Mensaje 6
Lectura bíblica: Jos. 1:2-6; Fil. 3:8, 12; Ap. 2:7b; Jos. 5:12; Fil. 1:21; Ef. 1:11, 18
Conforme a la revelación divina hallada en las Escrituras, debemos tomar posesión de la buena tierra para Cristo a fin de que Cristo pueda hacernos posesión Suya. Tomamos posesión de la buena tierra prometida por Dios en beneficio de Cristo, y Cristo toma posesión de nosotros en beneficio nuestro. ¿Qué queremos decir al afirmar que poseemos la buena tierra para Cristo y que Él, para beneficio nuestro, nos hace posesión Suya? Mi carga en este mensaje es que estos dos asuntos difíciles de entender sean plenamente esclarecidos.
En el primer mensaje de este estudio-vida señalamos que tomar posesión para Cristo de la tierra prometida por Dios así como proveer las personas apropiadas a fin de introducir a Cristo en el linaje humano constituían los dos puntos principales de la sección de historia antiguotestamentaria abordada en los tres libros de Josué, Jueces y Rut. Estos dos puntos principales —tomar posesión de la tierra para Cristo y proveer antepasados legítimos para Cristo— son el espíritu mismo de la historia relatada desde Josué hasta Rut. Puesto que la tierra prometida por Dios tipifica a Cristo, entonces, ganar la tierra para Cristo significa ganar a Cristo para Cristo.
En Génesis, Dios le prometió a Abraham que Él daría la buena tierra a los descendientes de Abraham. Más de cuatrocientos años después, Dios envió a Moisés a liberar a Israel de Egipto, diciéndole que Él lo enviaba para que llevara al pueblo a la buena tierra. Era un hecho que Dios le había dado la tierra a Israel, pero este hecho todavía no era una realidad práctica; más bien, era una promesa que todavía no se había cumplido. Ni aun cuando Israel llegó a las llanuras de Moab bajo el liderazgo de Josué se había concretado la entrega de la buena tierra a Israel, pues la tierra todavía no había sido poseída por Israel. Únicamente después que Israel ganó la buena tierra y tomó posesión de ella es que dicha tierra, de hecho, llegó a ser de ellos en forma práctica.
La buena tierra había sido prometida a Israel, y la situación era propicia para que dicha tierra fuese dada a Israel de manera concreta. Dios, el Dador, ya lo había hecho todo; pero aun así era necesario que Israel, el receptor, hiciera algo para tomar posesión de lo que Dios le había dado.
El principio es el mismo respecto a predicar el evangelio hoy. La salvación de Dios ha sido prometida, preparada y completada en Cristo y con Cristo. Todo ya está listo para que esta salvación sea dada a los pecadores. Dios quiere dar esta salvación a los pecadores, pero es necesario que ellos le respondan recibiendo Su don de salvación. Responder a Dios recibiendo Su salvación es realizar algo que le es útil a Dios. De hecho, recibir la salvación de Dios es hacerle un favor a Dios. Si ustedes conocen el corazón de Dios, comprenderán que toda vez que un pecador se arrepiente y recibe a Cristo, ese pecador le está haciendo un favor a Dios.
Al comienzo del libro de Josué vemos que Israel estaba listo para avanzar, tomar la buena tierra, poseerla y disfrutarla. Que Israel hiciera esto equivalía a hacer algo para Cristo, quien es tipificado por la buena tierra. De otro modo, la buena tierra hubiera estado allí improductiva. Hoy en día, Cristo como la buena tierra está listo para ser tomado y poseído por Sus creyentes; sin embargo, ¿dónde están aquellos que están listos para tomarle, poseerle y disfrutarle como la buena tierra todo-inclusiva? Muchos pecadores no están dispuestos a responder a Cristo e, incluso, muchos de Sus creyentes no están dispuestos a responder a Cristo tomándole, poseyéndole y disfrutándole.
A la luz de lo dicho anteriormente, consideremos ahora qué significa ganar a Cristo para Cristo. Cristo, hoy en día, es la buena tierra que nos ha sido dada ricamente por Dios. No obstante, la gran mayoría de cristianos siguen siendo ajenos a todas las riquezas de Cristo, a todo cuanto Él es. Como Aquel que está entronizado en los cielos, Cristo es fuerte y poderoso; pero nosotros somos débiles. Él es rico, pero nosotros somos pobres. Mientras que Cristo es fuerte, poderoso y rico, nosotros somos débiles, impotentes y pobres. La razón por la cual nos encontramos en tal situación es porque no nos hemos esforzado por ganar a Cristo. Sin embargo, cuando ganamos a Cristo, le experimentamos. Entonces Cristo llega a ser en nosotros lo que Él debía ser para nosotros. Esto significa que al ganar a Cristo no sólo lo hacemos para nuestro disfrute personal, sino también para que Cristo sea todo aquello que Él debe ser.
Según la revelación del Nuevo Testamento, Cristo es perfecto, completo, rico y poderoso; más aún, es un hecho que Dios nos dio tal Cristo. Aunque Él es maravilloso, nosotros inspiramos lástima. Si vemos esto, comprenderemos que es necesario que hagamos algo a fin de que Cristo sea hecho real para nosotros e, incluso, también para los incrédulos, de modo que Él sea todo lo que debe ser. ¿Cómo es que Cristo puede llegar a ser todo lo que Él debe ser? Cristo puede llegar a ser todo lo que debe ser únicamente por medio de que nosotros le ganemos. Si ganamos a Cristo y le experimentamos, Cristo llegará a ser real para nosotros. Esto no sólo es para beneficio nuestro, sino también para beneficio de Cristo. En esto consiste ganar a Cristo para Cristo.
Nuestra necesidad actual es ganar más de Cristo, poseer más de Cristo y experimentar más de Cristo. Ganar a Cristo, poseerle y experimentarle hará que Él sea real para nosotros. Esto no solamente es para nuestro disfrute, sino también para que Cristo sea todo lo que debe ser. Al presente, el Cristo que está entre nosotros es muy inferior al Cristo que está en los cielos. El Cristo que está entre nosotros es diferente del Cristo que está en los cielos. Esto quiere decir que entre nosotros, Cristo todavía no es todo lo que debería ser. A fin de que Cristo sea para nosotros todo lo que Él debe ser, debemos ganarle. Cuanto más ganemos a Cristo, le poseamos, le experimentemos y le disfrutemos, más Él llegará a ser entre nosotros todo lo que Él debe ser. De este modo, nosotros ganamos a Cristo para Cristo. Ganamos a Cristo para Cristo a fin de que Él obtenga Su expresión corporativa. En esto consiste hacer de la buena tierra, la tierra de Emanuel (Is. 8:8).
Pablo era una persona que se esforzaba por ir en pos de Cristo a fin de ganar a Cristo (Fil. 3:8, 12). Sin embargo, muy pocos de los cristianos hoy, incluyéndonos a nosotros, son como Pablo. Quizás seamos cristianos buscadores, pero tal vez vayamos en pos de Cristo sólo hasta cierto punto, pues nos contentamos con una vida de iglesia rutinaria y con realizar una obra rutinaria y un servicio rutinario para Cristo. Seguir tal rutina no nos permite esforzarnos para ganar a Cristo. Debido a que tantos cristianos no van en pos de Cristo a fin de ganar a Cristo, Dios necesita vencedores.
La Biblia nos muestra que, primero, Dios intentó laborar con el linaje de Adán, pero el linaje adámico fracasó. Entonces, Dios tuvo un nuevo comienzo con otro linaje, con Israel, el linaje de Abraham. A la postre, Israel también le falló a Dios. Entonces, Dios acudió a otro grupo de personas: la iglesia. Sin embargo, aunque Dios ha estado laborando con la iglesia por unos dos mil años, Dios todavía no ha obtenido lo que Él desea. Por tanto, ya en el primer siglo, el Señor hizo un llamado a los vencedores (Ap. 2:7, 11, 17, 26-28; 3:5, 12, 20-21; 21:7), y hoy en día Él todavía hace un llamado a los vencedores. No obstante, incluso entre cristianos devotos, es difícil encontrar algunos vencedores, personas que van en pos de Cristo a fin de ganar a Cristo.
En el tiempo de Josué había entre dos o tres millones de israelitas, pero no había muchos Josués ni Calebs. No había muchos que se esforzaban, aquellos que verdaderamente iban en pos de Dios. Sin tales personas, tanto la buena tierra como el Dador de dicha tierra hubiesen permanecido improductivos. Tanto la tierra como el Dador de la tierra requerían de ciertas personas que tomaran la tierra, poseyeran la tierra y disfrutaran la tierra. Aquellos que tomaron posesión de la tierra le hicieron un favor a Aquel que les había dado la tierra.
Hoy en día, nosotros debemos tomar la tierra y poseerla para Cristo. Debemos ganar a Cristo para Cristo. Si hacemos esto, le haremos un favor a Cristo. Sin embargo, si continuamos llevando una vida cristiana rutinaria y una vida de iglesia rutinaria, no podremos ganar la tierra para Cristo. Para esto, Dios necesita vencedores. Actualmente, en la tierra hay millones de auténticos cristianos, pero ¿dónde están los vencedores? Dios llama a los vencedores, pero ¿quién responderá a Su llamado? ¿Quién responderá al llamado de Dios yendo en pos de Cristo para ganar a Cristo? Espero que muchos de nosotros le harán un favor a Cristo respondiendo al llamado que Dios hace a los vencedores.
Al disfrutar a Cristo, Él nos hace posesión Suya. Esto es algo orgánico. Si tomamos a Cristo, le poseemos y le disfrutamos como nuestra tierra todo-inclusiva, tal tierra llegará a ser nuestro suministro. Lo que la tierra nos suministre hará de nosotros personas orgánicas.
El principal beneficio que nos provee la tierra es el alimento. Si no tenemos alimentos, no podremos ser personas orgánicas. Al cultivar la tierra, ésta producirá alimentos. Entonces, comeremos los alimentos producidos por nuestra labor en la tierra y, como resultado de ello, llegaremos a ser personas orgánicas.
Todo aquello que ingerimos como alimento nos transforma orgánicamente. Cuando los israelitas estaban en Egipto, ellos comieron alimento egipcio, y esta comida hizo que llegasen a ser de constitución egipcia. Con el tiempo, Dios los sacó de Egipto para llevarlos al desierto, donde permanecieron por cuarenta años. Mientras estuvieron en el desierto, todos los días ellos comieron algo celestial: maná. El maná llegó a ser la constitución intrínseca de ellos, de modo que vinieron a ser personas celestiales. Pero llegó el momento en que el maná cesó. Al respecto, Josué 5:12 dice: “Y el maná cesó en aquel día, cuando comieron del producto de la tierra; los hijos de Israel nunca más tuvieron maná, sino que comieron de los frutos de la tierra de Canaán aquel año”. A partir de entonces, su constitución intrínseca comenzó a ser diferente, pues el producto de la buena tierra comenzó a ser el elemento constitutivo de su ser. Por tanto, hay tres etapas que determinaron la constitución intrínseca de los hijos de Israel: primero, en Egipto con el alimento egipcio; segundo, en el desierto con el maná; y tercero, en Canaán con el producto de la tierra. En cada etapa, su constitución intrínseca no fue determinada por ninguna enseñanza o norma, sino por lo que ellos comieron.
Hoy en día, como creyentes en Cristo, nuestra constitución intrínseca también está determinada por lo que comemos. Si queremos ser personas celestiales, debemos comer a Cristo como nuestro maná celestial. Si queremos ser vencedores, debemos laborar cultivando a Cristo como nuestra buena tierra. Laborar cultivando a Cristo significa ganar a Cristo como nuestro disfrute. En primer lugar, por supuesto, debemos tomar posesión de la tierra. Esto requiere que desposeamos a los “cananeos”. Después de tomar posesión de Cristo como la tierra, debemos laborar en dicha tierra. Por medio de nuestra labor, algo será producido, y ese producto llegará a ser nuestro alimento, nuestro suministro. A medida que comamos a Cristo como tal alimento y le disfrutemos, Él llegará a ser nuestro elemento constitutivo y así seremos hechos iguales a Cristo en vida y naturaleza. Esto es lo que Pablo quería decir cuando dijo: “Para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21).
Disfrutar a Cristo de esta manera nos transformará metabólicamente y hará que lleguemos a ser el tesoro de Cristo, Su posesión. Pablo nos habla de esto en Efesios 1. En este capítulo, primero tenemos la elección y predestinación de Dios, y después tenemos la obra redentora de Cristo. Mediante la redención efectuada por Cristo nosotros entramos en Cristo, como elemento particular, y este elemento llega a ser nuestro disfrute en virtud del cual somos constituidos la herencia de Dios.
En primer lugar, Dios entra en nosotros para ser nuestra herencia. Al disfrutar a Cristo, Él, como nuestro elemento constitutivo, hace de nosotros la herencia de Dios. Por un lado, tenemos a Cristo como nuestra buena tierra, nuestra posesión. Por otro, al disfrutar de esta posesión, Cristo mismo llega a ser nuestro elemento constitutivo y, en virtud de ello, llegamos a ser la herencia de Dios.
El proceso mediante el cual Cristo llega a ser nuestro elemento constitutivo a fin de que nosotros seamos hechos la herencia de Dios es un proceso absolutamente orgánico. Esto quiere decir que debemos tomar posesión del Cristo todo-inclusivo como nuestra buena tierra y laborar cultivando dicho Cristo a fin de obtener algún producto, el cual llegará a ser el alimento orgánico que habrá de transformarnos. Al comer este alimento, creceremos y gradualmente alcanzaremos la madurez en la vida divina. Cristo será nuestro elemento constitutivo orgánicamente y, en virtud de este nuevo elemento, seremos transformados. Luego, de una manera orgánica, llegaremos a ser la herencia de Dios, Su tesoro y posesión.