Mensaje 18
Lectura bíblica: Col. 2:2-3, 9; 1:19
Al final de Colosenses 2:2, Pablo habla del “pleno conocimiento del misterio de Dios, es decir, Cristo”. El libro de Efesios trata del misterio de Cristo, que es la iglesia, Su Cuerpo (Ef. 3:4). El tema de este libro es el misterio de Dios, que es Cristo, la Cabeza. Es crucial que conozcamos a Cristo no solamente como nuestro Salvador y Señor, sino también como el misterio de Dios.
Todos los cristianos aman al Señor Jesús. Lo único que los diferencia en este respecto es el grado del amor que tienen por Él. Incluso un creyente que se ha alejado del Señor, le ama hasta cierto grado. La medida de nuestro amor por el Señor depende de cuánto le conocemos y de cuánto hemos visto de Él. Por ejemplo, un niño puede apreciar más el estuche que guarda la joya que la joya misma. Esto muestra que el grado de nuestro aprecio determina la medida de nuestro amor. Por lo tanto, cuanto más conozcamos al Señor Jesús y lo apreciemos, más lo amaremos. Es por eso que debemos avanzar y procurar conocer más al Señor Jesús, no solamente como nuestro Salvador y Señor, sino también como el misterio de Dios.
No obstante, si hemos de conocer a Cristo como el misterio de Dios, debemos experimentar plenamente los asuntos mencionados en Colosenses 2:2. En este versículo, Pablo dice: “Para que sean consolados sus corazones, entrelazados ellos en amor, hasta alcanzar todas las riquezas de la plena certidumbre de entendimiento, hasta alcanzar el pleno conocimiento del misterio de Dios, es decir, Cristo”. La palabra “hasta” significa “dando por resultado”. Si los corazones de los colosenses fueran consolados y entrelazados en amor, esto daría por resultado todas las riquezas de la plena certidumbre de entendimiento, un entendimiento que, sin lugar a dudas, está relacionado con el misterio de Dios, que es Cristo.
No podemos contactar al Señor ni conocerlo como el misterio de Dios si no ejercitamos nuestro espíritu. Como veremos, debemos ejercitar todo nuestro ser. Cada una de las partes del ser humano —espíritu, alma y cuerpo— es muy compleja. Si usted dedica tiempo para examinarse en el espejo, se asombrará de la complejidad de su cuerpo físico. El organismo del ser humano no es sencillo. Por ejemplo, nuestra alma consta de mente, parte emotiva y voluntad. Además, nuestro espíritu se compone de conciencia, intuición y comunión. Si hemos de recibir la revelación del Cristo que es el misterio de Dios, debemos ejercitar cada parte de nuestro ser.
Dios en Sí mismo es un misterio, y Cristo es el misterio de este misterio. Por supuesto, para conocer cabalmente a Cristo como misterio de Dios, no basta con leer la letra de las Escrituras. Para ello es necesario que ejercitemos nuestro espíritu, ya que Cristo mora en él. No considere jamás a Cristo un simple objeto que podemos conocer mentalmente. Él es el Cristo crucificado y resucitado y, como tal, está sentado en el trono en los cielos y también mora en nuestro espíritu. Por consiguiente, es indispensable que ejercitemos nuestro espíritu para tener contacto con Él. Esto implica que debemos abrir nuestro ser desde lo más profundo e invocar Su nombre. El espíritu es la parte más recóndita de nuestro ser, es aun más profunda que el corazón y las partes del alma. Por consiguiente, ejercitar nuestro espíritu significa abrir la parte más profunda de nuestro ser a fin de invocar el nombre del Señor Jesús y tener contacto con Él, quien es esta persona viva que mora en nosotros.
Nosotros somos seres complejos, pero Cristo es mucho más complejo. Para conocerlo, no sólo se requiere que ejercitemos nuestro espíritu, sino también que nuestro corazón sea consolado, es decir, que reciba un cuidado tierno y cálido. Además, se requiere que tengamos una mente sobria, una parte emotiva regulada y una voluntad sometida. Cada parte de nuestro ser debe ser apropiada y funcionar de una manera normal. Es por eso que Pablo relaciona el hecho de que los corazones sean consolados con la necesidad de obtener el pleno conocimiento de Cristo como misterio de Dios.
En 2:2 Pablo prosigue a hablar de todas las riquezas de la plena certidumbre de entendimiento. La consolación del corazón debe de tener un resultado. En este caso, el resultado es que se obtienen todas las riquezas de la plena certidumbre de entendimiento. Por ejemplo, debemos tener completa certidumbre en cuanto al terreno de la iglesia. Algunos santos afirman que entienden claramente lo que es el terreno de la iglesia y que se han comprometido a sostener dicha verdad, pero en realidad no adoptan una postura definida ni tienen ninguna certidumbre al respecto. A pesar de que tienen fe, no tienen la certeza que produce la perfecta certidumbre.
Permítanme compartirles mi testimonio de cómo llegué a tener plena certidumbre respecto al terreno de la iglesia. En 1932 empezamos a practicar la vida de iglesia en Chifú, mi ciudad natal. Después de varios meses, se levantó una oposición contra nosotros. Antes de que empezáramos a practicar la vida de iglesia, los líderes cristianos de esa ciudad me apreciaban y respetaban. Me consideraban alguien que seguía al Señor Jesús de forma absoluta. Sin embargo, la actitud de ellos cambió cuando comenzaron a entrar en la iglesia muchos creyentes prometedores. Esto molestó a estos líderes, y se circularon rumores negativos acerca de nosotros. Además, los que en otro tiempo me respetaban, ya ni siquiera me saludaban en la calle. Todo esto me preocupó profundamente, e inquirí al Señor acerca de esta situación. Le pedí que me mostrara cuál era el problema, y por más de un mes estuve examinando a fondo este asunto delante del Señor. Finalmente llegué a concluir que, como hombre que soy, tengo que creer en el Señor Jesús; si creo en el Señor, tengo que amarlo; y si lo amo, tengo que seguir el camino de la iglesia. Como resultado, recibí la perfecta certidumbre con respecto al terreno de la iglesia. Ya no solamente tenía la fe, sino también el conocimiento que me permitía tener la certidumbre. Por más de cuarenta y seis años, no he cambiado de parecer con respecto a esta verdad, a pesar de todos los sufrimientos que he tenido que pasar por adoptar esta posición. Algunos colaboradores íntimos míos me traicionaron por temor a enfrentarse con la oposición que esta posición implicaba. Incluso algunos de ellos habían dado mensajes acerca del terreno de la iglesia, pero en realidad no habían adoptado una posición definida. Les faltaba la plena certidumbre de entendimiento que Pablo menciona en 2:2. Él se dio cuenta que en cuanto al misterio de Dios, es decir, Cristo, los creyentes necesitaban la certidumbre que procede de la fe y del conocimiento. Aquellos que tienen esta certidumbre firmemente sostienen esta verdad.
Después de que tomé mi decisión con respecto al terreno de la iglesia, pasé un tiempo con el hermano Nee en Shanghai, durante un período de crisis. Tratando de consolarlo, le dije: “Hermano Nee, soy uno con usted porque sigue el camino del Señor. Puedo asegurarle que si aun llegara a apartarse de este camino, yo no cambiaría de parecer. Yo tengo la perfecta certidumbre en cuanto al camino del Señor respecto a la iglesia”. Esta es la perfecta certidumbre de entendimiento a la que Pablo se refiere en 2:2. En cuanto a Cristo como misterio de Dios, necesitamos fe, conocimiento, certidumbre y perfecto entendimiento.
Los colosenses no tenían la perfecta certidumbre acerca de Cristo. De haberla tenido, no habrían regresado al culto a los ángeles ni habrían aceptado asuntos tales como las observancias, las ordenanzas y las filosofías. Por un lado, ellos habían recibido a Cristo y tenían cierto conocimiento de Él. Por otro lado, su conocimiento de Cristo no tenía la perfecta certidumbre de entendimiento. Los colosenses creían realmente en el Señor Jesús y se aferraban a su fe, pero no poseían todas las riquezas de la perfecta certidumbre de entendimiento. Ellos sabían que Cristo era el Hijo de Dios y le habían recibido; no obstante, debido a que eran bastante inconstantes con respecto a la verdad, también aceptaron distintas observancias, ordenanzas y filosofías.
Si deseamos obtener todas las riquezas de la perfecta certidumbre de entendimiento acerca de Cristo como misterio de Dios, debemos ejercitar cada parte de nuestro ser. No debemos ser inconstantes de ninguna manera. Estoy preocupado por aquellos que, estando en el recobro del Señor, nunca se han ejercitado de una manera plena. Quizás ésta sea la razón por la que no tienen la perfecta certidumbre de entendimiento en cuanto al recobro.
Algunos que anteriormente estuvieron con nosotros por muchos años, solían alabar al Señor por Su recobro y declarar que estaban absolutamente en pro de la vida de iglesia. Sin embargo, con el tiempo se volcaron en contra del recobro y aun lo condenaron. La razón de este cambio es que nunca se ejercitaron plenamente en cuanto al recobro del Señor ni recibieron la perfecta certidumbre de entendimiento al respecto.
¡Cuánto necesitamos ejercitarnos para conocer a Cristo como el misterio de Dios! Debemos ser capaces de decir: “Señor Jesús, no tengo ningún otro interés aparte de Ti. Mi mente, mi voluntad y mi parte emotiva te pertenecen absolutamente. Estoy seguro de lo que creo y sé lo que estoy haciendo en Tu recobro. Estoy dispuesto a dar mi vida por Ti. Si tuviera diez vidas, las daría todas por el recobro. Cada célula de mi ser, Señor, es para Ti”. Si usted ejercita todo su ser de esta manera, recibirá la perfecta certidumbre de entendimiento. No tendrá ninguna duda acerca de lo que está haciendo ni del camino que está siguiendo, sino que tendrá la certidumbre que tienen los mártires cuando entregan sus vidas por el Señor.
En 2:2 Pablo habla no sólo de la perfecta certidumbre, sino de todas las riquezas de la perfecta certidumbre de entendimiento. Para examinar esta frase, recurramos una vez más al terreno de la iglesia, como ejemplo. Puede ser que algunos santos tengan la perfecta certidumbre de entendimiento en cuanto al terreno de la iglesia, pero quizás no tengan las riquezas de esta verdad en su entendimiento. Así que, cuando hablan del terreno de la iglesia, no tienen mucho que decir. Esto se debe a que en su entendimiento ellos carecen de las riquezas. Pero si tenemos las riquezas de la perfecta certidumbre de entendimiento en cuanto a la verdad del terreno de la unidad, tendremos mucho que compartir. En lo que respecta al terreno de la iglesia, debemos ejercitar nuestro ser hasta obtener todas las riquezas de la perfecta certidumbre de entendimiento.
El mismo principio se aplica al hecho de conocer a Cristo como el misterio de Dios. Debemos ejercitarnos al grado de tener siempre algo que hablar acerca del Cristo que es el misterio de Dios. ¡Cuán inagotable es Cristo! Si poseemos todas las riquezas de la perfecta certidumbre de entendimiento en cuanto a Él, nunca nos faltarán palabras al hablar acerca de Él. Las riquezas del entendimiento nos permitirán expresarnos de una manera rica.
Quisiera recalcar reiteradas veces que estas riquezas sólo se adquieren mediante el ejercicio de nuestro ser. En particular, debemos ejercitar nuestro entendimiento cuando estudiamos la Biblia. No estudiemos la Palabra de una manera superficial, ni demos nada por sentado. Más bien, ejercitémonos al leer cada frase, e incluso en ocasiones, al leer cada palabra. Por ejemplo, en 1:12 Pablo habla de la porción de los santos en la luz. Debemos indagar por qué él usa la frase “en la luz”. Debemos preguntarle al Señor sobre esto y profundizar en la Palabra hasta obtener las riquezas de la perfecta certidumbre de entendimiento. Para conocer a Cristo como la corporificación de Dios se requiere esta clase de ejercicio.
A medida que leemos la Palabra de una manera ejercitada, recibimos luz. Por ejemplo, si ejercitamos nuestro ser al leer acerca de la consolación de los corazones mencionada en 2:2, tarde o temprano, seremos iluminados. Repito una vez más que debemos ejercitar todo nuestro ser —espíritu, corazón, alma, mente, parte emotiva y voluntad— cada vez que leemos la Palabra. Sólo así amaremos al Señor con todo nuestro ser y obtendremos todas las riquezas de la perfecta certidumbre de entendimiento respecto de Cristo, el misterio de Dios.
El apóstol Pablo, refiriéndose a Cristo, el misterio de Dios, dice: “En quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (2:3). Conforme a la historia, la influencia de la enseñanza gnóstica, la cual se basa en la filosofía griega, invadió a las iglesias gentiles en la época de Pablo. Por lo tanto, Pablo les dijo a los colosenses que en Cristo están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento. Ésta es la sabiduría y el conocimiento espirituales de la economía divina tocante a Cristo y la iglesia. La sabiduría está relacionada con nuestro espíritu, y el conocimiento, con nuestra mente (Ef. 1:8, 17).
Dios es la única fuente de sabiduría y conocimiento. Todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento están escondidos en el propio Cristo que es el misterio de Dios. Puesto que la iglesia en Colosas había sido invadida por la filosofía pagana, Pablo deseaba ayudar a los colosenses para que vieran que Dios era el verdadero origen de la sabiduría y del conocimiento. Cristo es el misterio de Dios, quien es la única fuente de la sabiduría y del conocimiento. Era como si Pablo les dijera: “Colosenses, vosotros recibisteis a Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento, ¿por qué aún recurrís a la filosofía? ¿Por qué aceptáis la enseñanza del gnosticismo? Vosotros hacéis esto porque no tenéis la perfecta certidumbre de lo que creéis. Vosotros tenéis fe, pero os falta certidumbre”. Pablo sabía que los corazones de los colosenses debían ser consolados y entrelazados en amor para que pudiesen recibir todas las riquezas de la perfecta certidumbre de entendimiento. Si ellos tuvieran esta certidumbre, conocerían todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento que están escondidos en Cristo.
Las palabras del Señor, especialmente en los Evangelios de Mateo y Juan, comprueban que la sabiduría y el conocimiento están corporificados en Cristo. En estos libros, el Señor habló acerca del reino y la vida, y Sus palabras contienen la filosofía más sublime. Ninguna otra enseñanza filosófica, incluyendo las enseñanzas éticas de Confucio, se comparan con las palabras del Señor. El concepto detrás de las palabras del Señor es muy profundo. Cualquiera que haga un estudio exhaustivo de la filosofía reconocerá que la filosofía más alta es la que se encuentra en las enseñanzas de Jesucristo. Verdaderamente todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento están en Él.
Si ejercitamos nuestro ser para tocar al Señor, Cristo como Espíritu vivificante saturará nuestro espíritu y nuestra mente. De este modo, nosotros obtendremos en nuestra experiencia la sabiduría y el conocimiento que están escondidos en Cristo, y podremos experimentarlo como el misterio de Dios. No debemos ser como los colosenses, quienes permitieron que la filosofía pagana los privara de la sabiduría y del conocimiento que se hallan escondidos en Cristo.
Como misterio de Dios, Cristo es también la corporificación de la plenitud de la Deidad. Leamos lo que dice Pablo en 1:19: “Por cuanto agradó a toda la plenitud habitar en El”. Más adelante, en 2:9, dice: “Porque en El habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”. En estos versículos, la plenitud no se refiere a las riquezas de Dios, sino a la expresión de dichas riquezas. Lo que habita en Cristo no es solamente las riquezas de la Deidad, sino la expresión de las riquezas de lo que Dios es. Es crucial que veamos que la plenitud de la Deidad es la expresión de la Deidad, es decir, la expresión de lo que Dios es. La Deidad se expresa tanto en la vieja creación, el universo, como en la nueva creación, la iglesia. Observe que tanto en 1:19 como en 2:9 Pablo usa la palabra “toda” al describir la plenitud. Toda la plenitud, esto es, toda la expresión, se encuentra tanto en la vieja creación como en la nueva.
La palabra “Deidad”, hallada en 2:9, se refiere a Dios mismo y difiere de las características divinas mencionadas en Romanos 1:20. Dicha referencia a Dios mismo muestra categóricamente la deidad de Cristo. La plenitud de la Deidad está en contraste con la tradición de los hombres y los rudimentos del mundo.
En 1:19 y 2:9 vemos dos aspectos de la plenitud completa. Conforme a 1:19, a toda la plenitud agradó habitar en Cristo; y conforme a 2:9, toda la plenitud habita en Cristo corporalmente. Esto alude al cuerpo físico, del cual Cristo se vistió en Su humanidad, e indica que toda la plenitud de la Deidad mora en Cristo, quien tiene un cuerpo humano. Antes de la encarnación, la plenitud de la Deidad habitaba en Cristo, el Verbo eterno, pero no habitaba en Él corporalmente. Desde el momento en que Cristo se encarnó, es decir, desde que se vistió con un cuerpo humano, la plenitud de la Deidad empezó a habitar en Él de una manera corporal, y ahora y por siempre mora en Su cuerpo glorificado (Fil. 3:21).