Mensaje 59
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En este mensaje y en los seis que siguen examinaremos los diversos aspectos de la Nueva Jerusalén (Ap. 21:9-27).
En primer lugar, necesitamos saber cómo se recibe la visión de la Nueva Jerusalén. Uno de los siete ángeles que trajeron las siete plagas le mostró a Juan la Nueva Jerusalén (v. 9). Esto significa que el objetivo del juicio de las siete copas es la Nueva Jerusalén.
En el versículo 10 dice: “Y me llevó en espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios”. Si queremos recibir la visión de la Nueva Jerusalén, tenemos que estar en el espíritu. Antes de que Juan tuviera la visión de las siete iglesias, también estaba en el espíritu (1:10). El capítulo uno no sólo nos dice que Juan estaba en el espíritu, sino que también nos revela que estaba en la isla llamada Patmos. Si esto no fuera importante, no constaría en la Biblia. Al estar en la isla de Patmos y estar en el espíritu, Juan pudo ver las iglesias, los siete candeleros de oro. Aunque muchos lean y estudien el Apocalipsis y aun lean nuestros mensajes sobre los candeleros, es posible que no vean nada. Esto se debe a que no están en la posición apropiada ni en el espíritu.
A fin de poder ver algo, debemos tener la posición apropiada, la perspectiva correcta y la facultad de ver. Inmediatamente antes de que Juan viera los siete candeleros de oro, oyó una gran voz y se volvió para ver la voz que hablaba con él (1:10, 12). Espero que muchos de los que están en las denominaciones, al leer estos mensajes, escuchen la voz y se vuelvan para ver. Sin embargo, aunque muchos han oído la voz no están dispuestos a volverse. Aun si se vuelven para ver la voz, es posible que carezcan de la facultad de ver. Muchos pastores denominacionales tienen cataratas en sus ojos espirituales. Necesitan que un oculista se las quite para que puedan recibir la visión de la iglesia. Cuando tenemos la posición apropiada, la perspectiva correcta y la facultad de la vista, podemos recibir la visión de los siete candeleros de oro. Esta era la situación de Juan en la isla de Patmos. Por estar en la debida posición y en el espíritu, pudo ver los siete candeleros de oro tan pronto como se volvió para ver la voz.
Se aplica el mismo principio en cuanto a ver la Nueva Jerusalén. En 21:10 Juan nos dice que un ángel lo llevó en el espíritu. Nunca menosprecie su espíritu, pues éste puede ver la Nueva Jerusalén. La expresión en el espíritu se usa cuatro veces en Apocalipsis (1:10; 4:2; 17:3; 21:10). En cada ocasión esta expresión se usa para presentar cada una de las cuatro visiones principales que componen dicho libro. Estas visiones son: la iglesia, el juicio sobre el mundo, Babilonia la Grande y la Nueva Jerusalén. Estas cuatro visiones se dividen en dos pares. El primero es la iglesia y el mundo, y el segundo es Babilonia la Grande y la Nueva Jerusalén. El mundo es contrario a la iglesia, y Babilonia la Grande es contraria a la Nueva Jerusalén. El libro de Apocalipsis en su totalidad presenta la iglesia, el mundo, Babilonia y la Nueva Jerusalén. Juan estaba en el espíritu en cada una de las ocasiones en que recibió estas visiones. En el espíritu Juan vio las iglesias; en el espíritu vio destino del mundo; en el espíritu vio Babilonia la Grande; y en el espíritu vio la Nueva Jerusalén. Yo puedo testificar de que todavía tengo ante mí una clara visión de estas cuatro cosas. En el primer capítulo veo las siete iglesias y en el último, la Nueva Jerusalén. Entre estos capítulos veo al mundo y a Babilonia la Grande.
Si usted desea ver estas cosas, tiene que estar en el espíritu. No se valga de su mente para examinar la situación. Más bien, vuélvase al espíritu y permanezca allí. Si usa su mente en vez de permanecer en el espíritu, estas cuatro visiones desaparecerán. Si nos quedamos en nuestra mente, es posible que pensemos que la situación del mundo no está tan mal. Pero si nos volvemos a nuestro espíritu y permanecemos allí invocando el nombre del Señor Jesús, veremos claramente los siete candeleros y el hecho de que todo el mundo está bajo el juicio de Dios. Cuanto más tiempo permanezcamos en el espíritu en contacto con el Señor, más clara será nuestra comprensión de la condición en que se encuentra el mundo. Además, veremos a la ramera y nos daremos cuenta de que su destino es destrucción. Aunque tal vez no comprendamos todas estas cosas ni las podamos explicar, ciertamente las vemos. También veremos la Nueva Jerusalén con sus detalles, tales como las doce puertas y la calle de oro.
Lo que necesitamos hoy es visión, no entendimiento. ¿Qué utilidad tendría saber de la ciudad de Anaheim si uno jamás la ha visto? Según el libro de Apocalipsis, el apóstol Juan vio muchas cosas, incluyendo la Nueva Jerusalén. Por lo tanto, el libro de Apocalipsis no es una disertación ni un sermón ni siquiera un mensaje; es una descripción y una declaración de lo que Juan vio. El fue llevado a un paseo por el universo, después del cual parece decir algo así: “¡Vi a Satanás lanzado en el lago de fuego y vi la Nueva Jerusalén!”. Todos debemos entrar en nuestro espíritu y dar esta especie de paseo para ver dichas cosas. Después de que uno ve la Nueva Jerusalén, no puede negar que la ha visto.
Cuando Juan vio la Nueva Jerusalén, él estaba en el espíritu y había sido llevado a un monte grande y alto. El monte grande y alto está en contraste con el desierto de 17:3. Para ver a Babilonia, la gran ramera, Juan fue llevado al desierto. Para ver a la novia, la Nueva Jerusalén, fue llevado a un monte grande y alto. Nosotros necesitamos ser llevados a un monte elevado para poder ver la morada de Dios, la cual cumple Su propósito eterno. Para poder ver las iglesias, le era suficiente a Juan estar en la isla de Patmos. Pero la Nueva Jerusalén es muchísimo más elevada que las iglesias; de modo que para verla, tuvo que ser llevado a un monte elevado. La Nueva Jerusalén es una ciudad que es al mismo tiempo una montaña, y nosotros debemos estar en un monte a fin de poder verla. Necesitamos estar en el espíritu y llegar a un monte alto. Esta es la manera de recibir la visión de la Nueva Jerusalén.
También necesitamos saber qué es la Nueva Jerusalén. Es la máxima consumación del edificio que Dios construye a lo largo de los siglos. A partir de Adán y por casi sesenta siglos, Dios ha estado edificando mucho. El resultado de esta obra será la Nueva Jerusalén, la morada eterna de Dios.
Vimos ya que el período que se extiende desde Adán hasta el final del milenio se divide en cuatro dispensaciones: la de los patriarcas, desde Adán hasta Moisés; la de la ley, desde Moisés hasta Cristo; la de la gracia, desde la primera venida de Cristo hasta la restauración de todas las cosas en Su segunda venida; y la del reino, desde la segunda venida de Cristo hasta el fin del milenio. Durante estas dispensaciones Dios ha venido edificando, y seguirá haciéndolo. Sin embargo, la mayoría de los cristianos no presta atención a la edificación que Dios está llevando a cabo; ellos sólo se preocupan por su religión humana. Damos gloria al Señor por rescatarnos de una situación tan lamentable. Ya no estamos en una religión humana, sino en la edificación que Dios está realizando. Actualmente esta edificación es las iglesias, y eternamente será la Nueva Jerusalén. Estamos en las iglesias y vamos en camino a la Nueva Jerusalén. Agradecemos al Señor por darnos una visión tan clara de la Nueva Jerusalén, que es nuestro destino final.
En el versículo 2 Juan dice: “Y vi la santa ciudad, la Nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido”. La Nueva Jerusalén es una entidad viva compuesta de todos los santos que Dios redimió a lo largo de las generaciones. Ella es la novia de Cristo, Su complemento (Jn. 3:29), y es la santa ciudad de Dios, Su morada. Esta es la ciudad, la Jerusalén celestial (He. 12:22), que Dios preparó para nosotros y la cual anhelaban Abraham, Isaac y Jacob (He. 11:10, 16). También es la Jerusalén de arriba, que es madre de todos nosotros (Gá. 4:26).
La Nueva Jerusalén descenderá del cielo a la tierra. Los versículos 2 y 10 dicen que la Nueva Jerusalén “desciende del cielo, de Dios”. La intención de Dios no es tener una morada eterna en el cielo. El desea morar en la tierra. Aunque las religiones sueñan con ir al cielo, Dios desea descender a la tierra. Hoy mismo, la mejor morada de Dios no es el cielo, sino la iglesia en la tierra. Actualmente Dios tiene dos moradas: los cielos y la iglesia. Dios habita en los cielos con Sus ángeles, y también mora en la tierra con Sus hijos. Si usted fuera el Padre, ¿preferiría estar con los ángeles, los servidores, o con sus hijos? Si los siervos viven en una mansión y los hijos en una casa humilde, ¿preferiría usted vivir en la mansión o en la casa humilde? Sin duda, usted preferiría estar con sus hijos en una choza. El caso es el mismo con Dios. ¡Cuánto desea El morar en la iglesia! Aunque la apariencia de la iglesia no es admirable ni espléndida, los hijos de Dios están allí, y El disfruta estar con ellos. Finalmente, la “choza” pobre, la iglesia, será transformada en la Nueva Jerusalén, que será muchísimo más espléndida que cualquier mansión.
La Nueva Jerusalén será una ciudad inmensa que tendrá doce mil estadios de longitud, de altura y de anchura (v. 16). Doce mil estadios son aproximadamente dos mil doscientos kilómetros, la distancia de San Diego a Seattle. Hay unos cuatro mil ochocientos kilómetros entre la costa oriental de los Estados Unidos y la costa occidental. Así que la longitud de la Nueva Jerusalén será casi la mitad de los Estados Unidos. ¡Qué enorme ciudad será ésta! Tendrá una altura de más de dos millones de metros. Esta ciudad, la cual es mucho más maravillosa de lo que nos podamos imaginar, descenderá del cielo a la tierra. Por supuesto, la tierra en ese entonces será la tierra nueva (vs. 1, 24, 26).
La Nueva Jerusalén es la ciudad santa (vs. 2, 10). Por ser la santa ciudad de Dios, ella es una ciudad santa, totalmente santificada y apartada para Dios, y completamente saturada de la naturaleza santa de Dios para poder ser Su morada. Esta ciudad está llena de Dios y se ha mezclado con El. Esta inmensa ciudad, de unos dos mil kilómetros de longitud, de anchura y de altura estará totalmente apartada para Dios y saturada de El. Un día, nosotros estaremos allí. Ahora vemos la Nueva Jerusalén en visión, pero vendrá el día cuando estaremos en ella. ¡Cuán maravilloso será esto! Sin duda alguna, recordaremos la visión que tuvimos de ella cuando todavía estábamos en la tierra.
El versículo 2 dice que la Nueva Jerusalén está “dispuesta como una esposa ataviada para su marido”, y en el versículo 9 uno de los ángeles dice: “Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero”. Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, Dios compara a Su pueblo escogido con una esposa (Is. 54:6; Jer. 3:1; Ez. 16:8; Os. 2:19; 2 Co. 11:2; Ef. 5:31-32). La esposa trae a Dios satisfacción en amor. La Nueva Jerusalén como novia de Cristo, procede de El, Su esposo, y llega a ser Su complemento, tal como Eva salió de Adán, su esposo, y llegó a ser su complemento (Gn. 2:21-24). Ella se prepara al participar de las riquezas de la vida y la naturaleza de Cristo.
El versículo 9 habla de la novia y la esposa. Una novia cumple su papel principalmente el día de la boda, mientras que la esposa lo es toda la vida. La Nueva Jerusalén será la novia en el milenio, los mil años que son como un día (2 P. 3:8), y la esposa lo será en el cielo nuevo y la tierra nueva por la eternidad. La novia en la era del reino está compuesta de los vencedores (3:12; 19:7-9); pero la esposa, en la eternidad, consta de todos los redimidos de Dios (21:9).
Ya que la Nueva Jerusalén es la novia, no debemos pensar que es una ciudad material. Es imposible que una entidad material sea la novia. Dios jamás se casaría con algo así. El sólo se casará con un ser vivo. La novia está compuesta de los santos de Dios, quienes fueron redimidos, regenerados y transformados. En la Nueva Jerusalén no habrá madera, ladrillos ni polvo, sino oro, perlas y piedras preciosas transformadas.
Leemos en el versículo 3: “Y oí una gran voz que salía del trono que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y El fijará Su tabernáculo con ellos; y ellos serán Sus pueblos, y Dios mismo estará con ellos y será su Dios”. Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, Dios compara a su pueblo escogido con una morada para Sí mismo (Ex. 29:45-46; Nm. 5:3; Ez. 43:7, 9; Sal. 68:18; 1 Co. 3:16-17; 6:19; 2 Co. 6:16; 1 Ti. 3:15). Así como la esposa de Dios le trae satisfacción en amor, asimismo la morada le suministra descanso y le provee de expresión. Ambos aspectos llegarán a su consumación en la Nueva Jerusalén. En ella, Dios hallará plena satisfacción en amor y el descanso supremo en expresión por la eternidad. La Nueva Jerusalén como morada de Dios será el tabernáculo de Dios con los hombres por la eternidad. Será la morada de Dios entre los hombres, las naciones, y lo expresará. El tabernáculo que hizo Moisés era un tipo de este tabernáculo (Ex. 25:8-9; Lv. 26:11). Este tipo se cumplió primeramente en Cristo como tabernáculo de Dios entre los hombres (Jn. 1:14), y al final se cumplirá plenamente en la Nueva Jerusalén, la cual será el agrandamiento de Cristo como la morada de Dios. Este tabernáculo también será la morada eterna de los redimidos de Dios. Dios nos cobijará con Cristo. Por lo tanto, la Nueva Jerusalén será la morada mutua de Dios y nosotros.
La morada de un individuo lo expresa a él. No nos expresamos con tanta claridad en ninguna parte como lo hacemos en nuestra casa. Si usted desea conocer a una persona, visítela en su casa o apartamento. Si el hogar no esta ordenado, se dará cuenta de que dicha persona no es muy organizada. Pero si la casa está limpia, ordenada y pulcra, uno se dará cuenta de que la persona que vive allí es así. Suponga que lo visito a usted en su apartamento una mañana y hallo que su cama no está hecha. No importa cuántos sermones me dé usted acerca de la diligencia y la pulcritud, tendré la idea, por su cama destendida, de que usted es una persona descuidada. Así como nuestro hogar nos expresa a nosotros, así la Nueva Jerusalén, el tabernáculo de Dios, lo expresará a El. Cada parte de esta ciudad es ordenada, limpia y está construida como se debe. Todos sus aspectos expresan a Dios. La iglesia hoy, la morada de Dios, también es Su expresión. La iglesia trae satisfacción a Cristo y constituye la morada de Dios. En la iglesia, la maqueta de la Nueva Jerusalén que ha de venir, Cristo es satisfecho y Dios es expresado.
La humanidad restaurada, es decir, las naciones, vivirán alrededor de la Nueva Jerusalén como tabernáculo de Dios, y lo disfrutarán a El allí.
La Nueva Jerusalén también será el paraíso de Dios. Según la Biblia hay más de un paraíso. Muchos cristianos piensan que el huerto de Edén es el paraíso (Gn. 2:8) Sin embargo, la Biblia no llama al Edén el paraíso. Así que en la Biblia sólo vemos dos paraísos, el que menciona el Señor Jesús en Lucas 23:43 y la Nueva Jerusalén.
El Señor dijo al ladrón que le había pedido que se acordara de él cuando viniera en Su reino: “De cierto te digo: Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. (Lc. 23:43). Sólo al estudiar otros versículos podemos ubicar este paraíso. Lucas 23:43 revela que el Señor Jesús inmediatamente después de morir, fue al paraíso. Hechos 2:27 y 31 revela que después de que el Señor Jesús murió, fue al Hades, y Mateo 12:40 indica que el Hades está en “el corazón de la tierra”, donde estuvo el Señor Jesús tres días y tres noches después de Su muerte. En el Hades hay una región agradable, descrita como el seno de Abraham, adonde fue Lázaro (Lc. 16:23). Por lo tanto, el paraíso que menciona el Señor en Lucas 23:43 es la región agradable del Hades. Según lo dicho por el Señor en Lucas 16, hay dos secciones en el Hades, y entre ellas hay un gran abismo. Cuando Lázaro murió, fue a la región placentera del Hades, donde está Abraham. Pero cuando murió el rico, fue a la región de tormento.
Algunos maestros cristianos, como por ejemplo el doctor Scofield, creen que cuando Cristo resucitó, la región placentera del Hades fue trasladada al tercer cielo. La Biblia anotada de Scofield tiene una nota en Lucas 16:23 al respecto. El pasaje de 2 Corintios 12:2-4 también lo usan como base para apoyar esta idea. Algunos interpretan las palabras de Pablo en estos versículos como una indicación de que el paraíso está ahora en el tercer cielo. Pero si uno lee este pasaje con detenimiento y siguiendo el texto griego, verá que demuestra lo contrario. En dicho capítulo Pablo estaba dando testimonio de que había recibido una visión completa del universo, el cual se divide en tres regiones: los cielos, la tierra y la parte que está debajo de la tierra (véase Fil. 2:10). Pablo había llegado a conocer las cosas de la tierra, las de los cielos y las del paraíso. Esto es lo que en realidad comunica 2 Corintios 12:2-4 (véase el mensaje veinte, págs. 236-239). El paraíso, la región placentera del Hades, todavía está ubicado en el Hades, debajo de la tierra.
La enseñanza de que los santos del Antiguo Testamento que estaban en el paraíso fueron trasladados al cielo cuando Cristo resucitó, no es correcta. El día de Pentecostés, cincuenta días después de la resurrección del Señor, Pedro dijo: “David no subió a los cielos” (Hch. 2:34). Hasta ese día David todavía no estaba en el cielo. Por consiguiente, la enseñanza tradicional sobre esto no es ni exacta ni confiable. Según las palabras claras de la Biblia, existe una sección placentera en el Hades, llamada el paraíso, donde están ahora los espíritus y las almas incorpóreas de los salvos esperando el día de la resurrección. En principio, la separación de un alma de su cuerpo denota que ella está desnuda, y ninguna persona desnuda puede entrar en la presencia de Dios. En consecuencia, los espíritus y las almas de los santos que ya fallecieron están en la región placentera del Hades esperando el día de la resurrección para ser vestidos del glorioso cuerpo de resurrección y ser cubiertos nuevamente.
La Nueva Jerusalén, el paraíso de Dios, es diferente del paraíso del Hades. El paraíso de la Nueva Jerusalén, el cual es eterno, será muy superior al del Hades, el cual no es más que un albergue temporal. El paraíso de Dios que está en la Nueva Jerusalén será la recompensa para los vencedores en la edad del reino (2:7) y la porción común a todos los redimidos de Dios en la eternidad (21:7). Todos los santos que hayan muerto resucitarán, se pondrán un cuerpo resucitado, y entrarán en la Nueva Jerusalén, la cual será su paraíso.