Mensaje 27
El capítulo diez y la primera parte del capítulo once son una inserción entre la sexta trompeta y la séptima. En el capítulo diez tenemos una clara visión en la que Cristo regresa a tomar posesión de la tierra. En el capítulo once tenemos una visión que es crucial para entender la profecía de este libro. Al considerar esta visión, se debe tener presente tres cosas principales: el tiempo, el lugar y los participantes. El espacio de tiempo que esta visión abarca es de cuarenta y dos meses (v. 2). Cuarenta y dos meses equivalen a mil doscientos sesenta días (v. 3). Indudablemente, ésta es una referencia a los versículos del libro de Daniel donde se hace mención a los tres años y medio, la segunda mitad de las últimas setenta semanas (Dn. 12:7; 7:26; 9:27). En Apocalipsis tenemos el cumplimiento de lo que se menciona en Daniel. El lugar donde sucede esta visión es la ciudad de Jerusalén, la cual, de acuerdo con el libro de Daniel, será entregada a los gentiles, principalmente al anticristo. Cuando el anticristo rompa el pacto de siete años que hizo con Israel (Dn. 9:27), perseguirá a los judíos y los forzará a cesar la adoración a Dios (Ap. 13:7; Dn. 7:21; 8:11-12). El anticristo creerá que está apoderándose de Jerusalén, pero en realidad será Dios quien la entregue en sus manos. Esto significa que Dios permitirá que el anticristo haga todo lo que le plazca en la ciudad de Jerusalén.
Durante estos cuarenta y dos meses profetizarán en la ciudad de Jerusalén dos testigos vestidos de cilicio (vs. 3-4), quienes son los dos olivos y los dos candeleros. Como veremos, estos dos testigos no serán dos personas nuevas, sino dos personas que ya estuvieron presentes en los tiempos del Antiguo Testamento: Moisés y Elías. En Apocalipsis 11 estos dos testigos “están en pie delante del Señor de la tierra” (v. 4). Cuando llegamos a esta porción de la Palabra, debemos tener en mente estas tres cosas: el tiempo, el lugar y los testigos.
El versículo dos dice que las naciones “hollarán la ciudad santa cuarenta y dos meses”. Al final de esta era, el anticristo confirmará un pacto de una semana (siete años) con los judíos, y ésa será la última semana de las setenta que Dios determinó para la nación judía en Daniel 9:24-27. En medio de la última semana (o sea, después de la primera mitad de los siete años) el anticristo romperá el convenio y hará cesar el sacrificio y la ofrenda a Dios (Dn. 9:27). Entonces él blasfemará a Dios y perseguirá a Su pueblo por tres años y medio (13:5-7; Dn. 7:25; 12:7), los cuales serán los cuarenta y dos meses o los mil doscientos sesenta días mencionados aquí, y la segunda mitad de la última semana de Daniel 9:27, cuando el anticristo destruirá la ciudad santa de Jerusalén. Según Mateo 24:15, 21 estos tres años y medio será el tiempo de la gran tribulación.
En los versículos 1 y 2 leemos que Jerusalén es hollada: “Entonces me fue dada una caña semejante a una vara, y se me dijo: Levántate, y mide el templo de Dios, y el altar, y a los que adoran en él. Pero el atrio que está fuera del templo deséchalo, y no lo midas, porque ha sido entregado a los gentiles; y ellos hollarán la ciudad santa cuarenta y dos meses”. Una caña se usa para medir (21:15; Ez. 40:3; 42:16-19), mientras que una vara implica castigo (Pr. 10:13; Is. 10:5; 11:4). Por consiguiente, la expresión “una caña semejante a una vara” denota la idea de medir con castigo. Medir equivale a santificar, preservar y poseer (Nm. 35:2, 5; Ez. 45:1-3, 42: 15-20; 48:8, 12, 15). El altar del versículo 1 se refiere al altar de oro, el altar del incienso, pues está en el templo, y no al altar de bronce, el altar de los sacrificios, ubicado en “el atrio que está fuera del templo” (v. 2). El atrio al que hace alusión el versículo 2 está en la tierra. Aquí la ciudad santa se refiere a la Jerusalén terrenal (Is. 52:1; Mt. 27:53).
Al apóstol Juan se le dijo que midiera el templo de Dios y el altar. Indudablemente éstos son el templo y el altar que están en los cielos. Esta medición indica que los cielos serán preservados. Durante estos tres años y medio, el cielo será preservado debido a que Satanás será lanzado del cielo a la tierra. Debido a que el hijo varón habrá sido arrebatado al cielo, ya no habrá lugar para Satanás allí. Dondequiera que los vencedores estén, no habrá lugar para Satanás. Los vencederos pelearán a medida que suben al cielo, y una vez allí, se desatará una guerra entre ellos y Satanás. Este será derrotado y lanzado a la tierra. Entonces Cristo y los vencedores pelearán a medida que descienden a la tierra hasta llegar a Armagedón y allí destruirán el ejército del anticristo. En los últimos tres años y medio no habrá rastros de Satanás en el cielo, el cual será enteramente preservado. En ese entonces, Satanás, el anticristo y el falso profeta, un trío maligno, estarán en la tierra haciendo todo lo posible por corromperla.
El templo de Dios que está en el cielo es medido, mientras que “el atrio que está fuera del templo” será desechado y no será medido (v. 2) “porque ha sido entregado a los gentiles; y ellos hollarán la ciudad santa cuarenta y dos meses”. Aquí vemos que el templo terrenal, la Jerusalén de la tierra, será entregado para que sea destruido por el anticristo y las naciones.
Veamos ahora el testimonio que dan los dos testigos (vs. 3-12). Todos los estudiosos de la Biblia están de acuerdo en que uno de los dos testigos es Elías. Pero hay cierto debate sobre la identidad del otro testigo. Algunos afirman que es Enoc porque, aparte de Elías, él es el único que nunca murió. De acuerdo con Hebreos 9:27, está establecido que el hombre muera una sola vez. Aquellos que sostienen este punto de vista dicen que Enoc y Elías deben de ser los dos testigos que morirán durante la gran tribulación, dado que nunca han muerto. Como Moisés ya murió, no debe morir por segunda vez. Pero, ¿qué diríamos de Lázaro? Contrariamente a este punto de vista, él murió, resucitó y volvió a morir. ¿Por qué afirmamos nosotros que los dos testigos son Moisés y Elías? Lo afirmamos con una sólida base en las verdades bíblicas. La Biblia revela que Moisés y Elías son los dos testigos de Dios. Lo que ellos hacen en 11:5-6 es exactamente lo que hicieron en el Antiguo Testamento (Ex. 7:17, 19; 9:14; 11:1; 2 R. 1:10-12; 1 R. 17:1). Moisés convirtió el agua en sangre, y Elías hizo descender fuego del cielo. Por consiguiente, de acuerdo a sus respectivos ministerios, los dos testigos deben de ser Moisés y Elías. Además, fueron ellos quienes aparecieron delante del Señor en el monte de la transfiguración (Mt. 17:1-3). Moisés representa la ley, y Elías los profetas (Lc. 16:16), y ambos son testigos de Dios. El Antiguo Testamento se compone de los escritos que estos dos hombres representan, a saber, la ley y los profetas. La ley fue dada por medio de Moisés, y el mayor de los profetas fue Elías. Así que el Antiguo Testamento fue llamado “la ley y los profetas” (Lc. 16:16). Estos dos ministerios siempre han sido el testimonio de Dios. A lo largo de los siglos la ley, representada por Moisés, y los profetas, representados por Elías, han sido los testigos de Dios en la tierra. La misión de Elías fue profetizada (Mal. 4:5; Mt. 17:11).
Estos dos testigos son los dos olivos, los dos candeleros y los dos hijos de aceite que están delante del Señor de la tierra (v. 4; Zac. 4:3, 11, 12-14). El versículo 4 dice: “Estos son los dos olivos, y los dos candeleros que están en pie delante del Señor de la tierra”. Los olivos mencionados en el versículo 4 producen aceite para las lámparas, y los candeleros emiten luz con el aceite de los olivos. Zacarías 4:14 dice que ellos son “los dos hijos de aceite que están delante del Señor de toda la tierra”. Se les llama hijos de aceite porque están llenos de aceite; están llenos del Espíritu. Por consiguiente, tienen varios nombres: los dos testigos, los dos candeleros, los dos olivos y los dos hijos de aceite. En la era de la iglesia, las iglesias son los candeleros que irradian el testimonio de Dios (1:20), pero en los últimos tres años y medio de esta era, los dos testigos serán los candeleros que difundirán el testimonio de Dios.
Los mil doscientos sesenta días del versículo 3 son los cuarenta y dos meses mencionados en el versículo 2, el período cuando el anticristo blasfemará contra Dios (13:5-6) y perseguirá a Su pueblo (12:6, 14). Mientras él ejerce su poder maligno y persigue al pueblo de Dios, los dos testigos profetizarán, hablarán por Dios y darán testimonio en contra de las maldades del anticristo. Durante la gran tribulación, la persecución será severa y feroz. Por esta causa Dios enviará de nuevo a Moisés y a Elías, y éstos, llenos del Espíritu fortalecerán a los judíos, a los cuales el anticristo obligará a dejar su religión. También fortalecerán a los santos que queden en la gran tribulación. De acuerdo con Apocalipsis 14, inmediatamente después del arrebatamiento de las primicias, el anticristo perseguirá al pueblo de Dios y lo obligará a adorarlo a él y a su imagen (14:9-12). En este entonces, los dos testigos fortalecerán al pueblo de Dios. Al mismo tiempo, un ángel que vuela por en medio del cielo predicará “el evangelio eterno” (14:6). Este evangelio, que es diferente al evangelio de vida o al evangelio del reino, exhortará a los hombres a temer a Dios, lo cual da a entender que no deben perseguir al pueblo de Dios, y a que adoren a Dios, o sea que no adoren al anticristo. De manera que durante la gran tribulación, habrá dos clases de fortalecimientos: el fortalecimiento por parte de los dos testigos y el fortalecimiento que produce la predicación del evangelio eterno.
El versículo 3 dice: “Y daré a Mis dos testigos que profeticen por mil doscientos sesenta días, vestidos de cilicio” (v. 3). El cilicio se usa para mostrar luto (2 S. 3:31). Los dos testigos usarán vestidos de luto como advertencia para los hombres. No predicarán el evangelio de gozo, sino que exhortarán a las personas a no adorar al anticristo para que sean libradas del juicio de Dios.
El versículo 5 dice: “Si alguno quiere dañarlos, sale fuego de la boca de ellos, y devora a sus enemigos; y si alguno quiere hacerles daño, debe morir él de la misma manera”. Nosotros no tenemos el poder que ellos tienen, y en nuestra predicación no matamos ni echamos fuego. Pero estos dos testigos podrán decir: “Si ustedes tratan de dañarnos, serán consumidos con fuego y muertos”.
El versículo 6 dice: “Estos tienen potestad para cerrar el cielo, a fin de que no llueva en los días de su profecía; y tienen potestad sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda plaga, cuantas veces quieran”. Cerrar el cielo para que no llueva es similar a lo que Elías hizo (1 R. 17:1; Lc. 4:25). Convertir las aguas en sangre y herir la tierra con plagas es semejante a lo que Moisés hizo (Ex. 7:17,19; 9:14; 11:1).
Dios en Su sabiduría permitirá que estos dos testigos sean derrotados temporalmente. El versículo 7 dice: “Cuando hayan acabado su testimonio, la bestia que sube del abismo hará guerra contra ellos, y los vencerá y los matará”. Esta bestia es el anticristo, quien subirá del abismo (17:8) y del mar (13:1), y quien hará guerra contra los santos (13:17). Al final, aun los dos testigos más fuertes serán muertos bajo la persecución del anticristo. El anticristo no solamente peleará en contra del hombre sino también en contra de Dios. El continuará peleando contra Dios hasta que Cristo venga con Sus vencedores para pelear contra él directamente. Cristo, la corporificación de Dios, descenderá con un ejército de vencedores para pelear contra el anticristo, “el hombre de iniquidad” (2 Ts. 2:3). En los últimos tres años y medio habrá una guerra entre la humanidad rebelde, bajo la dirección de la bestia, “el hombre de iniquidad”, y el Creador. Esto forzará a Dios a intervenir y pelear directa y físicamente en Cristo junto con todos Sus vencedores.
Los versículo 9 y 10 dicen: “Y los de los pueblos, tribus, lenguas y naciones verán sus cadáveres por tres días y medio, y no permitirán que sus cadáveres sean puestos en sepulcros. Y los moradores de la tierra se regocijarán sobre ellos y se alegrarán, y se enviarán regalos unos a otros; porque estos dos profetas habían atormentado a los moradores de la tierra”. Los cadáveres no serán sepultados, sino que serán dejados en la calle de la gran ciudad, como espectáculo público, en la ciudad donde su Señor fue crucificado. La “gran ciudad” se refiere a “la ciudad santa” del versículo 2, la Jerusalén terrenal, la cual en sentido espiritual vendrá a ser Sodoma y Egipto, donde el Señor fue crucificado. Después de la restauración de la nación de Israel en 1948, los judíos que regresaron a su patria seguían siendo incrédulos. Israel será tan pecador como Sodoma (cfr. Is. 1:9-10; 3:9; Jer. 23:14) y tan mundano como Egipto (cfr. Ez. 23:3, 8, 19, 27), y estará en esa condición hasta el regreso de Cristo, su Mesías, cuando “todo Israel será salvo” (Ro. 11:26). Las personas más mundanas se encuentran en la pequeña nación de Israel. Al fin de esta era ante los ojos de Dios, Jerusalén será tan pecadora como Sodoma y tan mundana como Egipto. Debido a esto, Dios abandonará esa ciudad en los últimos tres años y medio. Es como si Dios dijera: “Dejémosla. La voy a entregar en manos del anticristo, para que él haga lo que le plazca a esta Jerusalén pecaminosa y mundana”.
En el año 70 d. de C. Tito, un príncipe de Roma, destruyó la ciudad de Jerusalén. Tanto en Daniel como en el Nuevo Testamento, ese príncipe tipifica al anticristo. En Daniel 9:26-27 se considera las dos destrucciones como una sola. Si usted lee cuidadosamente el capítulo 9 de Daniel, verá que Jerusalén será destruida dos veces. Tito realizó la primera destrucción, y el anticristo llevará a cabo la segunda. En la profecía de Daniel las dos destrucciones se presentan como una sola, pero en realidad no lo son. El anticristo destruirá a Jerusalén igual que lo hizo Tito. En principio, el cumplimiento de un tipo siempre es más completo que el tipo mismo. Por eso el Señor dice que la gran tribulación será más severa que todo lo que la ha precedido y la sucederá. Incluso en Mateo 24 y en Lucas 21, la profecía del Señor no hace una distinción clara entre la destrucción de Jerusalén bajo Tito y la destrucción a manos del anticristo. Las dos están combinadas. Por esta razón, en las setenta semanas hay un largo intervalo entre las primeras sesenta y nueve semanas y el cumplimiento de la septuagésima. Hay un largo período de receso antes de que ésta se cumpla. Después de la sexagésima novena semana, ocurrió una destrucción por mano de Tito, y después del intervalo entre la sexagésima novena semana y la septuagésima vendrá otra destrucción bajo el mando del anticristo. No obstante, en la Biblia estas dos destrucciones son mencionadas casi como si fueran una sola. En los días de Tito, Jerusalén era pecaminosa, y en los días del anticristo será aún más pecaminosa. En Apocalipsis once Jerusalén ni siquiera es llamada por su nombre, sino “la gran ciudad”, el lugar donde el Señor fue crucificado (v. 8). El Señor, por supuesto, no fue crucificado en Sodoma ni en Egipto, sino en Jerusalén. En el tiempo de la destrucción y la persecución que trae el anticristo, Jerusalén se habrá vuelto tan pecaminosa como Sodoma y tan mundana como Egipto. Cuánto necesitamos orar por los judíos para que se arrepientan. Entre ellos estarán los fieles, los ciento cuarenta y cuatro mil. Después del arrebatamiento de los dos testigos, estará cerca la venida del Señor con Su ejército para derrotar al anticristo en la batalla de Armagedón.
El versículo 11 dice: “Pero después de tres días y medio entró en ellos el aliento de vida que venía de Dios, y se levantaron sobre sus pies, y cayó gran temor sobre los que los vieron”. Esto indica que fueron resucitados. Esta resurrección es distinta de la que se menciona en 1 Tesalonicenses 4:16. El Señor Jesús resucitó después de tres días, y Lázaro fue resucitado después de cuatro. Pero estos dos testigos serán resucitados después de tres días y medio.
El versículo 12 añade: “Y oyeron una gran voz del cielo, que les decía: Subid acá. Y subieron al cielo en una nube; y sus enemigos los vieron”. Esto indica que fueron arrebatados. Este arrebatamiento también es distinto al que se menciona en 1 Ts. 4:17.
El versículo 7 dice que los dos testigos acaban su testimonio. Ellos dan testimonio de Dios como el Señor de la tierra (v. 4) y en contra del anticristo. Durante la gran tribulación los dos testigos darán un adecuado testimonio a favor de Dios y en contra del anticristo (Dt. 17:6; 19:15; Mt. 18:16).
Pese a que muchos verán la resurrección y el arrebatamiento de los dos testigos, no se arrepentirán. Esto nos muestra que no debemos confiar en los milagros. Muchos tienen el concepto errado de que a la gente se le puede convencer con milagros. Pero estos dos testigos, los cuales serán muertos físicamente, resucitarán repentina y milagrosamente y serán arrebatados a los cielos. Sin embargo, la gente no se arrepentirá.
El versículo 13 dice: “En aquella hora hubo un gran terremoto, y la décima parte de la ciudad se derrumbó, y por el terremoto murieron siete mil hombres; y los demás se aterrorizaron, y dieron gloria al Dios del cielo”. Esta ciudad es la “grande ciudad” del versículo 8, o sea, Jerusalén. La décima parte de la ciudad de Jerusalén caerá por causa de este terremoto, y el resto de la ciudad se dividirá en tres partes con el último terremoto, mencionado en 16:19.
El versículo 13 dice que “por el terremoto murieron siete mil hombres” o “nombres de hombres”, lo cual denota personas de renombre. Serán siete mil personas famosas. En ese entonces, muchos de la nación de Israel serán personas notables. Siete mil de estas personas morirán por este terremoto, porque ellos tomaron la iniciativa en no creer en el Señor Jesús. Actualmente muchos filósofos, doctores, políticos y economistas judíos son pecaminosos y mundanos y no creen en el Señor Jesús. Hoy día la nación de Israel está bajo el control de estas personas destacadas. Muy pocos de los israelitas de renombre creerán en el Señor. Hace poco oí que el gobierno de Israel decidió estorbar que cualquier obra misionera cristiana se lleve a cabo en Israel. Esta decisión fue tomada por las personas de renombre. Cuando este terremoto suceda, serán las personas famosas principalmente las que morirán.
Este pasaje es un ventana por la cual podemos ver la deplorable situación prevaleciente entre los judíos al final de la era presente. Esta es al razón por la cual se desatará una gran persecución. Los países árabes no tendrán éxito en ninguno de sus intentos de destruir la nación de Israel, debido a que el Señor cuida a Israel. Pero esto no significa que los judíos tengan interés en el Señor. No, ellos siguen siendo pecaminosos y mundanos; pero un día Dios les dirá: “Os voy a abandonar. Los cielos serán medidos, pero dejaré a Jerusalén en las manos del anticristo. El la destruirá con más crueldad que Tito”. Según Zacarías 12, la persecución pondrá a los judíos en una situación tal que tendrán que acudir a Aquel a quien traspasaron. En ese momento, Cristo vendrá y todas las tribus de la Tierra Santa verán al Redentor, el mismo a quien ellos traspasaron hace dos mil años. Cuando acudan al Señor, llorarán por El y se arrepentirán (Zac. 12:10-14). Pero este lamento llegará algo tarde, pues antes de esto, muchos serán muertos por el anticristo. Esta es la palabra de profecía. No podemos hacer otra cosa que orar por ellos y estar preparados para la hora cuando el Señor nos llevará.
Después de morir las siete mil personas de renombre en el terremoto, el resto del pueblo quedará aterrorizado y dará gloria a Dios. Cuando el Señor regrese a ellos, muchos, posiblemente todos, se arrepentirán y recibirán al Señor, aquel a quien traspasaron.