes materiales. Esto le dio la seguridad y la confianza de decir a los santos que si daban lo más que pudieran, no tenían por qué preocuparse por el futuro. Aquí Pablo parecía decir: “Santos, dad todo lo que podáis. No necesitáis preocuparos por el día de mañana. Vuestro futuro está totalmente en las manos de Dios. Yo tengo plena confianza en eso y por eso mismo os aliento a que deis. No corro ningún riesgo al pediros que deis a los necesitados. Si tomáis mi palabra y lo hacéis, os multiplicaréis las acciones de gracias a Dios. Además, si estáis dispuestos a sembrar con dádivas, Dios enviará un incremento en vuestras cosechas. Él aumentará los frutos de vuestra justicia”.
¿Por qué tuvo Pablo la confianza de alentar a los santos empobrecidos a dar de esta manera? Él tuvo esa confianza porque conocía la palabra de Dios. Además, él conocía la economía de Dios y Sus principios divinos. Se daba cuenta de que era algo muy serio pedir a iglesias que se hallaban en una situación de pobreza económica, que dieran para ayudar a otros que estaban necesitados. Él no pedía a un individuo que ayudara a otro; él alentaba a las iglesias de Europa que ayudaran a las iglesias de Judea. Pareciera que Pablo corría un riesgo, porque los santos podrían haber sufrido en el futuro. Pero Pablo sabía que no estaba tomando ningún riesgo, porque tenía la seguridad de que Dios intervendría y haría llover el maná, es decir, proveería la semilla para la siembra, el pan para el sustento. Ésta es la manera correcta de entender lo que dice Pablo en 2 Corintios 8 y 9.