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Mensajes del libro «Estudio-Vida de 2 Pedro»
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Mensaje 3

LA PROVISIÓN DIVINA

(3)

  Lectura bíblica: 2 P. 1:1-4

  En 2 Pedro 1:1 dice que a todos se nos “ha asignado ... una fe igualmente preciosa que la nuestra”. Hemos visto que la fe es lo que da sustantividad a la sustancia de la verdad (He. 11:1), la cual es la realidad del contenido de la economía neotestamentaria de Dios. La economía de Dios tiene que ver con que el Dios Triuno imparta en nosotros todo lo que Él es. Cuando prediquemos a otros acerca de la impartición de las riquezas del Dios Triuno según se revela en el Nuevo Testamento, el Espíritu operará en los corazones de los oyentes, y habrá cierta clase de respuesta. Esta respuesta se produce cuando ellos escuchan la verdad que les comunicamos por medio de nuestra predicación. De hecho, tal respuesta se puede comparar con el “clic” que hace el obturador de una cámara cuando se toma una foto. Como resultado de esa respuesta, de ese “clic”, se produce la fe. Entonces la fe da sustantividad a la sustancia de la realidad del contenido de la economía neotestamentaria de Dios.

  Debemos tener un entendimiento claro de lo que es la fe, al grado en que sea natural para nosotros decir que la fe es lo que da sustantividad a la sustancia de la economía de Dios, y que la economía de Dios consiste en que Dios se imparta a Sí mismo en nuestro ser, como nuestra vida y suministro de vida. Debemos saber esto, experimentarlo, disfrutarlo y practicarlo continuamente.

LA FE, NUESTRA PORCIÓN DE LA HERENCIA NEOTESTAMENTARIA

  Dios asignó tal fe como porción a todos los creyentes en Cristo. La fe ha llegado a ser nuestra porción de la herencia neotestamentaria. Ahora bien, ¿por qué Pedro en 1:1, en lugar de decirnos que Dios nos asignó una porción de la herencia, dice que Dios nos asignó la fe? ¿Cómo puede la fe ser asignada como una porción de la herencia? Para contestar estas preguntas es preciso ver que la fe no es simplemente un medio por el cual se obtiene algo, sino que también es una porción. Un medio es un instrumento que nos ayuda a obtener algo, pero la porción es lo que obtenemos. En 1:1 la fe no denota el medio, sino, más bien, aquello que recibimos. Por consiguiente, en este versículo la fe es equivalente a la herencia. La fe es la porción de la herencia neotestamentaria que nos ha sido asignada. En efecto, conforme al Nuevo Testamento, la fe es en cierto sentido el medio por el cual obtenemos algo; en particular, es el medio por el cual recibimos la salvación y la vida eterna. Pero en 1:1 Pedro no considera la fe como un medio, sino como algo que nos fue asignado, como la porción de la herencia neotestamentaria que Dios nos ha asignado.

  Ahora debemos ver cómo es que la fe mencionada en 1:1 equivale a la herencia neotestamentaria. Nuestra porción es Cristo, y Cristo es la corporificación del Dios Triuno; por ende, nuestra porción es Cristo como la corporificación del Dios Triuno. Este Cristo es revelado en el Nuevo Testamento, y nos es transmitido por medio del Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento en su integridad es un recipiente que contiene al Cristo que es la corporificación del Dios Triuno. Así, pues, este recipiente nos transmite a Cristo. ¿De qué forma la Palabra nos transmite a Cristo? Nos lo transmite principalmente por medio de la predicación o la enseñanza de la Palabra. La predicación y la enseñanza de los apóstoles siempre transmitían a Cristo a los demás. Esto significa que Cristo vino a los oyentes mediante la predicación y enseñanza de los apóstoles.

  El Dios Triuno está corporificado en Cristo, y Cristo se halla contenido en el Nuevo Testamento. Luego, este Cristo nos es transmitido por medio de la predicación y la enseñanza de la Palabra. El Nuevo Testamento contiene a Cristo, y los que predican el Nuevo Testamento nos traen este recipiente. Por este medio, tal recipiente nos transmite a Cristo. La fe, entonces, proviene del oír, y el oír por medio de la Palabra. La función que cumple la Palabra es transmitirnos a Cristo. Por consiguiente, Cristo viene a nosotros por medio de la predicación y la enseñanza de la palabra del Nuevo Testamento.

  Nuestro Cristo todo-inclusivo no sólo es el Verbo, sino también el Espíritu vivificante. Cuando Cristo nos es predicado y transmitido por medio de la Palabra, Él, al mismo tiempo, coopera con los que predican la Palabra y opera como Espíritu. En otras palabras, mientras Él es transmitido a los que escuchan la predicación de la Palabra, Él opera dentro de ellos como Espíritu, de modo que haya un “clic” dentro de ellos, y se produzca la fe. Una vez que la fe se produce en nosotros, nos es impartido todo lo que Cristo es conforme a la palabra del Nuevo Testamento. De este modo, llegamos a ser poseedores de la realidad de Cristo.

  La fe y Cristo son una sola entidad. La fe, como la respuesta al contenido de la Palabra, es de hecho Cristo mismo. Esto significa que la respuesta y aquello a lo cual respondemos se refieren a lo mismo. En otras palabras, la fe (nuestra respuesta) y Cristo son una misma cosa. Cuando en nuestra experiencia nuestra respuesta y el Cristo que nos es transmitido por medio de la predicación de la Palabra llegan a ser uno, se produce la fe dentro de nosotros.

  Es muy difícil dar una definición de esta fe. No es nada fácil entender o explicar cuánto de ello es Cristo y cuánto de ello es nuestra acción de creer. De hecho, nuestra fe y el Cristo, que es el objeto de nuestra fe, son una misma entidad. Ésta es la porción de la herencia neotestamentaria que Dios nos ha asignado.

TODAS LAS COSAS QUE PERTENECEN A LA VIDA Y A LA PIEDAD

  La porción que nos fue asignada comprende todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad, las cuales incluyen la naturaleza divina y las preciosas y grandísimas promesas. Pero, ¿cómo pueden estas promesas ser consideradas como parte del contenido de lo que nos ha sido asignado? Para contestar esta pregunta, usemos como ejemplo el testamento que redacta una persona. Supongamos que en el testamento de su padre se afirma que usted es acreedor a una herencia. Su herencia corresponde a lo que está escrito en el testamento de su padre. El testamento no sólo le comunica ciertas cosas, sino que le afirma que dichas cosas son su porción. Además, dicho testamento es el cumplimiento de una promesa. Por lo tanto, el testamento, el cumplimiento de la promesa, incluye todos los elementos que conforman su herencia. En este sentido, estos tres —el testamento, la promesa y la herencia— son una misma cosa. De la misma manera, las promesas que se cuentan como parte de las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad —las cuales incluyen la naturaleza divina— son, de hecho, el testamento. Así que, el Nuevo Testamento es precisamente eso, un testamento, y no simplemente un pacto. Los veintisiete libros del Nuevo Testamento en conjunto son un testamento que nos habla de los elementos que componen nuestra rica herencia. De manera que el testamento y la herencia son una misma cosa.

  Si una herencia no estuviera acompañada de un testamento, le haría falta algo muy importante. Si no tuviéramos el Nuevo Testamento, ¿cómo sabríamos cuál es la herencia que Dios nos ha prometido? La fe que nos fue asignada, la cual es nuestra porción, incluye todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad. Como hemos visto, también incluye la naturaleza divina y las promesas. Todo esto forma parte de la fe que nos fue asignada, la porción que Dios nos asignó.

SE NOS HA CONCEDIDO PRECIOSAS Y GRANDÍSIMAS PROMESAS

  En 2 Pedro 1:4 leemos: “Por medio de las cuales Él nos ha concedido preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia”. Las palabras por medio de las cuales son difíciles de entender. El pronombre relativo las cuales que aparece en el versículo 4, se refiere a la gloria y a la virtud mencionadas en el versículo 3. Así, por medio de la gloria y la virtud del Señor y con base en ellas, por las cuales y a las cuales fuimos llamados, Dios nos ha dado Sus preciosas y grandísimas promesas.

  Según el versículo 3, el Señor nos llamó no sólo por Su propia gloria y virtud, sino también a Su propia gloria y virtud. Los discípulos presenciaron la gloria del Señor. Durante el tiempo en que el Señor estuvo con los discípulos, ellos vieron la virtud exhibida en Su conducta y en Su vida diaria. Asimismo, ellos presenciaron Su gloria en el monte de la transfiguración. Sin duda, ellos también vieron la gloria del Señor en otras ocasiones, como por ejemplo, cuando Él alimentó a los cinco mil o cuando mandó que Lázaro saliera de la tumba. Al presenciar la gloria y la virtud del Señor, los discípulos se sintieron atraídos hacia Él. Esto es lo que significa que ellos fueran llamados por la gloria y virtud del Señor. Después de la resurrección del Señor, en el día de Pentecostés, Pedro estaba lleno de gloria y virtud. Los discípulos se encontraban en una esfera llena de gloria y virtud, la misma gloria y virtud a las cuales habían sido llamados.

  Es por medio de esta gloria y virtud que Dios nos ha concedido promesas. La preposición griega traducida “por medio de” en el versículo 4 tiene un sentido instrumental y también denota causa. Ésta es la razón por la cual algunas versiones traducen esta palabra griega “a causa de”. Esto significa que a causa de la gloria y virtud, Dios nos ha dado preciosas y grandísimas promesas. Debido a que todos fuimos llamados a la gloria y a la virtud, Dios nos dio promesas a fin de producir en nosotros dicha virtud y gloria.

  Según el versículo 4, Dios nos concedió preciosas y grandísimas promesas para que por ellas llegásemos a ser participantes de la naturaleza divina. Ya poseemos la vida divina. Cuando la fe fue producida en nosotros en el momento en que creímos en el Señor, al mismo tiempo nos fue impartida la vida divina. Pero aunque ya poseemos la vida divina, todavía tenemos que pasar por un largo proceso para disfrutar de la naturaleza divina.

  Hay una diferencia entre la vida y la naturaleza. La naturaleza divina es lo que Dios es. Nosotros disfrutamos de la naturaleza divina al vivir por la vida divina. ¿Cómo podemos vivir por la vida divina? Vivimos por la vida divina mediante las promesas que Dios nos concedió. Es necesario que vivamos por la vida divina a fin de ser participantes de la naturaleza divina. Participar de la naturaleza divina simplemente significa disfrutar de la naturaleza divina.

  Una vez que experimentamos ese “clic”, todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad fueron impartidas en nosotros. Ahora poseemos la vida divina. Esta vida divina nos capacita para llevar una vida que expresa a Dios. Expresamos a Dios como nuestra piedad. La piedad es simplemente el Dios que expresamos en nuestro vivir en virtud de la vida divina.

  Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos son impartidas mediante el pleno conocimiento de Dios, quien nos llamó por Su propia gloria y virtud. ¿Cómo podemos llevar una vida que exprese a Dios como nuestra piedad? Esto sólo es posible mediante nuestro conocimiento de Él. Por consiguiente, es preciso que conozcamos a Aquel que, por Su gloria y virtud, nos llamó a Su gloria y virtud. Además, es por medio de esta gloria y virtud que Él nos ha concedido preciosas y grandísimas promesas.

  A causa de esta gloria y virtud, Dios nos ha concedido las promesas. Esto también quiere decir que Dios nos ha prometido producir en nosotros esta gloria y virtud. De ahí que se nos diga que Sus promesas nos fueron concedidas mediante la gloria y la virtud, es decir, a causa de la gloria y virtud.

  Como hemos visto, la palabra traducida “por medio de” del versículo 4 expresa primeramente instrumento y, en segundo lugar, causa. Primeramente denota un medio y luego, espontáneamente, se convierte en una causa. La preposición griega traducida “por medio de” también significa “a causa de, con base en”. Por consiguiente, debido a que Dios nos llamó a Su gloria y virtud, a causa de este hecho y con base en el mismo, Él nos dio promesas. Mediante estas promesas, Él nos asegura que producirá en nosotros dicha virtud para que lleguemos a Su gloria.

PARTICIPAR DE LA NATURALEZA DIVINA

  Dios nos dio estas promesas para que por ellas llegásemos a ser participantes de la naturaleza divina. Él nos llamó a Su gloria y virtud y nos dio las promesas con el propósito de que disfrutáramos de la naturaleza divina. La vida eterna se recibe de una vez para siempre, pero participar de la naturaleza divina es una acción continua. Aunque recibimos la vida divina de una vez para siempre, no podemos disfrutar de la naturaleza divina de la misma manera. Durante todo el curso de nuestra vida cristiana en la tierra y aun por la eternidad, seguiremos participando de la naturaleza divina.

  Hemos visto que la naturaleza divina denota todo lo que Dios es. Usemos como ejemplo la acción de comer para entender lo que significa participar de la naturaleza divina. Cuando usted come pollo, participa de la naturaleza del pollo, y lo que el pollo es llega a ser su alimento. Así que, lo que usted en realidad se come es la naturaleza del pollo, la cual incluye muchos elementos nutritivos. Estos elementos o ingredientes son los constituyentes de la naturaleza. El principio es el mismo con respecto a participar de la naturaleza divina. Por medio de las promesas que Dios nos ha concedido, nosotros participamos de la naturaleza de Dios, la cual incluye todos los ingredientes divinos. Así como no comemos de una vez para siempre, tampoco participamos de la naturaleza divina de una vez para siempre. Nosotros comemos diariamente, y participaremos de la naturaleza divina por la eternidad. Esto está representado por el árbol de la vida y el río de agua de vida mencionados en Apocalipsis 22. Comer del fruto del árbol de la vida equivale a participar de la naturaleza divina. La naturaleza de Dios es santa, amorosa, justa, bondadosa y pura. De hecho, la naturaleza de Dios es todo-inclusiva. Cuanto más participemos de la naturaleza divina, más tendremos santidad, amor, justicia, bondad y toda índole de atributos divinos. Estos atributos entonces llegarán a ser nuestras virtudes, las cuales finalmente alcanzarán su consumación en la gloria de Dios.

NUESTRA COOPERACIÓN CON LA OPERACIÓN DE DIOS

  Para ser participantes de la naturaleza divina hay un requisito que cumplir, y éste es que escapemos de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia. La concupiscencia es una barrera que nos impide disfrutar de la naturaleza divina. Cristo murió para redimirnos de la vana manera de vivir (1 P. 1:18-19) y ahora nosotros tenemos que abstenernos de los deseos carnales (2:11) y no vivir más en la carne, en las concupiscencias de los hombres (4:2). Como personas que han sido redimidas, nosotros debemos abstenernos de toda concupiscencia. Esto es lo que significa escapar de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia.

  Dios nos ha dado las promesas de que Él producirá en nosotros la virtud y la gloria, a fin de que participemos de la naturaleza divina. En esto consiste la operación de Dios. Sin embargo, la operación de Dios requiere nuestra cooperación, la cual consiste en que nos abstengamos de llevar una vida llena de concupiscencias y que, de ese modo, escapemos de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia. Una vez que escapemos de tal corrupción, estaremos listos para ser participantes de la naturaleza divina. Esto nos muestra que escapar de la corrupción que hay en el mundo nos hace aptos para participar de la naturaleza divina.

  Dios nos asignó una porción que incluye la vida divina y todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad. Asimismo, Dios, con base en el hecho de que nos llamó a Su propia gloria y virtud, nos dio promesas. Él prometió operar dentro de nosotros para producir Su virtud y Su gloria en nosotros. Pero la operación de Dios requiere nuestra cooperación. Nosotros cooperamos con la operación de Dios al abstenernos de las concupiscencias carnales. Por ejemplo, en el asunto de hacer las compras, debemos escapar de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia. Cuando necesitemos algún artículo, simplemente deberíamos ir a la tienda a comprar dicho artículo y después regresarnos. No debiéramos demorarnos en la tienda mirando otras cosas, pues eso sería vivir conforme a nuestras concupiscencias. Si vivimos según las concupiscencias de nuestra carne, no podremos ser de aquellos que disfrutan de la naturaleza divina. No podremos disfrutar de la naturaleza divina si participamos de ciertos entretenimientos mundanos. Si queremos ser de aquellos que participan o disfrutan de la naturaleza divina, tenemos que cumplir el requisito de escapar de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia.

POSEER LA VIDA Y LA NATURALEZA DE DIOS

  Ya vimos que la naturaleza divina denota lo que Dios es, y que incluye los ingredientes, los elementos constitutivos, del ser de Dios. Dado que somos hijos de Dios, nacidos de Él, poseemos la vida de Dios y también Su naturaleza, de las cuales podemos disfrutar. Debido a que he proclamado esta verdad, la cual está en conformidad con la Biblia, algunos me han condenado y me han acusado falsamente de enseñar la deificación. Dicen que yo me estoy deificando a mí mismo y que enseño que la iglesia es Dios y que debe ser adorada como parte de Dios. ¡Nosotros rotundamente repudiamos esta falsa acusación! Un niño nacido de padres chinos ciertamente será chino. ¿Y qué de nosotros, los que hemos nacido de Dios? Por medio de nuestro nuevo nacimiento, por medio de la regeneración, nosotros nacimos de Dios y ahora somos hijos de Dios. Y por haber nacido de Dios, somos iguales a Él en vida y naturaleza. En este sentido, los que nacen de Dios son divinos. Pero definitivamente no somos partícipes de la Deidad ni tampoco llegaremos a ser un objeto de adoración. Poseemos la vida y la naturaleza de Dios, pero jamás llegamos a formar parte de la Deidad.

  Algunos de los primeros padres de la iglesia enseñaron acerca de la deificación de los creyentes, pero no enseñaron que los creyentes llegaran a ser parte de la Deidad ni que serían adorados como Dios. Al contrario, lo que ellos quisieron dar a entender es que los cristianos, aquellos que han sido regenerados por Dios, poseen la vida y la naturaleza de Dios. Nosotros, los que hemos sido regenerados, somos iguales a Dios en vida y naturaleza, mas no en cuanto a Su posición en la Deidad. Al respecto, debemos ser muy cuidadosos. De hecho, yo no uso el término deificación. Sería herético enseñar la deificación en el sentido de afirmar que los creyentes llegan a formar parte de la Deidad. Lo que sí concuerda con las Escrituras es que dado que hemos nacido de Dios, poseemos la vida y la naturaleza divinas, y que, en estos dos aspectos, hemos llegado a ser iguales a Dios. Definitivamente no podemos participar en la Deidad ni estamos en la posición de ser adorados como Dios; no obstante, gracias a la regeneración ahora poseemos la vida y naturaleza de Dios.

  Debemos retornar a la Palabra pura de Dios y decir a las personas que todo aquel que crea en el Hijo de Dios, nace de Dios y adquiere el derecho, la potestad, de ser hecho un hijo de Dios. Como tal, también adquiere el derecho a participar, a disfrutar, de la naturaleza de Dios. Así, pues, poseemos la vida de Dios, disfrutamos de la naturaleza de Dios, y tenemos la posición de hijos de Dios. Pero definitivamente no tenemos la posición de la Deidad, la posición de ser adorados como Dios.

  Diariamente debemos participar de la naturaleza divina y disfrutar de lo que Dios es, esto es, del contenido, de los ingredientes, de Su ser. ¿De qué manera disfrutamos de la naturaleza divina? En primer lugar, disfrutamos de la naturaleza divina mediante el pleno conocimiento de Aquel que, por Su gloria y virtud, nos llamó a Su gloria y virtud. A causa de esto, nos dio muchas preciosas y grandísimas promesas. En segundo lugar, tenemos que escapar de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia, es decir, tenemos que abstenernos de llevar una vida llena de concupiscencias. Complacer los deseos de la carne anula nuestro derecho a disfrutar de la naturaleza de Dios. Pero si escapamos de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia, estaremos cooperando con el Dios que ahora opera en nosotros conforme a Sus promesas para producir en nosotros Su virtud y gloria. Si cooperamos con la operación de Dios, llegaremos a ser aquellos que disfrutan de la naturaleza divina.

  Nosotros tenemos la posición, la capacidad y la provisión necesarias para llegar a ser participantes de la naturaleza divina. A medida que disfrutamos de la naturaleza de Dios, una parte de esta naturaleza llega a ser nuestra santidad, y otras partes de dicha naturaleza llegan a ser nuestra humildad, amor, bondad y otras virtudes. Estas excelentes virtudes finalmente alcanzarán su consumación en la gloria. ¡Qué privilegio más maravilloso es éste! No tenemos las palabras adecuadas para describirlo. ¡Alabado sea el Señor porque nosotros, seres humanos, podemos poseer la vida de Dios, disfrutar de la naturaleza de Dios, vivir como Dios vive, expresarlo como nuestra piedad y poseer todas las excelentes virtudes que alcanzarán su consumación en la gloria!

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