Mensaje 3
Lectura bíblica: Cnt. 2:8-17; 3:1-5
En el Cantar de los cantares 2:8—3:5, Cristo llama a la amada a ser librada del yo al unirse a la cruz. Esta es la segunda etapa en la experiencia de la que ama a Cristo. Tres palabras cruciales nos ayudan a interpretar esta sección: cruz, yo e introspección.
La cruz es representada por las grietas de la peña, en lo escondido de escarpados parajes (Cnt. 2:14). Son lugares seguros, pero muy escabrosos, y pocos están dispuestos a llegar allí. Las grietas de la peña y lo escondido de los escarpados parajes ciertamente representan la cruz como lugar seguro para el hombre caído. El lugar más seguro para nosotros es la cruz.
El yo no es representado por ninguna figura en el Cantar de los cantares, pero la experiencia cristiana nos enseña que el yo se manifiesta en la segunda etapa. En la primera etapa, la amada de Cristo va en pos de El, recibe ayuda mediante la comunión en la cámara interior, y entra en la vida de iglesia, donde experimenta la transformación. Ella entra en el reposo y disfrute de Cristo, donde encuentra plena satisfacción. Entonces el yo se despierta, y la que ama a Cristo empieza a esforzarse sólo por ser perfecta. Este es el yo.
El yo es muy sutil. En Mateo 16, después de que el Señor Jesús reveló el camino de la cruz que cumple la economía de Dios, Pedro mostró su amor por el Señor, declarando: “¡Dios tenga compasión de Ti, Señor! ¡De ningún modo te suceda eso!” (v. 22). Pedro creía que profería sus propias palabras, pero en realidad, en ellas expresaba el yo, el cual se había hecho uno con Satanás. El Señor Jesús reprendió Pedro, diciendo: “¡Quítate de delante de Mí, Satanás!” (v. 23a). Luego el Señor habló con respecto a negarse a sí mismo (v. 24). Esto revela que el yo es la humanidad satánica; es el hombre usurpado y poseído por Satanás. Es por eso que el hombre en su humanidad caída sólo se preocupa por sí mismo, expresando el interés propio en toda clase de relaciones: entre marido y esposa, entre hijos y padres, entre patrones y empleados.
No pensemos que podemos llegar a ser tan espirituales como para no tener problemas con el yo. Incluso la que ama a Cristo, aquella que lo anhela, lo busca y lo obtiene, sigue siendo perturbada por el yo. Una parte de nosotros todavía está caída y es satánica, y esta parte permanecerá con nosotros hasta que nuestro cuerpo físico sea redimido, es decir, hasta que seamos plenamente redimidos de la vieja creación. Esta fue la situación aún con el apóstol Pablo. Aunque él había recibido tantas visiones y revelaciones, se dio cuenta de que todavía estaba en la humanidad caída (2 Co. 12:7). Nosotros también estamos todavía en la humanidad caída, pero no debemos vivir en ella ni por ella. Llevo muchos años de ser creyente en Cristo, y puedo dar testimonio de que cuanto más envejezco, más me molesta la vieja creación, esto es, la humanidad caída y satánica.
Como veremos al final del Cantar de los cantares, la amada de Cristo suspira porque permanece todavía en la vieja creación. Ella anhela ser plenamente como Cristo, quien no tiene nada que ver con la vieja creación. Ella fue creada nuevamente por Dios con el fin de ser una nueva creación, pero según la economía de Dios, Dios ha permitido que una parte de la vieja creación permanezca con ella.
Podemos tener éxito en nuestra búsqueda de Cristo y sentir cierta satisfacción por ello, pero tal vez nos preguntemos: “¿Cómo puedo mantenerme en este nivel, en esta condición?” Es en ese momento que el yo más se activa.
El yo opera al amparo de la introspección. En realidad, el yo está constituido de la introspección. La introspección consiste en examinarse mirándose a sí mismo. La Biblia nos enseña a poner los ojos siempre en Jesús (He. 12:2). No debemos mirarnos a nosotros mismos, pues nuestro yo no es digno de ninguna contemplación. No obstante, cada persona espiritual que logra ser satisfecha en Cristo, con el tiempo cae en la introspección, y no sólo examina su yo, sino que también lo analiza. Al principio de mi vida cristiana, me examinaba a menudo; no me agradaba hacer lo que no glorificaba al Señor. Pero en realidad, lo que me preocupaba no era el Señor, sino yo mismo y lo que otros pensaban de mí. El examinarse de esta manera es nuestra mayor debilidad en la vida espiritual y nuestro enemigo principal.
Cuando ayudamos a otros que buscan espiritualidad, es posible que los animemos a orar y a confesar sus defectos al Señor. Aunque dicha oración y confesión son normales, en algunos casos debemos aconsejarlos que dejen de confesar y que crean simplemente que la sangre de Jesús los limpia y que Dios es fiel y justo para perdonarlos (1 Jn. 1:7, 9), recordándoles que Dios es fiel en honrar la redención hecha por Cristo.
Cuando somos introspectivos, podemos confesar el mismo asunto varias veces, pensando que cuanto más lo confesemos, más perdón recibiremos. Esta clase de confesión proviene del yo satánico, y es el resultado de analizarnos en cuanto a las cosas espirituales. Sólo la cruz de Cristo puede librarnos de tal situación creada por la introspección. Por consiguiente, necesitamos recibir el llamado a ser librados del yo mediante nuestra unión con la cruz. Cuando nos unimos a la cruz, escondiéndonos en las grietas de la peña y en lo escondido de los escarpados parajes, seremos librados del yo.
La amada de Cristo es llamada a ser librada del yo al unirse a la cruz por el poder de resurrección de Cristo y mediante la comunión con El (Cnt. 2:8-9).
“¡La voz de mi amado! He aquí él viene saltando sobre los montes, brincando sobre los collados” (v. 8). Estos saltos y brincos representan el poder de Cristo que vence dificultades y obstáculos. En resurrección, El ciertamente sabe vencer toda dificultad u obstáculo. Todos los problemas relacionados con nuestra comunión con Cristo surgen de nosotros. Muchos “collados” y “montes” impiden que acudamos a El, pero El nunca se frustra, porque puede “saltar” y “brincar”.
¿Cómo podemos llegar a las grietas de la peña, a lo escondido de los escarpados parajes? Por nosotros mismos no tenemos la fuerza para hacerlo; sólo el poder de la resurrección de Cristo puede llevarnos a la cruz (Fil. 3:10). Por consiguiente, Cristo, en el poder de Su resurrección, viene a la que lo busca pero que ha quedado en la satisfacción que ha encontrado.
“Mi amado es semejante a la gacela, o al cervatillo” (Cnt. 2:9a). La palabra cierva en el título del salmo 22, la cual se relaciona con la resurrección, representa a Cristo en resurrección. El hecho de que Cristo sea semejante a un cervatillo, significa que Su poder es el poder de la resurrección.
“Helo aquí, está tras nuestra pared” (v. 9b). El hecho de que El esté detrás de “nuestra pared”, significa que la introspección de la que lo ama, la cual es un problema de su yo, la separa de El.
El está “mirando por las ventanas, atisbando por las celosías” (v. 9c). Las ventanas y las celosías representan las aperturas que Dios prepara para tener comunión con ella. Por mucho que intentemos escondernos, siempre habrá una ventana por la cual Cristo nos verá. Aparentemente la caída del hombre impedía que Dios tocara al hombre y tuviera comunión con él, pero la propia conciencia del hombre es una ventana con celosías, abierta para que Dios entre y tenga contacto con el hombre caído. Debemos recordar eso cuando salimos a predicar el evangelio, pues al hacerlo debemos aprender a tocar la conciencia de los demás.
En los versículos del 10 al 13 se le implora responder a la amada, y se le alienta, anunciándole el paso del invierno y la llegada de la primavera de resurrección en sus florecientes riquezas. El Amado pide a la que lo ama que salga de detrás de la pared.
La frase “mi amado habla y me dice” del versículo 10a indica que la que ama a Cristo no respondió a la comunión de El. Si le hubiera contestado apropiadamente, el Amado no habría tenido que implorarle más.
“Levántate, oh amor mío” (v. 10b) indica que ella se hallaba en una condición abatida, y por eso Cristo le pidió en amor que se levantara. Cada vez que logramos algo en nuestra búsqueda espiritual, caemos en una condición abatida, lo cual se debe principalmente al yo y a la introspección.
Las palabras “hermosa mía, y ven” (v. 10c) indican que Cristo en Su aprecio de ella quería que ella saliera de su condición abatida para estar con El. Con esto la anima.
Con decir “ha pasado el invierno, ha cesado la lluvia y se ha ido” (v. 11) el Amado indica que el tiempo de letargo (el invierno) y de pruebas (la lluvia) ya pasó y que la primavera (la resurrección) ha de venir.
“Se han mostrado las flores en la tierra, el tiempo de la canción ha venido, y en nuestro país se ha oído la voz de la tórtola. La higuera ha echado sus higos, y las vides en cierne dan olor; levántate, oh amor mío, hermosa mía, y ven” (vs. 12-13a). Aquí “las flores,” “la canción,” “la voz de la tórtola,” “en cierne,” y “olor” indican las riquezas florecientes de la resurrección de Cristo. Todo ello alude a la resurrección. Cuando cantamos, estamos en resurrección, pero cuando nuestra boca permanece cerrada, estamos en el invierno.
“Levántate, oh amor mío, hermosa mía, y ven” (v. 13b). Esta repetida expresión denota el anhelo de Cristo al pedirle a Su amada que deje la introspección del yo para estar con El. Sin embargo, no resulta fácil salir de la introspección. Es muy difícil ayudar a un hermano o una hermana que es introspectivo. A veces se necesita más de un año de rendirle ayuda a uno antes de que éste pueda dejar la introspección del yo.
En los versículos 14 y 15, la que ama a Cristo es llamada a unirse a la cruz. El Nuevo Testamento menciona claramente la cruz, pero el Cantar de los cantares se refiere a la cruz usando sólo figuras retóricas.
“Paloma mía, que estás en las grietas de la peña, en lo escondido de escarpados parajes, muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz; porque dulce es la voz tuya, y hermoso tu aspecto” (v. 14). Aquí Cristo, considerándola como Su candorosa amada (paloma mía), desea ver el bello rostro de ella y escuchar su dulce voz que ella manifiesta en su unión y unidad con la cruz (las grietas de la peña y lo escondido de escarpados parajes). Aquí vemos que Cristo llama a la que le ama a unirse a la cruz. Este punto acerca de la cruz es el énfasis principal de esta sección que habla de ser librado del yo.
Si yo hubiera sido la amada, habría dicho: “Mi amado, no puedo llegar a las grietas de la peña, pues están demasiado altas y la senda es muy escabrosa. Yo no tengo la suficiente energía para llegar allí”. Pero aquí Cristo indica a la que le ama que ella puede experimentar la cruz por el poder de Su resurrección.
La cruz objetiva debe convertirse en nuestra experiencia subjetiva. Debemos introducirnos en la cruz, y la cruz debe introducirse en nosotros. De esta manera, la cruz y nosotros llegamos a ser uno. Nuestra unidad con la cruz es nuestra salvación. Ser librados del yo significa ser salvos del yo al hacernos uno con la cruz. Diariamente debemos conformarnos a la muerte de Cristo por el poder de Su resurrección (Fil. 3:10). Si no nos unimos a la cruz, no podemos librarnos del yo. Aprecio el coro de cierto himno: “Por la cruz, mi buen Señor, haz mi alma fenecer; cualquier precio pagaré para plena unción tener” (Himnos #135). Debemos estar dispuestos a pagar el precio para obtener la experiencia subjetiva de la cruz.
“Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas, que echan a perder las viñas; mientras nuestras viñas están en cierne” (Cnt. 2:15). Cristo exhorta a la que le ama a que esté alerta en cuanto a las peculiaridades, costumbres e introspecciones de ella (las zorras pequeñas), las cuales arruinan la experiencia de la resurrección para Su amada (nuestras viñas en cierne).
Las zorras pequeñas que estropean las viñas representan nuestras peculiaridades, costumbres e introspecciones, y las viñas representan la vida de iglesia. Ser espiritual es algo bueno, pero a menudo conduce a la peculiaridad. Casi toda persona espiritual es peculiar, pues tiene algún rasgo peculiar. Cuando somos peculiares, ya no somos espirituales; por el contrario, causamos un problema a la iglesia. La liberación de la peculiaridad se obtiene tomando la cruz.
En 2:16—3:1, vemos el rechazo y fracaso de la que ama.
“Mi amado es mío, y yo suya; El apacienta su rebaño entre lirios” (v. 16). Ella se da cuenta de que Cristo le pertenece, y que ella pertenece a El, según ella lo siente; no obstante, El no está con ella, pues está alimentando a Sus seguidores puros y confiados (apaciente entre lirios). En este momento Cristo y ella no son uno.
“Hasta que apunte el día, y huyan las sombras, vuélvete, amado mío; sé semejante a la gacela, o como el cervatillo” (v. 17). Aquí ella lo rechaza al pedirle que espere hasta que su condición abatida haya pasado, y que hasta entonces El se le vuelva en Su resurrección, como gacela o como cervatillo, durante su separación, la cual sólo El puede resolver y no ella (sobre los montes de Beter). La palabra Beter quiere decir “separación”. La que ama a Cristo parece decirle: “Señor, no estoy lista. Por favor, no vengas ahora. Espera hasta que haya pasado mi condición abatida. Sé semejante a la gacela sobre los montes de separación”. Esta separación, este monte, es un problema que sólo El puede resolver.
“En mi lecho por las noches, busqué al que ama mi alma; lo busqué, y no lo hallé” (3:1). En su introspección, en su pobre condición, ella busca a su Amado, pero no lo encuentra.
Cantar de los cantares 3:2-4 habla de que la amada despierta y es recobrada.
“Me levantaré ahora, y rodearé por la ciudad; por las calles y por las plazas buscaré al que ama mi alma; lo busqué, y no lo hallé” (v. 2). Ella se levantará de su introspección y buscará a su Amado en los caminos y métodos de la Jerusalén celestial (representada por la Jerusalén terrenal).
“Me hallaron los guardas que rondan la ciudad: ¿Habéis visto al que ama mi alma?” (v. 3). Los que vigilan espiritualmente al pueblo de Dios (He. 13:17) en los caminos de la Jerusalén celestial la hallan, y ella les pregunta si han visto al que ella ama.
“Apenas hube pasado de ellos un poco, hallé luego al que ama mi alma; lo así, y no quise soltarlo, hasta que lo metí en casa de mi madre, y en la cámara de la que me dio a luz” (Cnt. 3:4). Al poco tiempo de pasar a los que vigilan al pueblo de Dios, ella halla a su Amado, y lo ase y no lo dejará ir hasta que lo introduzca en el Espíritu de gracia, por medio del cual ella fue regenerada (casa de mi madre, cámara, He. 10:29; Gá. 4:26; Ef. 2:4-5; Gá. 5:4) para tener una comunión privada con El.
La casa de su madre es el lugar donde ella nació, y la cámara de su madre es el lugar donde ella fue concebida. Su madre es la gracia. Según Gálatas 4:25-26, la Jerusalén de arriba, que es nuestra madre, representa el principio de la gracia, que produce herederos libres; la Jerusalén terrenal produce hijos en esclavitud. La cámara de la madre representa el amor, que proviene del Padre. El amor del Padre produce la gracia. Efesios 2:4-5 declaran que Dios nos amó y luego nos salvó por la gracia. Fuimos concebidos en el amor de Dios y nacimos por Su gracia.
La amada de Cristo cayó en introspección, pero un día se despertó y se dio cuenta de que era una pecadora salvada por la gracia. Entonces ella pudo decir: “Dios me amó, y Cristo me salvó por gracia”. En 2 Corintios 13:14 se habla de la gracia de Cristo, el amor de Dios y de la comunión del Espíritu Santo. El Espíritu nos trae el amor de Dios y Su gracia. Por tanto, el Espíritu es llamado el Espíritu de gracia (He. 10:29). Al tomar conciencia de que era una pecadora salva por gracia, la amada fue vivificada. Entonces, al hallar a su Amado, lo asió y no lo quiso soltar. Ella trajo Cristo a la casa de su madre, donde ella nació por gracia, y a la cámara, donde ella fue concebida en amor. Tal como la cámara es la parte interior de la casa, así el amor de Dios es la parte interior de la gracia de Cristo. Nosotros los salvos tenemos el amor de Dios y la gracia de Cristo.
“Yo os conjuro, oh hijas de Jerusalén, por las gacelas y por las ciervas del campo, que no despertéis a mi amor, ni le quitéis el sueño, hasta que quiera” (Cnt. 3:5). Aquí Cristo exhorta a los creyentes entrometidos (las hijas de Jerusalén) a que no la despierten de la experiencia que ella tiene de El al ser librada del yo, donde fue encerrada en la introspección, e introducida en la comunión íntima con El, o sea, que no la despierten hasta que ella se sienta bien en la siguiente experiencia que tenga de El .(hasta que quiera).