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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Colosenses»
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Mensaje 48

RECIBIR A CRISTO

  Lectura bíblica: Col. 2:1-6; Jn. 1:1-4, 11-18

  En 2:6 Pablo dice: “Por tanto, de la manera que habéis recibido al Cristo, a Jesús el Señor, andad en El”. La experiencia de andar en Cristo se basa en el hecho de haberle recibido. Andar en Él se deriva de haberle recibido.

  Muchos cristianos piensan que recibir a Cristo consiste simplemente en creer en Él. Sin embargo, recibir a Cristo no es un asunto tan sencillo. Para que podamos entender cuál es la manera verdadera y apropiada de recibir a Cristo, debemos conocer primero al Cristo que hemos de recibir. De acuerdo con nuestro concepto y según las enseñanzas tradicionales, Cristo es bastante sencillo. Muchos creyentes solamente han visto que Cristo, el Hijo de Dios, es el Salvador que nos amó y murió por nosotros. Han visto que si creemos en Cristo, somos salvos. No obstante, en el contexto del libro de Colosenses, recibir a Cristo tiene muchas más implicaciones. Hemos visto que Colosenses nos proporciona una revelación extensa del Cristo todo-inclusivo. Cristo es mucho más vasto que el universo. Según Efesios 3 Cristo es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad. El Cristo que hemos recibido es inmensurable. Él es universalmente extenso.

  Aunque es cierto que hemos recibido a Cristo una vez y para siempre, el hecho de recibirle va mucho más allá de esta experiencia inicial. De hecho, seguiremos recibiéndole por la eternidad. Podemos comparar esto con la respiración. Así como la respiración es un proceso continuo, recibir a Cristo debería también suceder continuamente. Lamentablemente, la mayoría de los cristianos sólo han tenido la experiencia inicial de recibir a Cristo, y no lo reciben continuamente. Muchos creyentes nos dicen que recibieron a Cristo en un momento dado en el pasado; el problema es que no siguieron recibiéndolo. Si no recibimos a Cristo continuamente, no aprovecharemos al máximo el Cristo que recibimos inicialmente. Son muchos los cristianos que no reciben continuamente a Cristo. Por consiguiente, tenemos que entender que la experiencia de recibirle debe suceder constante y continuamente.

EL MISTERIO DE DIOS

  Conforme a 2:1-6, el Cristo que hemos recibido es el misterio de Dios mencionado en 2:2. El hecho de que Cristo sea el misterio de Dios indica que Él no es sencillo; más bien, Él es inconmensurable y misterioso. Todos estamos de acuerdo en que Dios no es sencillo. Él es ilimitado, infinito y eterno. Ya que Cristo es el misterio de Dios, ¿cómo podría Él ser sencillo? Como el misterio de Dios, Cristo es el Dios inconmensurable, infinito y eterno.

  Aunque Dios es eterno, Él también tiene una historia. Por supuesto, decir que Dios tiene una historia es hablar en términos humanos que facilitan nuestro entendimiento. En el principio, en la eternidad pasada, Dios tuvo un beneplácito, un deseo en Su corazón. Cuanto más vital sea una persona, mayor será su deseo por obtener placer. Puesto que Dios es la persona más viviente que existe, Él tiene el deseo más grande. Dios es viviente, emprendedor y dinámico; como tal, Él tiene un beneplácito. Según Su beneplácito, el cual es el deseo de Su corazón, Dios hizo un plan. En la Biblia, a este plan se le llama propósito. Dios es un Dios de propósito; Él tiene un propósito eterno que está basado en Su beneplácito. Su propósito consiste en obtener un grupo de seres vivos que sean Su expresión corporativa.

EL HOMBRE FUE CREADO CON UN RECEPTOR

  Dios creó los cielos, la tierra y los miles de millones de cosas para que este grupo de seres vivos pudiese existir. El enfoque de la obra creadora de Dios es el hombre, el cual fue creado con un receptor: el espíritu humano. Así como un receptor de radio tiene la capacidad de recibir las ondas radiales, nuestro espíritu también tiene la capacidad de recibir a Dios. Supongamos que le mostráramos un radio transistor por primera vez a un hombre de una región primitiva y le explicáramos que éste sirve para captar y emitir sonidos que son transmitidos por el aire. Si el radio está bien sintonizado, él quedaría asombrado al escuchar los sonidos; pero si el receptor no funciona, él argumentaría diciendo que en realidad no existen ondas radiales en el aire. Un radio transistor puede tener una hermosa apariencia, pero si el receptor no funciona, de nada sirve. Hoy en día, millones de personas parecen transistores dañados. Aparentemente son muy buenas, pero su espíritu está dañado. Su “receptor” no funciona correctamente. Es por eso que los ateos proclaman que Dios no existe. Debido a que el receptor de ellos no funciona para dar sustantividad a Dios, ellos dicen que Dios no existe. Si reparamos el receptor dañado, el radio volverá a funcionar. De la misma manera, cuando nuestro receptor dañado, nuestro espíritu humano, es regenerado, puede funcionar para dar sustantividad a Dios.

  Conforme a Zacarías 12:1, Dios extendió los cielos, fundó la tierra y formó el espíritu del hombre dentro de él. En este versículo, se clasifica el espíritu del hombre en el mismo nivel que los cielos y la tierra, lo cual demuestra cuán crucial y significativo es el espíritu humano. El espíritu del hombre fue creado con el expreso propósito de ser un recipiente que pudiera recibir a Dios. Sin embargo, para que el hombre pudiera existir, era necesario que los cielos y la tierra fueran creados. Los cielos fueron creados por causa de la tierra, la tierra por causa del hombre, y el hombre fue creado con un espíritu como recipiente, para contener a Dios. Dios produjo un entorno propicio, mediante Su obra creadora, para llevar a cabo Su propósito.

LA ENCARNACIÓN, LA CRUCIFIXIÓN Y LA RESURRECCIÓN

  Dios primero tenía que hacerse hombre para que el hombre pudiera recibirle. Por consiguiente, después de la creación viene la encarnación. En el proceso de la encarnación, Dios se hizo hombre, nacido de la virgen María en condiciones muy humildes. Conforme a Isaías 9:6, el niño que nos es nacido es el Dios fuerte. Esto quiere decir que el niño nacido en aquel pesebre de Belén era de hecho el Dios fuerte. De niño, Él se crió en Nazaret, una región menospreciada de Galilea. No vivió en una mansión de ricos, sino en la casa de un pobre carpintero. ¿Puede concebir que Jesús, el Dios fuerte encarnado, vivió en la casa de un carpintero en Nazaret durante casi treinta años? El Creador del universo vivió en la tierra de esta manera. Esto constituye una parte muy crucial de la historia de Dios.

  Hasta el día de hoy, los judíos no creen en la encarnación. Ellos prefieren proclamar que su Dios no es así de pequeño. No obstante, nosotros creemos y proclamamos que nuestro Dios se hizo un hombre humilde y que vivió en la tierra por treinta y tres años y medio. Tanto Isaías 53 como los cuatro Evangelios coinciden en que el Señor Jesús no tenía una apariencia atractiva o encantadora. Asimismo, Aquel que dijo: “Sea la luz” e hizo que resplandeciera la luz de las tinieblas es el mismo que trabajó por años como carpintero.

  Al final de Su vida en la tierra, el Señor Jesús fue crucificado. Debemos darnos cuenta de que quien fue crucificado era Dios mismo. En un himno escrito por Charles Wesley encontramos este verso:

  ¿Cómo será—qué gran amor— Que por mí mueras Tú mi Dios?

  Dios fue crucificado y colgado en una cruz por nosotros. Luego, fue sepultado en la tumba, y durante ese tiempo se paseó por el Hades, la región de la muerte. Aunque Satanás hizo todo lo posible para retenerlo, Él resucitó de los muertos al tercer día y salió de la tumba en resurrección. Ahora, en resurrección, Él es el Espíritu vivificante. Por medio de la encarnación, Dios se hizo hombre, y en la resurrección Él se hizo el Espíritu vivificante.

  Después de que Cristo resucitó, se apareció delante de Sus discípulos muchas veces. Se manifestó a ellos en el día de la resurrección, mientras ellos estaban reunidos en un cuarto que tenía las puertas cerradas. De repente, se presentó con un cuerpo de carne y huesos. Pensando que veían un espíritu, los discípulos se espantaron. Entonces Él les dijo: “Mirad Mis manos y Mis pies, que Yo mismo soy; palpadme, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que Yo tengo” (Lc. 24:39). Ocho días después, Él se apareció de nuevo, principalmente por causa de Tomás, quien había dicho que no creería a menos que viera en las manos del Señor la marca de los clavos, y metiera su dedo en la marca de los clavos, y su mano en el costado del Señor (Jn. 20:25). Después de aparecer, el Cristo resucitado volvió a desaparecer repentinamente. Más tarde, mientras algunos discípulos, encabezados por Pedro, estaban pescando, Él se manifestó a ellos una vez más y les preguntó si no tenían nada de comer. Ellos contestaron que no tenían nada, y Él les dijo que echaran la red a la derecha de la barca. Después que hicieron esto, recogieron una gran cantidad de peces (Jn. 21:6). Entonces, los discípulos disfrutaron de un buen desayuno con el Señor, después del cual Él desapareció de nuevo. En otra ocasión, el Señor sostuvo una conferencia con ellos en la cima de un monte, en el lugar que les había indicado. Allí los discípulos finalmente presenciaron la ascensión del Cristo resucitado. Diez días más tarde, Él descendió sobre ellos como Espíritu todo-inclusivo de una manera maravillosa. Como todos sabemos, mediante la predicación del evangelio por parte de estos discípulos, miles de personas se les añadieron.

  Cuando estudiamos todos los aspectos de la historia de Dios, vemos que la historia de Dios es Cristo. Por ser la historia de Dios, Cristo es el misterio de Dios. Puesto que los judíos no tienen a Cristo, el Dios en el cual creen no tiene esta historia. Aparte de Cristo, no existe ni la historia de Dios ni el misterio de Dios.

  Así como Cristo es la historia de Dios, la iglesia es la historia de Cristo. Por ser la historia de Cristo, la iglesia es el misterio de Cristo. En la iglesia, somos la continuación de esta historia.

  Hemos señalado que el Cristo que hemos recibido es el misterio de Dios y la historia de Dios. El Cristo que hemos recibido es Dios y Su historia maravillosa. Cristo es todo-inclusivo y, por ende, en Él se halla la divinidad, la humanidad, el vivir humano, la crucifixión, la resurrección, la ascensión, la glorificación y la entronización. Él incluye todos los atributos divinos y las virtudes humanas. Él es Aquel a quien todos hemos recibido.

LA PERFECTA CERTIDUMBRE Y EL PLENO CONOCIMIENTO DE CRISTO

  En 2:1-2 Pablo dijo que sostenía una gran lucha por los santos para que fueran “consolados sus corazones, entrelazados ellos en amor, hasta alcanzar todas las riquezas de la perfecta certidumbre de entendimiento, hasta alcanzar el pleno conocimiento del misterio de Dios, es decir, Cristo”. Nosotros también necesitamos recibir la perfecta certidumbre de entendimiento, el pleno conocimiento de Cristo como misterio de Dios. Sin embargo, incluso entre nosotros son muy pocos los que tienen este conocimiento. Por tanto, necesitamos obtener el pleno conocimiento y la perfecta certidumbre de entendimiento de que hemos recibido al Cristo maravilloso, ilimitado, inmensurable y extenso.

  El Cristo que se revela en el libro de Colosenses es mucho más extenso que el Cristo en el cual cree la mayoría de los cristianos. Dios nos ha dado un regalo que es más extenso que el universo. Si tenemos la perfecta certidumbre de entendimiento acerca de Cristo, diremos: “Señor Jesús, Tú lo eres todo para mí. Tú eres el misterio de Dios. Puesto que Tú lo eres todo, no quiero ni necesito nada que no seas Tú”. Como misterio de Dios, el Cristo todo-inclusivo incluye la encarnación, la crucifixión, la resurrección, la ascensión, la glorificación, la divinidad y la humanidad. Él es la realidad de todas las cosas positivas del universo; Él es la comida, la bebida, las fiestas, las lunas nuevas, los días santos, los sábados, el vestido, la vivienda, el transporte y la luz. El apóstol Pablo luchaba por los colosenses, quienes se habían distraído y habían sido engañados, porque quería ayudarlos a que tuvieran el pleno conocimiento de Cristo. Era como si Pablo tratara de decirles: “Colosenses, vosotros tenéis al Cristo todo-inclusivo. ¿Por qué os volvéis al gnosticismo, al judaísmo y al ascetismo? ¿Por qué os sometéis a tantas ordenanzas? Vosotros tenéis a Aquel que es todo-inclusivo y extenso, a Aquel que es el misterio de Dios. Espero que abráis vuestros ojos y veáis al Cristo que habéis recibido”. ¡Todos necesitamos recibir una visión de este Cristo!

RECIBIR A CRISTO POCO A POCO

  Damos gracias al Señor porque ya todos hemos recibido a Cristo. Pero como hicimos notar, recibir a Cristo es una acción continua; es mucho más que un hecho que sucede una vez y para siempre. Así como respiramos continuamente, debemos recibir a Cristo continuamente, e incluso por la eternidad.

  En un mensaje anterior, dijimos que ser arraigados en Cristo constituye un requisito para poder andar en Él. Ser arraigados en Cristo corresponde al hecho de recibir a Cristo. Un árbol absorbe la humedad a través de los finos filamentos de las raíces. Para que haya absorción se necesita que el árbol esté arraigado y esto es una cuestión de recibir. No trate de recibir mucho de Cristo en un solo instante; lo que usted necesita es recibirlo continuamente. En principio, es correcto decir que cuanto más recibimos de Cristo, mejor; pero en la práctica, no deberíamos tratar de recibir demasiado de un solo golpe. Nosotros nos comemos los alimentos poco a poco. Del mismo modo, también recibimos a Cristo poco a poco.

  Hemos visto que el Cristo que recibimos es el misterio de Dios y la historia de Dios. Probablemente cuando nosotros recibimos a Cristo por primera vez no comprendimos que Él era todo esto. Pero a medida que avanzamos en el Señor, nos damos cuenta de que Él es todo lo que necesitamos. Ya que Él es nuestro todo, deberíamos seguir recibiéndole sin cesar.

LA ORACIÓN Y EL EJERCICIO DEL ESPÍRITU

  Ahora hablaremos de cómo recibir a Cristo, un asunto sumamente importante. Recibir a Cristo es algo que requiere el ejercicio de nuestro espíritu. Para recibir las ondas radiales, el receptor de un radio debe funcionar correctamente. Del mismo modo, aunque es bueno mejorar nuestro comportamiento, lo importante es que “sintonicemos” o “calibramos” nuestro espíritu. Nuestro espíritu debe estar limpio, abierto y correctamente calibrado.

  La única manera en que podemos ejercitar nuestro espíritu es orar. Cuando ejercitamos nuestro espíritu en oración, nuestro objetivo debe ser tener contacto con el Señor, y no orar por ciertas personas o asuntos. Debemos simplemente tocar al Señor y dejar que Él nos infunda el deseo de orar por ciertas personas. No debemos acudir al Señor con una mente cargada de peticiones; si tratamos de tocar al Señor de esta manera, haremos que nuestro espíritu se cierre. Debemos volvernos al Señor con un espíritu completamente abierto, adorándole, alabándole y dándole gracias. Entonces, sabremos por qué asuntos orar, y tendremos mucho que decirle al Señor en la oración.

  Mientras recibimos esta trasmisión celestial de parte del Señor, no sólo recibimos las riquezas de Cristo, sino que también experimentamos Su plenitud. Esto significa que somos llenos hasta desbordar. La plenitud tiene que ver con las riquezas; pero es posible experimentar las riquezas y no la plenitud. El que las riquezas de Cristo lleguen a ser para nosotros la plenitud de Cristo depende de si hemos sido llenos de estas riquezas hasta el límite de nuestra capacidad. Si las riquezas exceden la demanda, podemos hablar de plenitud; pero si ellas no la sobrepasan, obviamente no se puede hablar de plenitud. Las riquezas de Cristo son universalmente extensas y jamás son inferiores a la demanda. Sin importar cuál sea nuestra capacidad, las riquezas de Cristo la sobrepasan. Siempre podemos ser llenos de las riquezas hasta desbordar. Por más rico que un hombre sea, si sus riquezas sólo alcanzan para darle un dólar a cada hombre en la tierra, sus riquezas no llegan a ser la plenitud. Sus riquezas no son suficientes como para hacer a todos los hombres excesivamente ricos. En cambio, las riquezas de Cristo son universalmente extensas; son suficientes para llenarnos a todos hasta el límite de nuestra capacidad.

  Juan 1:14 dice que el Verbo se hizo carne, lleno de gracia y de realidad. Según Juan 1:16, todos hemos recibido de Su plenitud, y gracia sobre gracia. El capítulo uno de Juan nos dice que Aquel que recibimos es el Verbo eterno, el Verbo que estaba con Dios y que era Dios, el mismo por el cual todas las cosas llegaron a existir. También nos dice que en el Verbo estaba la vida. Un día, el Verbo se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros, lleno de gracia. Esto forma parte de la historia de Dios, un aspecto de Su misterio. El misterio de Dios es Cristo, el cual está lleno de gracia. No existe demanda alguna que pueda agotar Su plenitud; no hay ninguna capacidad que pueda agotar Su suministración. Nuestras necesidades y nuestra capacidad jamás pueden hacer mermar la plenitud de Cristo. El Cristo que hemos recibido es un Cristo de plenitud. Por consiguiente, debemos seguir recibiéndole, ejercitando nuestro espíritu a fin de tener un contacto directo con Él. A medida que oremos con un espíritu abierto y calibrado, recibiremos todo lo que necesitamos de la fuente ilimitada. De este modo, experimentaremos la plenitud y en esta plenitud seremos arraigados y sobreedificados. Entonces andaremos en Él.

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