Mensaje 6
Lectura bíblica: 2 Ti. 3:14-17
Hemos visto que el tema de 2 Timoteo es la vacuna contra la decadencia de la iglesia. En este mensaje hablaremos acerca del antídoto contenido en esta vacuna, el cual es la Palabra divina. En 2:16-26 vemos cómo se extiende la decadencia, y en 3:1-13 vemos cómo la decadencia empeora. Alabamos al Señor porque en 3:14-17 encontramos un antídoto maravilloso, celestial, divino, espiritual y lleno de riquezas. Como veremos, este antídoto es la palabra divina del Antiguo y Nuevo Testamento, es decir, la Escritura que es dada por el aliento de Dios y es útil para enseñar, para redargüir, para corregir y para instruir en justicia, y hace que el hombre de Dios sea cabal, enteramente equipado para toda buena obra.
En 2 Timoteo 3:14 dice: “Pero persiste tú en lo que has aprendido y de lo que estás convencido, sabiendo de quiénes has aprendido”. Las cosas que Timoteo aprendió del apóstol y de las cuales tenía certeza, eran la porción vital del contenido del Nuevo Testamento, con la cual se completó la revelación divina (Col. 1:25). Así que, él tenía una comprensión práctica de gran parte del Nuevo Testamento. Éstas eran las cosas que él había aprendido de Pablo y de las cuales tenía certeza.
La palabra ministrada por Pablo completó la revelación divina, la parte principal del Nuevo Testamento. El versículo 14 indica que Timoteo había recibido de Pablo el conocimiento apropiado del Nuevo Testamento y que estaba persuadido de ello, a pesar de que en ese entonces el Nuevo Testamento como tal aún no había terminado de escribirse. Así que, a Timoteo se le había confiado la revelación central del Nuevo Testamento.
En el versículo 15 Pablo añade: “Y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús”. Además de su conocimiento del Nuevo Testamento, Timoteo había recibido, desde su niñez, un buen fundamento en el conocimiento del Antiguo Testamento. Él fue completamente perfeccionado y equipado para ministrar la palabra de Dios, no sólo al cuidar de una iglesia local, sino también al afrontar la decadencia de la iglesia, la cual iba de mal en peor.
Los versículos 14 y 15 se refieren al Antiguo Testamento como también al Nuevo. Puesto que Timoteo conocía las santas Escrituras desde su niñez, él conocía bien el Antiguo Testamento y había recibido de Pablo un conocimiento apropiado de la parte principal del Nuevo Testamento. Así, pues, Timoteo tenía una comprensión apropiada de la Biblia en su totalidad. Hoy todos los santos del recobro de Señor, sobre todo los jóvenes, necesitan entender la Palabra de Dios, tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo.
El versículo 16 declara: “Toda la Escritura es dada por el aliento de Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia”. Las palabras griegas traducidas “toda la Escritura es dada por el aliento de Dios y útil”, significan también: “Toda Escritura que ha sido dada por el aliento de Dios, es también útil”.
Para confrontar la muerte, la corrupción y la confusión que imperan en la decadencia de la iglesia, se necesita la vida eterna, en la cual se basa el capítulo uno (vs. 1, 10), la verdad divina, que se recalca en el capítulo dos (vs. 15, 18, 25), y la santa Escritura, que se tiene en tan alta estima en el capítulo tres (vs. 14-17). La vida eterna no sólo sorbe la muerte, sino que además proporciona el suministro de vida; la verdad divina reemplaza la vanidad de la corrupción con la realidad de todas las riquezas divinas; y la santa Escritura no sólo disipa la confusión, sino que además nos proporciona luz y revelación divinas. Por esta razón, en este libro el apóstol subrayó estos tres asuntos.
La expresión “dada por el aliento de Dios” indica que la Escritura, la palabra de Dios, es el aliento que sale de Su boca. El hablar de Dios es Su exhalación. Por consiguiente, Su palabra es espíritu (Jn. 6:63), pneúma, o aliento. Así que, la Escritura contiene y comunica a Dios como el Espíritu. El Espíritu es, por tanto, la esencia misma, la sustancia, de la Escritura, así como el fósforo es la sustancia esencial de los cerillos. Debemos “encender” el Espíritu de la Escritura con nuestro espíritu para obtener el fuego divino.
La Escritura, que contiene y comunica a Dios el Espíritu, también contiene y comunica a Cristo. Cristo es la Palabra viva de Dios (Ap. 19:13), y la Escritura es la palabra escrita de Dios (Mt. 4:4).
Según el versículo 16, toda la Escritura es también útil para enseñar, para redargüir, para corregir y para instruir en justicia. Aquí “redargüir” significa reprender, refutar. La palabra “corregir” denota rectificar lo incorrecto, volver a alguien al camino correcto o restaurarle a una condición recta. La palabra “instruir” se refiere a disciplinar o castigar conforme a la justicia, es decir, por medio del elemento y la condición de la justicia.
En el versículo 17 Pablo declara: “A fin de que el hombre de Dios sea cabal, enteramente equipado para toda buena obra”. Hemos visto que un hombre de Dios es uno que participa de la vida y naturaleza de Dios (Jn. 1:13; 2 P. 1:4) de modo que llega a ser uno con Dios en Su vida y en Su naturaleza (1 Co. 6:17) y así lo expresa. Esto corresponde al misterio de la piedad, que es Dios manifestado en la carne (1 Ti. 3:16). Por medio de la Escritura dada por el aliento de Dios, el hombre de Dios llega a ser cabal, enteramente equipado para toda buena obra. Aquí la palabra “cabal” significa completa y perfectamente capacitado, y “equipado” significa pertrechado, provisto de lo necesario, preparado.
Necesitamos conocer la Biblia no meramente según la letra impresa, sino también según la revelación divina y la sabiduría celestial. No debemos pensar que un doctorado puede capacitar a alguien para entender una epístola como Efesios. Si estudiamos esta epístola únicamente según la letra, no podremos entenderla. Para obtener una comprensión adecuada de este libro, como de toda la Biblia, requerimos un espíritu de sabiduría y de revelación. Por esta razón Pablo oró: “Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el pleno conocimiento de El, para que, alumbrados los ojos de vuestro corazón, sepáis cuál es la esperanza a que El os ha llamado” (Ef. 1:17-18). Damos gracias al Señor porque por más de cincuenta años hemos estado recibiendo este espíritu de sabiduría y de revelación. Como resultado, los mensajes publicados en el recobro del Señor siempre contienen algo fresco y nuevo. Estos mensajes no son dados meramente conforme a la letra de la Escritura, sino según el espíritu de sabiduría y de revelación.
En el recobro del Señor no valoramos la teología, las tradiciones ni los concilios. Honramos, respetamos y valoramos la santa Palabra que nos es dada bajo el resplandor de la luz celestial, luz que proviene de un espíritu de sabiduría y de revelación. Debido a que dependemos de la iluminación de Dios, Él nos abre Su Palabra.
Muchos cristianos aplican mal 3:16 y 17, al decir que la santa Escritura es útil para enseñar, redargüir, corregir e instruir en justicia y que hace posible que el hombre de Dios sea cabal, enteramente equipado y perfeccionado. Aunque todo esto es cierto, pasa por alto el elemento de vida contenido en la Palabra. Aquellos que consideran la Biblia un libro de enseñanzas, de reprensiones, de correcciones y de instrucciones, a menudo pasan por alto la esencia vital que está en la Palabra. Como seres humanos, exteriormente tenemos un cuerpo físico, pero interiormente tenemos un espíritu y un alma. Nuestra persona no consiste principalmente de la parte externa, el cuerpo, sino de las partes internas, el espíritu y el alma. Lo mismo sucede con respecto a la Biblia. La Biblia no sólo tiene un “cuerpo”, la letra, sino que además posee un espíritu, ya que es dada por el aliento de Dios. Si al leer la Biblia ejercitamos únicamente nuestra mente para estudiarla, no recibiremos el suministro de vida.
La mayoría de los cristianos pasa por alto el espíritu y toma la Biblia como un libro escrito. El Señor Jesús dijo en cierta ocasión: “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida” (Jn. 6:63). Además, hemos señalado que cada palabra de la Biblia contiene el aliento de Dios. Por tanto, no sólo debemos estudiar la Palabra, sino también inhalar el aliento divino que está en la Palabra. Si no ejercitamos nuestro espíritu para inhalar el aliento divino, no recibiremos la vida divina cuando estudiemos la Biblia. Pero si inhalamos el aliento de Dios, seremos avivados por un elemento divino, celestial y espiritual.
Quisiera recalcarles que no es suficiente estudiar la Biblia con el simple propósito de seguir instrucciones. A menudo, durante una ceremonia de bodas, el ministro da instrucciones a la novia y al novio según las palabras de Pablo en Efesios 5. A la mujer, le recuerda que debe estar sujeta a su marido, y al marido, que debe amar a su mujer. No obstante, aunque ellos prometan cumplir esos requisitos, no podrán hacerlo a menos que reciban el aliento divino hallado en la Palabra. Las instrucciones en justicia, dadas según la Biblia, no funcionan si no recibimos el aliento de Dios, ya que en realidad estaríamos rebajando dichas instrucciones al mismo nivel de las enseñanzas éticas de Confucio.
Damos gracias al Señor por mostrarnos que cada vez que leamos la Palabra debemos ejercitar nuestros ojos, nuestra mente y nuestro espíritu. Podríamos decir que con los ojos establecemos contacto con el “cuerpo” de la Palabra, que con nuestra mente establecemos contacto con el “alma” de la Palabra, y que, al ejercitar nuestro espíritu para orar la Palabra, entramos en contacto con el espíritu de la Palabra. De este modo, logramos no sólo entender el significado de cierto pasaje de la Escritura, sino también inhalar el aliento divino para recibir el suministro de vida.
Muchos de entre nosotros podemos testificar que cuando leemos ciertos versículos de la Biblia nos resultan muy preciosos. Sin embargo, es posible que también los discípulos de Confucio consideren preciosas algunas de las frases que él dijo. No obstante, las enseñanzas de Confucio no contienen el aliento divino. La Palabra de Dios, en cambio, contiene el aliento divino. Detrás de la letra impresa de la Biblia se halla al Espíritu que da vida. Por consiguiente, cada vez que leamos la Palabra, debemos ejercitar nuestro espíritu, además de nuestra mente. De este modo, los versículos que leamos no sólo nos parecerán preciosos, sino que además nos nutrirán y nos refrescarán.
De hecho, las funciones que cumple la Palabra, tales como enseñar, redargüir, corregir e instruir, están relacionadas con la transformación. La Biblia no nos corrige principalmente de manera externa, sino de manera interna, transformándonos. Esto significa que la palabra de la Escritura opera en nosotros de forma metabólica. Tal como los alimentos que ingerimos y digerimos nos nutren interiormente al cambiarnos y transformarnos metabólicamente, de la misma manera, la Palabra de Dios nos transforma al enseñarnos, reargüirnos, corregirnos e instruirnos interiormente.
Si queremos que la Palabra nos nutra, no sólo debemos orarla, sino también salmodiarla y cantarla. En Colosenses 3:16 Pablo declara: “La palabra de Cristo more ricamente en vosotros en toda sabiduría, enseñándoos y exhortándoos unos a otros con salmos e himnos y cánticos espirituales, cantando con gracia en vuestros corazones a Dios”. Si oramos, salmodiamos y cantamos la Palabra, avivaremos el fuego de nuestro espíritu. Aun más, cada vez que oremos, salmodiemos y cantemos la Palabra, inhalaremos el aliento divino y recibiremos más del elemento de Dios. De esta manera, Dios se impartirá en nosotros y nos infundirá Su elemento.
No podemos negar el hecho de que el Señor nos ha mostrado mucha luz de Su Palabra. Un ejemplo de esto es la luz que recibimos cuando leemos el Evangelio de Juan. Si leen el bosquejo del Evangelio de Juan impreso en la Versión Recobro, comprenderán que el Señor verdaderamente nos ha dado a conocer Su Palabra. Muchos tal vez conozcan la Biblia según la letra, pero nosotros, por la misericordia y gracia del Señor, conocemos la Biblia conforme a la vida, la luz y el espíritu.
Permítame testificar acerca de la luz que hemos recibido en Juan 16:8-11. Un día, mientras leía estos versículos, vi que el pecado, la justicia y el juicio están relacionados respectivamente con tres personas, a saber: Adán, Cristo y Satanás. Poco tiempo después de haber visto esto, se me asignó dar un mensaje en una reunión de evangelización en la iglesia en Shangai, y compartí sobre estos versículos. Les dije a las personas: “Como seres humanos, ustedes nacieron en Adán. En Adán, ustedes pecaron y fueron condenados; pero existe otra persona, Cristo, y hay un camino por el cual ustedes pueden salir de Adán y entrar en Cristo, a fin de ser justificados por Dios. Si creen en Cristo, serán trasladados a Él; pero si no creen en Cristo, permanecerán en Adán, la primera persona, y su destino finalmente será el mismo de Satanás, la tercera persona. El juicio ya ha sido preparado para Satanás. ¿Quieren ustedes ayudar a que Satanás sufra el juicio por toda la eternidad? ¿Permanecerán ustedes en Adán y en el pecado para finalmente compartir el mismo juicio con Satanás, o creerán en Cristo y serán trasladados a Él, a fin de recibir el don de la justicia?”. Aquel mensaje fue muy bueno e impartió mucha luz. Cuando terminé de dar ese mensaje, me sentí muy nutrido. Poco después, el hermano Nee, refiriéndose a ese mensaje, me dijo: “Witness, casi nadie ha visto que en Juan 16:8-11, el pecado está relacionado con Adán; la justicia, con Cristo; y el juicio, con Satanás. Te aliento a que sigas enseñando la Biblia de esa manera”. Nunca podré olvidar aquellas palabras que me habló el hermano Nee. Estas palabras me siguen animando, fortaleciendo y confirmando hasta el día de hoy.
Damos gracias al Señor porque con el paso de los años ha seguido brillando sobre nosotros la luz, y aun se ha derramado sobre nosotros. Si el Señor no nos alumbrara, podríamos leer 2 Timoteo una docena de veces sin llegar a ver nada respecto a la vacuna. Para ver esto, se necesita la luz. Cuando la luz nos ilumina, nos damos cuenta de que la palabra divina, la Escritura, es el antídoto contenido en esta vacuna.
No debiéramos leer la Biblia como lo hicieron los religiosos de la época del Señor Jesús y de Pablo. Ellos no se percataron de que en el título de Dios —el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob— se hallaba implícita la resurrección. Gamaliel muy probablemente instruyó a Pablo acerca de Génesis 12 y 15, pero no fue sino hasta que Pablo fue alumbrado por el Señor y recibió la revelación, que él comprendió que la esposa de Abraham y su concubina tipificaban dos pactos. Esto nos muestra que una cosa es ser un erudito de la Biblia, y otra muy distinta es tener la luz de la revelación de Dios.
No debemos estudiar la Biblia meramente según la letra escrita. Debemos orar para que el Señor nos dé un espíritu de sabiduría y de revelación. Si no tenemos dicho espíritu y meramente leemos la letra de la Biblia, no experimentaremos la vida, la luz, ni el espíritu. Existe una gran diferencia entre la manera en que la mayoría de los cristianos de hoy lee la Biblia, y la manera en que nosotros leemos la Biblia en el recobro del Señor. La mayoría de los creyentes lee la Palabra según la letra, pero nosotros leemos la Palabra según la vida, la luz y el espíritu. Es por ello que constantemente nos humillamos ante el Señor, abrimos nuestro ser a Él y le pedimos que nos dé luz, visión, sabiduría y revelación. Espero que todos aprendamos a acudir a la Palabra de Dios de esta manera.