Mensaje 3
El tema del libro de Colosenses es el Cristo todo-inclusivo. Pablo indica, en sus palabras de introducción (Col. 1:1-8), que Cristo es nuestra esperanza, nuestra realidad y nuestra gracia. En su oración y acción de gracias (Col. 1:9-14), él indica más claramente que Cristo es Aquel que es todo-inclusivo. Examinemos primeramente la oración de Pablo (vs. 9-11) y luego la acción de gracias que él ofrece (vs. 12-14).
El versículo 9 dice: “Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del pleno conocimiento de Su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual”. La voluntad de Dios aquí se refiere a Su propósito eterno, es decir, a Su economía tocante a Cristo (Ef. 1:5, 9, 11), y no a asuntos secundarios.
Hace años, cuando los jóvenes me hacían preguntas acerca del matrimonio o del empleo, siempre los llevaba a este versículo de Colosenses, y les decía que si deseaban conocer la voluntad de Dios, debían buscar el conocimiento espiritual. Sin embargo, la voluntad de Dios en este contexto no se centra en asuntos como el matrimonio, el trabajo o la vivienda, sino en el Cristo todo-inclusivo, quien es nuestra porción. La voluntad de Dios es que conozcamos al Cristo todo-inclusivo, le experimentemos y le vivamos como nuestra vida. Conocer a Cristo de esta manera es tener el pleno conocimiento de la voluntad de Dios.
Para conocer y experimentar al Cristo todo-inclusivo, se requiere toda sabiduría e inteligencia espiritual. Las palabras “toda” y “espiritual” modifican a “sabiduría” y a “inteligencia”. La sabiduría e inteligencia espirituales provienen del Espíritu de Dios, el cual está en nuestro espíritu, mientras que la filosofía gnóstica está meramente en la mente humana entenebrecida. La sabiduría se halla en nuestro espíritu y nos ayuda a percibir la voluntad eterna de Dios, y la inteligencia espiritual está en nuestra mente, la cual ha sido renovada por el Espíritu, y nos permite entender e interpretar lo que percibimos en nuestro espíritu.
La sabiduría es la intuición propia de nuestro espíritu, mientras que la inteligencia es la comprensión por parte de nuestra mente. Mediante la intuición de nuestro espíritu, percibimos algo con respecto a Cristo. Sin embargo, además de esto, requerimos que nuestra mente interprete el sentir de nuestro espíritu, a fin de que podamos entenderlo. De esta manera, tendremos palabras adecuadas para expresar lo que sentimos y entendemos. Esto requiere el ejercicio de toda sabiduría e inteligencia espiritual.
La voluntad de Dios es profunda debido a que está relacionada con que nosotros conozcamos, experimentemos y vivamos al Cristo todo-inclusivo. En el versículo 9, Pablo no oró para que los colosenses supieran con quién debían casarse, dónde debían vivir ni qué clase de trabajo debían tener. Su corazón no estaba ocupado con cosas triviales como éstas. En este contexto, la voluntad de Dios se refiere a Cristo. No era la voluntad de Dios que los colosenses guardaran las observancias judías, los preceptos gentiles ni ninguna filosofía humana. Por otra parte, tampoco era Su voluntad que ellos practicaran el ascetismo, el cual consiste en tratar duramente el cuerpo a fin de frenar los apetitos de la carne. Más bien, la voluntad de Dios era que los colosenses conocieran, experimentaran, disfrutaran y vivieran a Cristo, y que permitieran que Cristo fuera la vida y la persona de ellos; con respeto a nosotros, la voluntad de Dios sigue siendo lo mismo. En el caso de los colosenses, Pablo parecía estar diciendo: “Colosenses, vosotros habéis sido distraídos, descarriados y defraudados por el gnosticismo, el misticismo, el ascetismo, las observancias y las ordenanzas. Vosotros necesitáis ser llenos del pleno conocimiento de la voluntad de Dios. La voluntad de Dios es que toméis al Cristo todo-inclusivo como vuestra porción”.
Si sabemos que la voluntad de Dios consiste en que seamos saturados de Cristo, esto significa que tenemos el conocimiento adecuado de la voluntad de Dios. Todo lo que hagamos debe ser hecho en la voluntad de Dios; debemos casarnos en Cristo, trabajar en Cristo y movernos en Él. Cristo debe ser nuestra vida y nuestra persona misma. Ésta es la voluntad de Dios.
En el versículo 10 Pablo añade: “Para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo por el pleno conocimiento de Dios”. Cuando tenemos el pleno conocimiento de la voluntad de Dios, andamos como es digno del Señor. Si comprendemos que la voluntad de Dios consiste en que Cristo nos sature, en que tomemos a Cristo como nuestra vida y persona y en que lo vivamos, entonces, espontáneamente, nuestro andar será digno del Señor. Algunos piensan que andar como es digno del Señor significa ser humildes, amables y generosos. Pero debemos entender que nuestro andar es digno sólo cuando vivimos a Cristo. Es posible ser humildes, agradables y generosos, sin vivir por Cristo. Sin embargo, sólo cuando vivimos a Cristo y le expresamos, podemos andar como es digno del Señor. Cristo es la voluntad de Dios y también debe ser nuestro andar.
Al andar como es digno del Señor, nos conducimos “agradándole en todo”, es decir, agradamos al Señor en todo aspecto. Dios el Padre se complace en el Hijo (Mt. 3:17; 17:5). En Gálatas 1:15 y 16 Pablo dice que agradó a Dios revelar a Cristo, Su Hijo, en él. No existe nada que agrade más a Dios el Padre que el hecho de que vivamos a Cristo. Aparte de Cristo, nada puede agradar al Padre.
Asimismo, las únicas ocasiones en que nos sentimos plenamente felices es cuando vivimos a Cristo. Cuando somos humildes o bondadosos de una manera natural, nos sentimos insatisfechos. Pero si tomamos a Cristo como nuestra vida y nuestra persona, y le expresamos en nuestro vivir, seremos la gente más feliz de la tierra. Vivir a Cristo no solamente agrada al Padre, sino que también nos agrada a nosotros. No hay otra cosa más agradable que vivir, disfrutar y experimentar a Cristo.
Si andamos como es digno del Señor, llevaremos fruto en toda buena obra. No debemos entender esto conforme a nuestro concepto natural; aquí llevar fruto se refiere a vivir a Cristo, a cultivarlo, expresarlo y producirlo en todo aspecto. Éstas son las buenas obras a las que Pablo se refería.
Dichas obras se relacionan con la cláusula “creciendo por el pleno conocimiento de Dios”. Dicho conocimiento no es el conocimiento en la letra, en la mente, sino el conocimiento vivo de Dios, en nuestro espíritu, por medio del cual crecemos en vida. Necesitamos tal conocimiento a fin de vivir, cultivar y producir a Cristo.
Cristo no solamente es la voluntad de Dios y nuestro andar, sino también “toda buena obra” y “el pleno conocimiento de Dios”. Una vez más, vemos que Cristo es todo-inclusivo. Cuanto más profundizamos en el libro de Colosenses, más vemos que Cristo es la esperanza, la verdad, la gracia, la voluntad de Dios y el todo para nosotros.
En el versículo 11 Pablo añade: “Fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de Su gloria, para toda perseverancia y longanimidad con gozo”. Este poder no es solamente el poder de la resurrección de Cristo (Fil. 3:10), sino Cristo mismo. En nosotros tenemos a Cristo como la dínamo que continuamente nos reviste de poder “conforme a la potencia de Su gloria”. Ésta es la potencia que expresa la gloria de Dios, es decir, glorifica a Dios en Su potencia. Es con esta potencia que somos revestidos de poder.
Cristo nos fortalece “para toda perseverancia y longanimidad con gozo”. Gracias a este maravilloso poder podemos estar gozosos aun en medio de los sufrimientos. Mediante este poder podemos aceptar con gozo todo lo que nos sobrevenga. Y la razón por la que estamos gozosos es que tenemos en nosotros al Cristo resucitado como el poder que actúa en nosotros. Si nos regocijamos en tiempos de aflicción, no envejeceremos tan rápidamente; antes bien, pareceremos más jóvenes de lo que realmente somos.
El apóstol Pablo no oró para que los colosenses tuvieran los mejores cónyuges, las mejores casas o los mejores trabajos. Tampoco oró para que ellos no tuvieran que pasar por sufrimientos. En lugar de ello, oró para que ellos fueran fortalecidos para toda perseverancia y longanimidad con gozo; en otras palabras, oró para que tuvieran la capacidad de sufrir, incluso por mucho tiempo, sin perder el gozo. El hecho de que suframos por largo tiempo sin perder el gozo indica que estamos soportando los sufrimientos en Cristo. En realidad, los sufrimientos pueden ayudarnos a disfrutar más a Cristo. Cristo mismo es el gozo, la perseverancia y la longanimidad. Por tanto, la oración de Pablo es una oración que nos conduce a experimentar a Cristo.
En Colosenses 1:12-14 tenemos la acción de gracias por parte de Pablo. En su oración, Pablo dio gracias al Padre, quien es el origen y la fuente de toda bendición, y al hacerlo, nos llevó al tema de su epístola: el Cristo todo-inclusivo.
Pablo, a diferencia de muchos cristianos de hoy, no dio gracias por asuntos tales como la sanidad, la salud, la vivienda, la vida familiar ni el trabajo; en lugar de ello, dio gracias al Padre por hacernos aptos “para participar de la porción de los santos en la luz”. Ya que el libro de Colosenses se centra en Cristo, quien es la Cabeza del Cuerpo, “la porción de los santos” debe de referirse al Cristo todo-inclusivo, quien es dado a los santos para que lo disfruten. El Padre no nos ha hecho aptos para heredar una mansión celestial, sino para participar del Cristo que es la porción inagotable de los santos. Podemos declarar con denuedo que Cristo es nuestra porción completa.
En este versículo, la palabra griega traducida “porción” corresponde a la palabra hebrea que denota la repartición de la buena tierra. Después de que los hijos de Israel entraron en la tierra de Canaán, cada una de las tribus recibió una porción de dicha tierra. Por supuesto, nuestra porción hoy no es un lote físico en la tierra de Palestina, sino el Cristo todo-inclusivo. ¡Cuánto debemos agradecer al Padre por habernos concedido al Cristo que es nuestra porción divina!
A cada una de las tribus le fue asignada una porción de la buena tierra, y los miembros de cada tribu recibieron una parte de dicha porción. Bajo el mismo principio, todos tenemos parte en la porción de los santos, lo cual significa que todos tenemos una porción en Cristo.
En el versículo 12 Pablo hace notar que participamos de la porción de los santos en la luz. La luz aquí contrasta con las tinieblas que se mencionan en el versículo siguiente. Cuando nos hallábamos bajo la autoridad de Satanás, ciertamente estábamos en tinieblas. Pero ahora estamos en el reino de Cristo, disfrutándole en la luz.
El versículo 13 explica y define la manera en que el Padre nos hizo aptos para participar de la porción de los santos. Este versículo dice que el Padre “nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino del Hijo de Su amor”. Era necesario que Él nos librara de la potestad de las tinieblas, es decir, del reino de Satanás (Mt. 12:26), y nos trasladara al reino del Hijo de Su amor, para que Cristo fuera la Cabeza del Cuerpo, y para que nosotros, Sus creyentes, fuéramos los miembros de Su Cuerpo. Esto tenía como fin hacernos aptos para participar de Cristo como nuestra porción.
Si todavía siguiéramos bajo la potestad de las tinieblas, no seríamos aptos para participar de Cristo. No obstante, el Padre nos libró de la potestad de las tinieblas. ¡Alabémosle porque ya no estamos en el reino satánico! Lo primero que Dios hizo para hacernos aptos a fin de que participáramos de Cristo, fue librarnos de la potestad de las tinieblas.
En segundo lugar, Él nos trasladó al reino del Hijo de Su amor. Así que, hemos experimentado una liberación y un traslado. Debido a que Satanás es tinieblas y Cristo, el Hijo de Dios, es luz, el reino de Satanás es la potestad de las tinieblas, y el reino del Hijo de Dios es el reino de la luz. Por consiguiente, al ser librados del reino de Satanás y trasladados al reino de Cristo, fuimos hechos aptos para participar de la porción de los santos.
En el versículo 14, Pablo añade: “En quien tenemos redención, el perdón de pecados”. La liberación mencionada en el versículo 13 resuelve el problema de la potestad que Satanás tenía sobre nosotros, al destruir su poder maligno, mientras que la redención mencionada en este versículo resuelve el problema de nuestros pecados, al cumplir el justo requisito de Dios. El perdón de pecados es la redención que tenemos en Cristo. La muerte de Cristo efectuó la redención a fin de concedernos el perdón de nuestros pecados.
En Cristo, quien es el Hijo del amor de Dios, tenemos redención y perdón. Cuando creímos en Cristo como nuestro Redentor, en ese mismo instante, Dios nos libró de la potestad de las tinieblas y nos trasladó al reino de la luz. Ahora, estando en la luz, somos aptos para participar de la porción de los santos, lo cual significa que podemos disfrutar a Cristo mismo. Debido a que el ser hechos aptos es un hecho consumado, no necesitamos orar al respecto. Antes bien, al igual que Pablo, simplemente debemos dar gracias al Padre por ello. No obstante, sí necesitamos orar para conocer la voluntad de Dios y poder andar como es digno del Señor, agradándole en todo. Ahora que estamos en el reino del Hijo del amor de Dios, disfrutándole en la luz, debemos proseguir para conocerle plenamente y andar como es digno de Él.
El tema de Colosenses es el Cristo todo-inclusivo, es decir, el Cristo que lo es todo para nosotros. Cada día podemos disfrutar a este Cristo como nuestra porción.