Mensaje 6
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Lectura bíblica: 2 P. 1:5-11
En este mensaje examinaremos 2 Pedro 1:5-11. Esta sección de 2 Pedro trata del desarrollo de la simiente de la fe mediante el crecimiento en la vida divina, lo cual redunda en una rica entrada en el reino eterno.
El versículo 5 dice: “Y por esto mismo, poniendo toda diligencia, desarrollad abundantemente en vuestra fe virtud; en la virtud conocimiento”. La palabra griega traducida “poniendo” literalmente significa “introduciendo al lado”. Además de las preciosas y grandísimas promesas que Dios nos ha dado, nosotros debemos traer de nuestra parte toda diligencia para cooperar con el poder que nos imparte la naturaleza divina —la cual es dinámica— a fin de que se cumplan las promesas de Dios.
En el versículo 5 Pedro nos insta a desarrollar abundantemente en nuestra fe virtud. Lo que el poder divino nos ha dado en 1:3 y 4 se desarrolla en los versículos del 5 al 7. Desarrollar la virtud en la fe significa desarrollar la virtud mediante el ejercicio de la fe. Esto mismo se aplica a todos los demás aspectos.
La palabra desarrollad aquí también significa literalmente “suministrad”. Pedro nos dice que desarrollemos lo que ya poseemos. Nosotros poseemos la fe, y ahora en nuestra fe debemos desarrollar virtud.
La fe que Pedro menciona en 1:5 es la fe “igualmente preciosa” que Dios nos asignó (v. 1), la cual es la porción común de la bendición de vida contenida en el Nuevo Testamento y la cual nos es dada para el inicio de nuestra vida cristiana. Es necesario ejercitar esta fe para que la virtud de la vida divina sea desarrollada en los pasos subsiguientes hasta alcanzar la madurez. La fe mencionada en 2 Pedro 1 puede ser comparada a una simiente. En otras ocasiones he señalado que en el capítulo 1 de 1 Pedro, la simiente es la palabra, cuyo contenido es Cristo como vida. Ahora en 2 Pedro 1 esta simiente llega a ser nuestra fe, la cual, sin duda, es la fe preciosa. Esta preciosa fe y Cristo como simiente son una misma cosa.
Una vez que la simiente es sembrada en la tierra, necesita desarrollarse. El principio es el mismo con respecto al desarrollo de la simiente de la fe. En nuestra fe debemos desarrollar virtud. Literalmente, la palabra griega traducida “virtud” significa “excelencia”, y denota la energía de la vida divina que produce una acción vigorosa. Si la fe es considerada como la simiente misma, entonces la virtud puede ser considerada como una raíz que brota de dicha simiente.
En 1:5 Pedro también nos dice que desarrollemos “en la virtud, conocimiento”. La virtud, la acción vigorosa, necesita la suministración abundante del conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor (vs. 2, 3, 8) con respecto a todas las cosas que pertenecen a la vida divina y a la piedad, y con respecto a ser participantes de la naturaleza divina (vs. 3-4), para nuestro disfrute en la subsiguiente etapa de desarrollo. El conocimiento que debemos desarrollar en nuestra virtud incluye el conocimiento de Dios y de nuestro Salvador, el conocimiento de la economía de Dios, el conocimiento de lo que es la fe, y el conocimiento del poder divino, la gloria, la virtud, la naturaleza y la vida. De hecho, éste es el conocimiento de todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad. Este conocimiento tiene que desarrollarse en nuestra virtud. No es suficiente tener virtud sin conocimiento. De hecho, considero que el conocimiento es también una de las raíces primarias que brotan de la simiente de la fe. La virtud y el conocimiento fomentan el crecimiento de la simiente.
En el versículo 6 Pedro dice: “En el conocimiento, dominio propio; en el dominio propio, perseverancia; en la perseverancia, piedad”. Tener dominio propio o templanza significa ejercer control y restricción sobre nuestras pasiones, deseos y hábitos. Esto debe suministrarse y desarrollarse en el conocimiento para que se produzca el debido crecimiento en vida.
Una vez que hemos adquirido tal conocimiento, es fácil volvernos orgullosos. Es por ello que necesitamos desarrollar en nuestro conocimiento dominio propio. El dominio propio conlleva la noción de restricción. A medida que crece un árbol, sus raíces se extienden en distintas direcciones, pero el tronco crece hacia arriba de forma restringida. Este ejemplo nos muestra que a medida que la virtud y el conocimiento se desarrollan, requerimos la restricción que nos provee el dominio propio.
Según lo que Pedro dice en el versículo 6, en nuestro dominio propio tenemos que desarrollar perseverancia. El dominio propio se ejerce para con uno mismo, mientras que la perseverancia consiste en ser longánimos para con otros y en soportar las circunstancias. Para llevar una vida cristiana adecuada, debemos ser longánimos con los que nos rodean y soportar nuestro entorno y nuestras circunstancias.
En nuestra perseverancia debemos desarrollar piedad. La piedad es una vida que tiene la semejanza de Dios y le expresa. Mientras ejercemos dominio propio, somos longánimos para con los demás y soportamos nuestras circunstancias, es necesario que en nuestra vida espiritual se desarrolle la piedad para que seamos semejantes a Dios y le expresemos. Si consideramos la fe como la simiente, la virtud y el conocimiento como las raíces, y el dominio propio como el tronco, entonces podemos afirmar que la perseverancia y la piedad son comparables a las ramas. Por consiguiente, vemos un desarrollo bastante completo: de la simiente brotan las raíces, el tronco y las ramas. Finalmente, en el versículo 7 vemos el florecimiento y el fruto: el afecto fraternal y el amor.
En el versículo 7 Pedro concluye, diciendo: “En la piedad, afecto fraternal; en el afecto fraternal, amor”. La palabra griega traducida “afecto fraternal” es filadelfía, compuesta defiléo, “sentir afecto por”, y adelfós, “hermano”; por ende, “un afecto fraternal, un amor relacionado con el deleite y el placer”. En la piedad, que denota la expresión de Dios, es necesario que este amor sea desarrollado por el bien de la hermandad (1 P. 2:17; 3:8; Gá. 6:10), lo cual será nuestro testimonio ante el mundo (Jn. 13:34-35) y nos hará llevar fruto (15:16-17).
La palabra griega traducida “amor” en el versículo 7 es agápe, que es la palabra que en el Nuevo Testamento significa “amor divino”, el cual es Dios en Su naturaleza (1 Jn. 4:8, 16). Es un amor más noble que filéo y adorna todas las cualidades de la vida cristiana (1 Co. 13; Ro. 13:8-10; Gá. 5:13-14). Es más fuerte y de mayor capacidad que el amor humano (Mt. 5:44, 46); aun así, un creyente que viva por la vida divina (2 P. 1:3) y participe de la naturaleza divina (v. 4) puede ser saturado de dicho amor y expresarlo en plenitud. Es necesario que tal amor sea desarrollado en el afecto fraternal, de modo que lo gobierne y fluya en él a fin de que Dios, quien es este amor, sea expresado plenamente. Como ya vimos, la fe es comparable a la simiente de vida, mientras que dicho amor más noble es comparable al fruto (v. 8) en su pleno desarrollo. Los seis pasos intermedios de este desarrollo son las etapas de su crecimiento hacia la madurez.
El pensamiento de Pedro en el capítulo 1 de esta epístola consiste en que la plena salvación del Dios Triuno redunda en santidad y en afecto fraternal. La santidad está relacionada con la piedad. Por tanto, el fruto de la plena salvación de Dios es la expresión de Dios y el amor hacia los hermanos. Según algunas traducciones, la palabra amor en 2 Pedro 1:7 indica un amor que se muestra no sólo para con los hermanos cristianos, sino para con todos los hombres. Según este entendimiento, primeramente amamos a los hermanos y después a todos los hombres. Pero no considero que este entendimiento sea acertado.
Hemos señalado que agápe es un amor más noble que filéo.Agápe es superior a filéo en calidad y quizás también en cantidad. En ocasiones es posible que amemos a los hermanos de una manera estrecha y limitada, con cierta medida de afecto fraternal. En nuestro amor quizá haya preferencias y amemos a unos hermanos más que a otros. Tal vez afirmemos que amamos a todos los santos, pero no los amamos a todos por igual. Puesto que Pedro era una persona que tenía mucha experiencia y conocía la condición de los santos, no se detuvo en el afecto fraternal, sino que prosiguió a hablar del amor, de agápe, el amor profundo y noble con el cual Dios el Padre ama a toda la humanidad, tanto a creyentes como a pecadores.
En Mateo 5:44-47 el Señor Jesús dijo: “Pero Yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir Su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los recaudadores de impuestos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles?”. Así como Dios envía la lluvia sobre justos e injustos, también nosotros debemos amar, no solamente a nuestros hermanos, sino también a nuestros enemigos. No se requiere mucha fuerza o energía para amar a nuestro propio hermano; en cambio, sí se requiere especial fuerza y energía para amar a nuestros enemigos. Todos necesitamos tener este noble amor.
De hecho, es posible que en la vida de iglesia tengamos preferencia por cierto hermano a quien consideramos simpático, y le amemos, pero tal vez no mostremos el mismo aprecio por otro hermano. Quizás sintamos amor por ambos hermanos, pero ese amor será superficial. Por consiguiente, necesitamos un amor más profundo y más noble. Este amor es agápe. Cuando tenemos esta clase de amor, amamos a todos los hermanos por igual, sin importar qué clase de hermanos sean.
En 1:5-7 se muestra el desarrollo de la fe al amor. Este desarrollo incluye la virtud, el conocimiento, el dominio propio, la perseverancia y la piedad. Finalmente, alcanzamos el pleno desarrollo y la madurez. Así, pues, todo empieza a partir de la simiente de la fe, continúa con las raíces de la virtud y el conocimiento, el tronco del dominio propio y las ramas de la perseverancia y la piedad, y finalmente culmina con la flor y el fruto del afecto fraternal y el amor.
En el versículo 8 Pedro añade: “Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán ociosos ni sin fruto para el pleno conocimiento de nuestro Señor Jesucristo”. Las palabras estas cosas se refieren a todas las virtudes enumeradas en los versículos del 5 al 7, desde la fe hasta el amor. La fe, la virtud, el conocimiento, el dominio propio, la perseverancia, la piedad, el afecto fraternal y el amor deben estar en nosotros. No obstante, éstas son sólo algunas de “todas las cosas” que el poder divino nos ha concedido. Así que, debemos ver que todas estas cosas están incluidas en la simiente. Esta simiente contiene la raíz, el tronco, las ramas, la flor y el fruto.
La palabra griega traducida “están” es jupárco, y denota que ciertas cosas existen en una persona y le pertenecen desde el principio, y por ende, llegan a ser su posesión legítima hasta el presente. Esto indica que todas las virtudes mencionadas en los versículos del 5 al 7 son posesión de los creyentes y están en ellos para siempre por medio de la experiencia que tienen al participar de la naturaleza divina en todas sus riquezas.
Pedro dice que estas virtudes no sólo están en nosotros sino que también abundan. Las virtudes divinas no solamente están en los creyentes y son posesión de ellos, sino que además abundan y se multiplican en ellos mientras la vida divina se desarrolla y crece en ellos. Todas estas virtudes ya están presentes en la simiente, y sólo esperan la oportunidad de abundar. A fin de que puedan abundar las virtudes que están en la simiente, ésta debe ser sembrada en la tierra y luego crecer y desarrollarse al grado de florecer y dar fruto.
Pedro dice que si estas cosas están en nosotros y abundan, no nos dejarán ociosos ni sin fruto para el pleno conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. [La palabra griega traducida “dejarán” literalmente se traduce “constituirán”.] Esto indica que las virtudes de la vida divina y de la naturaleza divina son los componentes, los elementos, de nuestra constitución espiritual, de nuestro ser espiritual, y hacen de nosotros personas en quienes no hay ocio ni esterilidad.
Llegamos a estar constituidos de algo no al corregirnos a nosotros mismos ni al tratar de enmendarnos o mejorarnos. Para experimentar tal cambio de constitución intrínseca, tenemos que recibir cierto elemento constitutivo. Los elementos, los ingredientes, de la naturaleza divina son los elementos constitutivos necesarios para nuestra constitución intrínseca.
A menudo, a los cristianos se les exhorta y se les enseña a mejorar su conducta. Sin embargo, en el Nuevo Testamento no se nos exhorta a enmendarnos a nosotros mismos, sino a permitir que los elementos de la naturaleza divina lleguen a formar parte de nuestra constitución intrínseca. Si bien Confucio enseñó a las personas cómo tener una mejor conducta, ciertamente no les enseñó cómo permitir que la naturaleza divina llegara a ser su constitución intrínseca.
Existe una diferencia entre perfeccionar algo y llegar a estar constituido de algo. Perfeccionar algo implica que ya poseemos lo que necesita ser perfeccionado. Pero llegar a estar constituidos de algo implica que algo está por añadirse a nosotros, lo cual todavía no poseemos. Nosotros poseemos la fe como simiente, la cual incluye a Cristo como vida. De hecho, esta simiente es el Dios Triuno. Hemos visto que en nuestra fe debemos desarrollar virtud, conocimiento, dominio propio, perseverancia, piedad, afecto fraternal y amor. También vimos que debemos llegar a estar constituidos de estos elementos que deben ser desarrollados.
De hecho, nuestro ser natural necesita ser reconstituido intrínsecamente. Desde el momento en que nacimos, fuimos constituidos cierta clase de persona. Ahora que hemos sido regenerados, necesitamos ser reconstituidos, es decir, necesitamos que los elementos de la naturaleza divina lleguen a formar parte de nuestra constitución intrínseca. En nuestra vida natural, nosotros fuimos formados con cierta constitución intrínseca. Ahora, puesto que hemos experimentado un nuevo nacimiento en virtud de una nueva vida, necesitamos que la naturaleza divina llegue a ser nuestra nueva constitución intrínseca. La naturaleza divina es rica en ingredientes, en componentes, con los cuales necesitamos crecer hasta convertirnos en Dios-hombres, en personas que están mezcladas con el Dios Triuno.
Si permitimos que los elementos de la naturaleza divina lleguen a ser nuestra constitución intrínseca, no seremos personas ociosas ni estaremos carentes de fruto. Literalmente, la palabra griega traducida “ociosos” significa “desempleado, por ende, ocioso”. Ahora bien, es posible que alguien no esté ocioso pero sí carente de fruto. Ser fructífero requiere más crecimiento en vida y más suministro de vida. El ocio y la falta de fruto son componentes de nuestro ser caído; pero la acción, la energía que la vida proporciona y el ser fructuoso son elementos constitutivos de nuestra constitución espiritual. El hecho de que Pedro use la expresión sin fruto en el versículo 8 indica que lo abarcado en los versículos del 5 al 7 representa el desarrollo y el crecimiento de la vida divina hacia la madurez.
La palabra ociosos tiene muchas implicaciones. Pareciera una palabra muy insignificante, pero en realidad es muy significativa y tiene muchas implicaciones. Podríamos decir que propagar chismes es una señal de ociosidad. Toda persona que chismea está ociosa. Es posible que una persona así no dedique suficiente tiempo para leer la Palabra y orar, y ponga el pretexto de estar muy ocupada. En realidad, tal persona no está ocupada, sino que está ociosa.
En el versículo 8 Pedro habla de no estar ociosos ni carentes de fruto “para el pleno conocimiento de nuestro Señor Jesucristo”. La constitución formada por las virtudes espirituales avanza a través de muchos pasos hasta alcanzar el pleno conocimiento de nuestro Señor Jesucristo, con miras a la plena comprensión de la corporificación todo-inclusiva del Dios Triuno. En este pasaje de la Palabra, se usan tres preposiciones que muestran la relación que existe entre la experiencia de vida y el conocimiento espiritual: en, del versículo 2, se refiere a la esfera del conocimiento; mediante, del versículo 3, se refiere al conducto por el que se obtiene el conocimiento; y para, del versículo 8, se refiere a tener el conocimiento como la meta. El conocimiento que obtenemos del Señor por experiencia aumenta según el grado de nuestro crecimiento en vida.
En el versículo 9 Pedro dice: “Pero el que no tiene estas cosas es ciego y tiene la vista muy corta, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados”. Al igual que en el versículo 8, “estas cosas” se refieren a todas las virtudes enumeradas en los versículos del 5 al 7. La persona que no tiene estas cosas está ciega y tiene la vista muy corta. La raíz de la palabra griega traducida “tiene la vista muy corta” significa “cerrar los ojos, posiblemente debido a una luz muy intensa”, y por ende, se ha traducido “tener la vista muy corta”. Por consiguiente, tener la vista muy corta equivale a estar espiritualmente ciego y no poder ver más allá en términos de la impartición de la vida y la naturaleza divinas del Dios Triuno en los creyentes como su suministro abundante.
Literalmente, la palabra griega traducida “habiendo olvidado” significa “olvidar a propósito”, es decir, haber olvidado intencionalmente la experiencia de la purificación de nuestros antiguos pecados. Esta purificación se efectuó para que nosotros pudiéramos avanzar en la vida divina al participar de la naturaleza divina hasta alcanzar la madurez en la vida divina. Olvidarnos de la purificación de nuestros antiguos pecados no significa negar la fiel profesión que hicimos cuando creímos en Cristo y fuimos bautizados en Él, ni tampoco perder la certeza de la salvación que recibimos en ese momento, sino, más bien, equivale a descuidar lo que el comienzo de la salvación significó para nosotros.
En el versículo 10 Pedro dice: “Por lo cual, hermanos, sed aún más diligentes en hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no tropezaréis jamás”. Aquí ser diligentes es desarrollar las virtudes espirituales en la vida divina, es decir, avanzar en el crecimiento de la vida divina. Esto hace firme nuestra vocación y elección.
Si somos diligentes en desarrollar las virtudes mencionadas en los versículos del 5 al 7, haremos firme, aseguraremos, nuestro llamamiento y elección. Nunca dudaremos que fuimos llamados por Dios y elegidos por Él. Sin embargo, es posible que algunos duden que Dios los eligió. La razón por la cual tienen dudas al respecto es que carecen de las virtudes enumeradas por Pedro. Pero si desarrollamos estas virtudes y éstas se convierten en nuestra constitución intrínseca, tendremos la certeza de que fuimos llamados y elegidos. Esto es hacer firme nuestra vocación y elección. Además, si hacemos estas cosas, no tropezaremos jamás, pues estaremos completamente constituidos de dichas virtudes.
En el versículo 11 Pedro concluye, diciendo: “Porque de esta manera os será suministrada rica y abundante entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. El suministro abundante que disfrutamos en el desarrollo de la vida y de la naturaleza divinas nos suministrará rica y abundante entrada en el reino eterno de nuestro Señor. Este suministro nos capacitará y nos hará aptos para entrar en el reino venidero ya que tendremos todas las riquezas de la vida divina y de la naturaleza divina como nuestras excelentes virtudes para la espléndida gloria de Dios. Esto no significa simplemente ser salvos para ir al cielo.
El reino eterno mencionado en este versículo se refiere al reino de Dios, que le fue entregado a nuestro Señor y Salvador Jesucristo (Dn. 7:13-14), y que será manifestado a Su regreso (Lc. 19:11-12). Será una recompensa para Sus creyentes fieles, quienes procuran crecer en Su vida hasta llegar a la madurez y desarrollar las virtudes de Su naturaleza para poder participar de Su reinado en la gloria de Dios durante el milenio (2 Ti. 2:12; Ap. 20:4, 6). Entrar de esta manera en el reino eterno del Señor está relacionado con entrar en la gloria eterna de Dios, a la cual Dios nos llamó en Cristo (1 P. 5:10; 1 Ts. 2:12).
El versículo 11 de 2 Pedro 1 indica que nos puede ser suministrada rica y abundante entrada en el reino de nuestro Señor. Sin embargo, un buen número de cristianos no tendrá tal entrada, porque jamás han laborado para ello, lo cual sólo se logra al fomentar el desarrollo de la simiente divina hasta alcanzar la madurez. Si no permitimos que las virtudes divinas lleguen a ser nuestra constitución intrínseca, no podremos obtener tal entrada; pero si permitimos que la vida divina se desarrolle en nosotros y que los elementos de la naturaleza divina lleguen a ser nuestros elementos constitutivos, nos será suministrada rica y abundante entrada en el reino venidero.