Mensaje 18
En el capítulo cuatro vemos lo que ocurre en el cielo después de la ascensión de Cristo. El trono de Dios es el centro de la escena del capítulo cuatro. Dios está sentado en el trono, preparado para ejercer Su administración universal a fin de cumplir Su propósito eterno. En el capítulo cinco vemos la misma escena, es decir, lo que ocurre después de la ascensión de Cristo. Como veremos en este mensaje, el centro de esta escena es el León-Cordero, quien es digno.
En Apocalipsis 5:1 dice: “Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos”. La administración de Dios es un secreto, un misterio. A lo largo de los siglos, muchos hombres sabios han procurado con ahínco descubrir cuál es la clave del universo. Debido a que no tenían la revelación no lo lograron. En el Apocalipsis, el último libro de la Biblia, se nos revela la economía de Dios.
En 5:1 vemos que el que está sentado en el trono tiene un libro en Su mano, el cual está sellado con siete sellos. Estos siete sellos constituyen el contenido de dicho libro y también del libro de Apocalipsis, puesto que éste es la apertura, la revelación, de los siete sellos. El libro debe de ser el nuevo pacto, el gran título de propiedad puesto en vigencia por la sangre del Cordero. El Nuevo Testamento es un libro donde vemos la redención de la iglesia, de Israel, del mundo y del universo. El libro de Apocalipsis es una crónica de la intención que Dios tiene para con la iglesia, para con Israel, para con el mundo y para con el universo. Cuando Cristo murió en la cruz, El gustó la muerte no sólo por el hombre, sino también por todas las cosas (He. 2:9). Aquí vemos cuán escondida está la administración de Dios en el universo. Aunque el Nuevo Testamento fue puesto en vigencia con la muerte de Cristo, ha sido un misterio para la humanidad. El secreto del universo y también el contenido del libro de Apocalipsis es el nuevo pacto. Cuando leemos el Apocalipsis, debemos darnos cuenta de que en visión tras visión entendemos lo que está incluido en este nuevo pacto, es decir, el contenido de este libro secreto y sellado.
Ahora, después de la ascensión de Cristo, no deben quedar secretos, pues ya han sido revelados por la muerte, la resurrección y la ascensión de Cristo. Antes de Su muerte había un misterio que ningún hombre conocía. Pero por Su muerte, resurrección y ascensión, El cumplió todo lo que Dios exigía. De modo que, como veremos, El reveló el misterio y se lo manifestó a Juan y le mandó que lo escribiera. Por consiguiente, el libro que está en la mano de Dios es el secreto abierto. Ya no es un secreto, sino un misterio revelado. Ahora, cuando leemos el libro de Apocalipsis, leemos el contenido del libro cuyos sellos abrió el Cristo ascendido. Esto es un asunto importante, y pocos cristianos están conscientes de ello. Los cristianos en su gran mayoría tienen el libro de Apocalipsis, pero pocos tienen el libro cuyos sellos han sido abiertos, porque ellos no saben que el Apocalipsis es el libro de los sellos desatados.
En Apocalipsis 5:2-4 vemos que nadie en el cielo, ni en la tierra, ni debajo de la tierra fue digno de abrir el libro ni de mirar su contenido. Cuando Juan vio el libro, éste todavía estaba sellado. Si nosotros hubiéramos estado allí, también habríamos tenido el deseo de ver su contenido. Pero Juan lloraba mucho, “porque no se había hallado a ninguno digno de abrir el libro, ni de mirarlo”. Si en verdad no se hubiese hallado a nadie digno de abrir el libro en todo el universo, ciertamente nosotros también lloraríamos, porque el universo entero sería vanidad, sin nadie calificado para revelar su secreto. Si Cristo no existiera, el universo entero tendría que llorar. Pero Cristo existe; no tenemos que llorar.
Mientras Juan lloraba, uno de los ancianos le dijo: “No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido para abrir el libro y sus siete sellos”. Este pasaje se refiere a Génesis 49:8-9, donde el león simboliza a Cristo, presentándolo como un poderoso guerrero que se opone al enemigo. Ya indicamos que casi todo el contenido del libro de Apocalipsis es el cumplimiento de lo que se menciona en el Antiguo Testamento. Cristo es el León guerrero, victorioso y vencedor. El ganó la batalla. Por consiguiente, Su victoria lo califica para abrir el libro y sus siete sellos.
El ángel le había presentado a Juan el León de la tribu de Judá; sin embargo, en el versículo 6 dice: “Y vi en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, un Cordero en pie, como recién inmolado”. El ángel presentó a Cristo como el León, pero Juan lo vio como el Cordero. Como León, Cristo pelea contra el enemigo; como Cordero, El nos redime. El peleó para redimirnos; El ganó la batalla sobre el enemigo, y efectuó la redención. Para el enemigo El es un León, mas para nosotros El es un Cordero. Aunque los ángeles no necesitan redención, sí necesitan que alguien derrote al enemigo de Dios, debido a que uno de ellos se convirtió en enemigo de Dios. De manera que los ángeles saben que es menester que alguien derrote a este rebelde. Para los ángeles, Cristo fue el León que derrotó al enemigo rebelde, pero para nosotros, incluyendo al apóstol Juan, Cristo es el Cordero que nos redimió. Nosotros necesitamos la redención de Cristo. Como dijimos antes, en el universo hay dos problemas principales: Satanás y el pecado. Como León, Cristo derrotó y destruyó a Satanás, y como Cordero, quitó nuestro pecado. El ganó la victoria y realizó la redención. Ahora El es el León-Cordero.
El versículo 6 nos revela que el Cordero está de pie en medio del trono. En lo relativo a la redención, Cristo se sentó a la diestra de Dios en el cielo después de haber ascendido (He. 1:3; 10:12), mientras que en lo tocante a la administración de Dios, El continúa de pie en Su ascensión.
En el versículo 5 Cristo es llamado “la Raíz de David”. Este título (El es también la raíz de Isaí, el padre de David, Is. 11:1) significa que Cristo es el origen de David. Por consiguiente, David, Su antecesor, le llamó “Señor” (Mt. 22:42-45). El es la raíz de David. En nuestro concepto, Cristo proviene del linaje de David y, por ende, es descendiente de éste. Pero aquí dice que Cristo es la raíz de David, lo cual significa que David proviene de Cristo. La Biblia también dice que Cristo es el Renuevo de David (Jer. 23:5). Por consiguiente, El es tanto la raíz como el renuevo. En Isaías 11:1, 10 vemos que Cristo también es la raíz y el renuevo de Isaí.
Ya vimos que Cristo es un descendiente y también la raíz de David. A los ojos de Dios, David fue la única persona que peleó la batalla y obtuvo autoridad, o sea que peleó la batalla por Dios y obtuvo Su completa autoridad. Cristo, el LeónCordero, es la raíz de esta persona, lo cual indica que El es mayor que David. Es por esto que tiene la llave de David (3:7). Todo lo que David era, lo que obtuvo y lo que hizo, provenía de esta raíz. Así que, Cristo, por ser la raíz de David, es más poderoso y tiene una mayor victoria que David, y más de la autoridad divina.
En el versículo 6 Juan dice que él vio “un Cordero en pie, como recién inmolado”. Según el griego, la expresión “como recién inmolado” indica que el Cordero recién había sido inmolado y también que la escena de los cielos narrada en este capítulo ocurrió inmediatamente después de Su ascensión a los cielos.
Como León de la tribu de Judá, Cristo venció a Satanás, el enemigo de Dios. Al hacer esto, resolvió tal problema y eliminó los obstáculos que impedían el cumplimiento del propósito de Dios. Por lo tanto, El es digno de abrir el libro de la economía de Dios.
Es menester que alguien que pueda resolver todos los problemas de Dios lleve a cabo Su propósito. Los problemas que Dios tenía eran la rebelión de Satanás y la caída del hombre. Como León, Cristo derrotó al rebelde Satanás, el enemigo de Dios, y como Cordero, quitó el pecado del hombre caído. Ya que El resolvió esos dos problemas, es digno de abrir el libro de la economía de Dios.
En el versículo 6 Juan dice que el Cordero tiene siete cuernos. Los cuernos representan fuerza para pelear (Dt. 33:17). Cristo es el Cordero redentor; sin embargo, tiene cuernos para pelear. El es el Redentor guerrero. Su capacidad para pelear es completa en el mover de Dios, como lo representa el número siete.
El versículo 6 también dice que el Cordero tiene “siete ojos, los cuales son los siete Espíritus de Dios enviados por toda la tierra”. Los ojos del Cordero observan y escudriñan. Cristo como Cordero redentor tiene siete ojos que observan y escudriñan para ejecutar el juicio de Dios sobre el universo a fin de cumplir Su propósito eterno, el cual tendrá su consumación en la edificación de la Nueva Jerusalén. Por lo tanto, Zacarías 3:9 dice en profecía que Cristo es una piedra, la piedra cimera (Zac. 4:7) con siete ojos para el edificio de Dios. Estos siete Espíritus son los siete Espíritus de Dios enviados a recorrer toda la tierra (Zac. 4:10).
El Evangelio de Juan dice que Cristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn. 1:29). Pero en Apocalipsis 5 Juan ve que el Cordero tiene siete ojos. Aunque Juan vio al Cordero que había sido inmolado, no vio la sangre derramada. El vio siete ojos, que son los siete Espíritus de Dios. Sin duda alguna, la función de estos siete ojos no es redimir. En el Evangelio de Juan el Cordero derramó Su sangre, y de Su costado brotó agua. Pero en Apocalipsis, el Cordero tiene siete ojos flameantes que resplandecen y llegan a las personas para tocarlas. Literalmente, esto implica juicio, pero en realidad produce edificación. Ustedes podrían preguntarse en qué me baso para afirmar que los siete ojos escudriñadores y resplandecientes producen el edificio de Dios. La Biblia nos dice claramente que estos siete ojos son las siete lámparas (Zac. 3:9; 4:2, 10). Las siete lámparas se mencionan por primera vez en Exodo 25. Allí, las lámparas ni escudriñan ni juzgan, sino que son útiles en la construcción del edificio de Dios. Las siete lámparas mencionadas en esa ocasión se emplean en la edificación del tabernáculo, la morada terrenal de Dios con el hombre. Aparentemente, los siete ojos flameantes del Cordero escudriñan y juzgan. Sin embargo, este escrutinio y este juicio son un procedimiento necesario para llegar a la meta, la edificación. Al final el libro de Apocalipsis no trata solamente del juicio, sino de la edificación. La mayoría de los estudios sobre el Apocalipsis dicen que es un libro de juicio. Pero dicho juicio es un procedimiento, el cual tendrá su consumación en la Nueva Jerusalén. ¿Qué surge después de la ejecución del juicio? La Nueva Jerusalén. Ella es el resultado del juicio de Dios realizado por los siete ojos.
Como indicamos anteriormente, los ojos de una persona no se pueden separar de ella, debido a que la expresión de la persona está en los ojos. Nuestro ser interior se expresa principalmente por los ojos. De igual manera, los siete Espíritus son los siete ojos de Cristo por los cuales El se expresa. Si alguien dice que el Espíritu está separado de Cristo, entonces carece de conocimiento y es corto de vista. ¿Cómo puede decir alguien que sus ojos están separados de él? ¡Esto es absurdo! ¿No son los siete Espíritus el Espíritu Santo, y no son los siete Espíritus los ojos de Cristo? Entonces, ¿cómo podría decirse que el Espíritu Santo, el cual es los siete Espíritus, está separado de Cristo? El Hijo es la corporificación del Padre, y el Espíritu es la expresión del Hijo. Los siete ojos de Cristo, los siete Espíritus de Dios, son la expresión de Cristo y traen el juicio cuando Dios actúa y edifica. En la actualidad, los ojos flameantes de Cristo nos iluminan, nos escudriñan, nos refinan y nos juzgan, no para condenarnos, sino para purgarnos, transformarnos, y conformarnos a Su imagen a fin de construir el edificio de Dios. El juicio de Dios es motivado por el amor. El viene a escudriñar, alumbrar, juzgar, refinar y purificar la iglesia, con el fin de transformarla en piedras preciosas, debido a que la ama. Finalmente este libro tiene su consumación en la Nueva Jerusalén, la cual es construida con materiales preciosos. ¿De dónde proceden estos materiales preciosos? De los siete ojos de Cristo, del Espíritu que transforma y vivifica.
En el libro de Apocalipsis, el Espíritu no es llamado el Espíritu vivificante ni el Espíritu transformador, sino los siete Espíritus que son las siete lámparas que arden, escudriñan y juzgan. Para la iglesia degradada, el Espíritu vivificante debe ser el Espíritu cuyo fuego es intensificado siete veces. Hoy, el Espíritu vivificante debe ser el Espíritu flameante, y el Espíritu transformador debe ser el Espíritu que escudriña y juzga. Ninguno puede ser transformado en una piedra preciosa sin ser escudriñado por El. El Señor nos escudriña a todos. No estamos interesados en fomentar doctrinas o enseñanzas; nuestro interés es permanecer bajo el resplandor de la Palabra pura y bajo el escrutinio de los siete Espíritus. Todos necesitamos ser escudriñados, purificados y refinados. Si lo somos, jamás volveremos a ser los mismos.
En Exodo 25 las siete lámparas son empleadas en la edificación de la casa de Dios en la tierra, y en Zacarías 3, los siete ojos son los siete ojos de la piedra. En Apocalipsis tenemos al León-Cordero, y en Zacarías tenemos la piedra. Debido a que en Apocalipsis los siete ojos están en el Cordero y en Zacarías están en la piedra, podemos decir que el Cordero es el Cordero-piedra. El Cordero-piedra edifica la morada de Dios. Cristo, el Cordero de Dios, es la piedra de edificación que tiene los siete ojos, lo cual demuestra que los siete ojos de Cristo producen el edificio de Dios. En el recobro del Señor todos estamos bajo el escrutinio, el juicio y la purificación del Espíritu de Cristo. Y hoy el Espíritu de Cristo es el Espíritu cuyo fuego es siete veces más intenso. El es el Espíritu transformador y vivificante; sin embargo, para la iglesia degradada El es el Espíritu que arde siete veces más. No sólo proclamamos al Cordero que se menciona en Juan 1, sino que también ministramos el Cordero de Apocalipsis 5. Ministramos este Cordero como la piedra de edificación que tiene los siete Espíritus. Nuestro Salvador tiene los siete Espíritus para extenderse, expresarse e infundirse en todos Sus miembros, a fin de transformarlos en materiales preciosos para el edificio de Dios.
En los versículos del 8 al 10 vemos la adoración y la alabanza que los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos tributan al Cordero. Los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos tienen arpas y copas de oro llenas de incienso. En el versículo 8, la expresión “las cuales” se refiere a las copas, y no al incienso. Las copas son “las oraciones de los santos”, las cuales los ancianos angélicos traen a Dios (cfr. 8:3-4), mientras que el incienso es Cristo añadido a las oraciones de los santos. Puesto que estos adoradores tienen las copas, queda implícito que ellos, como sacerdotes, ministran a Dios, ofreciéndole las oraciones de los santos. Esto revela que los veinticuatro ancianos son los sacerdotes ahora, antes de que los cristianos sean sacerdotes en el reino milenario. Al final nosotros los remplazaremos a ellos. Esto se demuestra en 4:10, donde se nos dice que los veinticuatro ancianos “echarán sus coronas delante del trono”, lo cual indica que renuncian a su posición. Cuando los redimidos hayan sido perfeccionados y glorificados y sean los reyes y sacerdotes permanentes, los sacerdotes temporales, que son los ancianos entre los ángeles, renunciarán. En el milenio, los santos vencedores serán los reyes y sacerdotes apropiados y perfeccionados que servirán a Dios. Cuando esto ocurra, los sacerdotes y regidores temporales renunciarán. No obstante, en el capítulo cinco de Apocalipsis continúan en su oficio sacerdotal ofreciendo a Dios las oraciones de los santos con Cristo como el incienso.
En los versículos del 9 al 10 vemos a los ancianos cantar un nuevo cántico de alabanza al Cordero. El versículo 9 dice: “Y cantan un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque Tú fuiste inmolado, y con Tu sangre compraste para Dios hombres de toda tribu y lengua y pueblo y nación”. Este cántico es nuevo porque el Cordero al cual se ofrece acaba de ser inmolado. Esta nueva canción alaba al Cordero por ser digno. Como vimos anteriormente, en todo el universo nadie es digno de abrir el misterio de la economía de Dios, excepto Cristo, el León vencedor y el Cordero redentor. Como León vencedor, derrotó a Satanás, enemigo de Dios, y como Cordero redentor, quitó nuestro pecado. El es el único que está calificado para revelar el misterio de la economía de Dios y llevarla a cabo.
Los veinticuatro ancianos cantan, refiriéndose a los que fueron comprados para Dios con la sangre del Cordero: “Y de ellos has hecho para nuestro Dios un reino y sacerdotes, y reinarán sobre la tierra”. La palabra “ellos” en este versículo, demuestra que los ancianos que alaban, no son ancianos de la iglesia, sino de los ángeles. El reino denota regir y ejercer la autoridad de Dios, y los sacerdotes denotan el oficio sacerdotal que cumple el ministerio divino.
En los versículos del 11 al 14 vemos la alabanza universal que los ángeles ofrecen a Dios y al Cordero bajo el liderazgo de los veinticuatro ancianos (vs. 11-12) y la alabanza que todas las criaturas rinden bajo el liderazgo de los cuatro seres vivientes (vs. 13-14). Los muchos ángeles, representados por los veinticuatro ancianos, tributan al Cordero la alabanza angélica. Todas las criaturas, representadas por los cuatro seres vivientes, siguen a éstos en su alabanza universal, la alabanza universal de todos los seres creados que no son ángeles.
Dios en Su economía y con Su redención obtiene Su morada eterna, la Nueva Jerusalén. Cristo, el Ungido de Dios, es el León, el Cordero y la piedra. El destruyó al enemigo, nos redimió y vino a ser la piedra. En Mateo 21:42 el Señor dijo a los fariseos, los cuales se oponían a El: “¿Nunca leísteis en las Escrituras: ‘La piedra que rechazaron los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo. El Señor ha hecho esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos’”? Aquí el Señor indica que en Su redención El llegaría a ser la piedra de ángulo. Este mismo pensamiento se halla en Hechos 4:11-12. En Hechos 4:12 dice que “no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. El versículo previo revela que este nombre es el nombre de Cristo, la piedra angular, pues dice: “Este Jesús es la piedra menospreciada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo”. De modo que el nombre de la piedra angular es el nombre por el cual somos salvos. ¿Para qué somos salvos, para ir al cielo? No, somos salvos para ser constituidos piedras del edificio de Dios. Lo expresado en Apocalipsis es que Cristo es el León que derrota y destruye al enemigo, el Cordero que nos redime, y la piedra necesaria para la edificación de la morada eterna de Dios. ¿De qué manera edifica Cristo la habitación de Dios? Por medio de los siete Espíritus, los cuales son los siete ojos que queman, iluminan, escudriñan, juzgan e infunden algo. Mediante los siete Espíritus, El nos transforma en las piedras preciosas que constituirán la Nueva Jerusalén.