Mensaje 38
Lectura bíblica: Col. 1:27; 3:4; Gá. 2:20a; Jn. 14:19-20; 15:4-5
A pesar de que Colosenses es una epístola breve, contiene muchos asuntos misteriosos. El pensamiento que esta epístola presenta es muy profundo. Es por eso que es difícil recitar de memoria los capítulos uno y dos.
Al leer el capitulo uno, debemos prestar mucha atención a la terminología de Pablo. En el versículo 12 él dice que el Padre nos hizo aptos “para participar de la porción de los santos en la luz”. ¿En qué sentido nos ha hecho aptos el Padre para esto? Conforme a 1:13, Él hizo esto librándonos de la potestad de las tinieblas y trasladándonos al reino del Hijo de Su amor.
En 1:15 Pablo dice además que Cristo es la imagen del Dios invisible, el Primogénito de toda creación. Según los versículos 16 y 17, todas las cosas fueron creadas en Él, por medio de Él y para Él, y en Él todas ellas se conservan unidas. Además, por ser el Primogénito de entre los muertos, Él es la Cabeza del Cuerpo, que es la iglesia (v. 18). En el versículo 19 Pablo nos dice que agradó a toda la plenitud habitar en Él. En este contexto, la palabra “plenitud” denota una persona viva, y no una cosa, porque una sustancia o cosa impersonal no podría sentirse complacida respecto a algo. A esta plenitud le agradó habitar en Cristo, en Aquel que es todo-inclusivo y que ha reconciliado consigo todas las cosas (v. 20).
A partir del versículo 24, Pablo comienza a hablar de la economía de Dios. ¿Qué es la economía de Dios? Tal vez hayamos sido cristianos por muchos años y no sepamos qué es la economía de Dios, o ni siquiera le hemos pedido a Dios que nos revele Su economía. La economía de Dios tiene que ver con el hecho de que Él sea impartido en nosotros. Sin embargo, implica mucho más que eso. La palabra griega traducida economía, oikonomía, comunica la noción de cierto arreglo o administración. Por consiguiente, la economía de Dios se refiere a un plan administrativo. En algunos pasajes, como en 1:25, la mejor forma de traducir la palabra griega es “mayordomía”. La economía de Dios es Su plan administrativo, Su mayordomía, por el cual Él dispensa Sus riquezas a nosotros. Así como las familias ricas llevan a cabo una administración para distribuir las riquezas a los miembros de la familia, Dios también realiza una administración en Su economía para dispensar Sus riquezas a Sus hijos. ¡Alabado sea el Señor porque somos miembros de la familia de Dios! La economía de Dios tiene como fin impartir las riquezas inescrutables de Cristo en todos los escogidos de Dios para que lleguen a ser sus hijos y miembros de la familia divina y universal. Como hijos de Dios, nosotros estamos bajo Su plan administrativo, mediante el cual Él se forja en nuestro ser.
La meta que Dios tiene al impartirse en nosotros es producir el nuevo hombre. La máxima consumación del nuevo hombre será la Nueva Jerusalén. En la actualidad, el nuevo hombre es una miniatura de la eterna Nueva Jerusalén. Entre estos dos no hay diferencia alguna en cuanto a naturaleza o esencia, sino en cuanto a tamaño o grado. Hoy en día, disfrutamos del nuevo hombre, el cual es el producto, el resultado, de la economía de Dios; pero en la eternidad, disfrutaremos de la Nueva Jerusalén, la cual será el producto final de que Dios se haya impartido a Sí mismo en nosotros. Es necesario que todos los que estamos en el recobro del Señor conozcamos la economía de Dios de esta manera.
Mi carga en este mensaje es hacerles ver que el cumplimiento de la economía de Dios no depende de nuestros esfuerzos, sino más bien, del crecimiento de la vida. La economía de Dios no se centra en lo que hacemos, sino en la vida que crece. Por consiguiente, es crucial que nosotros veamos lo que significa crecer y cómo podemos crecer. Dios no necesita nuestras obras. Todo lo que hacemos de nuestra cuenta no tiene ningún valor. Sin embargo, Dios quiere que crezcamos.
Por supuesto, para que algo pueda crecer necesita tener vida. Una mesa no puede crecer porque no tiene vida. En cambio, una planta crece porque está llena de vida. Por ejemplo, mi esposa plantó una tomatera en nuestro patio. Estoy asombrado de ver todo lo que ha crecido esa planta y la cantidad de tomates que ha producido. Debido a que ha crecido tanto, tuvimos que ponerle estacas para sostenerla y encauzar su crecimiento. Se necesitó de una economía para cuidar de esta tomatera.
Quisiera recordarles que después de que Dios había creado al hombre, lo puso en un huerto, en un lugar de crecimiento. Dios no puso al hombre en una escuela donde pudiera recibir educación, ni en una fábrica, donde pudiera elaborar cosas, sino en un huerto, en un lugar donde la vida puede crecer. La necesidad en la iglesia hoy es crecer, y para ello se requiere que tengamos vida.
Ahora haremos una pregunta de vital importancia: En qué consiste nuestra vida? Es probable que todos nosotros contestemos que Cristo es nuestra vida. ¿Quién, entonces, es Cristo? La vida que crece en la iglesia y que se requiere para que la iglesia pueda crecer es Cristo. Pero, ¿quién es este Cristo? La respuesta a esta pregunta se encuentra en Colosenses. Según este libro, Cristo es la plenitud de Dios, la imagen del Dios invisible, el Primogénito de toda creación, el Primogénito de entre los muertos, Aquel en quien toda la plenitud se agradó en habitar, el misterio de la economía de Dios, el misterio de Dios, la realidad de todas las cosas positivas, y el constituyente del nuevo hombre. Durante años hemos señalado que Cristo es vida, pero tal vez no hayamos prestado la debida atención a lo que Cristo es. En resumen, el Cristo que es nuestra vida lo es todo; Él es la realidad de todas las cosas positivas del universo. Ésta es la revelación que se presenta en el libro de Colosenses.
Colosenses contiene la revelación más elevada de Cristo en el Nuevo Testamento. Ningún otro libro nos revela que Cristo es el Primogénito de toda creación o que Él es el misterio de Dios. Colosenses revela que Cristo es el misterio de la economía de Dios y el misterio de Dios mismo. Conforme a este libro, Cristo es nuestro todo.
Si vemos que Cristo lo es todo, espontáneamente nos daremos cuenta de que no somos nada ni nadie. Usando las palabras de Gálatas 2:20, fuimos crucificados juntamente con Cristo y Cristo vive en nosotros. Él es Aquel que es paciente, amable, bondadoso y que está lleno de vida.
Sin embargo, en lugar de vivir a Cristo, muchos de nosotros, subconscientemente, nos esforzamos por enmendarnos. Por ejemplo, quizás un hermano joven que esté a punto de casarse tome la decisión de ser un esposo ideal. Esto equivaldría a vivir conforme a su cultura fabricada o conforme a la cultura que ha heredado. A veces durante las conferencias los santos testifican que después de esa conferencia no volverán a ser los mismos. Puesto que su declaración es conforme a la cultura, pocos días después de la conferencia vuelven a ser las mismas personas de siempre. ¡Cuán fácilmente nos imponemos normas culturales!
La cultura que nosotros mismos nos imponemos es en realidad una forma de ascetismo. Supongamos que a cierto hermano le cuesta mucho trabajo sobrellevar a su esposa, a pesar de que ella es una hermana muy querida en el Señor. Así que este hermano hace un voto de que será un buen marido para su esposa, cueste lo que cueste. Él la sobrellevará, aun si al hacerlo él tiene que crujir los dientes. Este hermano vive según el ascetismo. Cada vez que nos proponemos ser mejores o ser diferentes, vivimos conforme a la cultura, y no según Cristo.
La intención de Dios es impartir a Cristo en nosotros para que Él sea nuestra vida y nuestro todo. Dios quiere que Cristo sea nuestra justicia, santidad, humildad y paciencia. Puesto que Cristo lo es todo, no es necesario que nosotros nos propongamos hacer algo o ser alguien. Por el contrario, debemos simplemente ir al Señor y decir: “Señor, gracias. Tú eres mi vida y mi todo. Tú eres el verdadero Dios y el verdadero hombre. Cuando necesito amor, Tú eres amor. Cuando necesito humildad, Tú, Señor, eres humildad. Todo lo que necesito, Tú lo eres”.
Dios no quiere que tratemos de ser buenos esposos, buenos padres o buenos hijos. Lo que Dios quiere es una sola persona: Cristo. Sin embargo, no debemos predicar esto prematuramente a nuestros hijos. En lugar de ello, lo primero que debemos hacer es predicarnos a nosotros mismos que Dios no quiere que nos enmendemos, y que lo único que Él quiere es Cristo. Él ha impartido a Cristo en nosotros como nuestra vida y nuestro todo, a fin de que lo vivamos y Él more en nosotros. No es necesario que nos esforcemos por ser amorosos. Nuestro amor es limitado; en cambio Cristo es amor, Él es el amor ilimitado, y vive en nosotros.
Necesitamos recibir la visión celestial de que Dios, en Su economía, no desea nada que no sea Cristo. Cristo es maravilloso. Él es tanto Dios como hombre; Él pasó por la encarnación, el vivir humano, la crucifixión, la resurrección, la ascensión y la entronización. Todo lo que Cristo es y todo lo que Él ha obtenido y alcanzado ha sido mezclado para ser el Espíritu todo-inclusivo. Ahora, vive en nosotros como Espíritu todo-inclusivo y vivificante. ¡Cuán necio es no cederle todo el espacio a Él en nuestro vivir! A pesar de que le amamos, es posible que sigamos limitándolo y restringiéndolo con nuestros esfuerzos por ser buenos maridos o esposas cristianos. Seguimos tratando de ser humildes, pacientes, amables y cariñosos por nuestra propia cuenta. Mientras hagamos esto, no hay forma de que Cristo viva en nosotros.
En Juan 14, el Señor Jesús habló de Su muerte y Su resurrección. Refiriéndose a lo que los discípulos iban a experimentar después de Su resurrección, Él dice en el versículo 19: “Porque Yo vivo, vosotros también viviréis”. Fue después de Su resurrección que el Señor pudo vivir en Sus discípulos y ellos pudieron vivir por Él, como consta en Gálatas 2:20.
Cristo quiere vivir en nosotros. Cuando Él vive en nosotros, nosotros vivimos por Él. Pero hoy en día ¿dónde hay cristianos que le den a Cristo plena libertad para vivir en ellos? Son muy pocos los cristianos que hacen esto. Incluso los que estamos en el recobro del Señor no le cedemos a Cristo el espacio suficiente para que viva en nosotros; antes bien, nos esforzamos por ser humildes y amorosos. Nos proponemos ser buenos esposos o esposas, o buenos hermanos o hermanas. Por consiguiente, nosotros mismos y nuestros propios esfuerzos ocupan ese espacio. Aunque nuestros esfuerzos nos fallen, nos arrepentimos, oramos, pedimos al Señor que nos limpie, y luego volvemos a intentarlo. Puede ser que nos sintamos contentos de la oportunidad de tener un nuevo comienzo cada día, cada semana, cada mes o cada año para intentar ser una vez más un cristiano apropiado. Quizás al finalizar el día, nos consolemos a nosotros mismos pensando que a la mañana siguiente, tendremos una nueva oportunidad para seguir intentándolo. Quizás hagamos esto mismo al final de una semana, mes o año. Especialmente cuando termina un año y comienza un año nuevo, nos prometemos a nosotros mismos que tendremos un nuevo comienzo. Tal vez demos completa resolución a nuestro pasado, nos lamentemos de nuestros fracasos, nos arrepintamos de nuestros errores, le pidamos perdón al Señor por el mal que hayamos cometido y luego tratemos de tener un nuevo comienzo. Quizás digamos: “Que el pasado se quede atrás. Ahora que comienza un año nuevo, yo puedo tener un nuevo comienzo”. No obstante, rápidamente nos daremos cuenta de que nuestros mayores esfuerzos terminan en fracaso.
Puesto que todos tenemos esta tendencia, siento la carga de hacerles ver que Dios no desea que nos esforcemos por ser cristianos apropiados; lo único que Él quiere es que vivamos a Cristo. Debemos renunciar a nuestros intentos de ser buenos maridos o esposas y preocuparnos solamente por vivir a Cristo. Amémosle, tengamos contacto con Él y seamos uno con Él. ¡Cuán cercano y disponible Él está! Él está en nosotros y es un solo espíritu con nosotros, esperando a que le brindemos la oportunidad de vivir en nosotros. Si queremos darle el lugar a Cristo para que viva en nosotros, debemos desistir de todos nuestros esfuerzos. En lugar de pedirle al Señor que nos ayude en nuestros esfuerzos, deberíamos orar: “Señor Jesús, separado de Ti no puedo hacer nada. ¡Cuán insensato he sido al luchar con tanta tenacidad! Ahora, Señor, tengo la visión de que no puedo hacer nada sin Ti. Señor, gracias por morar en mí. Te pido, Señor, que obres en mí. Señor, te alabo porque Tú eres mi vida y porque Tú estás esperando la oportunidad de vivir en mí. Señor, te doy las gracias porque yo estoy en Ti. Ahora estoy dispuesto a darte plena libertad para que lo hagas todo y que seas el todo en mí”. Esto es lo que significa que Cristo viva en nosotros.
Después de orar al Señor de esta manera, debemos volvernos a Satanás y ordenarle que no nos tiente más a actuar fuera de Cristo. Dígale: “Satanás, no me tientes más de esta manera. Puedo asegurarte que no puedo hacer nada independientemente de Cristo. Así que, no trates de incitarme a hacer nada”.
En las reuniones de la iglesia, tal vez nos guste cantar: “Cristo vive en mí, Cristo vive en mí”. Sin embargo, después de que se termina la reunión, somos nosotros los que vivimos, y no Cristo. En lugar de que Cristo viva en nosotros, nuestro ser interior permanece ocupado con nosotros mismos. Pero si recibimos la visión de que Cristo vive en nosotros, desistiremos de nuestro obrar. ¡Cuán bienaventurado es no hacer nada y permitir que Cristo viva en nosotros! El Señor no quiere que tratemos de reformar nuestro comportamiento. Él no quiere que intentemos ser un buen marido o una buena esposa. La vida cristiana consiste en que Cristo viva en nosotros. En tal vida, nosotros y Cristo tenemos una sola vida y un solo vivir. Cristo vive en nuestro vivir. ¡Oh, es urgente que recibamos esta visión! Debemos orar: “Señor, dame la visión de que Dios sólo quiere una persona; que Él quiere que Cristo viva en mí”. Esta visión espontáneamente pondrá fin a todos nuestros esfuerzos y a todo nuestro obrar. Esto hará que nos tornemos de nuestros esfuerzos al Cristo que mora en nosotros.
Una vez que desistamos de nuestros esfuerzos, ya no tendremos más normas ni principios aparte de Cristo. Cristo mismo será nuestras normas y principios. Por ejemplo, en lugar de tener una norma que establezca lo que es ser un buen esposo o esposa, tendremos a Cristo como nuestra norma. Asimismo, en lugar de tener normas de lo que es la bondad, la humildad y el amor, nuestra única norma será Cristo. Cuando Cristo se convierta en nuestra única norma y principio, Él tendrá plena libertad para vivir en nosotros. Entonces, lo disfrutaremos y experimentaremos.
El libro de Colosenses revela que Dios desea única y exclusivamente a Cristo. En esta epístola, Pablo nos muestra que Dios no quiere nada que provenga de la cultura humana. Dios no tiene interés alguno en la filosofía, la religión, las ordenanzas, las observancias, ni ninguna clase de “ismo”. Dios sólo desea al Cristo maravilloso, preeminente y todo-inclusivo, Aquel que es el todo y en todos. Aunque Cristo es todo-inclusivo, Él mora en nosotros como nuestra vida. Como tal, espera la oportunidad de poder vivir en nosotros. Él es viviente, real, accesible y está disponible. Por un lado, en el trono, Él es Señor de todo; y por otro, es el Espíritu vivificante que mora en nosotros. Tanto en la vida cristiana como en la vida de iglesia, Cristo lo es todo.
Si vemos esto, dejaremos todos nuestros esfuerzos. En la vida de iglesia, Dios no desea que hagamos tantas cosas; simplemente quiere que Cristo viva y crezca en nosotros. Si tenemos la visión de Gálatas 2:20, de que “ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”, jamás daremos por sentado que podemos hacer algo. Desistiremos espontáneamente a todos nuestros esfuerzos, debido a que estaremos conscientes de que no somos nada ni nadie y que Cristo lo es todo. Como Aquel que mora en nosotros como nuestra vida, Él es nuestro todo. Él es nuestra santidad, nuestro poder y nuestra sabiduría. Pero para esto, debemos brindarle la oportunidad de ser nuestro todo. Si le concedemos el terreno libre, Él será nuestro todo y lo hará todo. Esto es lo que significa permitir que Cristo viva en nosotros.