Mensaje
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Lectura bíblica: 2 Co. 13:11-14
En 13:14 tenemos una bendición triple: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. En esta triple bendición se ve al Dios Triuno, porque en ella tenemos la gracia de Cristo el Hijo, el amor de Dios el Padre y la comunión del Espíritu Santo.
En el Antiguo Testamento tenemos también una bendición triple, la bendición pronunciada por el sacerdocio levítico al final de Números capítulo seis. En esta triple bendición queda implícito el Dios Triuno. Números 6:24-26 dice: “Jehová te bendiga y te guarde; Jehová haga resplandecer Su rostro sobre ti, y te otorgue Su gracia; Jehová alce sobre ti Su rostro, y te conceda la paz”. Primero, vemos la bendición relacionada con el Padre: “Jehová te bendiga y te guarde”. Segundo, vemos la bendición relacionada con el Hijo: “Jehová haga resplandecer Su rostro sobre ti, y te otorgue Su gracia”. Tercero, tenemos la bendición relacionada con el Espíritu: “Jehová alce sobre ti Su rostro, y te conceda la paz”. Indudablemente, los sacerdotes levíticos valoraban mucho esta bendición. No obstante, no se puede comparar con la bendición mencionada en 2 Corintios 13:14. Lo que se nos da en Números 6:24-26 es una simple bendición, es decir, una bendición sin el mismo disfrute. Pero en 13:14 no sólo encontramos una bendición; encontramos a Dios en Su Deidad Triuna: el Padre, el Hijo y el Espíritu.
Hablar del amor de Dios, de la gracia de Cristo y de la comunión del Espíritu Santo equivale a decir que el amor es Dios, que la gracia es Cristo, y que la comunión es el Espíritu Santo. Así, tenemos a Dios el Padre como amor, a Dios el Hijo como gracia y a Dios el Espíritu como comunión. Esto significa que tenemos al Dios Triuno como nuestro disfrute de manera directa; no simplemente una bendición de parte de Él o por Él.
En el Nuevo Testamento, la verdadera bendición es el propio Dios Triuno. Como hemos dicho, esta bendición es triple, una bendición de gracia, de amor y de comunión. El Dios Triuno llega a nosotros para ser nuestra vida, nuestro suministro de vida y nuestro disfrute, y lo hace con el amor como fuente, con la gracia como curso y con la comunión como trasmisión. Ahora, de una manera práctica, podemos disfrutar al Dios Triuno todo el día. Ésta es nuestra bendición neotestamentaria, una bendición que es única en su género.
La gracia del Señor es el Señor mismo dado a nosotros como vida para que lo disfrutemos (Jn. 1:17; 1 Co. 15:10); el amor de Dios es Dios mismo (1 Jn. 4:8, 16) como fuente de la gracia del Señor; y la comunión del Espíritu es el Espíritu mismo como trasmisión de la gracia del Señor y del amor de Dios para que participemos de ellos. Éstos no son tres asuntos separados, sino tres aspectos de una sola cosa, tal como el Señor, Dios y el Espíritu Santo no son tres Dioses separados, sino tres “hipóstases ... del mismo y único Dios indiviso e indivisible” (Philip Schaff). El amor de Dios es la fuente, puesto que Dios es el origen; la gracia del Señor es el caudal del amor de Dios, ya que el Señor es la expresión de Dios; y la comunión del Espíritu es la impartición de la gracia del Señor con el amor de Dios, puesto que el Espíritu es la trasmisión del Señor con Dios, para que nosotros experimentemos y disfrutemos al Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, con Sus virtudes divinas. Aquí se menciona primero la gracia del Señor, ya que este libro trata de la gracia de Cristo (2 Co. 1:12; 4:15; 6:1; 8:1, 9; 9:8, 14; 12:9). Este atributo divino compuesto de tres virtudes —el amor, la gracia y la comunión—, y este Dios Triuno compuesto de tres hipóstases divinas —el Padre, el Hijo y el Espíritu—, lo necesitaban los creyentes corintios, quienes, a pesar de estar distraídos y confusos, habían sido consolados y restaurados. Por lo tanto, el apóstol usó todas estas cosas divinas y preciosas en una sola frase para concluir su afable y querida epístola.
En el párrafo anterior usamos dos veces la palabra hipóstasis. Se requiere más explicación para entender el significado de esta palabra. La forma singular de la palabra es hipóstasis. Es la forma hispana de la palabra griega, la cual se compone de dos palabras: hupo, una preposición que significa debajo, y stasis, una palabra que significa apoyo o soporte. Por tanto, esta palabra se refiere a un soporte subyacente, es decir, a un apoyo que está por debajo. La palabra griega hupostasis se usa en 9:4 y 11:17, y denota la base sobre la cual está fundada una superestructura; por ende, un fundamento, una base; por consiguiente, confianza, como se traduce en 9:4 y en 11:17. Si tenemos la debida base o soporte subyacente, entonces podemos tener confianza.
Algunos diccionarios asocian la palabra hipóstasis con las tres personas de la Trinidad. Este significado de la palabra, dado en algunos diccionarios, es una interpretación. La palabra hipóstasis no significa persona; no obstante, los teólogos la han usado para referirse a las tres personas de la Deidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu. De hecho, el Padre, el Hijo y el Espíritu son tres hipóstases, es decir, sustancias de apoyo de la Deidad. En otras palabras, la Deidad se compone de las substancias fundamentales del Padre, del Hijo y del Espíritu. Esto significa que si se eliminan estas tres hipóstases, la Deidad perdería su sustancia.
Algunos maestros bíblicos de antaño usaban la palabra hipóstases para referirse al Padre, al Hijo y al Espíritu. Otros teólogos hablaban de las tres hipóstases para referirse a las tres personas de la Deidad. El uso de la palabra persona ha provocado que algunos caigan en el error del triteísmo, la doctrina según la cual el Padre, el Hijo y el Espíritu son tres Dioses. Como lo hemos mencionado varias veces, W. H. Griffith Thomas dijo que no debemos recalcar demasiado la palabra persona, no sea que hacemos de esto la doctrina del triteísmo. Por consiguiente, no es tan seguro usar la palabra persona de este modo. No obstante, podemos usarla temporalmente. Por ejemplo, la usamos en uno de nuestros himnos (Himnos #287): “¡Qué gran misterio es el Dios Triuno! Uno en sustancia y en persona tres”. No obstante, aunque usamos esta palabra temporalmente, deseamos aclarar enfáticamente que tenemos un solo Dios, el único Dios. Con todo, Dios es triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu. El uso de la palabra hipóstases es un intento por comunicar la verdad del Dios que es uno y a la vez tres.
En 2 Corintios 13:14 encontramos una prueba contundente de que la trinidad de la Deidad no se revela para que se tenga un entendimiento doctrinal de la teología sistemática, sino para que Dios mismo, en Su trinidad, se imparta en Su pueblo escogido y redimido. En la Biblia, la Trinidad nunca es revelada como una mera doctrina; siempre es revelada o mencionada con respecto a la relación de Dios con Sus criaturas, especialmente con el hombre, el cual fue creado por Él, y más específicamente, con Su pueblo escogido y redimido. El primer título divino que se usa en la revelación divina con respecto a la creación, Elohim, una palabra hebrea, está en plural (Gn. 1:1), lo cual implica que Dios, quien creó los cielos y la tierra para el hombre, es triuno. Cuando Dios creó al hombre a Su propia imagen y conforme a Su semejanza, Él usó las palabras “hagamos” y “nuestra”, refiriéndose a Su trinidad (Gn. 1:26) y dando a entender que Él sería uno con el hombre y que se expresaría a Sí mismo en Su trinidad por medio del hombre. Más adelante, en Génesis 3:22 y 11:7 y en Isaías 6:8, Él se refirió a Sí mismo repetidas veces con el pronombre “nosotros”, en referencia a la relación que tiene con el hombre y con Su pueblo escogido.
Dios, a fin de redimir al hombre caído y para asegurar que sería uno con él, se encarnó (Jn. 1:1, 14) en el Hijo y mediante el Espíritu (Lc. 1:31-35) como hombre, y vivió una vida humana en la tierra también en el Hijo (Lc. 2:49) y por medio del Espíritu (Lc. 4:1 Mt.12:28). Al comienzo de Su ministerio en la tierra, el Padre ungió al Hijo con el Espíritu (Mt. 3:16-17; Lc. 4:18) a fin de llegar al hombre y hacerlo volver a Él. Poco antes de que Él fuese crucificado en la carne y resucitara para hacerse el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45), Él reveló Su misteriosa trinidad a Sus discípulos en palabras claras (Jn.14—17), afirmando que el Hijo está en el Padre, y el Padre está en el Hijo (14:9-11), que el Espíritu es la transfiguración del Hijo (14:16-20), que los Tres, quienes simultáneamente coexisten y moran el uno en el otro, permanecen en los creyentes para que éstos le disfruten (14:23; 16:7-10; 17:21-23), y que todo lo que el Padre tiene, pertenece también al Hijo, y que todo lo que el Hijo posee es recibido por el Espíritu para darse a conocer a los creyentes (16:13-15). Esta maravillosa Trinidad está estrechamente relacionada con la impartición del Dios procesado en los creyentes (14:17, 20; 15:4-5), para que ellos sean uno en el Dios Triuno y con Él (17:21-23).
Después de que Cristo resucitó, Él exhortó a Sus discípulos a hacer discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (Mt. 28:19), lo cual consiste en introducir a los creyentes en el Dios Triuno, en una unión orgánica con el Dios procesado, quien había pasado por la encarnación, el vivir humano y la crucifixión, y que había entrado en la resurrección. Basándose en esta unión orgánica, el apóstol, al concluir su segunda epístola a los corintios, los bendijo con la bendita Trinidad en la participación de la gracia del Hijo, con el amor del Padre y por medio de la comunión del Espíritu. En la Trinidad, Dios el Padre realiza todas las cosas en todos los miembros de la iglesia, la cual es el Cuerpo de Cristo, mediante los ministerios del Señor, Dios el Hijo, y por los dones de Dios el Espíritu (1 Co. 12:4-6).
Toda la revelación divina del libro de Efesios con respecto a la producción, existencia, crecimiento, edificación y lucha de la iglesia como Cuerpo de Cristo, está compuesta de la economía divina, que consiste en que el Dios Triuno se imparte en los miembros del Cuerpo de Cristo. El capítulo uno de Efesios revela que el Padre escogió y predestinó a estos miembros en la eternidad (vs. 4-5), que Dios el Hijo los redimió (vs. 6-12), y que Dios el Espíritu, como arras, los selló (vs. 13-14), impartiéndose así en Sus creyentes para la formación de la iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo (vs. 18-23). El capítulo dos nos muestra que en la Trinidad Divina, todos los creyentes, tantos judíos como gentiles, tienen acceso a Dios el Padre, por medio de Dios el Hijo, en Dios el Espíritu (v. 18). Esto indica también que los tres coexisten y moran el uno en el otro simultáneamente, aun después de pasar por todos los procesos de encarnación, vivir humano, crucifixión y resurrección. En el capítulo tres el apóstol ora pidiendo que Dios el Padre conceda a los creyentes el ser fortalecidos, mediante Dios el Espíritu, en el hombre interior, para que Cristo, Dios el Hijo, haga Su hogar en el corazón de ellos, es decir, para que ocupe todo su ser, a fin de que sean llenos hasta la medida de la plenitud de Dios (vs. 14-19). Éste es el clímax de la experiencia y participación que los creyentes tienen de Dios en Su Trinidad. El capítulo cuatro muestra cómo el Dios procesado como el Espíritu, el Señor y el Padre, se mezcla con el Cuerpo de Cristo (vs. 4-6) para que todos los miembros experimenten a la Trinidad Divina. El capítulo cinco exhorta a los creyentes a alabar al Señor, Dios el Hijo, con los cánticos de Dios el Espíritu, y a dar gracias a Dios el Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Dios el Hijo (vs. 19-20). Esto es alabar y dar gracias al Dios procesado en Su trinidad divina por el disfrute que tenemos de Él como el Dios Triuno. El capítulo seis nos instruye a que peleemos la batalla espiritual siendo fortalecidos en el Señor, Dios el Hijo, vistiéndonos de toda la armadura de Dios el Padre, y blandiendo la espada de Dios el Espíritu (vs. 10, 11, 17). Ésta es la experiencia y el disfrute que los creyentes tienen del Dios Triuno, incluso en la guerra espiritual.
El apóstol Pedro confirma en sus escritos que Dios se revela en Su trinidad para que los creyentes le disfruten, remitiendo a los creyentes a la elección de Dios el Padre, la santificación de Dios el Espíritu, y la redención de Jesucristo, Dios el Hijo, lograda por medio de Su sangre (1 P. 1:2). Y el apóstol Juan refuerza el hecho de que la Trinidad Divina se revela para que los creyentes participen del Dios Triuno procesado. En el libro de Apocalipsis, él bendijo a las iglesias en las diferentes localidades con la gracia y la paz de Dios el Padre, Aquel que es y que era y que ha de venir, y de Dios el Espíritu, los siete Espíritus que están delante de Su trono, y de Dios el Hijo, Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos y el Soberano de los reyes de la tierra (1:4-5). La bendición que Juan dio a las iglesias también indica que el Dios Triuno procesado, en todo lo que Él es como Padre eterno, en todo lo que Él puede hacer como el Espíritu siete veces intensificado, y en todo lo que Él ha logrado y obtenido como el Hijo ungido, se revela para que los creyentes le puedan disfrutar y así ser Su testimonio corporativo como los candeleros de oro (1:9, 11, 20).
Por consiguiente, es evidente que la revelación divina de la trinidad de la Deidad en la santa Palabra, desde Génesis hasta Apocalipsis, no se da para que se haga un estudio teológico, sino para que comprendamos cómo Dios en Su maravillosa y misteriosa trinidad, se imparte a Sí mismo en Su pueblo elegido, a fin de que nosotros como Su pueblo escogido y redimido podamos, como se indica en la bendición que el apóstol da a los creyentes corintios, participar del Dios Triuno procesado, experimentarle, disfrutarle y poseerle ahora y por la eternidad.