Mensaje 11
El Señor ejerció Su soberanía al escoger a las iglesias para cumplir Su propósito. El escogió siete ciudades en Asia Menor: Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea. De acuerdo con el griego el nombre de cada ciudad tiene mucho significado, y concuerda exactamente con su significado espiritual. Como ya dijimos, Efeso significa deseable, lo cual indica que la iglesia en Efeso era preciosa para el Señor y deseable a Sus ojos. En griego Esmirna significa mirra. La mirra es una especia aromática dulce y representa el sufrimiento. En la tipología, representa el fragante sufrimiento de Cristo. Por consiguiente, la iglesia en Esmirna era una iglesia sufrida, una prefigura de la iglesia que sufriría bajo la persecución del Imperio Romano a finales del siglo primero y hasta la primera parte del siglo cuarto. La iglesia perseguida sufrió en la fragancia de Cristo. En otras palabras, esta iglesia estaba en la tribulación de Cristo y en la comunión de Sus padecimientos. La iglesia en Esmirna sufrió como Cristo y llegó a ser la continuación de Sus padecimientos. En Colosenses 1:24 Pablo dijo que él completaba “lo que falta de las aflicciones de Cristo por Su cuerpo, que es la iglesia”. Pablo completaba los sufrimientos de Cristo. Aunque nadie puede continuar la obra redentora de Cristo, Sus sufrimientos tienen que ser completados por todos Sus seguidores, tanto individual como colectivamente. En la iglesia en Esmirna vemos la continuación colectiva de los sufrimientos de Cristo. Debido a que esta iglesia era la continuación de los sufrimientos de Jesús, verdaderamente constituía el testimonio de Jesús.
Consideremos ahora al que habla a la iglesia en Esmirna. En el versículo 8 el Señor dice: “Y escribe al mensajero de la iglesia en Esmirna: El Primero y el Ultimo, el que estuvo muerto y revivió”. El Señor le dijo a esta iglesia sufrida que El era el Primero y el Ultimo. Esto significa que no importa cuán grandes fueran los sufrimientos por los que El pasó, esos sufrimientos no pudieron terminarlo ni dañarlo. El fue el Primero y también el Ultimo. Al sufrir la iglesia, debe saber que el Señor es el Primero y el Ultimo, que es eterno e inmutable. Cualquiera que sea la circunstancia, El permanece inmutable. Nada puede ser primero que El, ni nada puede existir después de El. Todas las cosas están dentro del límite de Su control.
Cuando el Señor le dijo a la iglesia en Esmirna que El era el Primero y el Ultimo, indicaba con ello que la iglesia tiene que ser victoriosa. La iglesia no debe detenerse ante ningún tipo de sufrimiento. Debe pasar por todos los sufrimientos y llegar al final, porque el Señor, quien es la vida y la Cabeza de la iglesia, es el Primero y el Ultimo.
En este versículo el Señor también dijo que El “estuvo muerto y revivió”. Revivir significa resucitar. El Señor sufrió la muerte y volvió a vivir. El pasó por la muerte, pero ésta no pudo retenerlo (Hch. 2:24) porque El es la resurrección (Jn. 11:25). La iglesia sufrida también necesita conocerlo a El como resurrección para poder pasar por todo tipo de sufrimiento. No importa cuán severa sea la persecución, la iglesia continuará viviendo, porque la vida de resurrección de Cristo dentro de ella puede soportar la muerte. Cuando mucho el sufrimiento o la persecución sólo pueden matarnos. Después de la muerte que experimentamos por la persecución, viene la resurrección. De manera que es como si el Señor dijese a la iglesia sufrida: “Debes comprender que Yo fui perseguido hasta la muerte. Pero la muerte no fue el fin, fue la entrada a la resurrección. Cuando entré en la muerte, llegué al umbral de la resurrección. No tengas temor de la persecución, ni de la posibilidad de ser muerto. Debes recibir la muerte y estar contento, porque una vez que hayas pasado por la muerte también tú estarás a las puertas de la resurrección. Recuerda, que Yo soy el que estuve muerto y reviví ”. Sólo necesitamos al Señor. Lo que El es corresponde exactamente a nuestras necesidades. Para la iglesia sufrida, el Señor no es solamente el Primero y el principio sino también el Ultimo y el fin. Cuando usted esté pasando por persecución, debe alzar la cabeza y declarar: “Aleluya, voy hacia el fin, hacia el final. Estoy entrando en la resurrección”.
En el versículo 9 el Señor le dice a la iglesia en Esmirna: “Yo conozco tu tribulación”. El contenido de esta epístola está lleno de tribulación, sufrimiento y persecución. Para la iglesia la tribulación es una prueba de la vida. Sólo la tribulación puede manifestar la medida en que la iglesia ha experimentado y disfrutado la vida de resurrección de Cristo. Además, la tribulación trae las riquezas de la vida de resurrección de Cristo. El propósito del Señor al permitir que la iglesia sufra tribulación, no es solamente atestiguar que Su vida de resurrección vence la muerte, sino también capacitar a la iglesia para que entre en las riquezas de Su vida. Por consiguiente, la tribulación es muy valiosa para la iglesia.
El Señor dijo: “Yo conozco tú tribulación, y pobreza (pero tú eres rico)”. El Señor valoró a la iglesia sufrida. La iglesia sufrida era pobre en bienes materiales, pero rica el Señor y en las riquezas de Su vida. Por consiguiente, el Señor parece estar diciendo: “Aunque estás sufriendo tribulación y pobreza, eres rica. Eres pobre en lo material, pero rica en lo espiritual. Eres pobre en lo terrenal, pero rica en lo celestial”. Las persecuciones son el medio que nos conduce a las riquezas de Cristo. Cuanto más perseguidos somos y más pobreza sufrimos, más ricos somos en Cristo.
En el versículo 9 el Señor también dice que El conoce “las calumnias de los que se dicen ser judíos, y no lo son, sino sinagoga de Satanás”. De acuerdo con esta epístola, la persecución viene de la religión, de los judíos incrédulos, que son sinagoga de Satanás. Las calumnias de los judaizantes era la crítica maliciosa contra la iglesia sufrida. Los judaizantes eran judíos en la carne, pero no en el espíritu (Ro. 2:28-29). Simplemente ser del linaje carnal de Abraham no los constituye verdaderos judíos. “No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios” (Ro. 9:7-8). Por consiguiente, el Señor dijo que ellos “se dicen ser judíos, y no lo son”. Estos judaizantes obstinadamente insistían en preservar su sistema judío, que constaba del sacerdocio Levítico, los sacrificios y el templo físico, todos los cuales eran tipos que Cristo cumplió y reemplazó. Puesto que la iglesia bajo el nuevo pacto en la economía de Dios no participaba en las prácticas religiosas, los judaizantes la calumniaban. En principio, el caso es el mismo hoy, los religiosos calumnian a las iglesias del recobro del Señor, las cuales buscan al Señor y le siguen en espíritu y en vida y no les interesa ningún sistema ni ninguna práctica religiosa.
El Señor dice que los que se dicen ser judíos, y no lo son, son “sinagoga de Satanás”. Esta expresión es un calificativo terrible. La sinagoga era el lugar donde los judíos adoraban a Dios principalmente estudiando sus escrituras, o sea, el Antiguo Testamento. Sin embargo, a causa de su necedad al aferrarse a sus conceptos religiosos y tradicionales, vinieron a ser uno con Satanás en la oposición al camino de vida de Dios, mediante el cual Dios cumple Su propósito. Bajo la manipulación y las estratagemas de Satanás, pues él estaba detrás de las sinagogas en aquel tiempo, éstas perseguían al Señor Jesús (Mt. 12:9-14; Lc. 4:28-29; Jn. 9:22), a los apóstoles (Hch. 6:9; 13:43, 45, 46, 50; 14:1-2, 19; 17:1, 5-6) y a las iglesias (Ap. 3:9). Fue por eso que el Señor las llamó “sinagoga de Satanás”. Incluso cuando estuvo en la tierra, El consideró que las sinagogas eran de Satanás, como queda implícito en Mateo 12:25-29 y Juan 8:44. Los que asistían a la sinagoga aparentemente adoraban a Dios, pero en realidad se estaban oponiendo a El. Aunque ellos perseguían y mataban a los verdaderos adoradores de Dios, consideraban que ofrecían un servicio a Dios (Jn. 16:2). Cuando el Señor estaba en la tierra, los judíos no podían darle muerte directamente, porque en aquel tiempo ellos no tenían el derecho de matar al Señor Jesús apedreándolo. Entonces utilizaron al gobierno romano para sentenciarlo y crucificarlo. Del mismo modo, las sinagogas judías incitaron al gobierno romano a perseguir a la iglesia sufrida. Desde entonces, y a través de los siglos, los religiosos han seguido esos mismos pasos, persiguiendo a los que genuinamente buscan y siguen al Señor en espíritu y en vida, pensando que están defendiendo los intereses de Dios. La religión siempre utiliza la política para destruir la iglesia. La religión no tiene poder para causar daño físico a los que aman al Señor, pero usan la política y al gobierno para destruir la iglesia. El catolicismo romano, el protestantismo y el judaísmo caen en esta categoría, pues se han convertido en una organización de Satanás, un instrumento suyo para estorbar la economía de Dios.
En el versículo 10 el Señor nos dice: “No temas lo que vas a padecer. He aquí, el diablo va a echar a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados”. El versículo 9 menciona a Satanás y el 10 al diablo. En el griego Satanás significa adversario. El no es solamente el enemigo de Dios que opera desde afuera, sino también el adversario que se opone desde adentro. La palabra griega diabolos, traducida diablo, significa acusador, calumniador (12:9-10). El diablo, quien es Satanás, el adversario de Dios, nos acusa ante Dios y nos calumnia ante el hombre. La persecución que la iglesia sufrió, comenzó en la sinagoga, la reunión religiosa de los judíos, y fue instigada por Satanás, el adversario. Fue consumada por el gobierno romano usado por el diablo, el calumniador, para encarcelar a los santos. El encarcelamiento de la iglesia sufrida fue la obra conjunta de la política diabólica y la religión satánica.
En el versículo 10 el Señor también les dice que ellos tendrán tribulación diez días. El número diez significa plenitud; por ejemplo, los Diez Mandamientos expresan plenamente las exigencias de Dios, y los diezmos de las ofrendas, lo cual muestra que diez partes constituyen una ofrenda completa. Diez días en la Biblia representan un período completo, aunque breve (Gn. 24:55; Jer. 42:7; Dn. 1:12-13). Por tanto, significa que la aflicción de la iglesia sufriente fue completa, aunque de corta duración. Aunque la persecución nos parezca larga, a los ojos de Dios es corta. No dura mil días, ni cien, solamente diez. ¡Alabado sea el Señor! Este sufrimiento es un sufrimiento temporal.
Como señal, estos diez días denotan proféticamente los diez períodos de persecución que la iglesia sufrió a manos de los emperadores romanos, desde César Nerón en la segunda mitad del siglo primero hasta Constantino el Grande en la primera parte del siglo cuarto. Pese a que fueron muy severas las persecuciones instigadas por el diablo, Satanás, a través de los césares romanos, quienes hicieron todo lo posible por destruir y eliminar a la iglesia, no pudieron subyugarla ni darle fin. La historia demuestra que la iglesia del Cristo viviente, quien murió y vivió de nuevo, resistió las persecuciones victoriosamente y se multiplicó grandemente mediante la indestructible vida de resurrección.
En el versículo 10 el Señor nos dice: “Sé fiel hasta la muerte, y Yo te daré la corona de la vida”. En esta epístola se nos indica que la vida de resurrección está en la iglesia. Cuando el Señor reveló lo que El es, en el versículo 8, diciendo que estuvo muerto y revivió, daba a entender que Su vida de resurrección está en la iglesia. Es como si el Señor dijese: “Yo soy la resurrección y vivo en ti. No hay razón ni excusa para fracasar, puesto que tienes la vida de resurrección. No debes ser derrotado por la persecución. Al contrario, debes sufrir la persecución victoriosamente por medio de Mi vida de resurrección”. Mediante la vida de resurrección, la iglesia puede pasar por la tribulación e ir hasta la muerte. La iglesia siempre está calificada para ser una mártir maravillosa, victoriosa y gloriosa. Todos nosotros estamos calificados para ser mártires victoriosos porque tenemos la vida de resurrección.
Aun lo que el Señor dice en la epístola a la iglesia sufrida es lo que el Espíritu dice a todas las iglesias. Esto indica que todas las iglesias pueden experimentar el mismo sufrimiento. En realidad, en todas las iglesias ha habido algunos santos que han pasado por la misma clase de persecución. Todos ellos han tenido que escuchar lo que el Espíritu dice a esta iglesia sufrida. Mediante el hablar constante del Espíritu, la palabra del Señor en esta epístola se ha extendido a todos los santos que han sufrido persecución por la causa del Señor a través de las generaciones.
En el versículo 10 se promete al que venza que recibirá la corona de la vida. Al final la vida llegará a ser una corona, y será la gloria de los mártires victoriosos. Según el Nuevo Testamento, una corona siempre denota un premio dado además de la salvación (3:11; Jac. 1:12; 2 Ti. 4:8; 1 P. 5:4; 1 Co. 9:25). La corona de la vida es un premio concedido a los que son fieles hasta la muerte al vencer la persecución, y denota la fuerza vencedora que es el poder de la vida de resurrección (Fil. 3:10); también denota que estos vencedores han obtenido la superresurrección de entre los muertos (Fil. 3:11), la resurrección sobresaliente.
En el versículo 11 el Señor dice: “El que venza no sufrirá daño de la segunda muerte”. Vencer en esta epístola se refiere a vencer la persecución siendo fiel hasta la muerte. La promesa hecha a los vencedores en esta epístola tiene dos aspectos: por un lado, reciben la corona de la vida, y por otro, no sufrirán daño de la segunda muerte.
El versículo 11 ha sido un gran problema para los expositores del libro de Apocalipsis. El hombre debe morir una sola vez (He. 9:27) puesto que cayó y el pecado entró en él. Sin embargo, esta primera muerte no es la sentencia final. Todos los muertos, excepto los que mediante la fe en el Señor Jesús han sido inscritos en el libro de la vida, serán resucitados y pasarán por el juicio del gran trono blanco al final del milenio, es decir, en la conclusión del primer cielo y la primera tierra. Como resultado de este juicio, todos ellos serán echados en el lago de fuego, lo cual es la segunda muerte, la sentencia final (Ap. 20:11-15). La segunda muerte es el juicio que Dios trae sobre el hombre después de la muerte y la resurrección de éste. Puesto que los vencedores habrán vencido la muerte por haber sido fieles hasta la muerte bajo la persecución y no requerirán ser juzgados por Dios después de resucitar, recibirán la corona de la vida y nunca más los tocará la muerte; es decir, no sufrirán el daño de la segunda muerte.
Casi todos los maestros cristianos se ven en aprietos al llegar a este versículo, pues piensan que después de que los creyentes hayan resucitado no se dictará más sentencia sobre ellos. Permítanme preguntarles: si usted muere hoy, ¿podría decir que no tiene nada que el Señor no deba juzgar? Probablemente no puede afirmar tal cosa. Esto quiere decir que si usted muere hoy, todavía le queda algo pendiente con el Señor. Esto no significa que usted no sea salvo. Pero de todos modos, este juicio adicional no será algo positivo; sin duda será negativo. Todo lo negativo proviene de la muerte. Por consiguiente, si usted tiene que ser juzgado, significa que todavía sigue siendo afectado por la muerte. Esto no quiere decir que usted perecerá, pero sí indica que ha de sufrir algo. Tenemos que prestar atención a la palabra del Señor. Si vencemos la persecución, recibiremos la corona de la vida y no sufriremos el daño de la segunda muerte.
Todos debemos ser vencedores. Si usted no es un vencedor en esta era, sufrirá el daño de la segunda muerte en la próxima edad. Es difícil determinar claramente qué significa sufrir daño de la segunda muerte. Pero una cosa es cierta: si usted no vence la persecución, sufrirá daño. Repito que esto no significa que usted perecerá. No, todo aquel que es salvo, lo es por la eternidad. Juan 10:28 y 29 muestra que ninguno de los salvos perecerá. Sin embargo, después de la resurrección, tenemos que sufrir alguna clase de castigo de parte del Señor. No se apegue a la tradición teológica que enseña que después de la resurrección todo va a estar bien. Después de que los incrédulos resuciten, Dios los juzgará en cuanto a su destino eterno. Según esto, después de que nosotros resucitemos, el Señor tendrá que disciplinarnos en cierta medida. Todo depende de la manera en que vivamos y andemos hoy. Si vivimos y andamos como vencedores, venceremos la muerte y nada quedará pendiente ante el Señor.
Debemos aceptar la palabra clara del Señor. No reciba la enseñanza que afirma que si usted fracasa después de haber sido salvo, estará perdido otra vez y perecerá. Esto no es cierto. En el otro extremo, tenemos la enseñanza que asevera que después de que uno es salvo, ya no tiene problemas con el Señor. Sin embargo, una persona que ha sido eternamente salva, puede todavía necesitar ser juzgada por el Señor. Este es el evangelio completo. El evangelio completo es el Nuevo Testamento en su totalidad, no solamente Juan 3:16. Aquí en Apocalipsis 2:11 hay una porción del evangelio completo, la cual afirma que debemos vencer toda persecución. Si usted no vence, no recibirá la corona de la vida, sino que sufrirá daño de la segunda muerte. Si vence la persecución y la tribulación mediante la vida de resurrección que está en usted, recibirá la corona de vida y no sufrirá el daño de la segunda muerte. Esta es la clara promesa que el Señor hace en Su palabra, y todos debemos recibirla. Debemos aceptarla sea que la entendamos o no. Si usted cree Juan 3:16, entonces debe creer Apocalipsis 2:11. Ambos pasajes son la palabra del Señor. Repito que éste es el evangelio completo.
Este asunto ha estado velado por largo tiempo, y pocos cristianos se atreven a mencionarlo. Como hasta ahora no lo han podido entender, entonces dejan este asunto a un lado. Pero el Señor nunca hace a un lado Su palabra. El llevará a cabo todo lo que ha dicho. Sepan, pues, que debemos vencer la tribulación, los sufrimientos y la persecución para recibir la corona de la vida y no sufrir el daño de la segunda muerte. Si vencemos en esta área, no quedará nada que el Señor tenga que juzgar en el futuro.